Un hombre empuja un carro de mercancías el pasado 10 de enero por una calle de Pekín. AFP/Archivos / Wang Zhao China, la principal beneficiada por la globalización en el siglo pasado, se proclama hoy heraldo del libre comercio frente al aislacionismo de Donald Trump en EEUU, pero quiere rediseñar a su manera los intercambios […]
Un hombre empuja un carro de mercancías el pasado 10 de enero por una calle de Pekín. AFP/Archivos / Wang Zhao
China, la principal beneficiada por la globalización en el siglo pasado, se proclama hoy heraldo del libre comercio frente al aislacionismo de Donald Trump en EEUU, pero quiere rediseñar a su manera los intercambios del siglo XXI.
«No vamos a cerrar la puerta al mundo, sino que la vamos a abrir aún más», aseguró en noviembre el presidente chino, Xi Jinping, tras la elección de Trump.
En el Foro Económico de Davos, Xi (el primer mandatario chino que acude a esta cita) defenderá su visión de una «globalización más inclusiva» y alentará «a colocar la globalización en su justa perspectiva».
Se trata de una pulla contra Trump, que promete abandonar el Acuerdo Transpacífico (TPP) de libre comercio, erigir barreras aduaneras con sus vecinos y con China, y que critica a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Frente al próximo presidente de EEUU, la Unión Europea (UE) y China «se convierten en los principales actores internacionales que defienden la apertura de intercambios comerciales», comentaba en diciembre el anterior director general de la OMC, Pascal Lamy. «Pero es necesario que las palabras se confirmen con hechos», añadía.
China, primera potencia comercial del planeta, suscita efectivamente cierto escepticismo. La UE y EEUU acusan a China de ‘dumping’ (vender a un precio inferior al coste), de medidas proteccionistas que penalizan los productos importados y de restringir el acceso a las empresas extranjeras.
Según admiten las autoridades chinas, un total de 119 procedimientos han sido lanzados en 2016, por 27 países, contra las prácticas comerciales del régimen comunista: un alza del 37% en un año.
Las rutas de la seda
Pero es verdad que la segunda economía mundial ha abierto nuevos mercados, «nuevas rutas de la seda» en el continente euroasiático, y promete inversiones en infraestructuras de Asia Central para mejorar los intercambios regionales.
China quiere reactivar también un acuerdo de libre comercio con Asia oriental y con las potencias regionales. Sin embargo, según los expertos, defiende ante todo sus intereses y concede con cuentagotas la reciprocidad.
China tampoco duda en utilizar su comercio como instrumento de represalia: las importaciones de salmón noruego se hundieron tras el Nobel de la paz al disidente Liu Xiaobo.
Miembro de la OMC desde 2001, «China es excelente para usar los instrumentos multilaterales en su propio interés» al «insistir en la letra» en detrimento del «espíritu» de las instituciones internacionales, afirma Andrew Polk, analista de Medley Advisors.
Además, la economía china, alimentada por un masivo superávit comercial, «es estructuralmente incompatible» con el papel de «líder del comercio mundial», advierte en un informe Michael Pettis, profesor en la Universidad de Pekín.
Modelo de economía dirigida
El gigante asiático sigue siendo «un modelo de economía dirigida» con sus subvenciones públicas, sus enormes grupos estatales o su control de capitales, algo totalmente opuesto a los cánones del liberalismo económico.
Ahora, tras la caída de los intercambios comerciales de China en 2016 (un 6,9% entre enero y noviembre), el gigante asiático quiere reactivar su comercio internacional.
La cuota del comercio en su PIB pasó del 66% en 2006 al 40,7% en 2015, según el Banco Mundial, pero sigue siendo un crucial motor de crecimiento.
Pero las exportaciones chinas sufren por el encarecimiento de la mano de obra en el país, lo que impulsa a varias empresas a deslocalizar su producción al sureste asiático o hasta en Etiopía. Al mismo tiempo, Pekín busca que sus exportaciones ganen en valor añadido.
Sin embargo, «parece poco probable que una retirada estadounidense del liderazgo mundial genere un sistema comercial ordenado en el que el epicentro pase de Washington a Pekín», opina Pettis. «Parece, más bien, que volveríamos a la situación de antes de Bretton-Woods (1945), con incesantes conflictos comerciales y querellas políticas».