«Quiero que el pueblo, se libere de la mentira…« Jair Bolsonaro El mismo día en que Dilma Rousseff, participaba en las elecciones generales en Brasil (26/10/14), un macabro mensaje de WhatsApp, apareció simultáneamente en los celulares de 120 millones de brasileros: «El empresario, Alberto Youssef, murió envenenado en la cárcel de Curitiba» decía el texto. […]
«Quiero que el pueblo, se libere de la mentira…«
Jair Bolsonaro
El mismo día en que Dilma Rousseff, participaba en las elecciones generales en Brasil (26/10/14), un macabro mensaje de WhatsApp, apareció simultáneamente en los celulares de 120 millones de brasileros: «El empresario, Alberto Youssef, murió envenenado en la cárcel de Curitiba» decía el texto. Días antes, el empresario, había denunciado que «Dilma Rousseff, conocía perfectamente la existencia de una red de corrupción dentro de Petrobras».
Noticia brutal y terrible, sino fuese porque una semana después de las elecciones, don Alberto Youssef, fue fotografiado paseando en una de las playas de Río de Janeiro, acompañado de una exuberante modelo.
El domingo 26 de octubre de 2014, hizo su aparición en el escenario político del gigante de Sudamérica, el WhatsApp. Esta modesta aplicación, muy útil para enviar mensajes y emoticones llenos de ternura, también es capaz de enviar millones de mensajes falsos.
Pero fue, Jair Bolsonaro, «el presidente bendecido por Dios», que tocado por la mismísima mano del creador, pudo comprender a cabalidad el verdadero potencial de las creencias y los prejuicios populares, difundidos a través de una fenomenal cadena de mensajes falsos que pululan en Brasil, país con 147 millones de electores, en los que, al menos 120 millones, utilizan a diario esta aplicación de mensajería, convirtiendo esta popular app en un lugar fértil para campañas de odios, mentiras y desprecios.
Esta poderosa herramienta de extraordinaria capacidad de manipulación, capaz de difundir en segundos millones de mensajes falsos, y que borró del mapa a los tradicionales anuncios políticos en los medios de comunicación convencionales (televisión, radio y prensa) inauguraron un tiempo nuevo en que se ha naturalizado recibir cada media hora, una infamia en el celular.
A pesar del escrutinio, contra toda prueba, cuesta creer que este exmilitar de sonrisa insípida, haya sido «elegido» con el voto de millones de negros y mulatos, millones de mujeres, vecinos de favelas llenas de miserias y campesinos sin tierra.
Pero fue tal la producción industrial de la infamia que lograron modificar el sentido común de las víctimas, la joven violada votó por su violador, el obrero votó por el patrón, la mujer golpeada votó por su marido golpeador, el campesino votó por el terrateniente; los lobitos marinos votaron por las orcas.
Bolsonaro, dijo que las mujeres solo servían para cocinar y que los negros no servían ni para parir. Haciendo referencia a la embestida de los terratenientes a tierras de comunidades indígenas, un impresentable diputado de Bolsonaro declaró: «…y a quien le gusten los indios que se vaya a Bolivia». Pero nada tendrían de raro estas declaraciones, viniendo de personajes sin infancia. Lo que resulta indigerible es la catarata de felicitaciones de la oligarquía boliviana al triunfo del candidato de la mentira. Don Carlos Mesa, expresó: «Brasil vivió una jornada democrática, Jair Bolsonaro ganó unas elecciones limpias».
Por su parte, Víctor Hugo Cárdenas, primer vicepresidente indígena publicó: «¡Bolsonaro Presidente! Mis respetos a su sabiduría, a su lucidez democrática y a su capacidad de resolver problemas mediante el voto libre e informado. ¡Dios bendiga a Brasil y a su nuevo gobierno!».
En la historia de nuestros pueblos, pocas veces la verdad triunfa. El extraordinario poder colonial, no está fuera de nosotros, sino dentro. Galeano, decía que la victoria del conquistador, consiste en que el colonizado se desprecie a sí mismo.
Porque no se trata de la democracia, ni de la corrupción, ni siquiera se trata de una buena o mala gestión de gobierno, se trata de que Evo Morales, es indio.
500 años de latigazos enseñaron a los bolivianos a despreciarse a sí mismos. Pero han sido tantos los azotes y tantos los calendarios, que ahora no necesitan latigazos, lo hacen contentos y felices convencidos que nacieron para pedir prestado y para pedir limosna, entonces sonríen con la boca sin dientes: El odio a Evo, no es reciente, llegó con las carabelas del desprecio, en octubre de 1492.
La batalla de las ideas que se libra en esta nueva reconfiguración de las correlaciones de fuerzas, tiene como uno de sus componentes centrales (lo sabemos); la producción industrial de la mentira.
Esta fase decisiva por conquistar la subjetividad se desarrolla en las redes sociales, desde las cuales se construye realidad paralela, se practica una brutal guerra de posiciones para socavar la credibilidad del gobierno, trucando fotografías y declaraciones de Evo, amplificando las infamias hasta convertirlas en la verdad universal de la que habla el viejo testamento.
En Bolivia, existen siete millones de usuarios de Facebook, prácticamente «todo el padrón electoral boliviano».
Las redes sociales, se han constituido en el paraíso de la diosa «Apate», divinidad de la mitología griega que personificaba el engaño, el dolo y el fraude, es el espacio en el que día y noche un ejército de trolls, labora pacientemente la mentira puntual que taladra, roe la carne de los usuarios ingenuos.
Sin embargo, el mismo exceso de confianza que llevó a Rafael Correa a partir a Bélgica, dejando al Ecuador, en las garras de la felonía, parece adormecer al Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
«No me arrepiento de nada de lo que hice» declaró la expresidenta argentina, Cristina Fernández, «de lo que sí me arrepiento, es de no haber sido lo suficientemente inteligente para poder persuadir o convencer de lo que estábamos haciendo, estábamos mejorando la vida de millones de argentinos»
Sepamos escuchar en el corazón de la experiencia de los pueblos, mantengamos los brazos en apronte, porque como decía el Che Guevara: «No se puede confiar en el imperialismo pero ni tantito así, nada».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.