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Coca-Cola se inspira en el mercado de emisiones para limpiar su imagen

Fuentes: OMAL

Inspirándose en los mecanismos de mercado del Protocolo de Kyoto, Coca-Cola propone compensar su sobreexplotación de los recursos hídricos de la India invirtiendo en proyectos ‘sostenibles’ en otros lugares. La lógica sobre la que descansa el sistema del mercado de emisiones y de compensaciones nos dice que una tonelada de dióxido de carbono en el […]

Inspirándose en los mecanismos de mercado del Protocolo de Kyoto, Coca-Cola propone compensar su sobreexplotación de los recursos hídricos de la India invirtiendo en proyectos ‘sostenibles’ en otros lugares.

La lógica sobre la que descansa el sistema del mercado de emisiones y de compensaciones nos dice que una tonelada de dióxido de carbono en el Norte es exactamente lo mismo que una en el Sur. Es decir, que si es más barato reducir la contaminación en la India que en el Reino Unido, se pueden lograr las mismas mejoras climáticas, pero de forma más rentable, reduciendo las emisiones sólo en la India. La atractiva simplicidad de esta lógica sólo se explica si se cierran los ojos ante una serie de importantes cuestiones -derechos territoriales, desigualdades Norte-Sur, luchas locales, poder de las grandes empresas o historia colonial- y todo se limita a una simple cuestión de rentabilidad económica.

Así, cuando la organización neerlandesa FACE Foundation planta árboles en el parque nacional de Kibale, en Uganda, para compensar las emisiones de los vuelos comerciales, olvida que estas tierras han sido escenario de violentos desalojos en un pasado no muy lejano, y que éste sigue siendo un territorio reivindicado por comunidades que vivían en él. Cuando las empresas compran créditos en el mercado de derechos de emisión de la UE lo único que les importa es lo baratas que resulten las supuestas reducciones que han generado dichos créditos.

Incluso siguiendo la lógica estrictamente mercantil, el mecanismo de mercado de emisiones desafía todo sentido común. Abunda la documentación sobre cómo los países pueden usar el sistema de compensaciones para evitar las responsabilidades asumidas con respecto a los objetivos de Kyoto, y sobre cómo empresas insostenibles por naturaleza -como Land Rover, British Petroleum y British Airways- pueden utilizar este mecanismo para ganarse una etiqueta verde que no se merecen. Uno de los hechos más inquietantes está en cómo el sector empresarial está echando mano de la creatividad con el sistema de compensaciones para seguir ampliando su agenda. La corrosiva influencia de la ilógica lógica de las compensaciones ni siquiera se limita ya al ámbito del cambio climático y de las emisiones de dióxido de carbono. Coca-Cola ha sido blanco de largas campañas organizadas por grupos que luchan por la justicia social en todo el mundo, pero sus prácticas en la India han suscitado una especial atención. En 2003, el Centre for Science and the Environment, un instituto de investigación de Delhi, publicó un informe basado en ensayos de laboratorio que demostraba unos niveles de pesticidas e insecticidas entre 11 y 70 veces superiores a los máximos fijados por la UE para agua potable en toda una serie de refrescos comercializados por Coca-Cola en la India.

El India Resource Centre, institución con sede en los Estados Unidos, ha emitido varias acusaciones contra la empresa, afirmando que es responsable de la importante falta de agua de muchas comunidades, y que sus plantas embotelladoras contaminan los terrenos y las aguas colindantes. En marzo de 2004, las autoridades de Kerala, un Estado al sur de la India, clausuraron una de las plantas embotelladoras de Coca-Cola, acusada por comunidades y activistas de la zona de haber agotado y contaminado los recursos hídricos. En agosto de 2007, mientras bebía de una lata de Coca-Cola Light frente al característico panda del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), el presidente de Coca-Cola, Neville Isdell, anunciaba que la empresa destinaría 20 millones de dólares a un programa de colaboración con WWF para «restituir cada gota de agua que utilizamos en nuestros refrescos y en su producción». Además de reducir y reciclar el agua utilizada, el programa pretendía reabastecer recursos hídricos. Pero este reabastecimiento no se produciría en los lugares en que se estaba utilizando y agotando el agua, sino a través de diversos proyectos ejecutados en otras partes del mundo. Estamos hablando, en realidad, de un sistema de compensaciones con el agua.

Estos 20 millones de dólares (menos del 1% del enorme presupuesto para publicidad de Coca-Cola, unos 2.400 millones de dólares anuales) se están utilizando para contrarrestar toda la publicidad negativa que recibe Coca-Cola por sus prácticas en la India. La empresa ha mantenido una enérgica campaña para denegar toda responsabilidad sobre las catastróficas consecuencias que han sufrido estas comunidades, de manera que, utilizando este sistema de compensaciones hídricas, puede jugar a ser la empresa buena de la película en otras zonas del mundo sin siquiera tener que reconocer los daños que ha provocado en otras.

Las posibilidades del sistema de compensaciones hídricas no sólo se limitan a actos concretos que sirvan para limpiar la imagen de las empresas. Algunos comentaristas como John Regan, proveedor de créditos de derechos de emisión de Chicago Climate Exchange, un programa para la comercialización de gases de efecto invernadero, considera que el programa de Coca-Cola es un «indicio alentador de la incipiente necesidad de un régimen de comercio de créditos de agua». La idea es que si una empresa no ha controlado lo suficiente la contaminación de las aguas en determinado lugar, deberá comprar créditos a otra empresa que sí haya cumplido los objetivos que se le han fijado. Como sucede con el comercio de emisiones, un sistema de este tipo daría pie a una serie de oscuros trámites contables y operaciones para dar la impresión de que la industria se está movilizando en el terreno ecológico, y ocultar el hecho de que, en realidad, se está haciendo muy poco para abordar la degradación medioambiental.

Carbon Trade Watch, Londres. Traducción: Beatriz Martínez