Traducción Susana Merino
La política restrictiva agrava la crisis, alimenta la especulación y puede conducir al estallido de la zona euro. Es necesario introducir un giro a la política económica que permita conjurar una mayor pérdida de ingresos y de empleos.
A los miembros del Gobierno y del Parlamento
A los representantes italianos ante los organismos de la Unión europea
A los representantes de las fuerzas políticas y de los partidos sociales.
A los representantes italianos en la instituciones de la UE y del SEBC
Y el conocimiento del Presidente de la República
14 de junio 2010
La gravísima crisis económica global, y la conexa crisis de la zona euro no se resolverán mediante el recorte de salarios, de jubilaciones, del Estado social, de la educación, de la investigación y de los servicios públicos esenciales, ni tampoco por medio de un aumento directo o indirecto de las cargas fiscales sobre el trabajo y sobre los sectores sociales más débiles.
Se corre, más bien, el serio peligro de que la instrumentación en Italia y en Europa de la llamada «política de sacrificios» acentúe posteriormente el perfil de la crisis provocando una aceleración del aumento de la desocupación, de la quiebra y de la desaparición de las empresas y pueda hasta cierto punto a obligar a algunos países miembros a salir de la Unión monetaria europea.
Lo fundamental es comprender que la actual inestabilidad de la Unión monetaria no es simple consecuencia de trucos contables o de gastos alegres. En realidad se trata de una combinación mucho más profunda entre la crisis económica global y un conjunto de desequilibrios de la zona euro, derivados del insostenible perfil liberal del Tratado de la Unión y de la orientación de la restrictiva política económica de los países miembros caracterizada por un sistemático superávit externo.
La crisis mundial explotó en2007/08 y sigue en curso y no se ha podido salir de ella por no haberse intervenido en sus causas estructurales. Como ha sido reconocido por muchos, esta crisis tiene varias explicaciones, entre las principales la ampliación de la brecha mundial entre una creciente productividad y un estancamiento o tal vez más, una desaceleración de la capacidad de consumo de los mismos trabajadores. Durante largo tiempo esa brecha se vió compensada por un extraordinario crecimiento especulativo de los valores financieros y del endeudamiento privado, que a partir de los EEUU funcionó como estímulo de la demanda global.
Hay quienes confían hoy en día en la posibilidad de un relanzamiento del crecimiento mundial basado en un nuevo boom de las finanzas estadounidenses. Descargando sobre las cuentas públicas una gran cantidad de deudas privadas incobrables se espera dar un nuevo impulso a las finanzas y a los mecanismos de acumulación que les están asociados. Nosotros creemos que sobre estas bases será muy difícil lograr una creíble recuperación mundial o que en todo caso resultaría frágil y de corto plazo. Consideramos al mismo tiempo ilusorio que no existiendo una profunda reforma del sistema monetario internacional, China esté dispuesta a impulsar la demanda global renunciando a sus activos comerciales y a la acumulación de reservas internacionales.
Estamos en síntesis ante la dramática realidad de un sistema económico mundial sin una fuerte demanda, sin una «esponja» capaz de absorber la producción.
Esta irresuelta crisis global se percibe especialmente en la Unión Monetaria europea. La manifiesta fragilidad de la zona euro deriva de los profundos desequilibrios estructurales internos, cuya causa principal es la instalación de la políticas económicas liberales del Tratado de Maastricht, con la pretendida intención de confiar solamente a los mecanismos del mercado el equilibrio de las diferentes áreas de la Unión y en una política económica restrictiva y deflacionista en los países con grandes déficit comerciales. En tal sentido se destaca particularmente Alemania, empeñada hace ya tiempo en contener los salarios con relación a la productividad, la demanda y las importaciones junto a la conquista de mercados externos con el objeto de acrecentar las cuotas de mercado de las empresas alemanas en Europa. Con tales políticas los países con superávit no contribuyen al desarrollo de la zona euro sino que contrariamente se mueven a costa de los países más débiles. Alemania, en especial, acumula grandes exportaciones comerciales mientras que Grecia, Portugal, España y Francia misma tienden a endeudarse. Hasta Italia con el modestísimo crecimiento de su producto nacional compra a Alemania más de lo que le vende, acumulando de este modo crecientes deudas.
La movilidad absoluta de los capitales en el área euro favoreció enormemente la instalación de desequilibrios en las relaciones entre créditos y deudas de los países Largo tiempo, bajo la hipótesis de la eficiencia de los mercados, se consideró que el crecimiento de las relaciones de endeudamiento entre los países miembros debía ser considerado el reflejo positivo de una mayor integración financiera de la zona euro. Pero hoy en día resulta absolutamente evidente que la presumible eficiencia de los mercados financieros no ha encontrado ratificación en los hechos y que los desequilibrios acumulados se vuelven ya insostenibles.
Tales son las razones de fondo por las que los operadores financieros están apostando al estallido de la zona euro. También prevén que con la prolongación de la crisis se reducirán las entradas fiscales de los estados y los ingresos de muchísimas empresas y bancos se verán igualmente reducidos. De modo que por este camino será cada vez más difícil garantizar el pago de las deudas, tanto públicas como privadas. Diversos países podrían verse por lo tanto progresivamente suspendidos de la zona euro y podrían decidir desincorporarse para tratar de sustraerse a la espiral deflacionaria. El riesgo de insolvencia generalizada y de la reconversión de las deudas a valores nacionales constituye el verdadero desafío que motiva las acciones de los especuladores. Las turbulencias de los mercados financieros nacen de una serie de verdaderas contradicciones. Todavía, y mientras tanto es verdad que las expectativas de los especuladores alimentan aún más la desconfianza y tienden a autopreservarse. En efecto las operaciones a la baja en los mercados empujan hacia arriba las diferencias entre tasas de interés y tasas de crecimiento de los réditos, y pueden volver imprevistamente insolventes a los deudores que anteriormente podían reembolsar los préstamos. Los operadores financieros que a menudo actúan en condiciones no competitivas y más bien simétricas en el plano de la información, pueden no solo prever el futuro sino que contribuyen a determinarlo, según un esquema que nada tiene que ver con los llamados «fundamentos» de la teoría económica ortodoxa y loa presuntos criterios de eficiencia descriptos en las versiones más elementales.
En este tipo de escenario creemos que es inútil esperar que se puede contrarrestar la especulación a través de meros acuerdos de préstamos a cambio de la aprobación de políticas restrictivas por parte de los países endeudados. Los préstamos se limitan en realidad a postergar los problemas no a resolverlos. Y las políticas de «austeridad» reducen la demanda y deprimen los ingresos deteriorando en definitiva la capacidad de reembolso de los préstamos de los deudores tanto públicos como privados. La misma, aunque significativa inflexión en la política monetaria del BCE dispuesto a adquirir títulos públicos en el mercado secundario, apararece como redimensionada por el anuncio de querer «esterilizar» tales operaciones a través de maniobras sobre las divisas de signo contrario dentro del mismo sistema bancario.
Los errores cometidos son sin duda atribuibles a las recetas liberales y recesivas sugeridas por los economistas vinculados a esquemas de análisis en boga en años anteriores. Pero que no están pareciera en condiciones de contemplar los aspectos salientes del funcionamiento del capitalismo contemporáneo.
Vale la pena aclarar todavía que la obstinación con la que se insiste en políticas depresivas no es tan solo el fruto de malos entendidos generados por los modelos económicos cuya coherencia lógica y relevancia empírica han sido discutidas muchas veces en el ámbito de la misma comunidad académica. La preferencia por la llamada «austeridad» representa también y sobre todo la expresión de consolidados intereses sociales. Hay quienes ven en la crisis actual una oportunidad para acelerar los procesos de desmantelamiento de los estados sociales, de fragmentación del trabajo y de reestructuración y centralización de los capitales en Europa. La idea de fondo es que los capitales que salgan vencedores de la crisis podrán relanzar la acumulación gracias por un lado a la existencia de menos competencia en los mercados y por el otro al debilitamiento del sistema laboral.
Se debe comprender que si se insiste en secundar estos intereses no solo se actúa en contra de los trabajadores, sino que se crean también las condiciones para una incontrolada centralización de los capitales, una desertificación productiva del Mediodía y de todas las macroregiones europeas, procesos migratorios cada vez más difíciles de gestionar y en última instancia una gigantesca deflación de las deudas, solo parangonables a los de los años treinta.
El Gobierno italiano ha desarrollado hasta ahora una política tendiente a facilitar este peligroso giro deflacionario. Y el anuncio de ulteriores ajustes presupuestarios, asociados a la insistente tendencia a una menor protección del trabajo no podrán sino provocar más caída de los ingresos, luego de la dura caída registrada en Italia en 2009. Debe tenerse bien presente que son muy discutibles los presupuestos científicos sobre cuya base se sostiene que a través de políticas similares se mejora la situación económica y el balance y se está a resguardo por lo tanto de ataques especulativos. Por este camino, se corre el riesgo en cambio de alimentar la crisis, la insolvencia y por lo tanto la especulación. Tampoco puede decirse que haya surgido en la oposición un programa claro de política económica alternativa. Se está difundiendo una mayor conciencia de la gravedad de la crisis y de los errores del pasado, pero desde algunos sectores de la oposición emergen voces que parecen asumir posiciones contradictorias e incluso que la empeoran como es el caso de las propuestas tendientes a introducir contratos de trabajo precarios y a proceder a la masiva privatización de los servicios públicos. Las mismas, frecuentemente reclamadas «reformas estructurales», resultan contraproducentes porque en lugar de tender a combatir los resabios y privilegios de unos pocos dan lugar a nuevas propuestas de reducción de los derechos laborales y sociales.
Como advertencia para el futuro resulta oportuno recordar que ya en 1992, Italia soportó un ataque especulativo similar al que ahora sufre Europa. En aquella época los trabajadores italianos aceptaron un gravoso programa de «austeridad» basado siempre en la reducción del costo del trabajo y de los gastos previsionales. En aquel momento como actualmente se decía que los sacrificios eran necesarios para defender la lira y la economía nacional de la especulación. Pero poco tiempo después de la aceptación de aquel programa, los títulos emitidos en la moneda nacional se vieron nuevamente atacados. Finalmente Italia salió del Fondo Monetario Internacional y la lira sufrió una fuerte devaluación. De modo que los trabajadores y gran parte de la comunidad pagaron doblemente: a causa de la política de «austeridad» y a causa del aumento de los precios de las mercaderías importadas.
Es necesario recordar también que con el pretexto de reducir la deuda pública en relación al PBI, se produjo en nuestro país un masivo programa de privatizaciones. Pues bien, los efectos de aquel programa sobre la deuda pública fueron apenas modestos mientras que se desvanecieron en gran medida a continuación de la crisis y las consecuencias en términos de la ubicación del país en cuanto a la división internacional del trabajo, de desarrollo económico y de bienestar social son considerados por la más importante literatura científica actual como altamente discutibles.
Estamos convencidos de que las orientaciones propuestas hasta ahora deben ser abandonadas antes de que sea demasiado tarde.
Se debe tomar en consideración la eventualidad de que por largo tiempo no existirá una locomotora capaz de asegurar una fuerte y estable recuperación del comercio y del desarrollo mundial. Para evitar el agravamiento de la crisis y para conjurar el fin del proyecto de unificación europea se necesita una nueva visión y un cambio en las orientaciones generales de política económica. Es decir que Europa emprenda un camino de desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, de crecimiento del bienestar, de protección del ambiente y del territorio y de equidad social.
De modo que para que ese cambio pueda desarrollarse es necesario en primer término darle un respiro al proceso democrático y para eso se necesita tiempo. He aquí porqué proponemos introducir en primer término un freno a la especulación. En tal sentido se hallan en curso iniciativas nacionales o coordinadas a nivel europeo, pero las medidas que se proponen son todavía débiles e insuficientes. Frenar la especulación es sin duda posible pero hay que despejar el campo de incertidumbres y de ambigüedades políticas. Es necesario, pues, que el BCE se empeñe decididamente en rescatar los títulos atacados, renunciando a «esterilizar» su intervención. También es necesario establecer impuestos destinados a desincentivar las transacciones financieras y de divisas de corto plazo y eficaces controles administrativos sobre los movimientos de capitales. Si no existieren condiciones para operar consensuadamente será mucho mejor intervenir rápidamente en esta dirección a nivel nacional , con los instrumentos disponibles antes que demorarse o directamente no actuar.
La experiencia histórica enseña que para contrarrestar eficazmente la deflación es necesario ponerle un piso al colapso de la masa salarial a través del fortalecimiento de los contratos nacionales, salarios mínimos, normas de despido y nuevas reglamentaciones generales de protección del trabajo y de las actividades sindicales. Pensar en confiar, el proceso de destrucción y de creación de puestos de trabajo solo a las fuerzas del mercado especialmente en el momento actual, además de ser políticamente irresponsable no tiene sentido.
Coordinadamente con la política monetaria. Se debe pedir a los países con superávit comercial, en especial a Alemania, incentivar la demanda con el objeto de comenzar un proceso de equilibrio virtuoso y no deflacionario de las cuentas con el exterior de los países miembros de la Unión monetaria europea. Los principales países con superávit comercial tienen, en tal sentido, una enorme responsabilidad. El salvataje o la destrucción de la Unión dependerá en gran medida de sus decisiones.
Es necesario instalar un sistema coordinado de fiscalización progresiva a nivel europeo que contribuya a revertir la tendencia a la desigualdad social y territorial que ha ayudado a desencadenar la crisis. Es necesario trasladar las cargas fiscales al trabajo a las ganancias de los capitales y a las rentas, a los réditos patrimoniales, de las retenciones a los contribuyentes a los evasores, de las regiones pobres a las ricas de la Unión.
Es necesario ampliar significativamente el balance federal de la Unión y hacer posible la emisión de títulos públicos europeos. Se debe apuntar a coordinar la política fiscal y la política monetaria europea con el objeto de disponer de un plan de desarrollo orientado hacia la plena ocupación y el reequilibrio del ordenamiento territorial no solo en cuanto a la capacidad de gastos sino también en base a la capacidad productiva de Europa. El plan debe basarse en una lógica diferente de la, a menudo ineficiente y asistencial, con que se han aplicado los fondos europeos para el desarrollo. El mismo debe basarse en primer lugar sobre la producción pública de los bienes colectivos, en el financiamiento de infraestructura pública para la investigación con el objeto de contrarrestar los monopolios de propiedad intelectual, a la protección del ambiente, a la planificación territorial, a la movilidad sustentable, a la salud de la gente. Todos estos bienes no responden inexorablemente a la lógica del mercado, escapan a la estrecha lógica de las empresas capitalistas privadas, pero son contemporáneamente indispensables para el desarrollo de las fuerzas productivas, la equidad social y el progreso ciudadano.
Se debe disciplinar y restringir el acceso del pequeño ahorro y de los fondos de pensión de los trabajadores al mercado financiero. Se debe transparentar el principio de separación entre los bancos de crédito ordinario que prestan en el corto plazo y las sociedades financieras que operan en el mediano y el largo plazo.
Contra eventuales procesos de dumping y de «exportación de la recesión» por parte de los países extra-UME . es necesario encarar un sistema de apertura condicionada de los mercados de capitales y de mercaderías. La apertura puede ser plena solo si se opera con políticas convergentes de mejoramiento de los estándares de trabajo y de salarios y políticas coordinadas de desarrollo.
Somos conscientes de las distancias existentes entre nuestras propuestas y la actual, tremenda involución del marco de la política económica europea.
Creemos aún que las actuales directivas políticas económicas podrían volverse muy pronto insostenibles.
Si no se dan las condiciones políticas para la puesta en marcha de un plan de desarrollo basado en los objetivos anteriormente citados, el riesgo de que se desencadene una deflación de deudas y la consiguiente deflagración de la zona euro será altísimo. Ello se debe a que varios países podrían caer en una espiral perversa provocada por miopes políticas nacionales de «austeridad» y de las consiguientes presiones especulativas. En algún momento los países podrían verse forzadamente expulsados de la Unión monetaria o elegir deliberadamente desvincularse de ella para buscar la instrumentación de políticas económicas autónomas en defensa de sus mercados internos, de sus ingresos y de la ocupación laboral. Si esto sucediese conviene aclarar que no recaerían sobre ellos mismos los principales golpes del colapso de la Unidad europea.
Estas eventualidades nos recuerdan que ya no existen las mismas condiciones de convocatoria a valores ideales comunes que permitan revitalizar el espíritu europeo. La verdad es que se está produciendo el más violento y decisivo ataque a Europa como sujeto político y a los últimos bastiones del estado social en la misma. Ahora más que nunca, por lo tanto, debe sobrevivir el europeísmo y su relanzamiento debería cargarse de sentido, de oportunidades concretas de desarrollo coordinado, económico, social y civil.
Para que esto suceda debe iniciarse inmediatamente un amplio y franco debate sobre las motivaciones y sobre las responsabilidades por los gravísimos errores de política económica que se están produciendo, con el consiguiente riesgo de un agravamiento de la crisis y de una deflagración de la zona euro y sobre urgentes cambios en la política económica europea.
Si las oportunas presiones que el Gobierno y los representantes institucionales italianos deberán ejercer en Europa no surtieren efecto, la crisis de la zona euro tenderá a intensificarse y las fuerzas políticas y las autoridades de nuestro país podrían ser llamadas a elegir políticas económicas que restituyan a Italia una perspectiva autónoma de sostén de los mercados internos, de los ingresos y la ocupación laboral.
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