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Chavismo y oposición: el proceso ante una nueva coyuntura

Fuentes: Rebelión

La oposición dice, abiertamente, que sus propuestas serán realizadas por los intelectuales más avezados del país. O sea, nada que ‘huela’ a pueblo. Pregunta: ¿Ismael García, Ledezma, Radonski, López, María Corina, Henrique Mendoza? Esa intelectualidad «pasma». Más allá de eso, ¿realmente podríamos hablar de democracia si aceptáramos la tesis meritócrata que siempre ha abanderado la […]

La oposición dice, abiertamente, que sus propuestas serán realizadas por los intelectuales más avezados del país. O sea, nada que ‘huela’ a pueblo. Pregunta: ¿Ismael García, Ledezma, Radonski, López, María Corina, Henrique Mendoza? Esa intelectualidad «pasma». Más allá de eso, ¿realmente podríamos hablar de democracia si aceptáramos la tesis meritócrata que siempre ha abanderado la derecha burguesa para mantener sus privilegios? ¿Es realmente la clase «ilustrada» (perdonen el anacronismo) la que está en capacidad de dirigir los destinos nacionales? ¿No fue la tecnocracia la que creó y dio soporte al modelo de exclusión, casi diría de confinamiento, que intentamos derribar? ¿No fueron los tecnócratas los que segregaron a las masas populares hasta sumirlas en una apatía política que nos condujo a las puertas del infierno al final del ‘bipartidismo’ cuya expresión última fue ‘el caracazo’?

El chavismo asegura que el proyecto revolucionario debe ser conducido por las bases populares, por las comunidades organizadas, con acompañamiento del Estado. Me parece lógico, pero ¿esto se cumple? ¿Realmente las comunidades, más allá de participar y ser protagónicas en los problemas estrictamente comunitarios, tienen alguna ingerencia en las grandes decisiones? ¿Están involucradas las comunidades indígenas «realmente» en la demarcación de sus territorios? ¿Podemos decidir sobre, o al menos incidir en, la política estatal acerca de la explotación minera, léase carbón, coltán, oro, bauxita? ¿Quién decide sobre las minas a cielo abierto en Perijá? ¿Podría consultarse, abierta y públicamente, sobre la explotación hidrocarburífera en la faja del Orinoco o en el lago de Maracaibo? ¿Tiene el pueblo organizado alguna incidencia en cuanto a las relaciones internacionales; pongamos por caso, sobre la colaboración que el gobierno venezolano está prestando a Colombia, respecto a los «detenidos» de las FARC en territorio venezolana, como pasó con Juaquín Pérez Becerra o está pasando con Julián Conrado? ¿O estos son temas tabú, solo aptos para ‘especialistas’? Hay que hacer una revisión profunda de esto. Si la participación y el protagonismo son los ejes transversales no sólo de la Constitución sino del proyecto político en sí, estas no puede estar limitadas a decisiones ‘menores’, sino que debe atravesar el tejido todo de la vida pública del país.

La oposición dice que el 7 de octubre es una fecha «inconveniente» para el país, sin duda porque les deja menos margen para hacer ‘campaña’; pero, ¿no tienen 12 años haciendo una agresiva campaña mediática, no sólo en contra de cualquier iniciativa gubernamental, sino también y sobre todo vacía de cualquier proyecto de país? ¿O sea, que si la elección no fuera en octubre sino en diciembre, esos dos meses sí les daría el suficiente tiempo para plantear qué harían realmente si llegaran a tomar de nuevo el poder? Urge una oposición que, más allá de la pantalla mediática, haga política, pero sobre todo que mire la realidad del país con transparencia, que reconozca logros y critique malas prácticas, que vigile y controle sin poner por delante intereses personalísimos, que coloque a un lado sus ansias de poder y participe más activamente de la vida política nacional. Una oposición que no haga un teatro en la Asamblea Nacional, ignorando arrogantemente el debate de sus contrarios, sino que haga de ese espacio lo que verdaderamente debería ser: un lugar para la confrontación, pero también para el diálogo y el consenso. Similar comportamiento debería tener la denominada «bancada oficialista», e ir del atropello a la argumentación sin reproche y sin señalamientos, aunque sin permitir tampoco la conspiración y el sabotaje.

El chavismo, aunque reconoce sus fallas en temas clave como (in)seguridad, vivienda e inflación, por no hablar del innombrable tema de la electricidad, sabe que no podrá darle una solución cabal a estas problemáticas en el corto tiempo y que ya es mucho el que ha perdido en intentos insuficientes, desacertados, inconstantes. Por otro lado, ¿no habrá necesariamente que recoger algunas de las fichas gastadas, repensar algunas estrategias, redireccionar algunas políticas? El tema de la inseguridad nacional es tan candente, que pareciera no vislumbrarse una solución definitiva que regrese la paz social a los venezolanos. No soy ducho en estos menesteres, por lo que no me toca, ni me atrevería en modo alguno, indicar recetas o sugerencias en este espinoso campo, pero lo cierto es que urge disminuir al menos los niveles de homicidios si quiere consolidarse un proceso social duradero, de derecho y de justicia, y no estoy hablando en modo alguno de «plomo al hampa», porque sabemos que ese no es el camino. Además esta el tema carcelario, que no es sino un síntoma de lo podrido que está el sistema judicial: desde las policías, pasando por la GN, hasta Corte Suprema. Vivimos atados al viejo esquema judicial y en Venezuela, ahora como antes, nomas pagan cárcel los pobres, el lumpen; los miserables que valen menos que el juez que les compraría la libertad. Para seguir con los tres ejemplos que dimos al principio de este párrafo, recocemos el enorme esfuerzo que se ha hecho con el tema vivienda, pero lo que queda por delante aparece como avasallante y no parece tener solución ni a corto ni a mediano plazo. En cuanto a la explotación ilegal del oro, las críticas que ha asomado algún opositor son ciertas, ¿realmente no se había advertido el problema en 12 años? (No toco el tema de las reservas internacionales, sino el de la explotación; pues creo que la decisión de repatriar las reservas en oro y la inversión en economías más sanas que las de los Estados Unidos y las europeas es, más que acertada, obvia). Lo que quiero decir es que no se trata solo de reconocer las fallas, sino de dar respuesta de una vez por todas a las problemáticas centrales del país.

La oposición abandera una unidad que se resquebraja en cada declaración; en cada presentación de cada uno de sus candidatos, en las contradicciones internas, en la imposibilidad de presentar un solo plan de gobierno conjunto más allá del odio a Chávez. Pero más allá de eso, que es un secreto a voces, abruma la forma en la que los viejos dirigentes, rechazados en una y mil oportunidades por los electores, incapaces de convocar siquiera el 10% de lo que convoca Chávez, sigan imposibilitando, obstaculizando, ridiculizando cualquier posibilidad de emergencia de una oposición seria, renovada, de vanguardia, inteligente, que sepa dar la cara al país y no este de rodillas ante la embajada estadounidense.

El chavismo, por el contrario, se ha centrado de tal manera en el liderazgo de Chávez que, ahora que se le ha brindado espacios al equipo ministerial, ahora que las circunstancia se los exige y, por qué no decirlo, ha habido un giro político interesante; los responsables de salir a la luz, salvo excepciones, aparecen deslucido, al menos en cuanto a capacidad discursiva, carisma, manejo de los medios y convocatoria de masas. Hay que reconocer los esfuerzos de cada uno, sin embargo no se perfila en ninguno de ellos una figura política capaz de convertirse en un relevo del presidente Chávez a mediano o largo plazo. Aunque sea duro decirlo, ese liderazgo hay que construirlo, no podemos esperar hasta el último minuto.

No estoy diciendo que el presidente vaya a faltar hoy o mañana, pero la coyuntura actual nos ha dado una señal importante y no estamos preparados para asumirla si lo peor llegara a pasar, y eso que esta crítica viene haciéndosele al proceso desde, por lo menos, 2005. Pero además no se trataría, en modo alguno, de elegir un heredero. Chávez, política, histórica, carismáticamente, es insustituible, literalmente hablando. El espacio que Chávez deje el día en el que, por voluntad propia o por causas de fuerza mayor, se aleje del escenario político, no solo no puede llenarlo otro, sino que no debe llenarlo nadie. Nadie, sino un amplio frente popular, una avanzada vanguardia política de diversos sectores sociales, será el llamado a ocupar ese vacío; un liderazgo colectivo que garantice la continuidad, no por uno o dos períodos electorales más, que no es de eso de lo que se trata una revolución, sino en un proyecto que se extienda en el tiempo, pues los procesos históricos son de largo aliento o no son más que reformas conservadoras que pueden borrarse de un plumazo. Acordémonos del 2002.

Queda, más allá de los bandos políticos en pugna, una ardua tarea ciudadana, popular y revolucionaria. Más allá de la simpatía por el líder, de los afectos, de la necesidad de darle el apoyo necesario para que continúe al frente, al mando; se presenta como reto la consolidación de un poder popular independiente, soberano, que vele por sus propios intereses, que tenga poder suficiente no solo para hacer ‘contraloría social’, bien y mejor, en serio; sino para tomar las decisiones a que haya lugar, en el terreno que sea, sobre los temas que sean.

Gustavo Pereira dijo hará unas horas (¿ayer?) que «la verdadera transformación se crea en la conciencia de los seres humanos» y está, desde nuestro punto de vista, en lo cierto. Solo añado que ese proceso nos pertenece y que nadie puede dirigirlo, direccionarlo, perfilarlo, domeñarlo. Además, no se trata de un proceso individual, sino colectivo. Solo estando el uno al lado de los otros, debatiendo, conversando, tocándonos, construyendo juntos las soluciones, equivocándonos también, pero sobre todo en una relación recíproca de respeto y solidaridad, podremos tomar conciencia de lo que quiere decir socialismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.