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Chávez: «sí, pero no.»

Fuentes: Rebelión

Ante la llegada de Hugo Chávez a la Argentina son muchos los observadores que señalan que se trata de un «buen amigo» de nuestro país. Es cierto, pero esa calificación, sin dudas benévola en su formulación, se queda corta porque oculta el hecho que Chávez es uno de los más lúcidos gobernantes de América Latina […]

Ante la llegada de Hugo Chávez a la Argentina son muchos los observadores que señalan que se trata de un «buen amigo» de nuestro país. Es cierto, pero esa calificación, sin dudas benévola en su formulación, se queda corta porque oculta el hecho que Chávez es uno de los más lúcidos gobernantes de América Latina y, de lejos, quien ha sido ratificado democráticamente como ningún otro no sólo en la región sino en el mundo. En elecciones, conviene recordarlo, siempre supervisadas por instituciones tales como la Organización de Estados Americanos o el Centro Carter que jamás objetaron su impresionante serie de victorias.

Lúcido, decíamos, porque es conciente como pocos de la importancia de fomentar la integración económica y política de nuestros países. Sabe que los grandes centros del capitalismo metropolitano aúnan sus fuerzas en esquemas de integración, como la Unión Europea, que potencian su capacidad de presionar y extorsionar al Sur; o mediante tratados de «libre comercio» en donde Estados Unidos, como centro del imperio, reorganiza a sus anchas la vida económica de sus provincias exteriores con la complicidad de las oligarquías latinoamericanas y los gobiernos de turno. Chávez sabe muy bien que este proceso de progresiva unificación de las metrópolis capitalistas, bajo la hegemonía incontestada de Washington, requiere para ser eficaz mantener en su dispersión y desunión a los países de la periferia. De ahí la insistencia en convocar a la unión de nuestros pueblos y la absoluta coherencia de sus iniciativas políticas continentales -siempre criticadas y hasta ridiculizadas por la así llamada «prensa seria» y la opinión «bienpensante» como faraónicas, megalomaníacas, etcétera- con esta idea central.

Lamentablemente, Chávez encuentra pocos acompañantes de su talla entre los gobernantes de la región. Si Bolívar comprobó, al final de su vida, contemplando horrorizado el panorama de guerras civiles y gobiernos en descomposición que lo rodeaban, que había «arado en el mar», ¿hasta qué punto Chávez no esta «arando en el mar»? Pregunta que se justifica cuando se observa que sus principales iniciativas de integración, como el Banco del Sur o el Gasoducto del Sur, despiertan la aprobación retórica de los gobernantes del Mercosur pero éstos luego remiten el asunto a los «organismos técnicos» de sus respectivos gobiernos en donde una legión de tecnócratas neoliberales (usualmente ex o futuros consultores o funcionarios del Banco Mundial o el FMI) se encargan de erigir todos los obstáculos posibles para demostrar la inviabilidad «técnica» del proyecto.

Sin dudas el campeón de esta estrategia del «sí, pero no» compartida por los países del Mercosur, ha sido el gobierno de Lula, quien otrora fuera la esperanza de millones dentro y fuera del Brasil y hoy es una decepción más: sí al Banco del Sur pero no a su implementación; sí al Gasoducto del Sur pero no a su construcción; si a Petrosur pero no todavía; sí al ingreso de Venezuela en el Mercosur pero ahí tenemos un problemita en el Senado. Un Senado, conviene recordarlo, que con o sin los manejos non sanctos de sus operadores políticos jamás fue un obstáculo a las decisiones presidenciales. En suma: siempre «sí, pero no». Es más, en lugar de avanzar en la concreción de estas iniciativas Lula selló un «pacto diabólico» -en la gráfica síntesis de Joao Pedro Stedile, el líder de los Sin Tierra- con Bush para reconvertir gran parte de la agricultura brasileña a la producción del etanol en desmedro de los alimentos que necesita su propio pueblo. En efecto, ¿quién puede dudar que es más importante asegurar el abastecimiento de combustibles para los automóviles que circulan por los Estados Unidos que hacer realidad su promesa de garantizar para todos los brasileños tres comidas diarias, como lo prometiera en su discurso inaugural en 2003? El ignominioso abrazo con «el amigo Bush» en Sao Paulo y el reconocimiento de los múltiples encantos de «Condy» Rice como una ejemplar afrodescendiente, constituyen uno de los capítulos más innobles de eso que un gran intelectual marxista del Brasil, Ruy Mauro Marini, llamara con acierto «el sub-imperialismo brasileño.»

En un continente como éste, con países sedientos de energía y sobre todo de gas, oponerse en los hechos al Gasoducto del Sur revela una infrecuente combinación de estupidez y mezquindad. No sólo la Argentina, postrada por la actual crisis energética que paraliza industrias y enfría hogares, sino todos los miembros del Mercosur, además de Chile, se beneficiarían grandemente de la iniciativa del bolivariano. El gas abundante y barato (porque Venezuela lo ofrecería a precios preferenciales, por debajo de los que señala el mercado mundial) sería una importante contribución para promover el crecimiento económico y el acceso a mejores niveles de vida. Pero como el propio Chávez lo admitiera públicamente en ocasión de la VI Cumbre Social, que acaba de concluir en Caracas, el Gasoducto del Sur ha quedado en el limbo. El imperialismo movió rápidamente sus piezas, dentro y fuera de los propios gobiernos de «centro-izquierda» de la región, movilizó a sus falanges periodísticas que alertaron sobre los «extremos peligros» que entrañaría la dependencia de nuestros países del gas venezolano (se omitió mencionar, por ejemplo, que la Europa burguesa firmó un acuerdo similar con la propia Unión Soviética y jamás hubo problemas) y el asunto fue archivado. Chávez deberá esperar un tiempo prudencial para ver si sus «socios» del Mercosur reaccionan con altura y patriotismo, aunque tiene otras opciones: puede vender el gas a los Estados Unidos, a precio de mercado. Sería un negocio altamente rentable y se olvidaría de sus pusilánimes amigos del Sur, cuyas luces son muy cortas y no les permiten ver siquiera lo evidente. Pero el presidente venezolano es un hombre fiel a la tradición de Simón Bolívar y seguramente esperará pacientemente que los gobiernos del Mercosur hagan su proceso y, eventualmente, se embarquen en el proyecto. El problema es que se trata de una iniciativa estratégica, demasiado importante porque significaría un reforzamiento de la autonomía nacional de nuestros países, el fortalecimiento del sector público y una disminución de nuestra dependencia de las grandes transnacionales, todo lo cual es inaceptable para las clases dominantes de los países de la región y, por supuesto, para la Casa Blanca. Y nuestros gobiernos, siempre sordos para oír los reclamos del pueblo, tienen un oído finísimo a la hora de escuchar los murmullos de los ricos y poderosos, de adentro y de afuera.

En fin, una triste historia que está a punto de repetirse con el Banco del Sur, que financiaría los proyectos de desarrollo que tanto necesitan nuestros países. Pero esto despierta las iras del capital financiero y su operador internacional: la Casa Blanca, y entonces la propuesta es cajoneada con artimañas leguleyas y argucias técnicas que, en el fondo, no pueden ocultar la naturaleza esencialmente política del rechazo. No importa que el Banco del Sur pudiera ofrecer préstamos a tasas preferenciales, bien por debajo de las que imperan en el mercado. Tampoco que fuera a favorecer a las empresas nacionales, a las pymes y a las agencias de nuestro alicaído sector público. Pero, al disminuir nuestra dependencia de los buitres, los tahúres y los «lavadólares» que controlan al sistema financiero internacional el Banco del Sur se convierte en una amenaza imperdonable y los señores del dinero ordenaron postergar su concreción sine die.

¿Chávez arando en el mar? Tal vez sí, si sus referentes son los gobiernos de la región; pero no cuando se toma en cuenta la creciente proyección de su ejemplo, sus iniciativas y proyectos entre los movimientos sociales y las fuerzas populares de la región. Y serán éstas y no aquéllos quienes, más pronto que tarde, tendrán la última palabra.

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Un extracto de este artículo apareció en Página/12 el Domingo 5 de Agosto de 2007.