Tras las elecciones del 2019, cuando Kyriakos Mitsotakis sucedió a Alexis Tsipras en el poder gubernamental, la “nueva normalidad” se produjo como una suave continuación del mandato de gobierno anterior.
Después de cuatro años y medio con un partido en el poder que insistía en llamarse “la Izquierda Radical”, los capitalistas de Grecia se sintieron más seguros que durante el pánico del 2015 cuando se apresuraron a transferir decenas de miles de millones de euros al extranjero. Se implementó el Tercer Memorándum, se impuso una paz social relativa y se reforzaron las reformas neoliberales. Ahora las privatizaciones gozan del apoyo de una enorme mayoría del parlamento, la precariedad de las relaciones laborales se ha disparado a niveles de récord entre los estados miembros de la Unión Europea (UE) y la reforma de las pensiones del ministro Katrougalos, estableció las bases para una completa transformación del sistema de seguridad social en el camino del famoso sistema de los 3 pilares.
El último acuerdo que Tsipras hizo con los acreedores, el que fue descaradamente descrito como “una salida de los Memorándums”, predeterminó la ruta futura: todas las leyes y regulaciones que se votaron bajos los dictados de los Memorándums fueron declarados sacrosantas, necesitando cualquier modificación futura el acuerdo de los acreedores como precondición. Presupuestos con superávits despiadados se volvieron obligatorios durante un largo periodo de tiempo. Se puso la política económica y social bajo “supervisión reforzada¨ hasta el año 2060. Incluso los socialdemócratas moderados, como N. Christodoulakis, están frustrados con esta ¨camisa de fuerza” ¨y declaran en público que este curso es un callejón sin salida no realista en el contexto de una seria recesión económica internacional.
Estas acciones del Gobierno de Tsipras nos ayudan a comprender los resultados electorales del 2019. La decepción popular y el retroceso de los movimientos sociales formaron las bases para la victoria político-electoral de Mitsotakis. Los mismos factores explican también el hecho de que SYRIZA mantuviese su apoyo electoral en un 31%, en la ausencia de un polo de atracción alternativo masivo.
Estas acciones también nos ayudan a entender la dirección política de la profunda transformación de Syriza reconocida por el propio Alexis Tsipras. Muchos comentaristas hablan de la “Pasokificación”, la transformación de Syriza en algo similar al partido social-democrático tradicional PASOK. Esto no es exacto. La mutación social-democrática de SYRIZA es casi completa, pero está ocurriendo en un momento en el que la socialdemocracia ya no es una corriente política que gestiona las aspiraciones e ilusiones de la clase trabajadora en clave reformista. Se ha convertido en una corriente que converge con los partidos conservadores tradicionales, mutando hacia el social-liberalismo tanto en Europa como en el resto del mundo. Así que el modelo actual para Tsipras no es Andreas Papandreou , fundador y líder histórico de PASOK hasta su muerte en 1996, sino Emmanuel Macron.
El enorme poder político amasado por el núcleo dirigente de Syriza en torno a Alexis Tsipras –un fortificado partido dentro del partido– no fue el producto de sus propias habilidades, puntos de vista políticos y tácticas (por lo menos no principalmente). Por lo que esos hechos no pueden ser entendidos si no tenemos en cuenta la explosión de resistencia social durante los años 2010 al 2013.
La tormenta de las masas de clases trabajadoras y populares contra la despiadada austeridad demolió al PASOK y asestó un serio golpe a Nueva Democracia (ND), un partido de ultraderechista mainstream., creando un vacío político en el régimen. Estos vacíos a menudo forman la base para nuevos fenómenos bonapartistas en la historia.
La primera derrota seria de la izquierda de Syriza –no sólo la de la Plataforma de Izquierda, sino la de un entorno más amplio que acabó dejando el partido en el 2015- fue su incapacidad para garantizar el control colectivo democrático sobre las decisiones y acciones del partido. Este desenlace fue el resultado de un largo periodo de lucha, se aceleró después de las elecciones del 2012 y alcanzó su clímax en el Congreso del Partido del 2013. Los puntos emblemáticos de esta derrota fueron la autonomía de la guarda presidencial dentro del partido, la autonomía del partido del grupo parlamentario, el establecimiento de mecanismos “inaccesibles (como el comité para el Programa etc.) justo antes del 2015.
En los actuales debates sobre la Izquierda radical, es importante recordar que la completa autonomía del círculo en torno a Tsipras se consiguió bajo la bandera de un partido que pertenece a sus miembros que atacó los mecanismos de las tendencias del partido y el funcionamiento estructurado del partido. Otra vez en la historia del movimiento, un asalto a la función democrática estructurada no estaba dirigido para lograr una democracia-directa sino a un poder sin controles.
El proyecto político de la actividad de este núcleo de poder durante el periodo que estableció su autonomía fue la reversión completa del programa de SYRIZA, incluyendo las decisiones en las que se basaba el partido en el Congreso del 2013.
Como Nikos Filis, un famoso camarada de Syriza que se quedó en el partido después del 2015, solía sostener antes del 2015, la piedra angular de las políticas de Syriza sería afrontar el tema de la deuda.
La confrontación política -dentro de Syriza y dentro de toda la izquierda- sobre la mejor posición para hacer frente a la deuda son bien conocidas. Todos los puntos de vista que se discutieron entonces mantienen su importancia en el ámbito de la teoría. Pero el punto crucial que unía a Syriza (excepto para una pequeña corriente derechosa) era el cese de los pagos, la moratoria en la devolución del principal y los intereses. Esta opción conservaría los fondos públicos disponibles que quedaban y proveería a un gobierno de izquierdas de la capacidad de organizar unilateralmente una política clasista en apoyo de la clase trabajadora. Esta elección podría llevar a un gobierno de izquierdas a una posición de guerra de facto contra los acreedores y la Troika (FMI, BCE y la Comisión Europea). Está alternativa supondría claramente que el movimiento de la clase trabajadora y la izquierda europeos tendrían la tarea de apoyar la ruptura en Grecia. La importancia de este último factor normalmente se ha infraestimado en los balances posteriores, y pienso que ello es un error importante. Se probó que Schauble y Dijsselbloem entendieron mejor la amenaza de un “contagio” del paradigma griego que la propia izquierda, y es por lo que ellos adoptaron una estrategia completamente rígida durante las negociaciones, dirigida a matar a la alternativa desde el inicio.
En las memorias de Yani Varoufakis se revela y ahora todo el mundo sabe algo que entonces se discutía solamente por parte de una pequeña fracción de Syriza: que el pequeño grupo dirigente (Varufakis menciona Tsipras, Pappas y Dragasakis) había elegido bastante antes del 2015 a Varufakis para servir como ariete para cancelar la política del partido. Ningún cuerpo colectivo de Syriza jamás aprobó el giro del gobierno al compromiso de pagar todas las cuotas de la deuda “completas y a tiempo” (acuerdo de febrero del 2015) o el reconocimiento de facto de que las negociaciones con los acreedores son la única área de actividad política para el gobierno de izquierdas. Este cambio estuvo objetivamente acompañado por otros reversos mayores.
Las disputas en torno al programa inmediato que Syriza prometió durante la campaña electoral son bien conocidas. En el llamado Programa de Thessaloniki, algunos compromisos que mejorarían la situación de las clases trabajadores y populares (subir el salario mínimo y las pensiones, restaurar los Contratos Colectivos, suprimir los impuestos en pequeñas propiedades) coexistieron con algunas de las nuevas-ideas que supuestamente asegurarían una especie de salida fácil y pacífica de la crisis, un retorno al crecimiento y una “reconstrucción productiva”. Examinando este programa en detalle, uno podía ver que estaba perforado, lleno de agujeros. Lo que le dio a este programa una cierta dinámica política fue la promesa de acciones unilaterales para revertir la austeridad. De hecho, si un gobierno de izquierdas eligiese o fuese forzado bajo la presión de los miembros del partido y de los movimientos sociales a subir salarios y pensiones inmediatamente, entonces todas las burbujas en el programa (tales como el Banco de Inversión para el Desarrollo o los famosos complejos productivos que supuestamente cambiarían el capitalismo griego) se demostraría que estaban fuera de sitio y tiempo. Acciones unilaterales, como el cese de pagos, tendrían consecuencias políticas directas: habrían hecho de la viabilidad de un gobierno de izquierdas un tema de interés inmediato para la clase trabajadora y las clases populares, y definirían la relación entre el gobierno y la clase dirigente como un enfrentamiento, y esto es por lo que el círculo dirigente en torno a Tsipras evitó este acuerdo interno a toda costa. No fue fácil. Todavía me acuerdo lo que ocurrió en una sesión común del grupo parlamentario con la Secretaría Política de Syriza: fue aquí donde Dragasakis sugirió por primera vez que la promesa de subir el sueldo mínimo no debía de ser entendida como un acuerdo inmediato, sino algo que se debería hacer “en el transcurso de los 4 años del mandato”. La habitación se congeló. Muchos miembros a quien a nadie se le ocurriría definir como extrema izquierda, expresaron su oposición. Dragasakis abandonó la sesión sin defender su punto de vista. Y, sin embargo, esta fue la política que se impuso bajo una serie de chantajes políticos, pero también en el contexto de un movimiento de la clase trabajadora en retroceso, con menos interés por jugar un papel activo, a la par que se fortalecieron las ganas de delegar”en las elecciones (y después en el gobierno).
Un componente crucial que articuló estos giros a la derecha en una política coherente fue la posición sobre la Eurozona. La disputa dentro de Syriza sobre esto es bien conocida. Una parte afirmó que el apoyo de un programa político incluso reformista en favor de la clase trabajadora estaba inevitablemente combinado con la defensa y la preparación de una ruptura con la Eurozona y la UE. La mayoría afirmó que un programa así podía ser apoyado mientras se dejaba abierta la cuestión de los márgenes existentes en la Eurozona y en la UE para ser testada en la práctica. Se medio resolvió el problema con la fórmula algebraica “ni un sólo sacrificio por el bien de la Eurozona”. Es importante recordar la traducción concreta que hizo de esta fórmula la posición mayoritaria. Podríamos mencionar decenas de documentos, artículos o discursos de campañas electorales de Alexis Tsipras, donde se decía claramente que si Syriza se veía forzada a elegir entre, por ejemplo, la defensa de las escuelas y hospitales públicos y la estabilidad de la Eurozona, no se dudaría en apoyar a los intereses de la gente. En ese sentido, el cambio a la orientación política de “permanecer en la Eurozona a toda costa” radica en otro profundo revés político del balance político de Syriza de antes del 2015, que se preparó en las sombras mucho antes de enero del 2015.
La composición del equipo económico que preparó las negociaciones con los acreedores, elegidos por el grupo dirigente en torno a Tsipras, es indicativo: gente que ha trabajado en el FMI, en el sector bancario internacional, en el establishment americano y en la socialdemocracia europea, fueron delegados para negociar con solo una línea roja clara: evitar la ruptura con la Eurozona y la UE. Los resultados de esta negociación son bien conocidos: El Tercer Memorándum.
Como de costumbre, la verdad sobre cualquier dirección política se puede ver claramente en el terreno de los aliados políticos que elige. La decisión del congreso fundador de Syriza, en el 2013, estaba clara en este momento: desde la extrema izquierda a la izquierda de la socialdemocracia. La izquierda de la socialdemocracia fue definida como la formada por aquellos que no compartían las responsabilidades que derivadas del Memorándum y habían reaccionado pronto contra los planes de austeridad despiadada. Algún tiempo después, alguien representativo de la tendencia de derechas de Syriza, Yiannis Balafas, que fue honesto y eso se lo concedo, habló públicamente sobre un abanico de aliados completamente diferentes: él solo excluyó a “la facción pro Samaras de la derecha y Amanecer Dorado”. Samaras era entonces el primer ministro y el líder de la facción derechista del ND. Nadie más defendió en público y en ese tiempo una revocación tan inmensa de la decisión del congreso, que llevó a dirigirse como aliados potenciales a una gran parte de los políticos establecidos, incluyendo la facción pro Kostas Karamanlis del partido de derechas que configuraba un sector más moderado en torno al ex Primer Ministro.
Esta orientación fue adoptada por el grupo directivo entorno a Tsipras. Según se fue acercando el 2015, él empezó a hablar primero de un gobierno de salvación social y luego de un gobierno de salvación nacional. No era simplemente una cuestión de pura terminología, tampoco era el producto de la ignorancia sobre la diferencia entre estos términos y el objetivo de un gobierno de izquierdas. La maniobra que llevó a la coalición gubernamental con los Griegos Independientes, una escisión de Nueva Democracia, y a la elección del exministro y miembro de la sección pro-Karamanlis en el ND Prokopis Pavlopoulos como Presidente de la República no fue organizado en una noche.
No deberíamos de ver este curso como una conspiración con un resultado predeterminado. Más bien lo contrario, era una aventura política, durante la cual había muchas otras posibilidades abiertas con desarrollos políticos completamente diferentes.
La última fase de esto fue el Referéndum. El hecho de que Tsipras eligiese o fuese forzado a recurrir a ello era la prueba de la confrontación que se libraba entre las diferentes dinámicas durante ese tiempo. Dejando a un lado las valoraciones que surgieron tras los hechos, sobre los motivos del liderazgo de Syriza para actuar como actuó, como que se creía que perdería el referéndum y por lo tanto tendría la coartada perfecta para retroceder en todas sus promesas, es un error político enorme considerar al Referéndum como un gran fraude.
El pánico de la clase dirigente, la masiva fuga de capitales, la crisis bancaria y los controles de capital, la creación apresurada del “frente del SI” y la llamada al aparato represivo del Estado a intervenir si las cosas se ponen fuera de control fueron cuestiones completamente verdaderas.
Después de muchos meses de inacción en las calles y una prevalencia de delegar en otros, el sentimiento popular fue expresado con una gran fuerza mayoritaria y con un mandato claro: NO al compromiso de sumisión a los acreedores, NO a la continuación de la austeridad.
Esta fue la última gran oportunidad para la Izquierda radical, tanto dentro como fuera de Syriza. La debilidad para coordinarse políticamente y el error de no construir una red organizativa que pudiese defender los resultados el día después, fue crucial. Especialmente para las fuerzas de la izquierda radical dentro de Syriza, la autocrítica debe de incluir el retraso en concluir que la dirección de SYRIZA era la que ahora había tomado la tarea de hacer el trabajo sucio en pro de la estabilidad del régimen. Esta decisión habría requerido intervenciones mucho más drásticas, tanto dentro como fuera del partido, más allá de sus márgenes políticos y organizativos y más allá de la disciplina partidista. Hay muchas y muy diferentes justificaciones para el retraso de la izquierda radical en adoptar sus medidas. Pero los resultados son los que son: se perdió una enorme oportunidad.
Los fallos de la izquierda reforzaron la audacia del líder
De hecho, el giro de 180 grados (el así llamado kolotoumpa), el día después del Referéndum fue impuesto como un golpe, donde la dirección del partido se movió a su manera, ignorando incluso a la mayoría del Comité Central del partido, y asegurándose de que legitimaría sus decisiones a posteriori.
Aristidis Balt, un conocido intelectual de Syriza, en su libro sobre Syriza, describe las elecciones de septiembre del 2015 como depuradoras. En un sentido, lo fueron: teniendo el apoyo del establishment (PASOK, Potami y ND votaron con Tsipras el Tercer Memorandum) y disfrutando del apoyo de Angela Merkel que afirmó que “nuevas elecciones en Grecia ya no son parte del problema, sino parte de su solución”, Alexis Tsipras pudo dedicarse a purgar su partido y a relegar a las masas trabajadoras a la posición de testigos pasivos. El cálido abrazo con el líder de ANEL Panos Kamenos la noche de las elecciones fue un aviso de la naturaleza del gobierno que había emergido.
Todo los que participamos activamente en todo este proceso, tenemos responsabilidades importantes. Estas se pueden medir en cada uno de nosotros, teniendo en cuenta lo que cada uno dijo en público mientras los acontecimientos seguían desarrollándose.
En 13 de mayo del 2015, escribimos en nuestro periódico, La izquierda de los trabajadores:
«Hay muchos de nosotros que no están de acuerdo con el carácter “fácil” del discurso pre-electoral, lo que hizo el camino al gobierno más fácil pero dejo una pregunta crucial sin responder: ¿Es posible establecer un programa radical contra la austeridad dentro de la Eurozona y tener negociaciones con sus instituciones? Hoy sabemos la respuesta: NO…
Para cualquiera que siga queriendo ver, está claro que estamos atrapados en un espiral hacia abajo, en una negociación donde en cada fase nos vemos forzados a defender a nuestra gente desde un nivel más bajo. Donde nos lleva este descenso es obvio: A forzar la firma del Tercer Memorandum…
… el cese de los pagos a los usureros, la ofensiva contra la “libertad” de fuga de capitales, la implementación de las decisiones del Congreso sobre nacionalizar los bancos, los impuestos sobre el capital y los ricos para financiar las medidas contra la austeridad, el apoyo de esta política con todos los medios necesarios, incluyendo la confrontación con la UE y la Eurozona.
Una ”ruptura” así sería completamente normal justo después del 25 de enero, pero debería de dejar ahora abierta la posibilidad de recurrir a un mandato popular en una nueva elección nacional, bajo la condición de que estas opciones estarán claramente presentadas por el gobierno y abiertamente apoyadas por el partido Syriza.
En todo caso, las decisiones cruciales que tenemos frente a nosotros no pueden ser tomadas por un círculo cerrado… El Partido, desde el Comité Central a sus ramas locales, debe decidir. El partido debe resistir el oscuro viento que sube como una amenaza”.
Con este razonamiento participamos en la confrontación política dentro de Syriza, una confrontación de importancia crucial. Sabiendo desde antes -y ya no teniendo ninguna duda después de febrero del 2015– que el resultado final sería la ruptura.
Teniendo en cuenta las dificultades políticas que estaban presentes en una situación política sin precedentes, y sabiendo hoy el lamentable resultado final, nosotros no creemos que sea productivo para quienes reaccionaron, competir entre ellos sobre quién reaccionó y cómo. Una gran parte de los miembros y camaradas de Syriza reaccionó y rechazó compartir las responsabilidades de implementar un nuevo Memorándum de austeridad. Ellos estaban derrotados. El precio a pagar era grande. Se perdió una rara oportunidad para una ruptura mayor. La experiencia de Syriza cambió de ser un referente para la izquierda radical internacional a convertirse en un argumento en las manos del establishment, con Rajoy y Macron usándolo para persuadir a la mayoría social de que No Hay Alternativa, de que la Izquierda radical tampoco quiere ni puede cambiar el mundo.
La ola de esperanza que había surgido durante esos años fue derrotada por la combinación de principalmente dos factores: por un lado, el repliegue de la escena de la lucha de los trabajadores, después del increíble clímax del 2010-15. Por otro lado, la derrota de la izquierda dentro del partido de Syriza, contra la coalición de fuerzas que bajo la bandera de mantenerse en la Eurozona cueste lo que cueste firmó e implementó políticas neoliberales de austeridad.
Una gran parte de la izquierda interpretó la derrota mediante una generalización que, en mi opinión, es errónea: que el slogan por un gobierno de izquierda era un error.
La cuestión del poder gubernamental fue planteada por la lucha popular y de los trabajadores durante el periodo de su ascenso. Tenía que ser respondida en término reales, que están definidos por las fortalezas y debilidades del movimiento de clase trabajadora existente. La cuestión de un verdadero poder de los trabajadores, una revolución como la de octubre del 1917, no estaba en la agenda; no porque alguien la excluyese, sino porque a pesar del clímax de la crisis y la confrontación, Grecia nunca llegó a la situación de doble poder, no había formas de organización independiente de los trabajadores y sus aliados, similar a los Soviets.
La Tercera Internacional en los tiempos de Lenin, durante el 3º y 4º congreso, nos avisó de la posibilidad de esta paradoja. Ello también nos dio elementos para construir las respuestas apropiadas: Política de Transición, Programa Transicional, Frente Unido, Gobierno de los trabajadores o Gobierno de Izquierda.
Daniel Bensaïd, elaborando en el contexto contemporáneo en el que la izquierda internacional se encontraba después del colapso de la URSS en 1989, definió tres criterios que “en varias combinaciones permite o impone como una necesidad el apoyo de o la participación en un gobierno de izquierdas en una perspectiva transicional”. Estos son:
- Un contexto de crisis, o -por lo menos- un crecimiento importante de movilización social.
- Una alianza política que puede apoyar un gobierno que se compromete al proyecto de una ruptura dinámica con el status quo.
- Una correlación de fuerzas que permite a los revolucionarios garantizar que o los reformistas mantienen sus compromisos o pagarán un gran precio por su marcha atrás.
En mi opinión está claro que los dos primeros criterios descritos por Bensaïd estaban absolutamente presentes en la crisis griega del 2010-2015. Las complejidades, las razones de la derrota y la principal autocrítica de la Izquierda radical están principalmente relacionadas con el tercero.
El problema no radica en torno a si debemos participar en un cambio radical en el gobierno, sino en torno a cómo debemos de participar y especialmente cuántos de nosotros, más pronto y más dinámicamente debemos confrontar con los que estaban determinados a “hacerlo a medias”.
Fuente: https://vientosur.info/cinco-anos-despues-del-gobierno-de-syriza-y-del-referendum/