La cuarta victoria electoral consecutiva del PT en las presidenciales brasileñas, por un estrecho margen frente al liberal PSDB, nos plantea tres importantes interrogantes: quién gana y quién pierde, las razones de la victoria, y los retos fundamentales para el próximo periodo de gobierno. Quién gana y quién pierde. Los análisis más superficiales y condescendientes […]
La cuarta victoria electoral consecutiva del PT en las presidenciales brasileñas, por un estrecho margen frente al liberal PSDB, nos plantea tres importantes interrogantes: quién gana y quién pierde, las razones de la victoria, y los retos fundamentales para el próximo periodo de gobierno.
Quién gana y quién pierde. Los análisis más superficiales y condescendientes con el partido de gobierno afirman que el triunfo de Dilma Rousseff supone una victoria de la izquierda frente a la derecha. Sin embargo, la diversidad de los intereses en juego obliga a una lectura de los resultados mucho más compleja y precavida.
En primera instancia, es cierto que la derecha tradicional y su elite económica han sido derrotadas «políticamente» de nuevo, al no haber conseguido desalojar al PT del Palacio de Planalto. La agresiva estrategia de campaña que articuló un feroz ataque comunicacional por parte del latifundio mediático, tanto local (grupo Globo, Folha, etc.) como global (The Economist, Wall Street Journal…), la cooptación política (Marina Silva), y la amenaza económica (caída de la Bolsa de Sao Paulo), no fueron suficientes para devolver el sillón presidencial a sus ‘dueños habituales’. La derrota «política», sin embargo, no implica especiales consecuencias económicas para el conglomerado financiero, agro-ganadero e industrial que durante estos años ha hecho jugosos negocios en el marco del neo-desarrollismo lulista.
La victoria pírrica y agridulce es para el Partido de los Trabajadores (PT), que tras 12 años de gestión se ha alejado sustancialmente de una agenda de izquierda. Su desgaste es evidente, ya que la amplia ventaja cosechada por Lula en sus triunfos electorales de 2002 y 2006 (20% de diferencia), se redujo a 12 puntos en el 2010 (primera presidencia de Dilma) y en estas últimas la distancia es de apenas 3%.
También se pueden considerar ganadores esos millones de brasileñas/os anónimos que hicieron un esfuerzo extra para frenar la reconquista de los neoliberales y de su programa de recortes de salarios y servicios sociales. Y para finalizar, todos los aliados latinoamericanos de Brasil y sus socios del BRICS.
Claves de la victoria. Diversos factores explican la remontada de última hora de Rousseff. Por un lado, la activación del «voto del miedo» en amplias franjas de la población que veían con suma preocupación la posibilidad de regresar a la década de los noventa, cuando el Consenso de Washington hizo estragos. Todavía se siente cerca la ‘halitosis neoliberal’, aunque el paso del tiempo y la llegada de generaciones más jóvenes tienden a desactivar este efecto.
Por otro lado, el voto leal y en cierta manera cautivo de los sectores más empobrecidos de la población, principalmente en el Nordeste del país, donde el programa ‘Bolsa Familia’ tiene una fuerte implantación. Dilma arrasó en esta región con más del 70%, compensando el importante retroceso en el centro y sur del país. A esto hay que agregar el flujo importante de sufragios que en la primera vuelta votaron por Marina Silva, y que en la segunda se decantaron por Rousseff, a pesar de que aquella pidió el voto para Aécio Neves.
El papel del expresidente Lula fue otro factor decisivo, ya que se volcó en la campaña tras la primera vuelta. El alto prestigio que mantiene fue capitalizado por Dilma en el último tramo de la contienda. Paralelamente, el apoyo crítico y a su vez desesperado de los grupos políticos de izquierda y del movimiento sindical y popular fue otro aporte nada desdeñable. Por último, la propuesta de política exterior de la derecha de privilegiar las relaciones con EE.UU. y la U.E. y desactivar instrumentos de integración como Mercosur, Unasur, etc., supuso un torpe ataque al imaginario de «Brasil Potencia» que se ha ido construyendo durante la última década y que se ha convertido en un exponente de orgullo nacional.
Retos múltiples. Los logros de la década lulista son indudables, según el Centro de Investigación en Economía y Política: reducción de la pobreza del 35,8% al 15,9% y de la extrema del 15,2% al 5,3%; bajada del desempleo del 13% al 4,9% y aumento notable del salario mínimo, el de empleados públicos y pensiones; incremento del gasto social del 13% al 16% del PIB (en educación del 4,6% al 6,1%). Sin embargo, uno de los grandes desafíos va a ser la inclusión de amplias franjas de pobres urbanos y sectores medios, golpeados por la contra-reforma urbana (el nuevo extractivismo que expulsa pobres de las favelas) y el deterioro de servicios sociales (sanidad) y públicos (transporte). El retroceso electoral en Sao Paulo, la mayor urbe del país, es un indicador muy relevante.
El neo-desarrollismo, por su parte, evidencia sus límites y contradicciones. La impostergable reforma agraria volverá a chocarse de frente con la dependencia exportadora de productos del agro-negocio (principalmente soja transgénica), bajo control de grandes terratenientes que han aumentado su presencia en el Congreso (de los 89 representantes del 2003 a los 257 del actual). Los conflictos sociales y ambientales se agudizarán por la expansión de grandes obras de producción de energía (mega-hidroeléctricas, fracking) y de grandes infraestructuras viarias y de transporte (TAV), negocio multimillonario para los grandes consorcios de la construcción brasileña (Odebrecht, Andrade Gutierrez, etc.)
El problema de la deuda será otro de los campos de batalla. De la reducción de la deuda externa del 41,8% del PIB al 13,7% se ha pasado al ‘negocio’ (para los bancos prestamistas) de la deuda pública que supone una sangría anual en los presupuestos de la nación.
El impulso a una nueva ley de medios que reduzca el poder desmesurado de los grandes grupos de comunicación, es señalado como otro gran reto. A esto hay que agregar la prometida reforma política para afrontar la corrupción e introducir mecanismos de democracia participativa. La vía de la Asamblea Constituyente puede ser una opción, aunque la composición cada vez más oligárquica del Congreso será un obstáculo evidente.
Por último, desde los sectores más a la izquierda, se sigue soñando con que el PT redefina su estrategia y facilite las condiciones para una etapa de movilizaciones de calle, desburocratización y repolitización militante. Como esto probablemente no ocurrirá, la sombra de Lula comenzará a proyectarse para una nueva disputa electoral en el 2018.
Luismi Uharte. Parte Hartuz Ikerketa Taldea
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