Hay preguntas que inquietan el electorado que rechaza a Jair Bolsonaro: ¿cómo una campaña basada en noticias falsas y con un candidato que habla de forma tan inconexa es capaz de atraer a una parte significativa de la población? ¿Cómo gran parte del pueblo brasileño fue capaz de adherirse a una plataforma abiertamente machista, homófobo, […]
Las supuestas fragilidades de Bolsonaro en tanto candidato son, en verdad, su principal ventaja. Con poco tiempo de televisión y parco volumen de dinero invertido en campaña digital, al menos oficialmente, la candidatura de extrema derecha cuenta, por otro lado, con una masa de activistas digitales. La relación entre la campaña «apócrifa» y la oficial aun no está bien clara. Lo que más resalta, mientras tanto, no es solo el método escogido por el, sino la adecuación casi perfecta de forma y contenido, y entre la campaña digital y su línea política.
Su discurso – capaz de citar en el mismo momento un versículo bíblico, el combate a la corrupción, la reducción de la mayoría de edad penal y la cuestión de género – no es lineal en términos racionales tradicionales. No presenta encadenamiento de hechos y análisis. No desarrolla conclusiones a partir de premisas. No establece relaciones de causa y consecuencia verificables. Ese mosaico fragmentado que es su retórica indica que Bolsonaro no solo tiene fuerte presencia digital, sino que también piensa y se articula de forma no analógica.
Con su narrativa fragmentada, es capaz de amalgamar diversos sectores que, entre los ciudadanos comunes, no tendrían razones inmediatas para relacionarse. ¿Por qué alguien preocupado con la corrupción debería automáticamente asociarse con la defensa del agronegocio, cuando la realidad presenta diversos indicios de lo contrario? El modelo de discurso bolsonarista simplemente enumera una serie de temas, permitiendo que buena parte del electorado tenga al menos una preocupación compartida con su plataforma. Los otros tópicos son absorbidos de forma secundaria.
Su estilo exagerado y «juguetón», de forma complementaria, crea una visión tan insólita del mundo que aquel que escoge un tópico de su discurso puede no creer en los otros, o al menos tomarlos menos en serio. Obviamente, aunque que haya en su filas incluso neonazis, no todo elector de Bolsonaro cree que los gays deban ser golpeados, aunque tienda a creer que los LGBT son privilegiados.
Bolsonaro, que se ampara en el miedo y en el resentimiento social y los estimula, fue capaz de juntar diversos sectores bajo el signo de un enemigo común. Se trata de una operación ideológica en el estricto sentido de la palabra. A pesar de las significativas mejoras por las cuales el país viene pasando con relación a la justicia social desde la redemocratización, en especial en los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), es obvio que no todas las desgracias de Brasil fueron resueltas. Para los bolsonaristas, que miran un caos social de forma distorsionada, es necesario identificar a los responsables por ello.
El primer culpable, evidente y directo, es el propio PT. Los otros son las feministas, los sindicatos, los sin tierra, el movimiento negro y los LGBT. Sectores que tuvieron avances parciales recientes en nuestra sociedad. Pero para los bolsonaristas, los históricamente oprimidos son responsabilizados por los propios males que denuncian. Los movimientos de negritud, por ejemplo, son los responsables por crear la división racial en el país. Los sindicatos, por establecer una división entre trabajadores y patrones.
En la visión bolsonarista, estos grupos, el enemigo común, fueron beneficiados en detrimento del «ciudadano común» – y «de bien». Aquel preocupado con el alto índice de homicidios, a través de ese discurso, pasa también a combatir LGBTS y feministas por la supuesta degradación social generalizada. Aquellos sectores religiosos más sensibles a «cuestiones morales», que ya combatían los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los derechos civiles de homosexuales, incorporan también la pauta anti-reforma agraria. Y es en la confusión que tal alianza difusa prospera.
Así, al encontrarse culpables por lo que aun falta ajustarse en nuestra democracia, se crean también un pasado y un presente idílicos, en los cuales tales sectores no existían y no existirán: la dictadura militar y un posible gobierno del propio Bolsonaro, que habla de «eliminar activismos».
Al discursear, Bolsonaro no funciona como un expositor, sino como un perfil de Twitter lanzando mensajes. O un grupo de WhatsApp donde más importante que la perennidad del mensaje es su impacto momentáneo. Un estilo común a políticos como Trump y Berlusconi. Intuitivamente o no, fue capaz de operar una distinción entre la razón científica – argumentativa y lógica – y la razón política radicalizada. La campaña de Bolsonaro se vale de un tipo de coherencia que no es el usual. Probablemente, no será un discurso iluminista el capaz de desmontar del todo su visión que bordea la teoría de la conspiración, ni el capaz de derrotarlo en el corto plazo electoral.
Así, en esta segunda vuelta, para los y las interesadas en superar su plataforma electoral, es necesario identificar en este mosaico de intereses diversos que Bolsonaro representa aquello que, al ser puesto como prioridad, puede alejar parte de su electorado de su candidatura. Una sugerencia: el no acostumbra a divulgar propuestas económicas, excepto para desautorizar sus principales asesores.
Rafael Tatemoto es periodista de Brasil de Fato.
Traducción: Pilar Troya, para Brasil de Fato.