La muerte de Eduardo Campos sacudió la campaña electoral al permitir la candidatura presidencial de Marina Silva, con fachada verde. Enfrente también del conservador Aécio Neves, Dilma Roussef debe soportar una campaña hostil de la prensa y el descontento de varios sectores sociales que hace un año se manifestaron con inusual fuerza en todo el […]
La muerte de Eduardo Campos sacudió la campaña electoral al permitir la candidatura presidencial de Marina Silva, con fachada verde. Enfrente también del conservador Aécio Neves, Dilma Roussef debe soportar una campaña hostil de la prensa y el descontento de varios sectores sociales que hace un año se manifestaron con inusual fuerza en todo el país. Sin poder exhibir una transformación económica, aunque sí inéditas políticas sociales, el PT irá a las urnas el 5 de octubre con el apoyo del sindicalismo y grandes incógnitas. La crisis económica ya impacta con fuerza en el país y los Partidos exhiben programas sin grandes diferencias. Según las encuestas, habrá segunda vuelta el 26 de octubre.
Pese a que no puede descartarse ningún escenario para octubre, Marina Silva rompió la polarización existente entre el gobernante Partido de los Trabajadores (PT) y la fuerza que hasta ahora mejor representaba los intereses del gran capital, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (Psdb), que lleva como candidato a Aécio Neves y corre altos riesgos de quedar relegado a un tercer lugar.
Silva nació en una familia humilde del Amazonas y se formó como militante campesina de izquierda. Se afilió al PT en 1986, llegó al senado nacional ocho años después y fue ministra de Medio Ambiente de Lula entre 2003 y 2008. Ese año dejó el cargo y el Partido, tras afirmar que el gobierno petista tenía una concepción del desarrollo «centrada en el crecimiento material a cualquier costo». Con esa bandera fue candidata presidencial por el Partido Verde en 2010 y logró casi el 20% de los votos. Apoyada en la elección, se lanzó luego a la creación de una fuerza propia, la Red de Sustentabilidad, que sin embargo no logró alcanzar las firmas suficientes para poder presentarse en estas elecciones. Decidió entonces acompañar a Campos. Tras su muerte, encabeza ahora la candidatura con la cual amplios sectores del gran capital buscarán evitar un cuarto gobierno del PT, si efectivamente desplaza a Neves y logra competir con la presidente Dilma Rousseff en una eventual segunda vuelta electoral el 26 de octubre.
Con esta trayectoria, la evangélica Marina Silva reúne las condiciones necesarias para atraer millones de votos del electorado y canalizar gran parte del descontento existente con el gobierno de Dilma. Sólo resta saber si las campañas del PT y del Psdb pueden frenar la tendencia y exponer las contradicciones de su candidatura.
Erigida como exponente del «capitalismo verde», Silva elogia la política económica de Fernando Henrique Cardoso -principalmente por el control de la inflación- y la de Lula da Silva, de la que destaca la reducción de las desigualdades sociales. Anunció que dará «credibilidad» a los inversores y dotará de autonomía al Banco Central, tal como reclama el principal apoyo de su campaña: Itaú, el Banco privado más grande del país. Su heredera, Maria Alice Setúbal, confirmó que si llega a la presidencia contará con «operadores de mercado» en su equipo de gobierno. A estos atributos, la candidata verde le suma fuertes críticas a los gobiernos de Venezuela y Cuba, así como al avance de empresas chinas en el país. Es más cercana al eje Washington-Bruselas que el PT, justo cuando el Gobierno decidió apostar con fuerza a los Brics.
En este marco, Silva encabeza la propuesta de una reforma ecologista que busca dar mayor sustentabilidad al modelo capitalista brasileño, en línea entre otras cosas con el acuerdo firmado por Bush y Lula en 2007 para la promoción del etanol como biocombustible, en una ecuación que reemplaza alimentos por energía mientras la crisis económica aumenta el hambre en todo el mundo. Desde su visión, sustentabilidad equivale a modernizar las empresas vía inversiones en tecnología e infraestructura, tanto para la agricultura como para la industria, y disminuir así el impacto ambiental de la actividad económica, algo que los propios grandes empresarios brasileños promueven (a través del Consejo Empresarial Brasileño para el Desarrollo Sustentable) para cumplir con estándares internacionales.
Continuidad
Ante el nuevo contexto adverso, Lula salió con fuerza a respaldar y encabezar la campaña por la reelección de Rousseff. Hubo incluso quienes pidieron que él mismo fuera el candidato. Seis días antes de la muerte de Campos, ambos participaron de un acto político en Canindé, San Pablo, donde las seis principales centrales sindicales del país expresaron su apoyo a la reelección de la Presidente. Juntas, la CUT, Fuerza Sindical, UGT, CTB, Ncst y la CSB representan a 6,5 millones de trabajadores sindicalizados.
En ese acto, Dilma destacó el aumento del salario mínimo que se registra desde la llegada de Lula a la presidencia en 2003: «Esa política es la responsable del crecimiento medio del 70% en el ingreso del trabajador». Y criticó: «Hoy cuestionan esa política, quieren ‘medidas impopulares’ para contener la inflación. Esa medida impopular es terminar con la valorización del salario mínimo». La crítica estaba dirigida al Psdb y a los grandes empresarios que denuncian una falta de competitividad de los productos brasileños en el mercado internacional y adjudican el problema a lo que consideran son «altos salarios» locales. También reclaman «actualizar» las tarifas de los servicios públicos y el precio de la gasolina.
Ante estos discursos, el PT se apoya en los logros más importantes de sus tres gobiernos: mejora del salario mínimo; programa Bolsa Familia; expansión del empleo; ampliación del acceso al agua potable; mayor acceso a la educación y el programa Más Médicos, todo esto en favor de la población más empobrecida del país. Los candidatos opositores, en cambio, buscan capitalizar la crisis económica al adjudicarla a las políticas gubernamentales, a la vez que condenan los casos de corrupción que involucraron a dirigentes petistas en los últimos años. Con la candidatura de Silva otro punto pasa a ser importante: la expansión del agronegocio, favorecida por el PT. Sin embargo, Campos era favorable al capital agrario y el PSB impuso como candidato a vicepresidente a un representante de ese sector, Luiz Albuquerque, para que acompañe a Silva.
Horizonte difícil
El estancamiento de la economía es el dato central de esta campaña política. Tras crecer un 2,3% en 2013, las previsiones de este año para el PIB marcan un incremento de 0,8% y una inflación de 6,25%, levemente superior a la esperada. La crisis se expresa con fuerza en la actividad industrial, especialmente en la producción de automóviles -uno de los pilares de la economía brasileña- donde ya se registraron pérdidas de empleos.
Bajo esta situación, tanto la Cámara Nacional de la Industria (CNI) como la Confederación Nacional de Agricultura (CNA), que reúnen a los grandes capitales productivos brasileños, emitieron sendos documentos e invitaron a los tres candidatos presidenciales principales a exponer y recibir sus peticiones. En resumen: presionaron para solicitar más créditos y menos impuestos, así como «mayor competitividad», que en el caso de la CNA incluyó un pedido de reducción del «costo del trabajo».
Aunque el sector agrícola creció un 70% desde que Lula fue electo -y representa ahora un 23% del PIB nacional- los grandes inversores y empresas de agronegocios quieren más. Incluso se quejaron por la inclusión de empleadores en la lista de los que practican trabajo esclavo, por considerar que hay una «excesiva subjetividad» en los términos «jornada exhaustiva» y «trabajo degradante», que se utilizan para calificar un trabajo como esclavo.
Si bien es cierto que hay algunas diferencias entre las candidaturas del PT, Psbd y PSB, en las tres fuerzas la agenda de las cámaras empresariales prima por sobre la de los trabajadores y organizaciones como el Movimiento Sin Tierra. Pese a todo, en cada campaña presidencial se evidencia la intención de la burguesía brasileña, visible a través de la prensa comercial, de poner fin a los gobiernos petistas. La contracara es el alineamiento de las principales centrales obreras y amplios sectores empobrecidos en la defensa de la continuidad del PT, a pesar de mantener importantes críticas y demandas.
En las últimas tres elecciones la polarización PT-Psdb fue favorable al primero. Esta vez, el resultado está abierto y una tercera candidatura pone en cuestión los moderados avances alcanzados en materia económica, social y en política internacional, con Brasil como pieza clave para la unidad regional. Todo eso se pone en juego durante las elecciones presidenciales de octubre.
Fuente: http://americaxxi.com.ve/
Publicado en la edición de septiembre