Podemos clasificar las empresas en dos grandes grupos según tengan poder en el mercado o no lo tengan. Basándose en esta idea, el reconocido economista J. K. Galbraith explicó al sistema económico moderno dividiéndolo en dos subgrupos: el de planificación y el de mercado, sin distinciones ideológicas. De manera simplificada esto da lugar a […]
Podemos clasificar las empresas en dos grandes grupos según tengan poder en el mercado o no lo tengan. Basándose en esta idea, el reconocido economista J. K. Galbraith explicó al sistema económico moderno dividiéndolo en dos subgrupos: el de planificación y el de mercado, sin distinciones ideológicas. De manera simplificada esto da lugar a hablar de grandes empresas frente a las otras. Los vínculos con el poder político y las administraciones están del lado de las primeras, con las que hay simbiosis de intereses y donde los sindicatos tienen un peso, mientras que las empresas sin poder están sometidas a la competencia del mercado. Que se mantenga el mito de la competencia como si fuera general a todas las empresas, forma parte de los intereses del subsistema de planificación para hacer ver que las empresas poderosas están constreñidas por una fuerza superior externa: el mercado. En realidad, las empresas del subsistema de planificación, con utensilios que valen tanto para empresas públicas como privadas, no tienen competidores reales y se hacen venir las leyes, normas y políticas a su conveniencia, mientras las pequeñas y medianas empresas están sometidas no sólo al mercado en competencia sino que sufren del poder de las grandes empresas y de sus intereses.
Un pequeño empresario, de origen italiano, que vino hace más de veinte años en la costa catalana a montar una pequeña pizzería -hoy en día cuadruplicada y situada en dos localidades- me pidió hace unos días que pusiera mi pluma al servicio del clamor de los empresarios como él contra la política económica del Gobierno que les lleva a la ruina. No, no se trata de ninguna queja laboral (digamos que la reforma laboral no era necesaria), lo que hace falta es evitar la destrucción del mercado doméstico; por lo que se debe hacer frente a Bruselas, e incluso, si es necesario, volver a girar con la peseta (con euro en paralelo o sin). Y lo que no se puede soportar tampoco, es el aumento de los impuestos (el IVA) y tasas (autonómicas y municipales), el incremento de los suministros (agua, luz y gas), y la de los víveres básicos. Mírese qué empresas hay detrás de los suministros y se verá que son del subsector de planificación, cuya nacionalidad se difumina en las bolsas, con precios y condiciones técnicas aprobados por aquellos, y que, junto con los políticos a su servicio y defendiendo la burocracia política de Bruselas y sus imposiciones, defienden el estrangulamiento del mercado doméstico en favor de los capitales foráneos, los bancos y cajas, unos cuantos de ellos beneficiarios de decisiones políticas y de supuestos controles por las administraciones públicas, mientras el pequeño empresario debe cerrar por la falta de capacidad de compra de los ciudadanos.
Este empresario italiano afincado en Cataluña propuso que los jefes de gobierno se elijan a prueba durante unos meses y, si no cumplen lo que propusieron, que se vayan a la calle. Es el clamor de un pequeño empresario, no de una organización patronal, es el inicio del clamor que lleva a cambiar los políticos e incluso todo el sistema político.
Fernando G. Jaén. Profesor titular del Departamento de Economía y Empresa. UVIC.
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