En 2004, el Institute of Development Studies, en una investigación sobre las secuelas de la implantación del modelo de «libre comercio» para los productos agrícolas desde 1990, incluidos los alimentos, encontró, teniendo en cuenta las importaciones agrícolas como porcentaje del PIB, el nivel de dependencia de la agricultura y el suministro diario de calorías por […]
En 2004, el Institute of Development Studies, en una investigación sobre las secuelas de la implantación del modelo de «libre comercio» para los productos agrícolas desde 1990, incluidos los alimentos, encontró, teniendo en cuenta las importaciones agrícolas como porcentaje del PIB, el nivel de dependencia de la agricultura y el suministro diario de calorías por habitante, que al menos 43 países tenían valores muy altos de vulnerabilidad y que otros 23 suministraban menos de 2.500 calorías al día por habitante, conformando un numeroso grupo de «países en desarrollo importadores netos de alimentos».
Entre 1994 y 2004, la producción de alimentos de todos los países en desarrollo cayó 10% respecto a la década anterior, mientras sus compras alimenticias externas crecieron 33%. Los países del Norte, encabezados por Estados Unidos, tomaron el control mundial de los alimentos merced a los mil millones de dólares diarios de subsidios estatales que les permite exportar sus excedentes a precios por debajo del costo y quebrar las producciones domésticas del Sur, al cual, para facilitar el asalto, se le obligó a eliminar o reducir los aranceles. El hambre que sufre el mundo tiene como primera causa ese perverso modelo comercial.
Coincidiendo con las crisis financieras, desde 2001 se inició un alza continua en el precio internacional de los alimentos. Los linces de las finanzas apuntaron a los mercados especulativos de los contratos a futuro de los bienes básicos, que se transan en las bolsas de valores con el nombre de commodities, como medio para resarcirse de las pérdidas en otras inversiones, como alternativa frente a las bajas tasas de interés, a la caída de las acciones de las firmas o a la devaluación del dólar. La cabalgata especulativa empezó por el oro y el petróleo y, gracias a la superioridad ganada por los países poderosos en la década anterior, aunada a la desaparición de toda forma de intervención estatal en el mercado alimenticio, se incluyeron cereales y oleaginosas en la ruleta de las transacciones bursátiles, donde los precios presentes se fijan mediante la expectativa agiotista de la cotización futura. En las lonjas de Chicago y Sao Paulo es el retorno del capital invertido en este tipo de operaciones, por encima de las interacciones entre oferta y demanda, el que define los precios. Las malas noticias sirven a la voracidad financiera; si sube el petróleo, si abundan cereales u oleaginosas para agro-combustibles, si el clima daña cosechas en Australia o Argentina, si China e India piden más alimentos, si bajan los inventarios mundiales, todo se pone a su favor.
En el maíz, por ejemplo, no resulta explicable que, si los inventarios mundiales entre la cosecha 2003-2004 y la de 2007-2008 cayeron un 11%, aunque todavía sean más de un 10% del consumo mundial y estén por encima de las 90 millones de toneladas, el precio internacional haya subido en ese mismo lapso un 125%, de 105 dólares la tonelada (FAO, 2003) a casi 240 (Illinois, abril 2008). Lo de la soya es peor: la oferta mundial ha subido 28% para esos mismos cuatro años, los inventarios mundiales crecieron 40% y éstos como proporción al consumo global también se agrandaron (USDA, 208); no obstante, la cotización mundial por tonelada alzó de 300 dólares (FAO, 2003) a cerca de 500 (Chicago, abril 2008).
Lo del arroz es insólito. El déficit mundial de la producción frente al consumo en 2003 fue de 20 millones de toneladas y en 2007-2008 hubo un superávit de un millón de toneladas. No valió la recuperación; el que los inventarios mundiales hayan caído un 8,5% para este cuatrienio sirvió para que los precios se hayan más que duplicado, al pasar la tonelada de origen tailandés de 200 dólares (FAO, 2003) a 499 (Chicago, abril 2008). Finalmente, lo del trigo es injustificable. En 2003 el consumo mundial fue 50 millones de toneladas mayor que la oferta total; para 2007-2008, la diferencia se redujo a 13 millones; sin embargo, como los inventarios mundiales bajaron de 166 millones de toneladas a 110 millones (USDA, 2007), al mundo se le cobra la mayor demanda de pan incrementando los precios internacionales de 150 dólares por tonelada (FAO, 2003) a 499 (Chicago, abril 2008). ¡Un crimen!
Por los afanes de las crisis financieras, la comida, que ya se había convertido en mercancía, se transformó ahora en commodity, nueva arma para matar de hambre a desnutridos de los cinco continentes. Mortal como las siete plagas de Egipto, devastadora como la roya que atacó los cultivos de papa en Irlanda en 1845, vandálica como las hambrunas en la naciente Europa urbana del siglo XVII. Por ende, el hambre actual no es un problema de «estabilidad política» en decenas de países, como dijo el Director de la FAO, Jacques Diouf. Que no se aproveche la hecatombe además para invadir países tras la disculpa de «paz y ayuda alimentaria», aunque parece que todo fuera para allá…como en Haití.