Recomiendo:
0

Cementerio de Náyaf

Fuentes: Mundo obrero

Wadi us-Salaam es un cementerio situado en Náyaf, Iraq. Está entre la ciudad y la carretera que bordea el mar de Náyaf (hoy, casi completamente seco, con algunas ciénagas salobres en los alrededores), ciento sesenta kilómetros al sur de Bagdad. Cerca, está la tumba de Alí, yerno de Mahoma y primer imam de los chiítas, […]

Wadi us-Salaam es un cementerio situado en Náyaf, Iraq. Está entre la ciudad y la carretera que bordea el mar de Náyaf (hoy, casi completamente seco, con algunas ciénagas salobres en los alrededores), ciento sesenta kilómetros al sur de Bagdad. Cerca, está la tumba de Alí, yerno de Mahoma y primer imam de los chiítas, en un mausoleo de cúpula dorada rodeado de mercados, hospicios, escuelas coránicas, calles bulliciosas cubiertas con enormes marquesinas para combatir el sol de esa ciudad santa sólo superada en fervor y afluencia de peregrinos por La Meca y Medina. El cementerio, el mayor del mundo, es una inmensa estepa de tumbas de iraquíes que murieron en la guerra con Irán, y en la guerra del golfo que declaró Estados Unidos; y tras la ocupación en 2003. Entonces, los sepultureros enterraban personas cada día y cada noche, sin descanso: más de un millón de personas perecieron en esos años infames y siniestros de la guerra estadounidense, que aún no ha terminado. Allí siguen llevando sus muertos los desamparados iraquíes, en precarias furgonetas, con los féretros sujetados por los familiares en la vaca de los vehículos.

En Náyaf estuvo una base, Al-Andalus, del ejército español, que el 4 de abril de 2004 libró una batalla con los milicianos de al-Mahdi, al mando del clérigo chíita Muqtada Al Sadr. La base estaba dirigida por el coronel Alberto Asarta y por el general Fulgencio Coll (hoy, diputado y concejal, respectivamente, del partido fascista Vox). Unos días antes, cuatro mercenarios de Blackwater Worldwide murieron en una emboscada en Faluja, y la represalia estadounidense secuestrando en Náyaf a Mustafá al-Yacubi, lugarteniente de Muqtada al-Sadr, incendió de nuevo la ciudad y el país, y sus milicianos atacaron la base española creyendo que al-Yacubi estaba allí. Participaron en la batalla soldados españoles, salvadoreños, hondureños, y mercenarios de Blackwater Worldwide (hoy, denominada Academi), la empresa que realiza trabajos sucios por encargo del Pentágono: los mercenarios dispararon incluso a los civiles y llegaron a asaltar el almacén de armas español para proveerse de munición y armas. Helicópteros Apache y aviones de combate F-16 pretendieron bombardear un hospital cercano, por la presencia de francotiradores, pero Asarta se negó, apoyado por Coll, y pudieron evitarlo. Murieron entre treinta y cuarenta milicianos.

Todo fue grotesco y criminal. Muqtada al-Sadr se entretenía con los videojuegos, los mercenarios norteamericanos que disparaban enloquecidos parecían divertirse también con videojuegos. En España, el irresponsable Aznar estaba en los estertores de su mandato, con Zapatero preparando su gobierno, que tomó posesión doce días después de la matanza de Náyaf: el incompetente Bono sustituyó al imprudente Trillo. El gobierno de Aznar no reconoció la batalla: oficialmente estaba en una «misión de paz», aunque se implicó en la miserable campaña que destruyó Iraq.

No han cambiado muchas cosas desde entonces, porque en Iraq la muerte sigue rondando por doquier. En Náyaf vive Muqtada al-Sadr, quien con su turbante negro de descendiente del profeta, barba blanca y bandera al cuello, fue uno de los artífices del gobierno del actual primer ministro Mahdi, creado hace poco más de un año, donde se integraron miembros de su partido-milicia, el ejército de al-Mahdi, aunque ahora no tiene reparo en atacarlo. Al-Sadr combatió a las tropas norteamericanas, después se alió con Arabia y más tarde con Irán, en una muestra del feroz oportunismo que guía muchas de las acciones de los dirigentes políticos iraquíes. El propio Mahdi, que había sido comunista y ahora es un aliado de Irán, prepara un nuevo gobierno, supuestamente libre de corruptos y ajeno a las banderías religiosas y al clientelismo. Pero sus palabras son humo.

La población está harta de corrupción, de soportar el desempleo que impide la vida, de aguantar el caos inhumano, hasta el punto de que en Basora y otras ciudades por los grifos de las casas no sale agua potable sino aguas residuales. Masivas manifestaciones incendian sedes de partidos, y la represión ha matado ya a más de cuatrocientas personas y herido a quince mil: ejército y policía disparan a matar. El 28 de noviembre, el ejército mató a más de cuarenta personas en Nasiriya, Bagdad y Náyaf, el consulado iraní fue incendiado, y el ayatolá Ali al Sistani retiró su apoyo a Mahdi, que dimitió horas después. Iraq ve los muertos de Bagdad, de Nasiriya, Náyaf, Kerbala, de Basora: dieciséis años después de la invasión norteamericana, el sufrimiento iraquí parece no tener fin, y vuelven a llegar cadáveres al cementerio de Wadi us-Salaam.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.