Convertido en una herramienta de política exterior, el plan de Xi Jinping genera inversiones millonarias en países en desarrollo, pero también críticas
A los pocos meses de asumir la presidencia de China, en septiembre de 2013, Xi Jinping apeló a la historia para plasmar sus ambiciones de promover su país al liderazgo mundial. Anunció un plan que bautizó como la iniciativa de la Franja y la Ruta, más conocida como la Nueva Ruta de la Seda. Era un proyecto para construir infraestructuras y cadenas de suministro que conectarían China con el resto del mundo y beneficiarían a todos los países implicados, al tiempo que permitiría al país asiático superar a EE UU y convertirse en la primera potencia planetaria. Se planteaba como un proyecto muy ambicioso, con el inconveniente de que su éxito no depende solo de la evolución interna, sino también de la situación internacional.
Ahora, 10 años después, lo que comenzó como una idea para colocar los excedentes de las empresas chinas en otros mercados, asegurar el suministro de energía y promover infraestructuras globales se ha convertido en una poderosa herramienta de la política exterior de Pekín, que abarca África, América Latina, Asia, Europa Central y Oriental y Oriente Medio. Si inicialmente solo contemplaban las Rutas de la Seda terrestre y marítima, ahora incluye también la digital, la polar, la de la salud, la espacial y la verde. En resumen, casi cualquier proyecto de cooperación que emprende China con otro país hoy en día puede englobarse como parte de su vasto programa de las Nueva Rutas de la Seda. No en balde, Xi lo ha definido como el “proyecto del siglo”, ya que aspira a que abarque el 75% de las reservas energéticas del planeta y al 70% de su población.
Algunos países se quejan de que el plan apenas repercute en su desarrollo
Y es que se trata de una iniciativa con la que el líder chino pretende situar a su país entre los más poderosos del planeta y generarle un mayor acomodo en los organismos internacionales, que Xi considera dominados por Occidente. Esta estrategia justifica que a finales del 2014, un año después de haber anunciado dichos proyectos, vieran la luz el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, destinado a fomentar el desarrollo económico, y el Fondo de la nueva Ruta de la Seda, diseñado para financiar proyectos que favorezcan la conectividad con China.
Infraestructuras en África
Pekín esgrime que este programa ha generado un billón de dólares en inversiones y cuenta con la participación de más de 150 países y 32 organizaciones internacionales. Estos datos implican que más del 80% de los aliados diplomáticos de China y casi el 80% de los países miembros de la ONU se han adherido a estas iniciativas. Son unos acuerdos de cooperación que, en su momento, pueden suponer apoyos políticos al gigante asiático por parte de unos países en desarrollo que se habían estancado por falta de tecnología y capital para ponerse al día.
En África, que es el continente que más se ha beneficiado de la iniciativa, China ha construido más de 6.000 kilómetros de vías férreas, más de 10.000, kilómetros de carreteras y múltiples proyectos de infraestructuras importantes, como puertos, aeropuertos, centrales hidroeléctricas, escuelas y hospitales. Y fuera del continente africano destacan obras importantes como el ferrocarril de alta velocidad que une China con Laos; el corredor económico de 3.000 kilómetros que atraviesa Pakistán y debe unir el puerto de Gwadar con la región china de Xinjiang mediante una red de autopistas, vías férreas y oleoductos, y el puerto de aguas profundas de Hambantota, en Sri Lanka, un enclave de gran valor estratégico en el tráfico marítimo internacional y de la nueva Ruta de la Seda marítima.