El ascendente poderío económico y militar de China dominará las deliberaciones entre el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y las autoridades con las que se reunirá este fin de semana en su visita a Beijing.
A Estados Unidos le preocupa que China pueda proyectar su creciente influencia de un modo perjudicial para sus intereses estratégicos económicos y militares en Asia del Pacífico asiático, e incluso más allá del área.
A Beijing, en cambio, le preocupa que la desconfianza de Washington en el «carácter pacífico del ascenso chino» y su protagonismo mundial descarrile sus intensas gestiones para resolver sus enormes y urgentes problemas económicos y sociales.
Analistas chinos sugieren que la larga fila de funcionarios estadounidenses que visitaron el país asiático en las últimas semanas (entre ellos, varios de línea dura) ilustra la atención que la mayor potencia mundial asigna al gigante asiático y su innegable influencia.
Y esperan que la visita de Bush, este sábado y el domingo, termine con esta caravana de huéspedes de rostro adusto y muestre, en cambio, un apoyo de alto nivel a los esfuerzos de China por consolidarse como una superpotencia mundial.
«Aparte del valor puramente simbólico de la visita, Beijing intentará conseguir un apoyo explícito de la Casa Blanca a su nueva condición de potencia mundial», sostuvo Bonnie Glaser, experta del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington y asesora del gobierno de Estados Unidos en materia de seguridad en Asia.
Un nuevo diálogo estratégico entre las dos naciones comenzó a principios de año. Beijing pretende el aval de Bush para la mayor cooperación bilateral esbozada por el el subsecretario (viceministro) de Estado Robert Zoellick, dijo Glaser en la capital china tras entrevistas con altos funcionarios.
El alto oficial militar chino Xiong Guangkai confirmó estas aspiraciones al participar el lunes en un seminario sobre las relaciones bilaterales.
China aspira a «formar un consenso en materia de seguridad y estabilidad de la región Asia-Pacífico y alentar la prosperidad y el desarrollo regionales», dijo Xiong a propósito de la inminente cumbre.
La lista de dignatarios estadounidenses que visitaron China en octubre incluyó al secretario del Tesoro, John Snow, y al presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, seguidos por el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld.
El viaje de Rumsfeld a Beijing –el primero desde que asumió el cargo en 2001– resultó de particular interés a los funcionarios chinos, a causa de su públicamente declarada desconfianza hacia el ejército chino y sus intenciones estratégicas.
«Para usar una popular frase occidental: ver para creer», dijo Wu Jianming, alto diplomático chino y rector de la Universidad de Asuntos Exteriores de China. «Para todos aquellos del gobierno de Bush que tienen dudas sobre China, es importante venir y ver el país con sus propios ojos.»
Observadores chinos alegan que ver la atracción por la nueva China ya ha influido a neoconservadores incondicionales como el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, para calmar su retórica hostil al gigante asiático.
Wolfowitz pasó de promover la «contención de China» al «compromiso constructivo con China».
Desde que asumió el cargo este año, Wolfowitz visitó Beijing y consideró que el gigante asiático usaría su creciente influencia de modo constructivo, alegó Tao Wenzhao, un investigador en estudios estadounidenses de la Academia China de Ciencias Sociales al Diario del Pueblo.
«Esta posición muestra un agudo contraste» con la anterior, escribió el autor. Cuando se desempeñaba como subsecretario de Defensa durante el primer periodo de gobierno de Bush, Wolfowitz llegó a manifestar su aspiración a que los trabajadores chinos realizaran huelga.
Pero mientras Beijing se concentra en los contactos personales entre Bush y el presidente Hu Jintao, la Casa Blanca está más preocupada por la agenda de la opinión pública estadounidense.
En el área económica, Washington está particularmente preocupado por la supuesta «manipulación de la moneda» por parte de Beijing y por la falta de controles a la propiedad intelectual.
La oleada de exportaciones de China ha alimentado el cada vez mayor déficit comercial estadounidense, lo que se suma a los argumentos de políticos y empresarios que exigen una flexibilización monetaria.
En los primeros 10 meses de este año, el superávit comercial de China sumó 80.400 millones de dólares, en comparación con los 32.000 millones de dólares de todo 2004.
Fabricantes estadounidenses acusan a China de depreciar el yuan 40 por ciento para abaratar sus exportaciones a expensas de los trabajadores estadounidenses.
Ante la presión de Estados Unidos, China apreció su moneda 2,1 por ciento en julio, pero Washington quiere más. Pero China alega que no puede hacerlo, dado que millones de sus trabajadores dependen de su auge exportador.
La semana pasada, ambos países firmaron un acuerdo por tres años para reducirá las enormes exportaciones chinas de textiles y vestimenta a Estados Unidos.
Bush sufre intensas presiones del Congreso legislativo para que amenace al presidente Hu Jintao con sanciones comerciales si China no revalúa su moneda.
Beijing intentó dar un giro positivo a las fricciones comerciales. «Las relaciones se están desarrollando y el comercio está creciendo», dijo Wu. «Las disputas son una señal de la madurez de nuestra relación, que ha superado diferencias ideológicas».
Además, en materia de seguridad, los dos países parecen haberse distanciado desde el 11 de septiembre de 2001, cuando Beijing dio un gran paso comprometiéndose a cooperar en la guerra contra el terrorismo liderada por Estados Unidos.
China utilizó su creciente influencia en la creación de la Organización para la Cooperación de Shanghai, un bloque de seguridad regional que incluye a Rusia y a otras cuatro repúblicas antes integradas a la hoy disuelta Unión Soviética, para exigir un plazo para el retiro de las tropas estadounidenses de Asia central.
En julio, la organización solicitó el establecimiento de un calendario para la retirada de los militares estadounidenses de Uzbekistán y Kirgizstán, dos de los principales países de Asia central, región riquísima en recursos naturales.
China también apoyó la inauguración de organizaciones regionales asiáticas, como la Cumbre de Asia Oriental, que incluye a Australia, Nueva Zelanda e India pero excluye a Estados Unidos.
Esto generó una «caldera de ansiedad» sobre sus verdaderas intenciones en Estados Unidos y otras partes del mundo, según Zoellick.
Hablando en Beijing, Zoellick advirtió que China no debería intentar «maniobrar hacia un predominio de poder» en Asia construyendo alianzas separadas en Asia sudoriental y en otras áreas.
Analistas chinos respondieron que China no montó una campaña para desafiar el estatus de Estados Unidos como única superpotencia mundial y que su auge debería ser visto con una moderación racional.
«Si uno quiere hacer de China un miembro responsable del sistema internacional, debe aceptar que el país estará cargando con más responsabilidad y jugando un rol mayor en la región», dijo Tao Wenzhao