Siempre me han gustado mi nombre y apellido. Me llamo Carola Chávez y eso no me había traído mayores inconvenientes, salvo cuando en el colegio me decían Tuchi (Chávez). Crecí con un nombre común y corriente bajo la reconfortante sombra del absoluto anonimato; aunque soñaba con ver mi nombre publicado en letras grandes y negras […]
Siempre me han gustado mi nombre y apellido. Me llamo Carola Chávez y eso no me había traído mayores inconvenientes, salvo cuando en el colegio me decían Tuchi (Chávez). Crecí con un nombre común y corriente bajo la reconfortante sombra del absoluto anonimato; aunque soñaba con ver mi nombre publicado en letras grandes y negras en algún periódico, siempre y cuando no fuera en la última página. Ese día llegó sin que yo moviera un dedo para merecerlo. Allí estaba en primera plana, no en uno, sino en todos los periódicos nacionales y en muchos extranjeros. Era mi apellido pero en la foto no estaba yo sino un soldado con boina roja. Desde ese día empecé a oír como los vecinos de todos los edificios de Caracas, cacerola en mano, coreaban: «Chávez, Chávez» una noche si y la otra también, a la vez que pedían que se fuera Carlos Andrés. En el banco, los cajeros me atendían con esmero una vez que les mostraba mi cédula delatora. La gente me preguntaba si yo era familia de Chávez y yo les contestaba «yo no che». -¿Te imaginas? Porque tu tienes unos primos en Barinas, pero claro no son tan negros pero ¿Quién quita?- Me decía emocionada mi futura cuñada mientras me mostraba una hermosa sonrisa enmarcada en unas encías moraduzcas que siempre parecían mortificarla. Eso y su pelo alisado y su nariz sospechosamente chata, que apenas me gradúe me la opero. Eran tiempos de paz para mi en medio de un país en ruinas; digo paz no porque así lo sintiera entonces, sino por lo me tocó vivir despues.
En el 2004 volví a Venezuela después de diez años de ausencia. Como había emigrado con la amargura del desencanto, no me interesé mucho por lo que sucediera en mi país en todos esos años; salvo ciertas excepciones, como la tragedia de Vargas. Arrullando a mi bebé un día, supe que Chávez era el nuevo presidente, supe que todos votaron por él, y me fuí a lavar teteros. Pocos años después en España vi a todos lo periodistas »progres»de la tele felicitando a los Venezolanos por el derrocamiento del tirano o el payaso, o el payaso tirano, que les había robado la libertad y el glamour entre otras cosas. Oí a mi papá al otro lado del mar con la voz estrangulada de la rabia, impotencia, y miedo diciendo «esto se parece a Chile». Entonces me preocupé por lo que podía pasar. Y pasó lo que pasó: volvió, volvió, volvió… Y yo, en medio de mi ignorancia, me alegré por mi papá y asunto cerrado. Hasta que me tocó volver a Venezuela a pasar vacaciones en Cumbres de Curumo, cerquita de Los Campitos donde pasé gran parte de mi vida, cerquita de La Alameda y Santa Fe donde vivían mis primas, a un brinco de Las Mercedes, donde trasnoché tantas veces los fines de semana de mi no muy lejana juventud. Cerquita de todo lo que empecé a añorar en el mismo instante en que compré el boleto para volver.
La recepción en el aeropuerto fue maravillosa: el funcionario de la DIEX, que ahora se llamaba ONIDEX, me dio la bienvenida a mi país con una sonrisa tan amplia y sincera que me pareció sospechosa. Me quedé esperando que me dijera »¡ay pajarito! a este pasaporte le falta algo (que no le faltaba)» pero no me lo dijo, como lo miraba desconcertada, el señor funcionario me preguntó si sabía donde buscar mi equipaje, como yo balbuceaba, el balbuceó en un ingles balbuceante unas direcciones que yo ya conocía y él, armado con su sonrisota, se despidió de mi con un festivo good bye. Todas mis experiencias anteriores con los funcionarios de la DIEX fueron traumáticas emocional y económicamente. Tanto que antes de llegar a la taquilla siempre se me sudaban las manos y se me secaba la boca, y esta vez no fue la excepción. Así que al recoger mi equipaje lo primero que quise hacer fue comprar una botella de agua, pero fui interceptada por mi amorosísimo cuñado, que con los ojos cuajados de lágrimas, me extendía los brazos suplicando, con húmedos y ensayados pucheros, un abrazo de reencuentro. Lo abracé y solté dos lagrimitas, que más que de cariño eran de sed, y le supliqué que me dejara comprar agua. Cuando estábamos llegando a la máquina expendedora de bebidas, noté que el rostro apacible de mi cuñado se puso tenso y el puchero que hasta hace un segundo desplegaba cedió el paso a unos labios pétreos y furiosos. No entendía nada hasta que su voz silbó con desprecio: – Espérate a que se vaya ese soldado de la maquina. Esos bichos son una mierda.- Pero mi sed no podía esperar, así que me acerqué a la maquina solo para descubrir que no tenía ni un bolívar. El soldado de mierda debió notar que me moría de sed, supongo que mi cara de pendeja con la boca abierta y seca y el monedero vacío, le darían alguna pista. -Tome señora.- me dijo extendiendo la mano con una botella de agua friíta. -Gracias , mi marido ya trae cambio, enseguida le pago.- Le hablaba al soldado pero sin dejar de mirar a mi cuñado que observaba la escena con ojos desorbitados, mientras el gorila de verde esgrimía la segunda sonrisa amplia y franca que recibí ese día. – No señora se la regalo para la bebé y para usted-. ¡Gracias chamo! así si da gusto volver a mi país, es que es la gente como tu no se consigue en ninguna otra parte, gracias por esta bienvenida.- Esta vez si solté dos lagrimitas de verdad y dos besos y un abrazo para un soldado que según mi cuñado debía ser de mierda. -Que raro.- dijo a regañadientes el tío de mi bebé.- Esas cosas no pasan nunca con esos carajos.- Mira tu, y yo tengo tanta suerte que me pasa a mi y delante de mi prejuiciado pariente político.
Por fin llegamos a Caracas, era raro no pasar por la mancha negra al subir de La Guaira, al comentarlo con mi cuñado me juró desesperado si que estaba allí, donde yo la había dejado hace diez años pero más negra y mancha que nunca. Igual que los huecos y los ranchos y los choros y la basura y los monos y los… Llegamos a Cumbres de Curumo, era quince marzo, ninguna fecha patria que yo recordara, había banderas en cada edificio, todas a media hasta, -¿Quién se murió?- pregunté. – La democracia, la libertad, la legalidad y …- Interrumpí su letanía a punta de carcajadas. mi cuñado suele ser muy cursi y yo suelo reirme mucho de él. Así estaban las cosas, en Cumbres guardaban luto por la democracia y allí iba yo a pasar mis vacaciones.
Mi cuñada nos saludó emocionada, había tanto que contar, tenía que ponernos al día, suponía que sabíamos algo de lo que estaba pasando , -¿Cómo que no? ¿Nada de nada? Eso no es posible, ahora no nos van a decir que son unos ni-nis, ¿Qué no sabes lo que es un ni-ni? Esta noche amanecemos y no parrandeando precisamente.- Dijo mostrando sus blanquísimos dientes de odontóloga. Vaya noche la que me tocó vivir. Fue como asistir a un cursillo acelerado de estupidez, pensé que el jet lag y las cervezas que me estaban confundiendo. Pensé mal, estaban amortiguando la intensidad de las ridiculeces que decían. Tenía catorce días por delante para confirmar que todo lo que oí la primera noche era solo el comienzo de mi recorrido por el mundo de la política del este de Caracas y sus sucursales en las capitales de provincia. Muy por encima, me enteré lo que era un ni-ni e instintivamente me ubiqué en esa categoría. Allí empezó lo que hoy aun continúa. Me explicaron que no podía ser ni-ni, porque un ni-ni es un chavista light; que tenía que ser de la oposición, por mi país, por mis sobrinos, porque claro, a ti que te importa si tu vives en Europa con tu hija, eso si que es civilizado, no como mi bello país que ha caído en manos de los monos, tienes que ser de la oposición y vamos a marchar, ¿Cómo que por qué? Por la democracia, para que se vaya Chávez. Que venga cualquiera menos el, Carlos Andrés, no me importa con tal de que no sea ese negro de mierda. Que son unos brutos, si vieras a los ministros, ¡que vergüenza! No saben ni hablar. Ladrones, asesinos. ¿Cómo que los niños pobres? ¿ Para que vamos a marchar por los niños pobres? A mi que me importan los niños pobres, yo lo que quiero es vivir como hace seis años, tener mis dólares y mi libertad. Sabes que nos quieren quitar a los niños y mandarlos a Cuba por eso a mis hijos su les estamos tramitando el pasaporte español. A cada familia le van a meter en su casa dos o tres familias de monos. Nos están cubanizando, hasta traen médicos cubanos que no están graduados. No como mi marido que trabaja en la Floresta. Chávez gobierna para los monos. No son personas como nosotros, por eso les decimos monos, es que esa gente es chavista porque Chávez les da real, esos son unos marginales, no quieren trabajar, no quieren salir del rancho, mira mi cachifa veintitantos años viviendo en el mismo rancho, como es que no ha podido salir de allí. Mira todo lo que hemos hecho nosotros, porque trabajamos y pagaríamos impuestos pero ¿Para qué, para que se los roben? Yo solo pago mis impuestos municipales. No tienes que documentarte más como tu dices, nosotros somos tu familia y tu no puedes ir en contra nuestra, tienes que ser de la oposición. ¿Acaso no confías en nosotros? Yo no puedo dormir bajo el mismo techo que un chavista, asi que cuidado. Aparte de todo las marchas son una rumba, nos vestimos todas con tops de bandera y sostenes push up, todo el mundo dice que las tipas de la oposición estamos buenísimas, en cambio en las de ellos hay puras monas horribles. Todo esto lo decía mi cuñada mientras trataba de domar sus chicharrones alisados con la mano y yo me iba haciendo con cada palabra un poquito más chavista.
Tuve catorce días para visitar a mi familia y amigos y que parecían testigos de Jehová pero predicando una democracia hecha su medida. Escuché las cosas más insólitas como cuando mi prima me rogó que no fuera a Margarita porque allá habían campamentos de Al Qaeda, si, escondidos en La Sierra, Chávez los protege. Que la guerra de Iraq es una guerra necesaria, que Saddam es amigo de Chávez. Que lástima que perdió Aznar porque ahora vienen los socialistas y eso es un peligro para Venezuela, porque Aznar odiaba a Chávez pero estos… Que nadie quiere a Chávez que no ha hecho nada, que los pobres no lo quieren, porque fijate que mi cachifa me dice que no que ni ella ni nadie en su barrio es chavista, ni el conserje, ni el vigilante, que me abría la puerta cada día con una sonrisa de oreja a oreja desde que supo como me llamaba. Ni el taxista que me llevo a casa de mi papa, mientras me contaba como eran las guarimbas, y recordaba como, en tiempos de Rómulo, los soldados sacaron a toda su familia de su conuco en Cojedes con la excusa de que eran guerrilleros. Ninguno de ellos era chavista. Los chavistas eran los flojos marginales y algunos sinvergüenzas que no eran monos, pero que apoyaban al gobierno porque estaban chupando. Que que bolas tienes tu de decirle tu apellido a la vecina, ahora me rayaste con todo el edificio. Que ¿Cómo puedes vivir tu con ese apellido?. Que si no puede valer lo mismo el voto de un analfabeta que el de un profesional como yo. Que si los héroes de Altamira. Que si Leopoldito y Enriquito. Que pongas Globovisión. Que no puedes opinar porque no vives aquí. Que si eres de la oposición si te dejamos opinar aunque vivas en la conchinchina. Que si el paro petrolero fue cheverísimo. Que si dañaron las computadoras de PDVSA y que los brutos que pusieron ahora no pueden echar a andar la empresa. Que ojalá que vengan los marines y nos invadan. Que Bush help us, Chávez is a killer! Que en el muro de la libertad escribieron »sed de sangre chavista». Que no voy para tu marcha. que no firmo, que no soy racista ni fascista, que no me confundas con esa gente, que no me trago todo lo que sale en la televisión como los globovidentes, que lo único intolerable es la intolerancia, que no hay mancha negra, que las cosas han cambiado, que van a seguir cambiando, que yo no soy ni-ni, que soy chavista y qué, que claro que me voy de tu casa, aunque no entiendo por qué, si soy la misma de siempre, si siempre pensé de la misma manera, solo que ahora mis ideas tienen nombre. Igual si no lo puedes soportar me voy. Y me fui…
Asi fui empujada a los brazos de chavismo, a las huestes de este rrrrégimen. Ahora soy parte de esas hordas de chabacanos que tienen libros en sus casas y peor aun, los leen, que no se conforman con lo que les dicen, que buscan información, que quieren un mundo más justo, que trabajan para que así sea, que creen en su país porque creen en su gente. Volví a mi país porque descubrí que tenía un país al que regresar y aquí estoy. Mi cuñado una vez me gritó histérico: «Si te fuiste con Caldera y regresas cuando Chávez es que eres chavista.» Cuanta razón tenía. Me llamo Carola Chávez y nunca me gustó tanto mi nombre como ahora.
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