¿Cómo definirías la crisis generada por la pandemia?
Me parece que estamos en presencia de una calamidad natural potenciada por el capitalismo contemporáneo. Ya esperábamos que ocurriera algo así como consecuencia del cambio climático, el calentamiento global, las incontrolables inundaciones, incendios o sequías. Pero finalmente irrumpió el coronavirus, con su arrasadora secuela de contagios masivos. Lo impactante no es el número de fallecidos, sino el inmenso universo de personas confinadas en sus hogares. Es un experimento social inédito.
Considero importante subrayar que no estamos frente a una guerra. No hay ejércitos, batallas, ni bombardeos. En la guerra se destruyen vidas humanas y en las catástrofes predomina lo inverso que es la protección. Son situaciones opuestas aunque involucren medidas de intervención estatal muy semejantes. La analogía con la guerra es muy peligrosa y la utiliza Trump para incentivar la hostilidad contra el “virus de China”.
La caracterización de una calamidad natural bajo el capitalismo, también destaca que no afrontamos sólo una crisis económica. A diferencia del 2008, ahora el epicentro del problema no son las finanzas. La pandemia impacta sobre todo el sistema.
Es cierto que el virus detonó otro estallido de la financiarización, más centrado en las deudas de las empresas y los estados que en los desbalances bancarios. Se registró el derrumbe de Wall Street más importante de los últimos 30 años y es indudable que el coronavirus acentuó otro episodio de superproducción. Cayó el precio del petrolero y se cortaron los suministros en las cadenas globales de valor.
Pero me parece equivocado analizar esas tensiones con la simple óptica de otra crisis económica. La convulsión actual es consecuencia de los gigantescos desequilibrios generados por el capitalismo contemporáneo. No es una contingencia natural ajena a ese sistema.
Es evidente que la expansión de la urbanización generó en las últimas décadas aglomeraciones de la fuerza de trabajo que facilitan la multiplicación de los virus. También la destrucción de los hábitats de las especies silvestres y la industrialización de la actividad agropecuaria acentúan la irradiación de bacterias. Ahora observamos atónitos una venganza de la naturaleza contra cuarenta años de extractivismo neoliberal.
Recordemos, además, que hemos presenciado una globalización del consumo sin correlato en la salud. Se internacionalizó el turismo sin ninguna prevención sanitaria y el resultado es el colapso de los hoteles y las aerolíneas. En síntesis: la pandemia ha sido potenciada por el funcionamiento devastador de un capitalismo digital, globalizado, financiarizado y precarizador.
¿Y cuáles son los impactos más visibles del torbellino causado por el virus?
El más inmediato es un duro golpe al neoliberalismo. En pocas semanas se ha generalizando una drástica intervención de los estados, con una amplitud que probablemente supere al 2008. Ya afecta a incontable áreas sometidas al proceso de privatización. Los neoliberales temen que esos cambios sean perdurables y desemboquen en la reversión de la gran mercantilización de las últimas décadas. Esperan que todo pase rápido y termine como en la crisis de la subprime, sin ningún cambio significativo en el funcionamiento del sistema. Buscan cualquier argumento para ocultar cómo la privatización de la salud desguarneció a la población. Ocultan que Trump desmanteló hace dos años la Unidad de Salud Global, que había advertido la posibilidad de un brote semejante al contagio actual.
Otro efecto significativo de la pandemia es su incidencia social diferenciada. No es un virus democrático que afecta a todos por igual, con distinciones meramente etarias. Son evidentes las brechas de cobertura y recursos para enfrentar la desgracia. Esa diferenciación ha quedado enmascarada por el comienzo del virus entre los viajeros. Golpeó primero a la clase media, a las elites y hasta los presidentes y sus ministros. Pero la desigualdad salta a la vista en el tratamiento de los afectados. En Estados Unidos se propaga entre 30 millones de personas que carecen de seguro médico.
Existe también una llamativa diferencia en las situaciones laborales. Se ha generado un impresionante corte, entre los que pueden desenvolver un teletrabajo protegido en los hogares y quiénes actúan en la intemperie como proletariado de la salud o la alimentación. Ni que hablar de los trabajadores informales que están totalmente desamparados frente a la enfermedad.
Los capitalistas aprovechan este escenario para incrementar sus fortunas con el sufrimiento ajeno. El programa de rescate que se sancionó en Estados Unidos, otorga enormes subsidios a empresas rentables (como las aerolíneas) y asigna migajas a los trabajadores. Los cheques ofrecidos a la población son insignificantes, en un escenario de rápida aceleración del desempleo tradicional y gran efecto del nuevo desempleo de hecho. Los ingresos de los asalariados impedidos de trabajar han quedado seriamente afectados.
Me parece que otro dato significativo es la diferencia de reacciones entre gobiernos y culturas. Los sanitaristas han postulado al unísono la necesidad de la cuarentena, pero su aplicación ha dependido en gran medida de la afinidad con el neoliberalismo. Entre los derechistas más extremos predominó desde el comienzo un frontal negacionismo. También emergió un descarnado malthussianismo entre los presidentes que propusieron tolerar la expansión del virus, para inmunizar a la población descartando a los ancianos y vulnerables. Ven con buenos ojos un incremento de la tasa de fallecimiento que achique el déficit del sistema previsional. Con enloquecidos presupuestos de libre-mercado o darwinismo social, la cuarentena fue demorada u obstruida en Estados Unidos, Inglaterra y Brasil.
En la vereda opuesta se han situado los mandatarios que priorizan la salud pública y los gobiernos asiáticos, que se adiestraron en la cuarentena durante la experiencia del SARS. Me parece que la capacidad exhibida en Oriente para manejar el aislamiento social tiene fuertes raíces en las mentalidades y tradiciones. Cuando se afirma que China logró implementar exitosamente la cuarentena por el autoritarismo de su régimen se olvida que el mismo resultado (con métodos semejantes) prevaleció en Taiwán o Corea del Sur. Lo llamativo es la contraposición de esas prácticas con la irresponsabilidad de los gobiernos occidentales. En última instancia, China puede actuar con mayor eficacia, porque cuenta con un estado más autónomo del neoliberalismo.
¿Cuáles son las principales diferencias con la crisis del 2008 y cómo se reordena el escenario geopolítico?
La diferencia más importante es la ausencia de coordinación mundial. En el 2008 se registró una reacción común de los Bancos Centrales y el G 20, bajo el comando de la Reserva Federal estadounidense. Lo determinante fue el rescate que implementó China del capitalismo mundial. Ahora prevalece un contexto opuesto de creciente regulación nacional y restablecimiento de fronteras, en un clima de sálvese quien pueda.
Lo competencia continúa obstruyendo soluciones en el terreno sanitario. Persiste una nefasta combinación de desaprensión y rivalidad. La desconsideración empezó en el 2018, cuando la Organización Mundial de la Salud advirtió la posibilidad de una pandemia. Cómo a las empresas farmacéuticas no les interesa la prevención, los programas de investigación del virus fueron desfinanciados por los gobiernos occidentales. Esa miopía es complementada ahora con una brutal competencia para dirimir quién se adelanta en la obtención de la vacuna. Europa, Estados Unidos y China disputan ese trofeo, para proteger primero a su propia población y ganar puntos en las futuras patentes. Trump fue más lejos e intentó acaparar las investigaciones sobornando a varios científicos alemanes.
Me parece que en el terreno geopolítico se delinean tres situaciones. China se ha ubicado en la mejor posición, luego de haber desencadenado el problema. Esa localización inicial fue coherente con su papel protagónico en la globalización. Esa relevancia potenció su capacidad para exportar alteraciones económicas y sanitarias al resto del mundo. El peso de China en el PBI global trepó más de 30% desde el 2008.
Al principio, los gobiernos occidentales observaron con cierta satisfacción y malicia el debut del coronavirus en China. Esperaban una localización exclusiva del problema en ese país, con el consiguiente debilitamiento del rival asiático. Incluso existen sospechas de una eventual generación del virus por parte de los militares estadounidenses. Es muy difícil corroborar o desmentir esa posibilidad, pero no habría que descartarla a la luz de las infecciones que en el pasado implantó la CIA en Guatemala y Cuba.
Al parecer China comienza a contener la pandemia en su territorio, utilizando una estructura sanitaria centralizada con reducido peso del sector privado. Ya se observa una sensación triunfante del gigante asiático, que ofrece ayuda a otros países y comparte con la comunidad científica la secuencia del genoma del virus. Yo asociaría esos logros con el funcionamiento limitado del capitalismo en ese país. La restauración de ese sistema no se ha consumado en su totalidad.
En el polo opuesto se ubica Estados Unidos, que al principio de la crisis aparecía como el gran favorecido por la afluencia de capitales internacionales. Esa recepción tendía a repetir lo ocurrido en el 2008. Pero ahora observamos cómo la potencia del norte es la principal afectada por la contaminación. Se invirtieron las cartas y se dio vuelta el escenario. Trump está desesperado y todos los días improvisa alguna medida, sin encontrar respuestas coherentes. Se agravó la grieta interna y prevalece la ausencia de cohesión para afrontar la crisis. Los gobernadores actúan por su cuenta y desafían la autoridad presidencial, frente a la creciente necesidad de un sistema sanitario estatizado.
Es muy impactante observar cómo la imagen de Estados Unidos decae en el planeta. Ya no actúa como un imperio que auxilia al resto del mundo. Al contrario, aparece como una potencia encerrada en su egoísmo y agobiada por la incapacidad para lidiar con un desastre interno.
La tercera situación se localiza en Europa, que al transformase en un gran centro de contagio precipitó la crisis general de los mercados. La Unión Europea brilla por su ausencia y cada país actúa por su propia cuenta. Por un lado afirman que el virus no tiene pasaporte y por otra parte cierran las fronteras.
Por muchas razones la infección en Italia y España alcanzó una gravedad mayúscula. Pero es evidente que la política sanitaria neoliberal y los recortes de presupuesto han sido decisivos. Es llamativo el contraste con Alemania, que mantuvo mayor inversión y centralización de actividad sanitaria.
En este dramático contexto sanitario: ¿Qué tipo de escenario económico se avecina?
Hasta ahora predomina una reacción enceguecida de los gobiernos occidentales. Dicen que buscan aplanar la curva económica (como su equivalente sanitaria), para distribuir la caída del PBI en el tiempo. En los hechos repiten la fórmula de auxilio a los capitalistas del 2009. Menores tasas de interés, inyección de liquidez y alivios fiscales. Pero el efecto es muy dudoso, porque a diferencia de ese momento el rescate no involucra ahora a los bancos. Incluye incontables áreas de la economía.
Con los pronósticos conviene ser cuidadoso. Se ha construido una verdadera mitología en torno a los economistas que hacen predicciones. Ese relato se extendió al universo sanitario y una fundación ligada a Bill Gates se auto-asigna ahora el mérito de haber predicho la pandemia. Hay muchas falacias con las teorías de los cisnes negros.
Yo te diría que existe cierto consenso en definir la gravedad de la crisis actual, en estrecha relación con su duración. Si continúa sólo por algunas semanas y si la economía china remonta en el segundo semestre, la convulsión encontrará cierto piso. Si por el contrario la duración es mayor, irrumpirá una recesión superior al colapso del 2008. Y si finalmente la pandemia se prolonga varios meses o un año, cobra entidad el fantasma de un desmoronamiento semejante a los años 30. Por lo tanto, habría tres cursos factibles de caída del crecimiento, recesión o depresión.
Pero la lectura meramente económica es insuficiente en este caso, porque el escenario también dependerá de la aparición de alguna vacuna o tratamiento efectivo. El número de fallecidos distingue a esta pandemia de sus antecesoras del Medioevo o principio del siglo XX. En la peste negra murió un tercio de la población europea y en la gripe española de 1918-19 perdieron la vida entre 20 y 50 millones de personas. Por los cambios históricos en el funcionamiento de la sociedad, la pandemia actual puede generar un colapso económico sin alcanzar un número significativo de fallecidos.
Los distintos escenarios de caída del crecimiento, recesión o depresión determinarán a su vez el grado de conmoción generado por la desvalorización de capitales. Ya hay una devaluación fulminante del turismo y del transporte y es una incógnita su irradiación a otras áreas. En este terreno conviene observar lo que ocurrirá en la periferia.
Justamente quería abordar ese tema. ¿Cuál es tu impresión del impacto de la crisis en la periferia y específicamente en América Latina?
Hasta ahora todos sabemos que el efecto ha sido menor en las regiones de clima cálido y por razones estacionales en el hemisferio sur. También existe una gran consciencia del inconmensurable drama que se avecina, si el contagio se generaliza a regiones de África, el sur de Asia o América Latina, donde los sistemas sanitarios son inexistentes o insignificantes.
En el plano económico el impacto ya es visible en las denominadas economías emergentes. Han quedado muy afectadas por la fulminante caída de los precios de los productos básicos y la salida de capitales. En los primeros 45 días de coronavirus esa hemorragia de fondos superó los 30.000 millones de dólares. Cuando el FMI promete movilizar urgentes préstamos hacia esos países, simplemente propone compensar parte de una fuga ya consumada. Es inminente además un dramático deterioro de los pagos de la deuda externa, que se ha engrosado a un ritmo vertiginoso. El porcentual de pasivos sobre el PBI de las emergentes saltó del 100% (2008) al 160% (2019).
El impacto de la pandemia es aún limitado en América Latina, pero las consecuencias económicas ya están a la vista. La CEPAL modificó su previsión de bajo crecimiento a contracción para el 2020 y conviene recordar que a diferencia del pos- 2008, las compras de China decaen y el turismo se ha desmoronado.
En América Latina son igualmente significativas las distintas reacciones de los gobiernos frente a la pandemia. Bolsonaro encarna un patético extremo de desprecio neoliberal a la salud pública. Se burla de la “gripecita”, convoca a trabajar y a concurrir a las iglesias. Por eso afronta una crisis monumental. La justicia y muchos gobernadores lo desautorizan y hay que ver cómo reacciona la cúpula militar. Su incalificable conducta es muy parecida a la que hubiera asumido Macri en Argentina. Ambos comparten el mismo desprecio privatizador por la salud de la población.
En el polo opuesto se ha situado Alberto Fernández, que adelantó la cuarentena con un número comparativamente bajo de contagiados y fallecidos, en un clima político de eclipse del neoliberalismo. En Argentina, la población ahora valora las empresas y los hospitales públicos y la intervención centralizada del estado. La derecha está desprestigiada y acallada.
Pero en la región hay situaciones muy variadas. En Chile se utiliza la pandemia como pretexto para incrementar la represión contra rebelión popular y en Bolivia la dictadura aprovecha una circunstancia excepcional para intentar su perpetuación.
¿Cuál es tu evaluación de las consecuencias de pandemia sobre los movimientos populares?
Es evidente que el coronavirus ha generado efectos muy adversos sobre las organizaciones populares. No sólo desarticula su funcionamiento, impide la deliberación y las asambleas, sino que especialmente anula las movilizaciones. Con las calles vacías se ha obturado el principal canal de las protestas.
También es negativo el miedo. Impera una psicosis de la peste que debilita las conductas racionales. Los medios de comunicación han instalado una “infodemia”, con el imperio de la hipertelevisión en el enclaustramiento. Potencian los temores, obstruyen la reflexión y silencian la responsabilidad del capitalismo.
Además, es muy visible el peligro de militarización, no sólo por la presencia de los gendarmes controlando las calles. Con el pretexto de supervisar las pruebas y asegurar el distanciamiento social se está materializado un enorme avance de la vigilancia informática. Pero el problema es más complejo, puesto que una pandemia exige el cumplimiento estricto de normas para impedir los contagios. Hay que ser muy cuidadoso en la evaluación de los hechos, para distinguir los atropellos policiales de la protección de la salud pública. No corresponde la simple justificación de los gendarmes, ni la reivindicación de un liberalismo ingenuo, que es incompatible con las situaciones sanitarias de excepción.
Dicho eso, me parece indispensable registrar los elementos positivos del nuevo escenario. Hay quera evitar un sesgado pesimismo que presupone el inexorable desemboque totalitario del contexto actual. Ciertamente es un peligro, pero no constituye un devenir inevitable. Hay que notar, ante todo, la significativa revalorización de la salud pública por parte de la población. La pandemia ha demolido la creencia liberal que cada individuo es responsable de su propia salud y la conveniencia de gestionarla con un buen contrato de riesgo. Frente a esa tontería liberal se está demostrando que la salud es un bien público, atado a la capacidad de defensa de todo el cuerpo social frente a las enfermedades.
Ya emerge también una revalorización de la acción solidaria, encarnada en el ejemplo internacionalista de los médicos cubanos. Volvemos a observar el extraordinario gesto de solidaridad de un país, que en vez de encerrarse en su propia protección ofrece socorros al resto. Cuba es una pequeña nación de la periferia que auxilia a las economías desarrolladas. Como pocas veces, hemos visto ya un contrapunto frontal entre el egoísmo y hermandad. La Unión Europea prohibió la exportación de artículos medicinales e Italia pidió ayuda a China y Cuba que respondieron de inmediato.
Hay que prestar mucha atención también al manejo de las redes sociales. La pandemia ha generado una gran explosión del uso digital. Desde el inicio de la cuarentena el tráfico de datos se incrementó en un 40%. De la misma forma que las redes cumplieron un gran papel en las protestas globales del 2019, ahora podrían constituirse en el cimiento de una respuesta popular al desastre capitalista.
¿Pero con qué tipo de propuestas?
Ya están circulando varios programas de distintos movimientos populares con muchas iniciativas. Todos comparten un planteo mundialista. Desde el momento que la pandemia y la crisis son globales, las respuestas sólo pueden prosperar en el mismo plano. Ese perfil mundial retoma la tradición de los foros sociales de la década pasada y de dos movimientos -el feminismo y el ecologismo- que actúan en el orden planetario.
Todos los programas enfatizan, ante todo, la necesidad de garantizar la cuarentena y la vida de la población. Resaltan la imperiosa urgencia de los pruebas al mayor número de personas, para actuar con eficacia en la contención del contagio. También postulan medidas de centralización, intervención o nacionalización de la actividad sanitaria y la supresión de la propiedad intelectual en el campo de la medicina. Convocan a recaudar recursos con impuestos a las grandes fortunas y a condonar las deudas de la periferia. Propician, además, la suspensión de los desalojos y la introducción de un ingreso universal significativo.
Estas ideas exploran líneas de acción frente a la convulsión actual. Hemos visto el desconcierto y el temor que suscita el coronavirus. Pero también observamos un creciente interés por comprender lo que sucede. Hay una gran demanda de explicaciones que relacionen la pandemia con el capitalismo. Nuestras vidas son más importantes que las ganancias de los millonarios y en esta crisis espero que la salud pública pueda triunfar sobre el capitalismo.