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¡Ciudadanos del mundo, recuperad, frente al capital global, vuestras naciones y Estados!

Fuentes: Rebelión

«Por qué a los marxistas les gusta tanto el psicoanálisis: porque es lo único que explica por qué la gente no ha hecho aún la revolución» (Slavoj Zizek ) Las transformaciones fundamentales de la historia humana no las han protagonizado, en realidad, los seres humanos. El ser humano es, ante todo, un ser social y […]

«Por qué a los marxistas les gusta tanto el psicoanálisis: porque es lo único que explica por qué la gente no ha hecho aún la revolución» (Slavoj Zizek )

Las transformaciones fundamentales de la historia humana no las han protagonizado, en realidad, los seres humanos. El ser humano es, ante todo, un ser social y productor. En la producción social, el ser humano, a pesar de su aplastante y, al tiempo, aparente consciencia de individualidad y autonomía de la voluntad, y, sobre todo, a media que aquella gana en complejidad, más que sujeto del devenir histórico, es un objeto consciente de las estructuras sociales que ha ido forjando en su propia producción individual y reproducción como especie.

El ser humano, en su consideración individual y aislada, no existe (la condición social del ser humano implica una natural alienación); es una robinsonada literaria y una falsificación del imaginario burgués (de la animadversión del liberalismo hacía el estado). La historia de la humanidad, tan pronto el ser humano abandona la primigenia y primitiva célula familiar y gentilicia, ya no le pertenece. La historia es, desde entonces, una sucesión de cambios en las estructuras sociales, espoleados por innovaciones tecnológicas y científicas, que, pese a ser a producto de individualidades creadoras, son, ante todo, condensación, aunque vehiculada por la expresión individual ingeniosa de ciertas personalidades, del desarrollo y evolución inmanente de los procesos estructurales.

Y, a cada estadio estructural, que no es sino orden y previsibilidad, le corresponden unas leyes de la racionalidad, que embargan y gobiernan, en un proceso contradictorio, las consciencias individuales. Y, sólo cuando las estructuras, por largo e histórico tiempo, se anquilosan y, asimismo, desconciertan a las individualidades más ingeniosas y desprecian las necesidades más vitales de la masa de sujetos de la humanidad; sólo entonces, esa racionalidad de las estructuras anquilosadas se torna en irracionalidad insufrible. Aun así, no basta con la indignación proyectada de mil, ni de cientos de miles de individualidades; son necesarias y muchas más de esas sublevaciones, porque son consecuencia inevitable de los procesos estructurales, pero no son suficientes.

Ni tampoco bastan cien genialidades. Las estructuras sociales (políticas y económicas) sólo hacen mutis en la historia de la humanidad cuando ya son incapaces de crear riqueza; pese a todo, sólo fenecen, con feroz y prolongada resistencia, cuando agotan todas sus posibilidades, no tanto de redistribuir la riqueza como de generarla. Y, es más, sólo perecen a condición de que, en su propia dinámica, otros elementos estructurales, que surgen en su seno, alteren su equilibrio y anuncien otra superior racionalidad.

En la racionalidad capitalista, el elemento estructural que, desde dentro, la va minando es el Estado Social y Benefactor, en el que el salario, como condición vital, se ve, cada vez más, desplazado por la estructura social o condición política de ciudadano y las prestaciones sociales a él anudados. Tras ella se esconde la racionalidad y estructuración socialista. La burguesía reniega del Estado Social porque en él vislumbra el fantasma del socialismo y el ciudadano de a pie sólo puede reivindicar aquél si abraza a éste como la nueva racionalidad de superior rango.

Las estructuras son ciegas en su devenir y no saben cuándo han de morir. La masa social y las genialidades son las que se encargan de poner fecha a esa incierta eventualidad.

Y el capitalismo crea riqueza por doquier. Pero llegará a un punto de estancamiento y agotamiento; cuando, habiendo alcanzado su plena expansión y expropiado a la gran masa de la población, se vea incapaz de realizar el valor de la plétora de mercancías en que, inevitablemente, se materializa su producción.

Los paraísos fiscales, expresión contable de la riqueza no realizable de inmensos capitales, frente a las penurias de cientos o miles de millones de personas, son la expresión económica y social de esa lacerante contradicción. La expresión, a nivel político, aún anda definiéndose. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.