Mientras la economía chilena creció hasta un 5,9 por ciento en el 2004, impulsada por los altos precios del cobre y de otros productos de exportación, el desempleo promedio alcanzó el 8,8 y la desigualdad social continuó su avance.
Un estudio elaborado por los economistas Rodrigo Fuentes y Verónica Mies, publicado recientemente por el Banco Central, constata nuevamente que Chile es ‘una de las economías más desiguales del mundo’.
De acuerdo con el índice Gini -que un nivel de cero indicaría una sociedad perfectamente igualitaria, mientras el 100 una totalmente desigual- el país sudamericano tiene coeficiente de 58, superado sólo por poco margen (59,3) por Brasil, caracterizado mundialmente por su mala distribución de ingresos.
Citando cifras del Banco Mundial, el estudio constata que la distribución de ingreso entre 1981 y 2001 empeoró, lo que demuestra que la publicitada ‘equidad’, insistentemente repetida en las consignas de la Concertación (coalición de gobierno) no se ha expresado en la realidad, en tanto es peor que durante la dictadura militar.
Para el economista Hugo Fazio, catedrático y director del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (CENDA), la versión oficialista tan ampliamente difundida sobre los éxitos de la economía chilena por sobre sus pares de la región en cuanto a estabilidad macroeconómica, es parcializada y cuando menos, exagerada.
Esa versión es generalmente fundamentada por las bajas tasas de inflación, ‘el equilibrio fiscal determinado por la regla del superávit estructural’, y un nivel reducido de riesgo país, un reflejo de como aprecia el capital la situación existente.
‘Es una visión muy reduccionista de equilibrio macroeconómico, que conduce a no considerar variables de tipo socioeconómicas, entre ellas, una muy importante, como es la distribución del ingreso. De esa manera se elude enfrentar el problema distributivo’, afirmó Fazio en conversación con Prensa Latina.
Dijo que el ‘equilibrio fiscal’ que se destaca en la coyuntura actual de Chile, en la forma que se aplica, es una limitante muy fuerte para que el Estado -que debiera ser actor fundamental para establecer políticas destinadas a mejorar la distribución del ingreso- pueda desempeñar ese papel.
Explicó que con el mecanismo de superávit estructural, el país va a entrar al segundo año con excedentes superiores al dos por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) -entre 1.800 y 1.900 millones de dólares al año-, después que en el 2003, para reducir el déficit, se dieron pasos regresivos, como aumentar el IVA en un punto (de 18 a 19).
Fazio, quien imparte docencia en la prestigiosa Universidad ARCIS, en la Academia de Humanismo Cristiano y la Universidad de Chile, destaca en su análisis la situación de la Educación y la denominada flexibilización laboral como fenómenos que ‘profundizan la regresividad distributiva en el país’.
En el primer caso cita como ejemplo ‘los frustrantes’ resultados de la última Prueba de Selección Universitaria (PSU), donde los alumnos de los colegios privados obtuvieron notas muy superiores a las escuelas que subvenciona el Estado.
En esas pruebas, donde se pone generalmente de relieve el nivel alcanzado por la Educación en el país, el 60 por ciento de los postulantes no alcanzaron el puntaje promedio requerido para acceder a las llamadas ‘universidades tradicionales’.
Del 40 por ciento que superó el mínimo exigido, la mayoría proviene de colegios pagados, a pesar de que ellos constituyen un porcentaje reducido sobre el total de los que se presentaron a exámenes.
‘O sea, la educación reproduce, y no reduce, la desigualdad. Tampoco lo hacen los establecimientos de educación superior pertenecientes al Estado, a los cuales, por lo demás, se les obliga a autofinanciarse’, apuntó el economista.
En cuanto al empleo, Fazio rechaza la teoría de sectores políticos de la derecha y empresariales que asocian la posibilidad de disminuir las desigualdades con la necesidad de ‘remover las regulaciones que actualmente dificultan el acceso a un empleo estable de los grupos más pobres’.
Esto apuntaría a aumentar la flexibilidad laboral, que en opinión del economista ‘ya es extremadamente elevada en el país’.
‘Una mayor flexibilidad laboral acrecentaría la precariedad en el trabajo y, en consecuencia, presionaría para un empeoramiento distributivo por sus dos puntas: nivel de remuneraciones y tasas de ganancias del capital’, preciso.
Para Fazio, vicepresidente del Banco Central durante el gobierno del presidente Salvador Allende, las causas del deterioro distributivo deben ubicarse en un contexto mucho más amplio.
Mencionó en tal sentido el reciente informe del propio Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre ‘Estabilización y Reformas en América Latina’, donde reconoce que las reformas económicas impulsadas en la región -dentro de la filosofía del Consenso de Washington- ‘no distribuyeron equitativamente el fruto del crecimiento económico’.
Afirmó que Chile, si bien no está obligado a seguir las políticas del FMI al no recibir financiamiento del organismo internacional, ‘sigue las mismas políticas cerradamente’.
Características de la distribución
El segmento más numeroso de la población (23,18 por ciento) es precisamente el que cuenta con ingresos menores a 160 mil pesos (unos 260 dólares), o sea, agrupa a quienes son considerados como pobres.
Las viviendas de este primer grupo están hechas de material ligero y tienen mínimo equipamiento. Viven en barrios populosos, con pocas áreas verdes, y registran los niveles más bajos de escolaridad.
Aunque los segmentos se encuentran bastante equilibrados en cuanto a tamaño, a mayor ingreso hay menor cantidad de gente. Es así como el segundo grupo, donde se encuentran los hogares que obtienen entre 160 mil y 260 mil pesos, lo conforma el 22,26 por ciento de la población.
Estos viven en pequeñas construcciones económicas en sectores modestos o populares y cuentan con equipamiento básico. La mayoría de ellos llegó solamente a la enseñanza media.
El 19,94 de la población, que conforma el tercer quintil, recibe entre 250 mil y 400 mil pesos al mes (entre 440 y 700 dólares). Sus hogares son más sólidos y cuentan con electrodomésticos y, generalmente, disponen de un automóvil mediano o antiguo.
En el cuarto lugar se ubica el 18,6 por ciento de la gente. Ganan entre 400 mil y 700 mil pesos y viven en barrios tradicionales y hogares bien montados, poseen muebles y artefactos modernos.
En el quinto y último grupo, con ingresos de más de 650 mil pesos, se ubica el 16 por ciento de la población. Son profesionales o empresarios, tienen buenos autos y cuentan con electrodomésticos modernos y artefactos tecnológicos.