La ruidosa manifestación que recibió al primer ministro iraquí Noori Al-Maliki en su última visita a Ciudad Sadr demostró que el gobierno, dominado por chiitas, es rechazado por un influyente e indignado grupo de esa misma comunidad. El convoy fuertemente custodiado de Maliki fue agredido la semana pasada en ese barrio chiita de Bagdad con […]
La ruidosa manifestación que recibió al primer ministro iraquí Noori Al-Maliki en su última visita a Ciudad Sadr demostró que el gobierno, dominado por chiitas, es rechazado por un influyente e indignado grupo de esa misma comunidad.
El convoy fuertemente custodiado de Maliki fue agredido la semana pasada en ese barrio chiita de Bagdad con piedras y zapatos, lo que constituye un grave insulto en Iraq.
Alrededor de 60 por ciento de los casi 25 millones de iraquíes son chiitas, y los líderes de esa rama del Islam ahora dominan el gobierno. Éste enfrenta una oposición cada vez más agresiva de parte de grupos sunitas que se sienten perseguidos.
Los sunitas –unos cinco millones– fueron la rama dominante durante el régimen de Saddam Hussein (1979-2003).
Ahora Iraq está profundamente dividido. Los enfrentamientos sectarios crecen día a día.
Los chiitas creen que el profeta Mahoma designó a su sobrino, el imán Alí, para liderar a la comunidad islámica tras su muerte, en contraposición a los sunitas, que defienden la tradición y el derecho a la libre sucesión, no hereditaria.
Se sospecha que insurgentes sunitas perpetraron los atentados con coche bomba que mataron a más de 200 personas en Ciudad Sadr hace dos semanas. El primer ministro acudió a ese barrio a presentar sus condolencias a las familias de las víctimas, pero fue atacado y acusado de traidor a la causa chiita.
«Él y otros líderes del partido Dawa no cumplieron las promesas que hicieron al movimiento Sadr antes de las elecciones», dijo a IPS en Bagdad un líder del movimiento del clérigo chiita Muqtada al-Sadr.
Maliki es del partido chiita Dawa, pero el grupo de Sadr es mucho más influyente entre los chiitas de esta zona.
«La gente se queja de que este gobierno no les presta atención, ni a su ciudad, arruinada pese a los enormes contratos firmados para la reconstrucción», dijo el líder del movimiento de Sadr. «Creemos que este gobierno no es adecuado para conducir al país, y podemos retirarle nuestro apoyo si no realiza ningún cambio importante», alertó.
También se suscitaron diferencias entre Maliki y el movimiento de Sadr, del que depende fuertemente para conseguir apoyo político, en torno a la reunión del primer ministro con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, la semana pasada en Amman.
El movimiento de Sadr tiene 30 parlamentarios, y una eventual retirada podría perjudicar a un gobierno con escaso apoyo popular.
El Ejército Mehdi, ala armada del movimiento de Sadr, lanzó duras amenazas vinculadas a las relaciones con Washington.
Estados Unidos «es nuestro enemigo, y Bush quiere salvar su silla y festejar a expensas nuestras. La reunión de Amman fue una conspiración contra los chiitas, auspiciada por el rey Abdulá de Jordania», dijo a IPS Hussein Al-Bahadly, del Ejército Mehdi.
Tanto los chiitas iraquíes como los iraníes consideran enemiga a la monarquía jordana, porque apoyó al Iraq gobernado por sunitas durante la guerra con Irán (1980-1988).
El actual gobierno de Iraq está perdiendo apoyo, al igual que la ocupación de Estados Unidos.
Es probable que las noticias de que Gran Bretaña prevé retirar a sus 7.000 soldados del sur de Iraq para fines del año próximo generen más frustración en Washington y en Bagdad.
Italia y Polonia ya anunciaron la inminente retirada de lo que queda de sus tropas.
Es posible que estas fuerzas en el sur sean reemplazadas por soldados estadounidenses, que probablemente luego sufran más ataques del Ejército Mehdi, responsable ya de dos revueltas contra las fuerzas de ocupación.
Más frustrante para Washington es la reciente visita a Teherán del presidente iraquí Jalal Talabani, en busca de ayuda iraní para impedir que Iraq se hunda en una guerra civil total.
Buena parte de los medios occidentales ya califican de «guerra civil» a lo que ocurre en este país, pero a nivel local muchos son aún reticentes a hacerlo.
«La guerra civil, como la llaman los medios, todavía no es un hecho», dijo a IPS Zahiu Yassen, profesor de ciencia política en la Universidad de Bagdad.
«La violencia todavía está dentro de los límites del conflicto político entre los partidos gobernantes, y todas las matanzas son realizadas por pandillas contratadas por políticos. Ningún iraquí mató a su vecino por ser sunita o chiita, pero ¿por cuánto tiempo la gente mantendrá la razón y la paciencia?», afirmó.
Los escuadrones de la muerte chiitas, compuestos por miembros del Ejército Mehdi y del Ejército Badr, ala armada del Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, respaldado por Irán, son responsables de buena parte del derramamiento de sangre en el país. Los insurgentes sunitas también devuelven los golpes.
Se cree ampliamente que milicias chiitas son respaldadas por altos líderes de esa comunidad en el gobierno y el parlamento.