Condiciones laborales chinas en Europa: una realidad cotidiana para cientos de trabajadores, empleados por subcontratistas/tratantes de esclavos, forzados a trabajar en pésimas condiciones de seguridad y despedidos sin previo aviso si se quejan por las relaciones laborales medievales a que están sometidos. Dimitris Batsoulis, despedido por reclamar la aplicación de la normativa de seguridad en el trabajo, ha ido ahora a los tribunales contra la empresa -Cosco, de capital chino- en que trabajaba. Esta es su historia.
¿Qué condiciones de trabajo imperan en Cosco?
Cuando Cosco vino a Grecia, actuó de modo distinto que las empresas normales. No contrató a trabajadores a jornada completa, no firmó ningún convenio colectivo, no formó a su personal, simplemente comenzó a funcionar. Opera tan caprichosamente como sea posible. En estos momentos, de un total de 600 a 700 trabajadores, alrededor de 200 a 250 trabajan a jornada completa, con contratos individuales impuestos, no negociados colectivamente. La empresa que los contrata es una filial de Cosco llamada SEP, sigla griega que significa Terminal de Contenedores de El Pireo. Los demás son contratados por una compleja telaraña de subcontratistas, también con contratos «negociados» individualmente, y con un salario muy bajo. El dinero que cobran esos trabajadores cada mes se fija de antemano (corresponde a 10, 12, a veces a 16 jornadas de trabajo), independientemente de cuándo tiene que acudir al trabajo, sea en el turno de noche, los domingos, lo que sea.
El principal subcontratista, Diakinisi, tiene a otros 4 o 5 subsubcontratistas que le suministran el personal, de manera que entre cada trabajador y la empresa hay 2 o 3 intermediarios. Del salario de un hombre se llevan su parte esos 2 o 3 intermediarios. Si esto no es esclavitud moderna, no sé cómo se le puede llamar. Por supuesto, los sindicatos y la negociación colectiva están estrictamente vetados. Los trabajadores no reciben formación, pese a que la ley que permite a Cosco invertir en la terminal de contenedores le obliga a formar al personal.
Teóricamente, los sindicatos todavía no están prohibidos.
No hay carteles que digan «Prohibido afiliarse a un sindicato», pero si alguien levanta la voz lo despiden ipso facto; en general reina un ambiente de terror. Los trabajadores del puerto tienen miedo, intentan asegurarse su salario cueste lo que cueste, y la verdad es que les cuesta mucho. Si un periodista lograra entrar allí como empleado durante un mes, o siquiera una semana, ya me entiendes… Matones del tipo portero de discoteca controlan a los trabajadores, está prohibido que estos hablen entre ellos y no existe ninguna normativa laboral.
¿La ley de la selva?
Exactamente. Son condiciones propias del siglo XIX. En Hong Kong, la empresa Hutchinson gestiona una terminal con esas mismas pautas y los trabajadores han estado en huelga durante 45 días, logrando que se solidarizaran los trabajadores de otros puertos de todo el mundo. Sus condiciones de trabajo han mejorado un poco, pero siguen trabajando con esa maraña de subcontratistas que impide saber quién gestiona realmente el puerto y quién es responsable de esas condiciones laborales. Es parecido a lo que estamos viendo en El Pireo.
¿Has trabajado en el puerto antes de que viniera Cosco?
No, en absoluto. Durante 11 años yo tenía mi propia empresa de movimiento de tierras, hacía excavaciones, demoliciones y esas cosas. Cuando se hundió la economía, tuve que aparcar la maquinaria y cerrar el negocio. Estaba en paro, así que empecé a buscar trabajo como maquinista cualificado, un título que tengo desde hace 17 años. Me enteré por un conocido que había una vacante en Cosco y tuve una entrevista con el principal subcontratista griego, Diakinisi.
¿E intentaste crear de inmediato un sindicato?
No era esa mi intención al comienzo. Necesitaba trabajar, pues la tasa de desempleo rondaba entonces el 25 % (ahora es más elevada). Así que no tenía más remedio que firmar el contrato de trabajo que me ofrecieran. En ese contrato, 3 de un total de 10 cláusulas con abiertamente contrarias a los derechos de los trabajadores. Nos hacían firmar dos contratos, un contrato normal de jornada completa y otro que decía que trabajaríamos 16 días al mes. Lo hacían porque si nos despedían, tenían que pagarnos menos, conforme al segundo contrato. Estuve trabajando duramente, era una tarea peligrosa y había que cumplir medidas de seguridad estrictas. Sin embargo, cada día poníamos en peligro nuestra vida y la de nuestros compañeros. Mi máquina tenía problemas, que yo detallaba por escrito al final de cada turno. Los frenos fallaban, el sistema de lubricación también, el sistema hidráulico tenías problemas, los neumáticos tenían problemas, los faros tenían problemas. Al día siguiente volvíamos al trabajo y no habían hecho nada al respecto. La calefacción y el aire acondicionado de la cabina no funcionaban. Cuando se hace un trabajo tan peligroso es importante que la temperatura sea óptima, para poder trabajar con la mente clara. Antes de entrar a trabajar solíamos hablar de esos problemas, pero era imposible para los 800 trabajadores que éramos acceder a la dirección y plantear las cuestiones. Tuvimos que formar un comité, y algunos de nosotros lo formamos efectivamente, con cinco personas. Tan pronto como la empresa se enteró, nos echaron.
¿Os despidieron a los cinco?
Sí, aunque no sé la cifra exacta. Dos de nosotros demandamos entonces al subcontratista, acusándole de despedirnos por el hecho de querer crear un sindicato. No podíamos demandar directamente a Cosco ni al principal subcontratista, Diakinisi. También quiero señalar que no había horario de trabajo, el número de horas que echamos era increíble.
¿Cómo os enterabais de que teníais que ir al trabajo?
Nos enviaban un SMS diciendo que teníamos que presentarnos en el plazo de tres horas. Nadie sabía qué horario tendría el día siguiente. Durante los nueve meses que estuve allí no me dieron ningún tipo de programación. Simplemente no existía. No nos atrevíamos ni siquiera a ir a visitar a nuestros padres. Intentamos convencer a los compañeros de que eso había que cambiarlo, para poder organizar nuestras vidas. Había compañeros cuyos hijos estaban en el hospital y no podían ni ir a verlos, por miedo a perder el puesto de trabajo.
¿Qué decían los inspectores de trabajo al respecto?
En los nueve meses que estuve trabajando allí no vi ni a un solo inspector. Les facilitaban datos, información anónima, desde luego, porque si alguien les hablaba abiertamente, se quedaba «en suspenso». A algunos que alertaron a los inspectores de trabajo no les llamaron a trabajar durante una semana. Cuando nos despidieron fuimos a la oficina de la inspección local en Keratsini y no fueron capaces de mostrarnos nuestro horario de trabajo, aunque se supone que han de recibir una copia cada seis meses.
¿Teníais descansos?
No. Si alguien tenía necesidad de ir al retrete, le decían que lo hiciera en la cabina de la máquina. Había unos matones paseando por ahí sin ninguna tarea concreta, y nos preguntábamos qué hacían. Había un clima de terror constante. Nos recordaban todo el rato que si nos quejábamos nos pondrían de patitas en la calle. Hay mucho desempleo, así que nadie abría la boca.
¿Por qué decidiste protestar a pesar de todo?
Un maquinista ha de poder moverse dentro de la cabina y ver el contenedor que tiene detrás. La máquina, junto con el contenedor, pesa 100 toneladas. Es una gran responsabilidad. El operador no tendría que ponerse diez capas de ropa para no pasar frío. Yo tenía que llevar tres chaquetas, porque en la cabina no había calefacción. El 31 de enero de 2012 estuve trabajando sin calefacción a una temperatura de 1 grado bajo cero. En El Pireo estaba nevando. El verano anterior ya habíamos presentado informes que decían que la calefacción no funcionaba. Después de estar trabajando durante tres horas en estas condiciones, ya no pude más. Mis manos no me respondían, mis pies tampoco, el cerebro ya no carburaba bien y yo estaba poniendo constantemente en peligro a mis compañeros y a mí mismo. Una máquina de 100 toneladas moviéndose en el puerto a 15 km por hora es un gran peligro. La grúa puede caer sobre un barco. Dije: alto ahí, tengo que bajar, calentarme y luego volver a subir. Me dijeron que me fuera a casa y no volví a oír nada de ellos durante una semana. Ningún SMS ni nada. Guerra psicológica. Al cabo de una semana me llamaron de nuevo, me tuvieron trabajando durante 2 o 3 días y después me despidieron sin más, junto con otros. Así es como me despidieron. Los que siguen trabajando allí lo viven todos los días. Los trabajadores no deben pensar, ese es el nuevo modelo.
Cuando el primer ministro Samaras visitó Pekín, anunció a bombo y platillo que los chinos comprarían también el resto del puerto. ¿Eso es bueno para el puerto, para los trabajadores y para la economía?
El jefe chino, capitán Fu, dice que Cosco es muy beneficiosa para la economía local. Yo no he visto que hayan mejorado las condiciones en Perama (una zona muy pobre cerca del puerto) gracias a Cosco. En cuanto al anuncio de Samaras, pienso que la culpa de lo que está ocurriendo en el puerto no la tienen Cosco ni la inversión extranjera, sino los mecanismos de supervisión, que son completamente inoperantes. Los inversores quieren venir y ganar dinero, cuanto más, mejor, y rápidamente. La inspección de trabajo (SEPE) debe realizar controles diarios, o al menos semanales, tiene que estar presente permanentemente en el puerto. En vez de eso, nunca van, o solo acuden con cita previa, mientras Cosco instala una valla de 3 metros de altura y cámaras por todas partes. He intentado hablar con el Secretario General de la SEPE, pero no pudo atenderme porque estaba ocupado con su campaña como candidato por el partido socialista.
¿Qué me dices del puerto como gran oportunidad de empleo ?
(Giorgos Gogos, Secretario General del sindicato de trabajadores portuarios, responde a esta pregunta)
Antes, la terminal de contenedores de El Pireo daba empleo a 400 o 500 personas. Ahora son 700. No más de 250 a 300 nuevos puestos de trabajo, eso sí, más flexibles, mal pagados y peligrosos. Y no estamos hablando de empleo estable. Si nosotros tres nos repartimos un salario mensual, no tendremos tres empleos, sino uno. Esto debe quedar claro. La sanidad y la seguridad social también salen perdiendo con Cosco, ya que la empresa no paga primas por trabajos insalubres y peligrosos, como sería su obligación. Con salarios más bajos también se cotiza menos a la seguridad social.
A ningún contribuyente habría que pagarle en negro. Todo ha de estar sujeto al impuesto y las cotizaciones a la seguridad social son obligatorias. Si no hay representación colectiva, las empresas no dan más que migajas. Dividen y mandan, crean un ejército de espías. Por eso tiene que haber convenios colectivos.
En OLP (la parte del puerto que todavía administra la Autoridad Portuaria de Pireo) tienen un convenio colectivo y existe un servicio de atención médica propio que funciona porque presionamos para que funcione. Cuando hace mucho calor en verano se aplica la legislación laboral. La OLP también nos obliga a trabajar en condiciones penosas, no en vano el puerto es un lugar muy especial. Llega un barco que hay que descargarlo en tres turnos, y el cliente siempre hará lo posible por que se tarde menos. Pero cuando fuera hacen 38 o 40 grados, dentro del casco metálico del barco la temperatura asciende a 45 grados. Entonces, nuestro servicio médico viene con un termómetro y ordena que todo el mundo pare durante unas horas. La empresa informa entonces al cliente de que habrá un retraso de dos o tres horas. Pero si no hay representación colectiva, entonces la diferencia salta a la vista. Son las personas o los beneficios, una vez más.
Traducción: VIENTO SUR