En este artículo resumo algunos pasajes de mi reciente libro “El regreso de China. La globalización imposible” (Universidade de Vigo, 2025), https://consorcioeditorial.com/gl/articles/35702 en el que figuran las referencias bibliográficas completas de estas notas.
China se habría integrado -con su particular globalización de finales del siglo XX- en la economía de mercado sin realizar privatizaciones indiscriminadas, sin des regulaciones masivas, ni tipos de cambio flotantes, ni libre movilidad de capitales, ni apertura total. Según Dani Rodrick porque “un mundo complicado requiere políticas de zorro”; este analista algunos años después añadiría lo que sigue[1]: «China lo ha hecho extremadamente bien con una heterodoxa combinación entre las fuerzas de mercado y el dirigismo estatal. Han reformado la gestión de su economía, pero siempre a su ritmo. Creo que el resto del mundo no tiene mucho que enseñar a los chinos sobre cómo deben gestionar su economía. Y tampoco hay razones por las cuales los líderes chinos deberían escuchar esos «consejos»».
Esta estrategia les permitirá sacar partido del horizonte globalista de Chimérica hasta la crisis de las economías más ricas del mundo en 2008, aunque se verán forzados a maniobrar hacia un horizonte de rivalidad y bipolaridad ante el giro proteccionista y radicalmente hegemonista de Estados Unidos. Se cerrará así el circulo de una absoluta globalización (capitalismo multinacional y trans nacional) ya imposible, al asociarse a graves contradicciones en lo relativo a la seguridad interna o a la soberanía nacional (defensiva, sanitaria, alimentaria, digital, energética, …).
Se entiende así que Wang Hui al analizar el bien documentado vínculo de los emprendedores de Silicon Valley con el Pentágono[2], sostenga que en la disputa Huawei – Google deba sobre entenderse una tensión de fondo centrada en la soberanía nacional. Pues para unos Estados Unidos cada vez más deslocalizados y post-industriales sería posible que China bloquease su economía…y viceversa. Con lo que aquella Chimérica económica cosmopolita -hasta los inicios del siglo XXI- se vería obligada a regresar a disputas y contradicciones derivadas de los viejos espacios de soberanía nacional heredados del siglo XX.
¿Socialismo en China?
En este contexto, y de considerar como criterio para dilucidar si el socialismo ha perdido o no la partida en China el de si “los productores directos han perdido el control sobre los medios de producción”, resultaría que ya en 2005 tal premisa sería indudablemente cierta (al trabajar en empresas privadas) para nada menos que cuatro quintas partes de los trabajadores no agrarios (unos 255 millones de trabajadores), y de rebote para dos tercios de la producción nacional. En cualquier caso para 2017 la, en este asunto poco sospechosa, Oficina Nacional de Estadísticas de China (INECh) considera que ya solo un tercio de los trabajadores urbanos lo son en empresas con participación estatal, colectiva o de cooperativas[3].
Muy difícil se me hace considerar esa predominancia socialista cuando, no solo para la mayoría de los trabajadores asalariados chinos la propiedad capitalista de su empresa impediría cualquier tipo de control sobre sus medios de producción, sino porque en todas las empresas chinas (ya privadas, ya de propiedad estatal) no existen garantías de libertad de sindicación, negociación colectiva, cualquier tipo de cogestión o una cobertura de servicios públicos universal, a tenor de los resultados de un índice internacional que resume casi cien indicadores[4]. Se entiende así que un sindicalista español[5] de visita en la China del año 2023 reclame “un salario mínimo decente, con unos efectivos pagos a la seguridad Social y con una jornada laboral que no exceda lo establecido en los Convenios de la OIT, así como unas formas eficaces de representación sindical desde los centros de trabajo”.
Estamos, por tanto, ante el debilitamiento de dos vectores clave que alejarían a China no ya del socialismo, sino incluso del tránsito hacia una sociedad decente (o sociedad armoniosa – héxié shèhui– en sus documentos oficiales desde 2004), y que la abocan a ser una pura y dura sociedad de mercado. Una economía en la que el mercado a cada paso ocupa más y más áreas en detrimento de formas públicas o asociativas. Y, en consecuencia, a pesar de numerosos eufemismos (socialismo con economía de mercado, socialismo de características chinas, sistema mixto de actividades públicas y privadas, economía de mercado con características chinas, economía de mercado socialista, etapa primaria del socialismo o proceso de transición socialista …) habría que concluir que estaríamos más bien hablando de una sociedad de mercado con características chinas[6].
Mucho crecimiento, pero menos desarrollo
Porque la otra cara de la moneda -de su aceleración inversora y de crecimiento del PIB- será que se sustraen a la ciudadanía los beneficios inmediatos del crecimiento. Por una doble vía. Por un lado porque la inversión empresarial descansa en unos beneficios extraordinarios asociados a unas remuneraciones y derechos laborales defectivos; y, por otro, erosionado por un intenso ahorro público que detrae recursos de programas de protección social en favor de programas de inversión o de infraestructuras. Erosión de los salarios directos y del salario social.
Cierto que, una vez pagado ese alto precio, China consigue unas tasas de crecimiento del PIB espectaculares. Logra en suma mucho crecimiento, aunque no tanto desarrollo social. Siendo así que el muy acelerado crecimiento chino (orientado a la dotación de capital, al impulso tecnológico y a las exportaciones) condiciona tanto su política externa como interna.
Y será así que en los veinticinco años que van desde el año 1990 al 2015 China se ha ido alejando del nivel de desigualdad de la Unión Europea y acercándose al –mucho más elevado- de Estados Unidos. Pues si en el año 1980 el 10% más rico acaparaba en China la misma cuota de ingresos (el 25%) que el 50% más pobre, en la actualidad los primeros ya se quedan con el 40% y los segundos solo con el 15%. Una desigualdad galopante que dice bien poco a favor de la transformación de crecimiento económico en desarrollo social en aquel país. China y los Estados Unidos -hoy en un mundo a cada paso más bipolar- comparten un problema de desigualdad social creciente, y un crecimiento económico con escasos dividendos para el consumo público y la redistribución fiscal.
China debe enfrentar en suma gigantescos retos sociales internos: deterioro ambiental, corrupción, desigualdades personales y territoriales, bolsas de pobreza y riesgos de desempleo, envejecimiento o déficits de cobertura de servicios sociales preferentes. De manera que en este terreno, como bien resumía ya en 2010 un alto responsable de su Ministerio de Asuntos Exteriores[7], “los problemas económicos y sociales con los que nos encontramos puede decirse que son los más importantes y espinosos del mundo; de ahí que no estemos en posición de mostrarnos arrogantes y presuntuosos”.
Ante tal desafío la Academia China de Ciencias Sociales (CASS) incluye en lo que denomina nivel de desarrollo social, para una «sociedad armoniosa», aspectos relativos al nivel educativo (gasto educativo, cuota de estudios superiores y medios, alfabetización) y al nivel sanitario (gasto sanitario per cápita, número de personas por médico). Sociedad Armoniosa que ya en el año 2005 tanto el presidente Hu Jintao como su primer ministro Wen Jiabao focalizaban y priorizaban en la protección de los menos favorecidos para así reducir las crecientes desigualdades sociales.
Aunque más allá de declaraciones y buenas intenciones en la hoja de ruta de una sociedad de mercado por la que actualmente transita China, a la hora de la verdad, serán los costes y la competencia global los que dictaminen que esas garantías y protecciones obstaculizan la sacrosanta productividad y el potencial de crecimiento futuro[8]. Todo lo anterior explica que en la China actual el esfuerzo en protección social para necesidades básicas (desempleo, jubilación, maternidad, salud pública, …) tenga un nivel muy reducido como porcentaje de su riqueza nacional[9] (en China un 6,3 % PIB en 2015, mientras en EE.UU. llegaba a un 19 %, y en España o Alemania al 25 %).
O que, abundando algo más en esta dimensión, según un Índice sobre la distribución equitativa de los recursos educativos y sanitarios[10] (por países y a escala mundial), mientras Estados Unidos cae de la posición 11ª que ocupa por nivel de ingresos por habitante a la 78ª en tal distribución equitativa (con un descenso de 67 posiciones), China pase de la 77ª a la 120ª (cae 43 posiciones). Descensos que confirman una senda convergente hacia la devaluación de tales necesidades preferentes en esas dos gigantescas sociedades de mercado. Provocando, de rebote, su devaluación en el resto del mundo.
No sorprende entonces que, en un tal ecosistema institucional, multinacionales como Yahoo, Microsoft o Google hayan sido denunciadas por Amnistía Internacional por despreciar los derechos humanos en sus negocios en China. Comprobándose una vez más que los derechos sociales conviven mal con la penetración neoliberal de ambos países, pues en ambos se estaría forzando un dumping laboral, social, fiscal y ambiental a escala global, bajo el ideologema de la competitividad y los costes[11]. Según la lógica y cobertura de una Organización Mundial de Comercio (OMC) a la que China se incorporaría en el año 2001. Siendo así que ya en las negociaciones previas al ingreso en dicha OMC se omitió cualquier referencia a las llamadas cláusulas sociales, es decir, a aquellas normas que reglamentan los derechos económicos, laborales y sociales vigentes en los mercados nacionales y también las referidas a cuestiones ambientales y de sustentabilidad. Y por eso en un acuerdo (RCEP) de China con Japón, Corea del Sur y otros catorce países asiáticos no figura ningún capítulo sobre exigencias medioambientales o de derechos laborales; un acuerdo que supone englobar el 30% del PIB mundial[12]. Aunque se nos diga que estamos ante una “globalización inclusiva” en palabras de Xi Jinping[13].
De «otra globalización es posible» a la globalización imposible
Pero lo cierto es que, con estos precedentes, en los últimos años estaría tomando carta de naturaleza la previsión de Fairbank (1986) según la cual China pasaría, de ser influenciada desde el exterior, a influir de forma determinante en el resto del mundo. Teniendo muy presente que China es, en términos económicos y tecnológicos, mucho más influyente y está hoy más integrada en la economía mundial de lo que nunca lo estuvo la URSS en su etapa de confrontación con los Estados Unidos.
Aquella globalización chiméricana (no proteccionista) devendría un imposible si China quiere evitar una letal vulnerabilidad tecnológica y de aprovisionamientos, que ponga patas arriba sus logros económicos, su soberanía nacional y su control político por un único partido. Se entiende así el impulso del sistema propio de navegación global (BEIDOU) con 35 satélites, o del buscador global BAIDU en conflicto con Google, o que ambicione liderar la Inteligencia Artificial, y que ya lidere la inversión mundial en computación cuántica.
La crisis financiera de 2008 y la pandémica de 2019 no hicieron sino reforzar aún más estas prioridades. Por un lado al aflorar las fragilidades relativas a la relocalización de cadenas globales de valor para evitar dependencias (vulnerabilidad) de aprovisionamientos críticos. También al hacer visible una vulnerabilidad occidental extrema en antibióticos, vacunas, mascarillas, equipos de protección (de China-India) o en tierras raras, así como la de China en los gigantescos recursos energéticos o alimentarios que necesita importar.
Y así poco a poco la frontera entre lo comercial, lo tecnológico y la seguridad nacional (base de fondo de una creciente desconfianza) se habría vuelto paulatinamente más y más borrosa en lo relativo al mundo digital (5G, IA, big data, sistemas operativos). Porque con estas tecnologías se puede poner en serio peligro la seguridad militar, de abastecimientos, logística, etc. de un país. Se puede poner patas arriba la soberanía nacional que los cosmopolitas de la globalización daban por superada en la fase chimericana de abducción neoliberal no proteccionista. Mientras la lista de estas tecnologías “sensibles” se hace a cada paso más larga: IA, internet de las cosas (IOT), redes 5G, Big Data, robótica, computación cuántica, e-cloud, blockchain, nanotecnologías, vehículos autónomos y movidos por electricidad, energías renovables no convencionales y biociencias.
Pues en la actualidad el problema mayor no será ya para Estados Unidos su abultado déficit comercial con China, sino la emergencia de una superpotencia tecnológica en ámbitos singularmente decisivos para la seguridad, la resiliencia y la defensa. Habría resultado inviable la hipótesis del “mundo plano” chimericano, de una hiperglobalización cosmopolita que desembocase en “una economía mundial capitalista homogeneizada con un solo Estado capitalista mundial”. Inviable una China que apenas fuese un gigantesco -y subordinado- Japón para Estados Unidos.
Y transitamos así en medio de la competencia interimperialista entre dos gigantescas superpotencias[14]. Pues si a Estados Unidos no le sirve otro papel mundial que el de ser única superpotencia hegemónica, la China actual es ya demasiado grande, competitiva y celosa de su autonomía para dejarse subordinar.
P.D. Sobre la improbable existencia de democracia en
sistemas de capitalismo financiero o de capitalismo de Estado este ensayo
incluye un apéndice titulado “Capitalismo, socialismo, democracia” (p.
159 y ss.)
Notas:
[1] Rodrik (2011:170 y ss.) y entrevista a Dani Rodrik en El Confidencial el 3.12.2018
[2] Wang Hui (2008: 136-137), también Mazzucato (2014: 153 y ss.); sobre Huawey y el EPL, Frankopan (2018: 585)
[3] Tabla 4-3 del China Statistical Yearbook de 2018
[4] ITUC (2018: 10); en China está prohibido organizar sindicatos libres, Meisner (1999: 515); Mandel (1990) no reconoce una planificación socialista sin democracia y pluralismo político, imposible con un único Partido.
[5] Propuestas de Garrido (2024: 26)
[6] Amin (2014: 290) enfatiza el carácter público del sistema financiero chino como particularidad de su capitalismo de Estado, así como del control de su moneda y de los movimientos de capital. Siendo este un factor clave para poder hablar de competencia interimperialista -Mandel (1979: 328) (un autor que cito en mi ensayo -por su solvencia teórica y prospectiva- en más de treinta ocasiones).
[7] Dai Bingguo, citado por Kissinger (2012: 525)
[8] “En ausencia de un tribunal internacional que juzgue si un país es culpable de este tipo de prácticas” (Stiglitz 2006: 133)
[9] ILO (2017: 400), se excluye el vector sanitario
[11] Rodrik usa el termino “hiperglobalización” (2011: 184 y 206), que podría homologarse a la hegemonía imperial global del capital en Hardt, M. y Negri, A. (2002: 26, 173, 199).
[12] Zamora (2022: 38)
[13] Muñoz (2018: 187 para la referencia a Xi Jinping)
[14] Mandel (1979: 71, 326) frente a Friedman (2006: 149 y 433)
Albino Prada. Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo. Colabora habitualmente con Sin Permiso. Su último libro se titula “El regreso de China. La globalización imposible”, Universidade de Vigo (2025)
Fuente: https://sinpermiso.info/textos/china-y-la-globalizacion-imposible