Ante la movilización espontánea de los chalecos amarillos, los sindicatos han pasado de su desconfianza inicial a intentos de acercamiento incompletos. El martes 5 de febrero lanzaron una huelga general que juntó a más de 300.000 personas en las calles del país. Esa movilización demostró la voluntad de unirse de la base de ambos. Ahora […]
Ante la movilización espontánea de los chalecos amarillos, los sindicatos han pasado de su desconfianza inicial a intentos de acercamiento incompletos.
El martes 5 de febrero lanzaron una huelga general que juntó a más de 300.000 personas en las calles del país. Esa movilización demostró la voluntad de unirse de la base de ambos. Ahora se habla de otra gran movilización en marzo, cuando acabe el «Gran Debate Nacional» del presidente Macron. Esa convergencia se construye discretamente al nivel local después de un invierno 2018 marcado por relaciones bastante frías entre los chalecos amarillos y los sindicatos.
El surgimiento de los chalecos amarillos ha cogido por sorpresa tanto al gobierno y sus aliados como al conjunto del bando progresista. Por el lado de los sindicatos, la reacción inicial ha sido de desconfianza. De hecho, el contexto no parecía propicio a la acción sindical. Aunque tanto las demandas de justicia social y fiscal como el perfil mayoritariamente popular de este movimiento recuerdan la base histórica del campo sindical, la movilización se ha desarrollado fuera del mundo empresarial y ha sido testimonio de pequeños empleadores y sus trabajadores colaborando codo con codo, junto con una infiltración -relativa pero segura- de la extrema derecha. En cualquier caso, este movimiento plantea a los sindicatos el papel que deben jugar mientras que la construcción de la huelga general hubiera sin duda permitido una unión de estos actores, dando un fuerte impulso al movimiento.
Un encuentro de un nuevo tipo
Hombres y mujeres de amarillo fluorescente invaden las rotondas del país. No presentan un color político claro, pero traen con ellos reivindicaciones defendidas desde hace tiempo por los sindicatos. Estos últimos, desorientados, han respondido con desconfianza antes que probar paso a paso un acercamiento. A finales de octubre, ciudadanos, a veces cercanos de la extrema derecha, llamaron a manifestarse el 17 de noviembre de 2018. La unión sindical Solidaires (Solidarios) publica un comunicado denunciando una «manipulación» de la extrema derecha mientras que Philippe Martinez interviene en France Inter para resolver que: «Es imposible imaginar a la CGT desfilando al lado del Frente Nacional».
Con más de 280.000 personas en 2000 bloqueos y una movilización muy fuerte en Reunión, la primera jornada de los chalecos amarillos acaba convenciendo los políticos de izquierdas. La amplitud del fenómeno consigue en este momento modificar -¡tímidamente!- las directrices de las organizaciones sindicales. En efecto, la CGT y Solidarios acaban por llamar a la movilización, pero sin enfocar a los chalecos amarillos. Reconocen la legitimidad de las reivindicaciones sociales y progresistas, mientras que se limitan a invitar al movimiento a venir a su encuentro en lugar de intentar ir a su encuentro. Finalmente, no son los chalecos amarillos que los que van a ver a los sindicatos, sino al revés. La CGT Química, Sur Industria y FO Transporte deciden respaldar oficialmente el movimiento. Es el segundo acto, el sábado 24 de noviembre, que resonará para los sindicatos como la confirmación de una compatibilidad con sus reivindicaciones y modos de acción. A nivel local, los sindicalistas aportan a veces soporte material y logístico. En una tribuna de «sindicalistas contra la vida cara» publicada en Mediapart unos sesenta de ellos afirma que «es posible involucrarse colectivamente en esta batalla», pero recordando que «ninguna agresión, ninguna violencia racista, sexista u homófoba es tolerable, sea la que sea o venga de donde venga».
Las organizaciones sienten la transformación y se muestran más abiertas al movimiento. El uno de diciembre, día tradicional de movilización de los desempleados, orquestra el acercamiento de estas dos facciones de la movilización. En su comunicado del 27 de noviembre, Solidarios invita a dedicar este día al encuentro entre diferentes movimientos y modos de acción: el Colectivo Rosa Parks, parados y paradas, huelgas en los puestos de trabajo y movilización de los chalecos amarillos para «los camaradas y ciertos sindicatos de Solidarios». Además, la CGT aprovecha esta fecha habitual para fortalecer la llamada a los chalecos amarillos, sin nombrarlos, concluyendo que «todos los ciudadanos, asalariados activos y jubilados», se unan a las manifestaciones del uno de diciembre. Junto con la jornada del 8 de diciembre, estos dos «actos» de los chalecos amarillos conforman el apogeo de la movilización tanto en París como fuera.
Algunos acercamientos y un inicio de unión
La fractura del sindicalismo francés alrededor de los chalecos amarillos no ha tardado en aparecer. Los sindicatos reformistas han mantenido distancias claras desde el inicio del movimiento. El 13 de diciembre, después de una reunión nacional de sus organizaciones, el comité nacional de Solidarios publicaba una declaración llamando a una jornada de huelga interprofesional el 14 de diciembre y a participar en la manifestación de los chalecos amarillos del 15 de diciembre. Esta llamada confirma la orientación tomada por el sindicato y lo sitúa definitivamente del lado de los apoyos al movimiento. En este contexto, la CGT se mantiene indecisa. La firma por parte de la CGT de un comunicado agrupando a los principales sindicatos -exceptuando Solidarios- ilustra las dudas de la Confederación. Mientras que internamente la CGT defendía el acercamiento con el movimiento, este comunicado del 6 de diciembre llama a «entablar el diálogo» y a la «negociación» con el gobierno, condenando «toda forma de violencia en la expresión de las reivindicaciones».
Las reacciones no se hacen esperar. La Federación Química habla de «una puñalada por la espalda» mientras que la CGT Haute-Garonne «denuncia» el comunicado como un «repudio» a las luchas en curso. Aunque el comité confederal intenta tranquilizar a su base publicando un comunicado unilateral algunas horas más tarde para denunciar la violencia del gobierno y rehusar la invitación del ministro Pénicaud, es demasiado tarde. El incidente ilustra las vacilaciones y la pérdida de referencias de la CGT respecto al movimiento.
Localmente, los sindicatos van a las manifestaciones del sábado o a los bloqueos entre semana, no existe reciprocidad. La llamada sindical a manifestarse el 14 de diciembre no sobrepasará el entorno sindical, con algunos miles de manifestantes presentes en París. No será hasta la llamada del 5 de febrero cuando se verá la primera manifestación en la que se mezclen Chalecos Amarillos y Chalecos rojos -como se llaman a sí mismos ciertos sindicalistas-.
Situación de debilidad
2018 no habrá conocido ninguna huelga general. Este hecho lleva a reflexionar sobre el rol y el poder de los sindicatos. Aunque la invocación de la «huelga general» no sea suficiente, una llamada clara a una huelga interprofesional se ha echado mucho de menos. Con un 11% de afiliados, el sindicalismo francés se caracteriza por una tasa de afiliación mucho más baja que en otros países europeos. Dejando de lado las diferentes herramientas de medida, los sindicatos no han obtenido ninguna victoria decisiva a nivel nacional o en sectores importantes desde la derrota ante la reforma de las pensiones en 2010. A esto se añaden las reformas del derecho laboral y de la representación que vuelven aún más compleja la acción sindical.
Este contexto, ampliamente desfavorable al sindicalismo de lucha, parece suscitar una pérdida de confianza en el seno de las organizaciones sindicales. Esta pérdida de confianza podría explicar, en parte, sus dudas y su timidez. Jean-Louis Peyren, secretario general de la CGT de Sisteron Mourenx condena en una carta a la CGT estas dudas como un factor aislante más de los sindicatos. En su respuesta al comunicado del 6 de diciembre, concluye: ‘»¿Hemos, de hecho, sorprendernos por haber sido superados por el inicio de la revuelta del 17 de noviembre, producida sin nosotros? Pues no. Hoy en día, la CGT paga por todos estos años de reflexiones al estilo de «¿Vamos o no?», «¿Estamos listos?»‘
Para empezar, la construcción de una movilización general necesita que se ponga en marcha el conjunto de la estructura de un sindicato. La CGT incluye más de 130 organizaciones, mientras que Solidarios es una unión sindical que descansa sobre el consenso y el derecho a veto de cada uno de los sindicatos que la componen. Esta estructura vuelve a las estructuras nacionales dependientes de las tendencias de sus diferentes sindicatos. De este modo, el sindicato Solidarios Finanzas públicas ha denunciado los ataques y bloqueos de delegaciones del Ministerio de Finanzas por parte de los chalecos amarillos. Según este sindicato, 134 centros en 55 provincias han sido objetivo a finales de noviembre, lo cual explica la lentitud de esta Unión sindical en su unión al movimiento. El debate interno y la convergencia de los intereses de cada sector es un factor a tener en cuenta.
Una necesidad de impulso
Durante el movimiento, sindicalistas de diferentes sectores y regiones han intentado adecuar la máquina sindical a los chalecos amarillos a través de plataformas reivindicativas, como en la Haute-Loire, o a través de llamadas a la huelga, como en la CGT Servicios públicos que llama a apoyar la lucha de los «chalecos amarillos, chalecos rojos, sin chalecos». Sin embargo, estas iniciativas locales no pueden sustituir el trabajo de movilización en el interior de las empresas para construir la huelga. Este trabajo se puede hacer por iniciativa de la base, pero necesita de un impulso nacional.
El «interruptor» huelga general no existe, naturalmente. Pero una huelga interprofesional no puede venir sólo de las llamadas de la base, y esto al mismo tiempo que el dirigente de la CGT declaraba, en la Midinale de Regards del 30 de noviembre: «Nuestra responsabilidad es poner todo el mundo en huelga». Se instala entonces un juego de espejos en el cual la base y la esfera nacional esperan una señal del otro, un impulso. Las federaciones o los sindicatos han lanzado señales, ¿pero eran suficientes? Al parecer no, si nos fiamos de las dudas de las estructuras nacionales. No obstante, un impulso nacional habría podido ayudar a extender la movilización a los sectores aún dudosos.
En Solidarios el impulso se hizo con la declaración del 13 de diciembre llamando a la huelga interprofesional para el día siguiente. Desde finales de noviembre, la Unión sindical invitaba a sus compañeros a una reunión intersindical con el objetivo de plantearse una movilización general. Sin embargo, Solidarios, un sindicato minoritario y presente sobre todo en el sector público, no puede convocar por sí mismo a una huelga general. Por el lado de la CGT, las oscilaciones del comité confederal no han permitido dar un impulso suficientemente claro y fuerte para pasar de iniciativas locales a la movilización general. Esto es a lo que apuntan algunos integrantes de la CGT en su llamada del 13 de diciembre, que afirma que la CGT «se encuentra en un cruce de caminos, o da la espalda a este movimiento y a la mayoría de trabajadores que lo componen o intentamos converger», antes de concluir: «Siguiendo el ejemplo de algunas de nuestras estructuras CGT, debemos participar en la movilización en curso y buscar convergencias, no solo discursivamente sino también organizándolo realmente». Las organizaciones como Solidarios y la CGT -su secretario general llama a «volver a empezar» desde la vuelta al trabajo en 2019- no han dicho su última palabra. A pesar de su relativa ausencia en el movimiento en invierno de 2018, la llamada a la huelga del 5 de febrero puede suponer el inicio de una alianza entre estos dos actores de la lucha social del momento.
Sea cual sea la continuación del movimiento amarillo fluorescente -vuelta a las movilizaciones, participación en las elecciones, etc.- este último ha recompuesto en parte el campo de batalla. Además, ha mostrado las dificultades de larga duración de las organizaciones sindicales. Para los sindicatos está en juego definir su rol ante movimientos sociales de un tipo nuevo, pero también y sobre todo llegar a contactar o hasta organizar estas categorías de trabajadores que han asaltado las rotondas, saliendo así del silencio, y, momentáneamente por lo menos, de su aislamiento.
Arthur Brault-Moreau, licenciado en filosofía y sociología, milita en el sindicato Solidaires y trabaja como asistente parlamentario en Francia Insumisa.
Artículo original en francés: http://www.regards.fr/politique/article/greve-generale-l-occasion-manquee
Traducción: Alexi Quintana