Ahorristas de América Latina y el Caribe quedaron entrampados tras depositar dinero en bancos del magnate estadounidense Allen Stanford, acusado por el ente regulador de su país, Securities and Exchange Commission (SEC), de un «fraude masivo» de más de 9.000 millones de dólares.
Los gobiernos de Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela decretaron intervenciones o suspensiones temporales de las firmas vinculadas a Stanford, México inició una investigación, y el Banco Central del Caribe Oriental se hizo cargo de las filiales en Antigua y Barbuda, donde Stanford consiguió un título nobiliario.
«El dinero en Venezuela cada vez vale menos y por eso buscamos invertir en dólares», dijo a IPS un depositante en Caracas que requirió reserva de su nombre «pues no quiero caer en una investigación del gobierno sobre mis cuentas en el extranjero».
En Venezuela rige un severo control cambiario y las infracciones se castigan como delitos penales. En México invertir en instrumentos financieros extranjeros y en bancos en el exterior también se considera delito, pues de esa forma podría lavarse dinero o evadir impuestos sobre ganancias.
En México llamó la atención el caso de la actriz de telenovelas Laura Zapata, quien invirtió «los ahorros de toda una vida» en fondos de Stanford por sugerencia de un tío.
Las autoridades han aclarado que las operaciones «off shore», en bancos y papeles de Estados Unidos, Europa o islas del Caribe, no estaban autorizadas y sólo podían realizarse con fondos mexicanos y en México.
Raquel Rodríguez, una oficinista caraqueña de 41 años, retiró vía Internet la mayor parte del dinero que depositó en el Stanford de Venezuela «pero yo sólo tenía una cuenta en bolívares, y la abrí por comodidad, porque la oficina quedaba cerca de mi casa y es un banco pequeño, con pocos clientes, sin colas ante los mostradores».
Pero para otros clientes la situación es angustiosa. Un jubilado admitió haber invertido 250.000 dólares con Stanford y ahora contacta abogados para unirse a demandas sobre esa organización en Estados Unidos y Antigua. Representantes locales del bufete Clyde & Co. dijeron haber atendido ya unas 70 solicitudes.
En Colombia, una firma comisionista de bolsa y la oficina de representación de un banco vinculado a Stanford suspendieron por iniciativa propia sus actividades, mientras la Superintendencia de Bancos anunciaba medidas «para proteger a los inversores y preservar la confianza en el mercado de valores».
En Ecuador, la Casa de Valores Stanford Group y la administradora de fondos Stanford Trust, que manejaban unos 93 millones de dólares, fueron intervenidas. La mayor parte de las inversiones son recuperables porque corresponden a fideicomisos inmobiliarios.
En Panamá, la Superintendencia de Bancos tomó el control de la filial de Stanford en el istmo, y en Perú la Comisión Supervisora de Empresas y Valores suspendió durante 30 días a Stanford Group, que operaba en la Bolsa de Lima.
El gobierno de Venezuela anunció el jueves la intervención «a puertas cerradas» de la filial de Stanford, que manejaba 14 oficinas y había captado del público el equivalente en bolívares a unos 250 millones de dólares.
La intervención a puertas cerradas significa que no se podrán hacer más retiros o depósitos. «Nuestra estrategia es vender el banco, en subasta, lo más rápidamente posible y ya hay un par de instituciones interesadas en comprarlo», dijo el ministro de Finanzas, Alí Rodríguez.
Antes de la intervención, los depositantes venezolanos en el banco, unos 10.000, protagonizaron una «corrida» financiera y retiraron gran parte de sus haberes.
«Es importante distinguir lo que es el problema internacional del banco de la institución local, que cumplió con la Ley de Bancos, es pequeña, con apenas el 0, 2 por ciento de los depósitos en el sistema financiero venezolano, que está bien y opera con normalidad», dijo a IPS el analista financiero José Grasso, director de la firma Softline Consultores.
Entretanto, en el oriental estado de Virginia, Estados Unidos, las autoridades localizaron a Robert Allen Stanford, el magnate de 58 años que heredó la empresa financiera fundada en 1932 y se ufanó hasta la semana que concluye de los rígidos principios implantados por su abuelo: «Trabajo duro, visión clara, beneficios para los clientes».
En la búsqueda desaforada de «beneficios para los clientes» está el origen del «fraude masivo» del que le acusa la SEC y, quizás, de operaciones de lavado de dinero por el que lo han investigado la policía federal estadounidense (FBI) y autoridades mexicanas.
Informes originados en Estados Unidos indican que Stanford era investigado por el FBI, bajo sospecha de que lavaba dinero del mexicano Cartel del Golfo, dedicado al narcotráfico.
Stanford Bank ofrecía a sus clientes certificados de depósitos por tres años con un rendimiento excepcional de 5,3 por ciento anual, frente 3,2 por ciento de otros bancos.
Las promociones del Stanford aseguraban a su clientela que el dinero estaba soportado por activos líquidos y diversificados, pero más de 80 por ciento de las colocaciones se hacían en bienes raíces y empresas que no cotizaban en bolsa. Hay estimados de que el banco administró unos 50.000 millones de dólares en activos.
Aunque Stanford sostenía que sus estados financieros eran auditados por el ente regulador de Antigua y Barbuda, en realidad la auditoría estaba a cargo de una pequeña firma de esa isla del Caribe, Hewlett and Co.
Las investigaciones se acentuaron después de que dos empleados de Stanford renunciaron alegando que los clientes recibían información falsa sobre inversiones y retornos, y la renuncia del principal abogado del banco una semana atrás ayudó a precipitar los retiros desde los 140 países donde hay depositantes de la institución.
Los de Venezuela estarían entre los más afectados, pues el superintendente de Bancos, Edgar Hernández, estimó que sus compatriotas podrían acumular en oficinas de Stanford en Antigua-Barbuda y Estados Unidos «entre 2.300 y 3.000 millones de dólares».
Recuperar ese dinero o parte de él será una operación cuesta arriba y asociada a la suerte de Stanford, «Sir Allen» según el título que adquirió en 2006 en presencia del príncipe Eduardo, tercer hijo de la reina de Inglaterra, junto con la nacionalidad de Antigua y Barbuda, una ex colonia británica.
Colaborador de un hospital que atiende a niños con cáncer, en la sudoriental ciudad de Memphis, Stanford es un amante del trópico caribeño, de deportes como polo, tenis, cricket, regatas y golf, y, no faltaba más, del dinero.