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Ciencia en el mercado de valores

Fuentes: Rebelión

  Soy un profesor de sociología en una facultad de Ciencias de la Actividad Física y Deporte de una universidad española. Creo que estamos asistiendo a una progresiva pero imparable comercialización de la ciencia y de las instituciones que se supone contienen, desarrollan y representan esa ciencia. Esta es mi experiencia personal y mis reflexiones […]

 

Soy un profesor de sociología en una facultad de Ciencias de la Actividad Física y Deporte de una universidad española. Creo que estamos asistiendo a una progresiva pero imparable comercialización de la ciencia y de las instituciones que se supone contienen, desarrollan y representan esa ciencia. Esta es mi experiencia personal y mis reflexiones sobre el proceso en el nos vemos inmersos.

Para empezar, me gustaría mostrar tres sucesos que me han ocurrido en los últimos tres meses.

– Está a punto de publicarse un libro internacional que coedito con otro profesor canadiense. Llevamos casi dos años contactando con los autores, coordinando la obra, escribiendo y haciendo todo el trabajo de corrección y revisión. A parte, además de escribir conjuntamente la introducción y la conclusión, cada uno de nosotros ha escrito un capítulo del volumen. Aun así, la editorial nos pide a 1200 libras para que lo publiquen y los ‘royalties’ que percibiremos por la obra son del 4% de las ventas.

– Asistí a un congreso en España (los internacionales no hay forma de ir sin financiación) en el cual, además de realizar una ponencia, formé parte del comité científico y fui presidente en una de las sesiones. Pues bien, por todo esto tuve que pagar además 215 euros de inscripción en el congreso (añádase los gastos de viaje y estancia).

– Ayer recibí un correo electrónico de una revista internacional de sociología que se mostraban interesados en una ponencia que realicé el año pasado en un congreso (¡qué atentos!). Como ya me había ocurrido antes, sé que la sorpresa venía más adelante; efectivamente, la buena noticia es que si voy a publicar el artículo con ellos tendré que pagar 60 dolares por página. Si un artículo normal puede tener unas 20 páginas, tendría que pagar alrededor de 1200 dolares por una publicación sobre la que además no tendría ningún derecho de copyright.

Los tres casos son muy significativos y están apuntando en una misma dirección: los científicos producimos unos contenidos por los cuales además tenemos que pagar y sobre los cuales no tenemos apenas derechos. La situación de los científicos es peor que la de los artistas, con la tan repetida discusión sobre los derechos de autor. Los científicos no es que no recibamos nada de lo que producimos, ¡es que pagamos por producirlo! Situación extraña ésta en la cual para hacer ciencia no solo necesitas mucho tiempo y mucho esfuerzo sino que además, ahora, tienes que pagar por ello. Véase además que los precios expuestos en mi ejemplo pertenecen a un campo científico pequeño. En otros campos científicos con ‘más impacto’ las cifras se pueden multiplicar por más de cuatro veces. Esto, que son los hechos, están además sazonados por todo un discurso sobre la competitividad y libre competencia que recuerda demasiado a la tan cacareada lógica de mercado que estaba regulando el sistema financiero.

Y es que, aunque sorprenda, nosotros los científicos también tenemos nuestro Moody’s particular; tenemos agencias de calificación pero a la científica. La importancia que tiene un artículo científico se debe al índice de impacto, que se refiere básicamente a cuanto es leído por la comunidad científica. El cálculo de ese índice se basa en el número de citas que dicho artículo recibe de otros autores. Sin embargo, ese índice de impacto no se da al artículo individual sino a la revista en la cual fue publicado. Si la revista publica artículos que son muy leídos (muy citados), ésta tendrá un alto índice de impacto. Estos índices los publican revistas como la JCR (Journal of Citation Report), básicamente, una agencia de rating científico. Pues bien, debido a que a los científicos se les pide una serie de publicaciones de impacto (además de congresos y libros) para poder acceder a puestos laborales en la universidad o centros de investigación, los científicos se encuentran en la situación de tener que publicar en esas revistas de impacto. Precisamente, cuanto más impacto tienen las revistas, éstas pueden pedir más dinero a los autores por publicar sus artículos o simplemente por entrar en el proceso de revisión (que no garantiza ni siquiera la publicación).

Este sistema mercantilista de la producción e intercambio científico no solo afecta de modo injusto a los trabajadores científicos sino que tiene además una serie de consecuencias perversas sobre la ciencia en general. Por ejemplo:

– Debido a esa competición entre revistas por tener más impacto, aquellas que ya eran más potentes, aumentarán su impacto y las más pequeñas cada vez tendrán menos. Los autores necesitan publicaciones de impacto y van a aquéllas revistas que pueden asegurarlo. Esto se traduce por ejemplo en un desequilibrio hacia revistas de habla inglesa, pertenecientes a grandes grupos editoriales como Springer o Sage.

– Las universidades y centros de investigación más potentes tienen los recursos (económicos) para poder comprar acceso a revistas científicas de gran impacto, para pagar la asistencia a congresos y las publicaciones de sus investigadores. Por eso tienden a acumular más y más capital científico, tanto en publicaciones como en autores que desean ir allí (fuga de cerebros hacia tales polos de acumulación).

– Debido a que hacer y publicar ciencia cuesta dinero y que la financiación de las universidades cada vez más va a venir de la mano de las empresas -como promueve el Plan Bolonia-, las investigaciones van a estar encauzadas en ciertas líneas de investigación vinculadas a esas empresas. El sistema de ayudas a la investigación es una forma barata de contratar mano cualificada a precio de saldo además de expandir un mensaje favorable dentro de toda la comunidad científica en lo referente a tus intereses empresariales. Esto es de gran interés para las empresas a la hora de captar clientes en la sociedad en general; algo que lleve la etiqueta de científico tiene garantía de calidad, de confianza, dos valores supremos a la hora de vender el producto. Tendríamos que pensar aquí en el gran lobby farmaceútico apoyado por una legión de investigaciones hechas ad hoc o la distribución desde diversos focos de producción de ciencia económica de la vulgata neoliberal científico/financiera sobre el funcionamiento del mercado autoregulado que está detrás de esta crisis.

– Las investigaciones de aquéllas disciplinas que no sirven para nada (léase, humanidades en un amplio espectro) quedarán cada vez más y más relegadas a un segundo plano en el campo científico (al no tener gran índice de impacto) y/o a la búsqueda de la espectacularidad como modo de captar la atención de la sociedad. Por ejemplo, la telenovelización de la historia (¿cuántos amantes tenía Ramses II?) puede que se convierta en el medio preferido para captar los fondos de empresas que financien tales proyectos a cambio de obtener visibilidad social en el mercado.

En resumen, como decía al principio de mi escrito, el campo científico se ve más y más inmerso en una lógica mercantil: la aplicación del interés económico a ámbitos como el científico (o el artístico) cuya esencia es precisamente el desinterés económico. La generación de conocimiento por y para todos y la motivación desde el simple amor por la ciencia (la libido sciendi ) comienzan a sonar como discursos románticos dentro de esa lógica mercantilista que coloniza todos y cada uno de los ámbitos humanos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.