Traducido para Rebelión por Susana Merino
En estas últimas semanas está tomando cuerpo la hipótesis de estar produciéndose en China una crisis política de vastas proporciones
Desde fines del año pasado comenzaron ya a sentirse síntomas de la existencia de tensiones internas en el grupo dirigente. Luego, a partir de junio, las señales aumentaron, primero con la cuestión de la revaluación del Yen y la serie de agitaciones obreras, toleradas mientras se trataba de fábricas japonesas, pero fuertemente reprimidas cuando involucraron a empresas chinas. Luego llegaron las primeras voces sobre la burbuja inmobiliaria en las ciudades, seguidas por una esforzada prueba sobre el estado de los bancos relacionada con la baja de hasta el 60% en los precios inmobiliarios. Las noticias eran publicadas en un semanario en el que aparecen a menudo importantes investigaciones económicas, pero tras de ellas se sospechaba la mano de Lui Mingkang, director de la Comisión Reguladora del Banco de China. Mientras tanto explotaba el caso Bo Xilai, el «Di Pietro, chino» (sic!). Luego en rápida sucesión sucedió el extrañísimo caso de la pretendida renuncia de Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Central, luego el Nobel de la Paz Liu Xiaobo, la convocatoria de los veteranos contra la censura (firmada hasta por le nonagésimo tercero ex secretario de Mao y finalmente la todavía más apremiante firma de 200 intelectuales que piden abiertamente la excarcelación de Liu Xiaobo. Para explicar todos los tramos de esta intrincada situación tendría que disponer de mucho más espacio del que me permiten esta docena de renglones de que dispongo. De modo que por ahora limitémosnos a extraer, en grandes líneas, el jugo político de la situación.
Poco después del XVII congreso de 2008, se decidió que, de acuerdo con las normas que establecen que los dirigentes deben dejar sus funciones al cumplir los 65 años, Hu Jintao, debería haber dejado sus tres cargos: Presidente de la República, Secretario del Partido y Presidente de la Comisión de las Fuerzas Armadas) a Xi Jimping, mientras que Wen Jiabao (Presidente del Consejo) debería dejar el suyo a Li Kequiang. Definido como el «equipo de los rivales»
El Congreso había aprobado la alianza entre el grupo Tuanpai (los ex de la Juventud comunista) conducido por Hue da Wen, el grupo ultra liberal de Shanghai y el grupo llamado Taizi, los príncipes rojos (los hijos y los nietos de los héroes de la Gran Marcha). Luego, con una campaña contra la corrupción, los tuanpai golpearon duramente al grupo de Shanghai de la que salió muy redimensionado perdiendo a uno de sus miembros más autorizados, el responsable de la Oficina de Cuadros del partido.
En rigor Hu Jintao debió preferir como sucesor a Li Kequiang, su sucesor en la Liga Juvenil y tuanpai, pero quién sabe por qué clase de alquimia, escogió al «príncipe rojo»Xi Jin Ping desplazando a Li del Gobierno.
Parecía que todo estaba jugado y sin embargo la sucesión de Hu Jintao y de Wen Jabao, no parece ciertamente indolora, en cambio el grupo dirigente parece dividido y sobre todo Hu y Wen parecen ahora hallarse enfrentados. A juzgar por las informaciones de los últimos meses (que se filtran) se estarían conformando claramente dos grupos: por un lado la mayor parte de los tuanpai con Hu Jintao a la cabeza, aliados de los príncipes rojos y a los últimos nostálgicos de Mao con el probable apoyo del ejército: por el otro los tuanpai de Wen aliados a los restos del grupo de Shanghai y a los secuaces residuales de Ziao Zhiang, con el apoyo del banco central y de la mayor parte de los intelectuales. El primer grupo apoyaría a Xi Jinping y el segundo a Li Kequiang.
Las diferencias que se pueden observar se corresponden con un primer grupo ( Hu-Xi) orientado hacia la recuperación del consenso de los obreros, los de las zonas interiores y probablemente menos inclinadas a invertir dinero en títulos usamericanos y absolutamente opuesto a cualquier reforma democrática.
El segundo grupo (Wen-Li) parece más preocupado en detener la inflación y en prevenir un crack bancario del tipo usamericano, más dispuesto a una democratización política y probablemente más tolerante en relación con los EEUU
Obviamente se trata solo de una primera tentativa de leer en su conjunto noticias acumuladas en estos últimos meses. Lo que hace temer que se trate de rumores de un predecible terremoto es la evidente precipitación de muchos problemas irresueltos que el tumultuoso desarrollo de estos últimos treinta años ha dejado tras de sí: los desequilibrios demográficos, la brecha creciente entre la costa y el interior, la exasperada polarización de las desigualdades sociales, el desastroso colapso de una red de infraestructura en la actualidad absolutamente inadecuada en una gran potencia económica como en la que se ha transformado China, el retraso en la modernización política, etc. Parece agotado el ciclo político del crecimiento chino dentro de la gran estabilidad mundial, gracias al contínuo mejoramiento de las relaciones con todos (EEUU, Rusia, CE, Brasil, etc,); del ambiente del G2 de hace un año no quedan trazas, China se encuentra en el centro de uno de los más graves tifones monetarios, el contencioso con los EEUU se intensifica y se extiende día tras día, las tensiones con la India no menguan y aún con el Japón se producen situaciones alternativas.
Sobre todo la cercanía de una crisis demográfica (muy pronto la cantidad de ciudadanos pasivos superará bastante a los activos) lleva a pensar que se está aproximando el fin del ciclo treintañal de veloz crecimiento económico.
Y muy pronto, por decir algo, pero está claro los reflectores de la política internacional enfocarán a Pekín. Y tal vez nuestros medios masivos harían bien en tomar nota.