Ciutat morta estaba destinada a ser una de esas «películas malditas», condenadas al ostracismo por las autoridades y los medios, pero no ha sido así. La calidad de su apuesta le permitió darse a conocer entre un público muy amplio y, finalmente, la presión social y política obligó a su emisión por el Canal 33; […]
Ciutat morta estaba destinada a ser una de esas «películas malditas», condenadas al ostracismo por las autoridades y los medios, pero no ha sido así. La calidad de su apuesta le permitió darse a conocer entre un público muy amplio y, finalmente, la presión social y política obligó a su emisión por el Canal 33; la situación había cambiado. El filme ha acabado convertido en un «cult movie», en una página en la historia de la conciencia de una ciudad que parecía muerta, como el Madrid del poema de Dámaso Alonso (Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
Sus autores ofrecían una reconstrucción de una situación que quedaba medida por las palabras de Montesquieu que abren la película: «No existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de la ley con apariencia de justicia«.
El éxito de Ciutat morta fue el resultado subyugante del encuentro de una plataforma combativa con la cultura, en este caso con el cine «povero», el documental. Esta ecuación se ganó su terreno paseando por 21 festivales, incluyendo el de San Sebastián (un detalle que se habría destacado en cualquier medio nacional), y había obtenido hasta diez premios. Institucionalmente no constó hasta que la CUP (David) denunció el hecho, que fue emitido por el canal 33, una emisión que queda para la historia. No solamente porque logró 569.000 espectadores, el 20% de cuota de pantalla, algo insólito para un segundo canal que suele estar en torno al 2%, también porque una reacción fulminante desde las propias redes sociales y en los medios convencionales, cuyos contenidos eran de nuevo amplificados en las redes.
En el tiempo que va del silencio a la movilización le daba la vuelta a la «historia oficial», es más, pasaba a ser un acta de acusación contra izquierda institucional que miró hacia otra parte, contra los medios que callaron salvo contadas excepciones, pero también para la ciudad desmovilizada, una ciudad difusa, de muchedumbres solitarias; lo contrario de aquella «Rosa de Foc» que alumbró el mundo. Ese vacío de ciudadanía digna y organizada l o pagaron cinco jóvenes que fueron detenidos arbitrariamente y condenados a largas penas…Un montaje que funcionó como parte de un engranaje perfectamente engrasado, hasta tal punto de que, sí quedaba un cabo suelto, era sistemáticamente desestimado. A los más veteranos, historias como estas nos evocan aquellos tiempos de los hermanos Creix en Layetana, en los que el «profesional» que torturaba a los detenidos se atrevía a proclamar que él se limitaba a hacer su trabajo. Que sí las cosas cambiaban ya trabajarían «profesionalmente» para los que vinieran.
Ciutat morta es un «thriller documental», la visión de las víctimas que respiran verdad y autenticidad. Se desarrolla con vigor y rigor sin aburrir en ningún momento, el espectador quiere en todo momento sabe lo que viene después. Sus autores, Xavier Artigas y Xapo Ortega, han realizado de una película de no ficción de calidad y artística, para intentar llegar al máximo de gente posible, buscando a la manera de Godard, no tanto hacer cine político, como política con el cine. Lo hacen desde una memoria viva y desde una tradición, enseñando la punta de iceberg de tantos casos de racismo policial. De una ofensiva desigualdad que permite los malos tratos con la gente con «mala pinta» (sobre todo sí son emigrantes, sin papeles), y el exquisito con el que se obsequia a los saqueadores del dinero público. Ha bastado su difusión para que ya nadie crea la versión del «sindicato» policial, rechazaba una verdad impuesta desde instituciones opacas, corporaciones que podían actuar impunemente con la complicidad de las estancias profesionales de la política, de cuerpos policías con tradiciones heredadas del franquismo…
Cuando esto se hizo evidente, se operó un cambio de estrategia, sí Ciutat morta era ya imparable, se ha trata de desarrollar en plan B: de darle la vuelta, de asimilarla. Esta segunda parte comenzó cuando los diarios que escribían ahora como sí acabaran de descubrir los hechos y la película, como sí ellos estuviesen por encima de cualquier sospecha. La tentativa se escenificó primero en un programa de debates en TV3, de carácter más pluralista que del pensamiento único que se imparte, sobre todo en las lecciones de economía desde las que dictaminan sus raciones de la medicina de Milton Friedman sin oposición…
En el curso de este debate se pudieron ver casi todas las caras, aunque no se pudo ver la de la jueza Carmen García Martínez que proclamó que creía mil veces más la versión policial que la sus víctimas. De un lado estaban los políticos, el responsable municipal del momento, el «socialista» (¡como me cuesta escribir esta palabra que no corresponde¡), Carles Marti y el de ahora, el convergente Joaquín Forn, el jefe del «sindicato» policial, Marcos González, más el director de la «premsa morta», del «Avui», todos ellos parapetados detrás de lo que había dictaminado el tribunal a la medida de la acusación, en el subrayado de que la víctima era el policía muerto en vida y en la afirmación de que la película representaba la «otra parte», claro, la que antes no había existido más que como víctima expiatoria…Del otro, algunas víctimas (en primer lugar, Mariana Huidroro, chilena, con memoria de la dictadura, sin más armas que la palabra y la empatía con los víctimas).
Eran caras, actitudes, palabras que no había rodado mejor Sydney Lumet en una variación del contraste a puerta cerrada de 12 hombres sin piedad, y otras suyas.
La tentativa de asimilación siguió con la concesión de los premios Ciutat de Barcelona 2014 que en forma de B tenía que entregar el alcalde convergente de Barcelona, Xavier Trias, el mismo que se quedó con cara de pasmo, sin saber qué hacer (un hombre como él que sabe recordar a los sindicalistas sus pinitos antifranquistas de juventud), cuando los realizadores rechazaron el simbólico galardón de madera. Ambos se marcharon del Saló de Cent del ayuntamiento sin darle la mano, sin la estatuilla con la que «reconocían» lo que hasta días antes no habían reconocido.
Furioso, el representante de Don Dinero reaccionó ateniéndose al guión oficial. Volvió a relucir al policía afectado, una victima accidental que ya salió a relucir en el debate de TV3 como un argumento descaradamente manipulador ya que ni Patricia Heras ni sus compañeros tuvieron nada que ver con el caso. Igualmente sacó a relucir su viaje a París de «Charlie Hebdo», porque él estaba por la «libertad de expresión» del que premio era una prueba; de hecho probaba que no lo tenían todo atado. Volvió a situar la violencia en el otro lado, lejos de los cuerpos represivos. El problema de Trias, representante de la «ciutat morta» era que la ciudad ya estaba dando señales de vida y sus argumentos suenan a falacias cínicas.
Ciutat morta es más que una película. Ha ganado una primera batalla y por más que nadie va a reparar el daño producido, sí servirá para otros tantos casos, como advertencia para «sindicalistas» policiales y para políticos de despacho entre los que -lamentablemente-, se incluyen los de ICEV, incluso Joan Tardá que desdeñó un caso que -lástima- no le podía servir en Madrid…En esta segunda parte ha quedado constancia de las partes, de que otra ciudad es posible, que otro periodismo es posible, que otro Ayuntamiento es posible y necesario.