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Una revisión del pasado

Colas y desabastecimiento vistos por Isabel Allende

Fuentes: Aporrea

Desde los tiempos de finales de la secundaria, allá en la taciturna Cumaná, la de la luz mortecina de los postes y lámparas a lo largo del río Manzanares, que servía para leer cuanto fuese posible, adquirí el vicio de leer novelas en las noches de ocio que eran muchas y el sobrado fastidio que […]

Desde los tiempos de finales de la secundaria, allá en la taciturna Cumaná, la de la luz mortecina de los postes y lámparas a lo largo del río Manzanares, que servía para leer cuanto fuese posible, adquirí el vicio de leer novelas en las noches de ocio que eran muchas y el sobrado fastidio que solía asaltar a los muchachos de mi tiempo, sin drogas, internet ni otros medios ahora habituales. Pero no era eso, lo de leer, algo que me distinguiera, sino una pasión compartida con la mayoría de mis compañeros de Liceo, aquél inolvidable «Antonio José de Sucre». Sólo trato de resaltar que en mi caso, leer novelas era como una especialidad. Y esto fue una preferencia casi extraña, habiendo nacido en una ciudad que como nos dijese un viejo profesor de literatura, a los poetas «el mar pareciera lanzarlos por montones a la orilla de la playa». Además, estuve en mi niñez rodeado de poetas, en medio de aquellos grupos, siempre molestando, que eran «las peñas» de las cuales mi padre formaba parte. Ya a la edad de los veinte años estuve en la misma situación de simple observador y como asomao, entre aquellos grupos que formaron El Techo de la Ballena.

Por esa vieja costumbre, que en buena medida también tiene que ver con la de desentumecerme, o hacer calentamiento, para entrarle a cosas más difíciles, he leído no sé cuántas novelas y cuando leí, hace años, «La casa de los espíritus», de la chilena Isabel Allende, prima lejana, como decimos los cumaneses, de Salvador Allende Gossen, me sentí atrapado por su manera de narrar y su inventiva que ella, quizás con humildad, califica «recuerdos de familia». Ahora, terminando diciembre, encontré en mi biblioteca, un ejemplar de su libro «Mi país Inventado», que leí de un solo tirón, en el cual habla del pueblo chileno, desde la perspectiva de alguien que entró y salió de su país tantas veces que le cuesta recordar que hay de realidad y qué de invención en sus confusos recuerdos, sobre todo cuando los compara con los de sus propios hermanos, por lo que habla de «un país inventado», años después de sus vivencias.

En este libro encontré, lo que llamaré por convencionalismo «una página», que he optado por reproducir completamente, para que ella sirva al lector para comparar al Chile de Allende, de la Unidad Popular», con la Venezuela de ahora y el chavismo. En este caso, Isabel Allende habla, sin duda y confusión alguna de los tiempos del gobierno de Allende, los cuales le tocó vivir siendo suficientemente adulta. Lea amigo este texto, haga sus comparaciones y saque conclusiones:

«La Unidad Popular era popular, pero no era unida. Los partidos de la coalición peleaban como perros por cada morcilla de poder y Allende no sólo tenía que enfrentar la oposición de la derecha, sino también a los críticos entre sus filas, que exigían más velocidad y radicalismo.* Los trabajadores se tomaban fábricas y fundos, cansados de esperar la nacionalización de las empresas privadas y la extensión de la reforma agraria**. El sabotaje de la derecha, la intervención norteamericana y los errores del gobierno de Allende provocaron una crisis económica, política y social muy grave. La inflación llegó a trescientos sesenta por ciento al año, aunque la oposición aseguraba que era más de mil por ciento, es decir, una dueña de casa se despertaba sin saber cuánto le costaría el pan del día. El gobierno fijó los precios de los productos básicos; industriales y agricultores quebraron. Era tal la escasez, que la gente pasaba horas esperando para conseguir un pollo raquítico o una taza de aceite, pero quienes podían pagar compraban lo que querían en el mercado negro. Con su manera modesta de hablar y de comportarse, los chilenos se referían a , aunque ésta tuviera tres cuadras de largo, y solían pararse en ella sin saber qué vendían, por pura costumbre. Pronto hubo psicosis de desabastecimiento y apenas se juntaban más de tres personas, se colocaban automáticamente en fila. Así adquirí cigarrillos, aunque nunca he fumado, y así conseguí once tarros de cera incolora para lustrar zapatos y un galón de extracto de soya, que no sospecho para qué se usa. Existían profesionales de las colas, que ganaban propina por guardar el puesto; entiendo que mis hijos redondeaban su mesada de este modo.»

Pero luego agrega «Para dar una idea de lo que fue el golpe militar, hay que imaginar lo que sentiría un norteamericano o un inglés si sus soldados atacaran con armamento de guerra la Casa Blanca o el palacio de Buckingham, provocaran la muerte de millares de ciudadanos, entre ellos el Presidente de EEUU o la reina y el primer ministro británicos….».

Y más adelante «La junta militar aplicó la doctrina del capitalismo salvaje, como ha sido llamado el experimento neoliberal, pero ignoró que para su funcionamiento equilibrado se requiere de una fuerza laboral en pleno uso de sus derechos. Para acabar……imponiendo un capitalismo despiadado, ejercieron una represión brutal:»

* Por supuesto, no es ésta la misma situación de las discrepancias en el frente revolucionario venezolano. No hay síntomas de enfrentamientos de «peleas por cada morcilla de poder».

**Si bien, en los inicios de Chávez, hubo manifestaciones de este tipo, ahora en la etapa de Maduro, no se confronta, por lo menos de manera significativa, problemas de ese tipo.

Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a200834.html