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Clave inseguridad

Fuentes: Rebelión

Vamos a evaluar las características de una tal llamada inseguridad; en especial una «sensación»que empieza a arreciar en nuestra Venezuela. Una sensación de inseguridad promovida globalmente por el mayor centro de poder mundial, como elemento estratégico para mantener bajo control a la gente en todas las áreas del planeta donde ejerce su dominio. «Huele a […]

Vamos a evaluar las características de una tal llamada inseguridad; en especial una «sensación»que empieza a arreciar en nuestra Venezuela. Una sensación de inseguridad promovida globalmente por el mayor centro de poder mundial, como elemento estratégico para mantener bajo control a la gente en todas las áreas del planeta donde ejerce su dominio.

«Huele a azufre» exclamó Hugo Chávez, teniendo ante sí el atril de lecturas en la LXI Asamblea General de la ONU, donde un día antes George W. Bush, había estado gesticulando al mundo. El venezolano originó los aplausos más sostenidos y estridentes que hayan ocurrido hasta el momento en toda la historia del centro universal.

El aumento de los servicios de seguridad, públicos y privados, el creciente valor electoral del tema, la proliferación de sistemas de observación y de control, las políticas de lucha contra el terrorismo internacional, la edificación de muros fronterizos y muchos otros signos promovidos por intereses particulares de dominación, muestran que el tema de la inseguridad, sirve para enmascarar las amenazas reales y hasta para imposibilitar el desarrollo de políticas acertadas. ¿Vivimos hoy en sociedades más inseguras? ¿Quién padece más la inseguridad? ¿Han aumentado las amenazas y los riesgos, o sólo se han incrementado las exigencias de seguridad de los individuos? ¿Vivimos todos sometidos a las mismas inseguridades? ¿Sería posible establecer prioridades más allá del sentimiento subjetivo del miedo que promueve la inseguridad? ¿Cuáles son las fuentes reales de inseguridad y cuáles las creadas artificialmente? Y finalmente, así como hay claves de seguridad ¿cuáles son las claves de la inseguridad?

Existe un estado de inseguridad personal proveniente de hechos reales y una sensación de inseguridad creada de manera artificial. Pero por lo general, toda inseguridad suele ser tratada con políticas inadecuadas dirigidas a apaciguar el miedo, en lugar de asumir las tareas de prevención, de formación educativa o de una apropiada preparación para la convivencia humanizada y humanizante.

Vayamos al hecho histórico: desde los primeros pasos de la modernidad, los objetivos de libertad, fraternidad e igualdad, se constituyeron en herramientas para erradicar el miedo al sometimiento de los poderes de dominación. Se pensó incluso, que el conocimiento científico y los avances tecnológicos, iban a ser decisivos al ser aplicados como instrumentos sociales para minimizar las contingencias y poner al servicio de la gente, tanto las fuerzas naturales que había que superar, como también, otras formas de liberación posibles frente a los poderes causantes de ese sometimiento e infelicidad.

El presidente bolivariano Hugo Chávez, citando a Noam Chomsky, expuso en esta reciente Asamblea General de la ONU: » el imperialismo norteamericano está haciendo desesperados esfuerzos por consolidar su sistema hegemónico de dominación. Nosotros no podemos permitir que eso ocurra, no podemos permitir que se instale la dictadura mundial; que se consolide la dictadura mundial».

Desde el punto de vista político y sociológico, la modernidad puede ser considerada como un proyecto tecnológico de control social llevado a cabo por los Estados. Por esa razón, el Estado moderno y la actualidad pos moderna cuentan desde su nacimiento con «claves de seguridad», mas no con claves que permitan controlar la inseguridad.

Thomas Hobbes, uno de los padres de la idea del contrato social, veía en el temor, la razón fundamental que lleva a los seres humanos a ordenarse y unirse en sociedad. Este planteo del tema de la inseguridad como una cuestión de orden, conduce inevitablemente a una forma de ocultamiento, al interpretar la inseguridad como una anomalía transitoria. Aunque la modernidad luche por la claridad y el orden, tanto en las ciencias como en la organización de la sociedad, esa búsqueda de determinación produce permanentemente nuevas indeterminaciones que impiden concretar el orden necesario. En cambio y contradictoriamente, se refuerza esa necesidad del orden definitivo, encontrándonos entonces ante un círculo vicioso: todo intento de establecer un mundo más racional por medio de la ciencia y de la técnica, va acompañado de efectos irracionales asociados que aumentan la magnitud del sufrimiento.

La inseguridad como una mera cuestión de orden, hace que las situaciones afectadas por dicha inseguridad aparezcan como deficientes, mientras que el control de la situación se convierte en prueba de una acción eficiente, ampliando el espacio de lo dominable y minimizando el nivel social de inseguridad. Ciertamente, el potencial actual del ser humano para enfrentar el dominio de la naturaleza es enorme, tanto que respecto a ella, nunca antes los seres humanos habíamos vivido tan seguros como hoy. Pero esto no puede confundirse con un aumento lineal de la seguridad. Más bien habría que hablar de una dialéctica de la seguridad que conduce a un retorno de la inseguridad, sobretodo cuando se trata del ámbito de la ciencia y la tecnología. Experiencias como la catástrofe de Chernobyl han hecho tambalearse las promesas de seguridad que suelen acompañar a la ciencia y la técnica modernas. Son precisamente sus avances los que producen y al mismo tiempo generan, potenciales de inseguridad aún mayores que hoy, son prácticamente imposibles de eliminar.

Las estructuras económicas y los instrumentos políticos de los gobiernos por su parte, producen en su mutua relación, no sólo tensiones y situaciones de crisis con vanos intentos de control, sino también, ingobernabilidad y traslado del poder económico y político, dejando en condiciones precarias su responsabilidad en cuanto a la supervivencia de la gente.

Podríamos decir entonces que en lo que a inseguridad refiere, la solución de los problemas genera siempre nuevos problemas. Así, los riesgos producidos por los avances científicos y tecnológicos ya no son controlables con los medios técnicos disponibles para comprobar los riesgos.

A mitad de los años ochenta Ulrich Beck en La sociedad del riesgo aborda los riesgos sociales, políticos, ecológicos e individuales producidos por el progreso industrial en las sociedades modernas; riesgos que surgen, dice Beck, porque ese progreso está sujeto a las medidas de control y seguridad tradicionales. Creíamos que las sociedades industriales modernas habían transformado en riesgos calculables, las amenazas impredecibles de las sociedades preindustriales; sin embargo, pestes, hambre, dioses, catástrofes naturales, magias y demonios, han seguido multiplicándose. Creíamos también que los cálculos no sólo se referían a las capacidades productivas y a los riesgos de las comunicaciones y transportes, sino también a las pérdidas y beneficios de las guerras, o a las incidencias y cambios de la vida individual como accidentes y enfermedades. Creímos en esa transformación y cálculos de riesgos, pero nunca se previno el alcance ilimitado que ellos tendrían como producto del desarrollo.

De allí el principio de seguridad social y el concepto de la sociedad como comunidad de riesgo, portadora y responsable de la seguridad de sus miembros.

Según Beck, la transformación decisiva tiene lugar cuando los peligros socialmente producidos no pueden ser ya dominados por las reglas y sistemas de seguridad existentes. Los riesgos atómicos, químicos, ecológicos y genéticos, a diferencia de los riesgos preindustriales, ya no están limitados en el espacio ni en el tiempo; no son imputables según las habituales reglas de causalidad, culpa o responsabilidad, puesto que son difícilmente compensables. Así pues, el sistema político democrático se enfrenta al dilema de fracasar ante los peligros del sistema o vulnerar los principios democráticos con medidas autoritarias para combatir la inseguridad.

¿Qué es lo nuevo en esta situación? Hay una individualización que resulta de la disolución de formas sociales de integración, durante el proceso de industrialización moderna. Dichas formas son sustituidas por procesos biográficos a partir de patrones preexistentes a veces extraídos del hecho histórico, que han perdido vigencia y suelen ser por ello cuestionables.

Por otro lado, la peligrosidad de las amenazas a las que nos enfrentamos es de tal calibre, que ya no resulta posible evaluar la seguridad frente a ellas. Existe una desproporción insalvable entre el tipo de efectos y los medios e instituciones de que disponemos para hacerles frente, como es el caso de los riesgos ecológicos.

Pero, ¿no fue descrita ya la revolución sin precedentes de los medios productivos y la disolución de las formas sociales de integración en el Manifiesto Comunista cuando aseguraba que «todo lo sólido se desvanece en el aire»? Lo nuevo frente a esto consiste en que la desintegración ya no puede ser vista con la idea de dominación; y tampoco como una destrucción necesaria para la instauración del comunismo en libertad.

La disolución ya no es un paso para crear estabilidad en ningún sentido. Entre la liberación de los individuos y su capacidad real de incidencia en ello, existe un abismo. La flexibilización, liberalización y desregulación que se ha dado en llamar globalización, deja tras de sí una tierra devastada, quemada y desértica.

Al haber desaparecido la meta, sólo nos va quedando un movimiento acelerado que no lleva a ninguna parte (Zigmunt Barman : «Modernidad Líquida»). Hasta la mitad del siglo XX pudo hablarse de una modernidad sólida y en el marco de esa modernidad, todavía se esperaba poder alcanzar la realización de un mundo completamente racional y perfecto, es decir, un estado en que cesarían todos los cambios porque nada sería ya mejorable.

Por eso era indispensable disponer de informaciones exhaustivas, de suficientes conocimientos y destrezas técnicas para alcanzarlos. En los años cuarenta y cincuenta se produce una transformación que dará paso a la modernidad líquida. No sólo se abandona la pretensión de alcanzar un estado de perfección sino que se crea un paradójico estado de cambio permanente.

Ni el saber acumulado ni las rutinas puestas a prueba, constituyen ya una base segura para enfrentarse al futuro.

Bauman se refiere a diferentes transformaciones que están en la base de ese cambio, pero sobre todo subraya las que afectan la flexibilización del mercado de trabajo, su creciente desregulación y extraordinaria movilidad, encadenándose unos proyectos con otros, tanto en la brevedad como en la diversidad. Esto quiere decir que la transformación de los sistemas debe ser afrontada y resuelta de modo individual a pesar de la desproporción que existe entre ambos planos.

Por otro lado, la estrategia de los poderes dominantes ya no consiste en mostrar su poder, en hacerlo visible, sino en volverlo invisible, de ahí que se imponga una suerte de «juego global». Vivimos en un mundo descentralizado, en el que los riesgos y contradicciones siguen teniendo el mismo origen social. Pero a pesar de que son riesgos producidos socialmente, ahora deben ser afrontados individualmente.

Tanto para U. Beck como para Z. Bauman el hecho de que la situación vital y laboral se va haciendo más precaria está asociado a la pérdida de valores y a una experiencia de inseguridad respecto a la posición social; asociado a los derechos y al sustento vital; asociado a la incertidumbre en relación a la estabilidad y por último, asociado a la propia integridad física, material y social. La percepción de estas precariedades constituye una construcción social y como tal está sometida a los mecanismos de selección, deformación, dramatización y negación, que reflejan no sólo las preferencias individuales, sino también las coacciones impuestas por las relaciones de poder y dominación. Esto que vale para cualquier fenómeno social, es tanto más efectivo cuando nos referimos a las amenazas o riesgos del sentimiento de inseguridad. ¿Es posible distinguir entre amenazas reales e ilusorias? La inseguridad dista mucho de ser un hecho objetivo capaz de ser medido. Muchas de las amenazas que la población siente como más acuciantes, no forman parte de la experiencia directa. Las complejas cadenas causales de la contaminación por ejemplo, no suelen ser percibidas de manera directa sino desde los conocimientos de expertos y su divulgación por los medios de comunicación. Pero dichas presentaciones distan mucho de ser neutrales. Más bien están sometidas a la presión de la propaganda política o los intereses comerciales y mercantilistas.

El producto de los expertos que suelen aparecer en los medios, tiene en muchas ocasiones, un efecto deformante y desmovilizador, al promocionar el «nadie se pone de acuerdo» o el «no se puede hacer nada».

Otro ejemplo ilustrativo del tratamiento mediático de la inseguridad lo ofrece el fenómeno de la inmigración.¿No sienten que «nos invaden»? ¿Habrá que amurallar fronteras ante la sensación de saturación y de límites provocada por los inmigrantes? Límites de capacidad que no pueden ser comparados con los límites para soportar el hambre, la pobreza, la proliferación de enfermedades como el SIDA o el sentimiento a la ausencia de futuro de vida pronosticable, ya sobrepasados antes por otros pueblos.

En particular, los análisis más serios del fenómeno migratorio se alimentan de la imagen que lo asocia con la delincuencia, el crimen organizado, el terrorismo, narcotráfico y sicariato.

Por otro lado, estamos acostumbrados a que gobiernos y medios focalicen la cuestión de la inseguridad en el tema del delito callejero, de la violencia contra las personas y la propiedad. Dejando de lado las causas sistémicas de la inseguridad y sus efectos sobre la debilidad y vulnerabilidad de los sujetos que puedan sentirse amenazados; se identifica la inseguridad con la ciudadanía y ésta a su vez, con los efectos del delito callejero.

Los únicos sujetos que pueden articularse en relación con la inseguridad, son aquellos que ven amenazadas sus propiedades pero casi nada se dice de los procesos sociales que precarizan y debilitan a los identificados como delincuentes. La desproporción informativa en relación con los llamados delitos de guante blanco es notable; el tratamiento informativo del delito económico organizado o del fraude fiscal, nunca se asocia a la producción de mayores niveles de inseguridad. Fraude este que surge generalmente entre la economía llamada legal y la delictiva, «siempre sin» la confabulación del sistema empresarial y mucho menos del financiero.

El miedo difuso que produce el sentimiento de inseguridad tiene una gran capacidad de movilización pero también, de paralización. Controlar el sentimiento de inseguridad, dirigirlo en una dirección u otra, convertirlo en un componente sustantivo de la experiencia cotidiana, posee una importancia capital para cualquier instancia de poder. Quizás por esa razón estén a la orden del día formas de presentación de las amenazas supuestas o reales, plagadas de sensacionalismo y tendencias catastróficas. En ese orden, han aumentado los programas de televisión dedicados a sucesos y actos criminales, así como accidentes de todo tipo. También en los informativos y la prensa escrita, esas «noticias» ganan cada vez, más y más espacio. Pensemos por un momento en la ola de algunas recientes amenazas globales, desde el choque previsto de un asteroide con la Tierra, al mal de las vacas locas; desde la fiebre aviaria pasando por el ántrax, las armas de destrucción masiva, virus super inteligentes de Internet y narco-perfumes subyugantes, hasta las acciones y amenazas destructivas de ciertos incapaces y narcotizados gobernantes. En su construcción mediática, todas poseen dos rasgos comunes: por un lado, el carácter de peligro inminente que generan como situaciones de emergencia y por otro, su capacidad de generar miedo difuso o como Bauman lo llama situándolo en el plano político, «miedo líquido».

Sobre el origen social de la inseguridad diremos que, habiendo asistido en las últimas décadas del siglo XX al ocaso de una esperanza generalizada de bienestar luego de la reconstrucción europea tras la II Guerra Mundial, hoy, todas las promesas del capitalismo de incluir al menos los dos tercios del mundo en esa expansión del bienestar, han enmudecido.

Las condiciones de contratación laboral van llegando a extremas condiciones de precariedad, la pobreza de los refugiados o la condición de muchos inmigrantes indocumentados y de mujeres solas a cargo de grupos familiares, las crecientes dificultades de los jóvenes para acceder al trabajo y vivienda dignos, e incluso si es el caso, poder mantenerlos, son fenómenos que empiezan a apuntar hacia una sociedad dividida en los mismísimos países ricos, una sociedad en la que sólo la mitad o menos de sus integrantes, puede gozar de condiciones medianamente seguras de existencia.

El orden institucional entre Estado y Mercado de la modernidad se ha descompuesto y ha perdido legitimidad. Hemos asistido en las últimas décadas del siglo XX a una recomposición de las relaciones siempre inestables entre Estado y Sociedad, bajo el signo de la hegemonía universal del Mercado. Los imperativos de la rentabilidad económica han penetrado tanto la esfera social como la política y la cultural. Hasta ahora los litigios sociales eran responsabilidad del Estado Social puesto que se enmarcaban en la idea de solidaridad social. Pero la recomposición del orden institucional ha llevado a trasladar dichos litigios a términos de preocupación privada, es decir, a transferir su competencia a instituciones sociales no estatales, privadas o semi privadas, sin protección alguna del Estado Social. Los individuos se ven forzados a conducirse bajo la lógica económica por medio de la capitalización de su propia existencia. Esta salida individual se extiende a todos los ámbitos, desde la capacidad de ser empleado, las relaciones sociales, emocionales y hasta la atención de salud. El «yo» cual Compañía Anónima, que visualiza la amenaza del fracaso, dejando al personal librado a su propia suerte. Quien no sea capaz de responder a las exigencias de flexibilidad para los cambios del mercado y su entorno de relaciones, quienes no sean capaces de adaptarse a ellas para aprovechar las oportunidades antes que otros se les adelanten, se convertirán en marginados y hasta desechables. Vivianne Forrester en su «Horror Económico» lo resalta y agrega el tema de la adultez como elemento generador de desocupados deshechados.

Hace cierto tiempo atrás, analizando los efectos de la sobre vivencia como objetivo de la lucha de clases, titulábamos: «¿quienes son los verdaderos marginados? » En el análisis contraponíamos las alternativas de seguridad que ofrecen los mercados de las clases pudientes: rejas, sofisticados cerrojos, cercas electrificadas, guardianes, cadenas o mastines, a la ausencia de medidas similares en las barriadas populares. Nos preguntábamos entonces quiénes eran los reales marginados, al evaluar las instancias de inseguridad entre los más pobres y los medianamente ricos y ricos. Es en ese contexto último que florece ese miedo a la posible marginación pobre; a la pérdida de posiciones de privilegio, dando lugar a una necesidad actualizada de seguridad. Un estado de seguridad cuya promesa es utilizada en las propagandas populistas, asociándola a supuestas medidas para garantizar dicha seguridad: consumismo de mercado, medidas de control de las poblaciones, más rigurosas medidas penales, guerras preventivas, suspensión de derechos civiles entre otras.

La ideología de la seguridad interior responde al grito de los que se sienten amenazados a la marginación o al descenso social. Pero este grito permite a las instancias que intervienen en los procesos sociales y económicos, que son las que originan esa inseguridad, presentarse como instancias salvadoras. La activación del miedo tiene un efecto inmediato de reforzamiento de la autoridad, de legitimación del poder que supuestamente es capaz de desactivar las causas que lo producen. Se trata de un poderoso mecanismo para simular el consenso allí donde hay más que poderosas razones para que éste no exista. Esto permite disciplinar bajo formas de organización análogas a lo militar, tanto la producción como el trabajo, la opinión pública, el derecho y hasta la ciencia.

El deseo de seguridad puede amenazar con sofocar incluso, el deseo de libertad. Los miedos más que dirigirse hacia arriba, hacia las instancias estatales o económicas que promueven la precariedad y la vulnerabilidad, se orientan hacia abajo. Los individuos se sienten amenazados por aquellos a quienes temen verse asociados. Nada resulta más fácil entonces que la explotación de los miedos a través del resentimiento. Los «parásitos de la ayuda social», los «inmigrantes delincuentes», los «mendigos sin techo», constituyen ejemplos de la visión terrible del futuro propio. Como la seguridad buscada contra esa supuesta amenaza no puede ser ofrecida por ninguna organización, se termina buscando refugio en los sistemas de alarma, servicios privados de seguridad, candados, muros y barreras. Se evita al máximo el contacto con los marginales que son percibidos como ajenos, extraños y amenazantes. A falta de relación efectiva con ellos, de conocimiento de sus vidas, de sus afanes y dificultades, las sociedades asumen lo elaborado por los medios de comunicación y la propaganda política.

El sentimiento de inseguridad está asociado a una impresión generalizada de aumento de las amenazas, de crecimiento de los peligros y de la vulnerabilidad, llegándose a conclusiones como «en este mundo ya nadie está protegido» lo cual legitima la adopción de medidas excepcionales, que por lo general tienen que ver con la intensificación del control social, la flexibilización de las garantías jurídicas ante los abusos del poder y la aplicación de la llamada tolerancia cero frente a las fuentes de la inseguridad o las que son tildadas como tales.

Esta forma difusa de miedo no sólo representa una dramática pérdida de realidad de quienes lo padecen, sino que constituye un instrumento de primer orden de las instancias políticas y empresariales para forzar y luego administrar el sentimiento de desamparo.

Lo significativo es que los portadores del actual discurso sobre seguridad son los propios ciudadanos. Ellos son los que exigen leyes más duras y controles de toda índole. Por su parte, la policía empieza a definirse cada vez más como una empresa de servicios, llamada a satisfacer las necesidades de seguridad, orden y rectitud de los ciudadanos. Es más, los mismos ciudadanos deben implicarse activamente en el establecimiento de la situación deseada. En relación con todo ello se encuentra la comercialización del campo de la seguridad, apareciendo junto a la policía, servicios privados que apuntan al oligopolio de la violencia de Estado.

Sin embargo, a pesar de esta tendencia a disolver el monopolio de la violencia por parte del Estado, la nueva forma de ejercer el poder significa una agudización de la dominación que, mediante la privatización se radicaliza hasta unas dimensiones sin precedentes. Si como resulta previsible, el desarrollo del sistema capitalista presenta futuras situaciones de crisis, los individuos singulares y aislados se verán confrontados con estados de gran inseguridad. Se establece entonces que demasiada libertad constituye un riesgo para la seguridad interior. En relación con la desregulación de la economía, el Estado puede ver reducida su tarea de imponer la libertad de mercado, mientras la sociedad se controla a sí misma por voluntad propia. Ya, a comienzos de los años ochenta, la seguridad del Estado pasa por la inseguridad del ciudadano.

No hay un maquiavelismo en esta administración de los terrores cotidianos. Sencillamente ocurre que esta «socialización del miedo» consolida y garantiza de forma natural lo establecido. Por eso los poderes son emisores, distribuidores, publicitarios, vendedores y agentes, a veces doble agentes, de la circulación del mito de la seguridad ciudadana. Esto implica una forma como otra cualquiera de control social, lo cual deja al descubierto el objetivo del sometimiento, como clave promotora de inseguridad. Según Juan Cueto en su «Mitologías de la Modernidad»: la seguridad como chantaje de la vida y de la supervivencia.

¿Habrá todavía oportunidad para una seguridad asentada en la igualdad, la justicia, el diálogo y la mediación? ¿o se convertirá indefinidamente en un instrumento de la política y la economía al servicio de la dominación?

Quizás esto dependa de la capacidad humana para revolucionar las claves sensibles de la inseguridad, desenterrando sus raíces de control y sometimiento camino a un nuevo orden mundial de justicia en libertad