Los expertos en economía son los grandes intelectuales de nuestro tiempo. Pero muchos de ellos no hacen más que populismo: explicar asuntos complejos con ideas simples El nuevo libro del catedrático de la Universidad de Sevilla Juan Torres (Granada, 1954), ‘Economía para no dejarse engañar por economistas’ (Ed. Deusto), tiene como propósito ofrecer argumentos y […]
Los expertos en economía son los grandes intelectuales de nuestro tiempo. Pero muchos de ellos no hacen más que populismo: explicar asuntos complejos con ideas simples
El nuevo libro del catedrático de la Universidad de Sevilla Juan Torres (Granada, 1954), ‘Economía para no dejarse engañar por economistas’ (Ed. Deusto), tiene como propósito ofrecer argumentos y explicaciones para que el lector comprenda una ciencia que en los últimos años se ha hecho cada vez más compleja. Sus expertos han optado por la utilización de un lenguaje sofisticado, repleto de fórmulas matemáticas que a menudo resultan difícilmente comprensibles hasta para los profesionales. Y, por el lado contrario, los economistas más populares, los mediáticos, optan por ofrecer frases contundentes y rotundas que se hallan muy alejadas de una descripción adecuada de la realidad.
El problema se agrava porque, como señala una investigación realizada en 2013 con ayuda del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), de los 76 pensadores más influyentes del mundo, 24 son economistas (seguidos por los politólogos, ocho). Su influencia es enorme en nuestra sociedad, y ayudan a dar forma a lo que pensamos más que ninguna otra profesión. Por eso es tan importante aprender a defenderse de ellos.
PREGUNTA. En los últimos tiempos, la economía se ha propuesto como la forma canónica de resolver los problemas, como una ciencia que tiene las recetas adecuadas para solucionar nuestros males. Sin embargo, no parece que esté teniendo mucho éxito.
RESPUESTA. Eso está ocurriendo, y en cierta medida me ha llevado a escribir este libro, porque estas fórmulas se presentan como si fueran verdades absolutas, cuando son ideas por las que suspenderían a cualquier alumno de primero de Economía. Lo que dice Merkel, la persona con más poder en la UE, de que ningún Estado puede gastar más de lo que ingresa, merece un suspenso. Eso es elemental en el caso de una familia, pero no tiene ningún sentido económico en un Estado. No solo porque puede tener vida perpetua, sino porque si deja de gastar, provoca que los ingresos de la gente disminuyan, algo que no pasa cuando se trata de una familia. O cuando se dice que para crear empleo hace falta bajar los salarios, lo que desde el punto de vista de una empresa puede ser correcto, pero desde la economía es una barbaridad. James Galbraith ha demostrado que el empleo aumenta cuando suben los salarios. O cuando dicen que como vamos hacia una sociedad cada vez más vieja, las pensiones públicas no pueden mantenerse y que debemos contratar un fondo privado, lo cual es absurdo, porque si las públicas no pueden mantenerse, las privadas tampoco.
Pero es verdad que estas fórmulas parecen tan elementales, tan lógicas y tan neutrales que se aceptan sin más, cuando están llevando a realizar políticas nefastas.
P. Dice en el libro que no ha habido ningún estudio de los encargados por los bancos que haya acertado nada sobre el futuro de las pensiones. Y sin embargo, seguimos haciendo caso, no a los economistas, sino a los mismos economistas de las mismas escuelas que se equivocaron. Eso sucede porque…
R. Lo que ocurre es que los errores económicos no solo tienen causas, también poseen propósitos. Si los bancos que pagan a esos economistas para que hagan informes quisieran descubrir la verdad, no se los encargarían; pero como quieren atraer a la gente hacia los fondos privados de pensiones, pues se los solicitan.
En el libro pongo otro ejemplo, el de lo empobrecedor que resulta creer que todo se resuelve si aumenta el PIB cuando ni siquiera podemos saber cuánto es el PIB. Un economista quiso estudiar cuánto había crecido la economía de Inglaterra en 1959 y encontró 18 respuestas distintas. En fin, son fórmulas simples que no pueden reflejar la realidad y que tampoco pueden abordar problemas complejos, pero que les funcionan.
P. Es curioso, porque esto es justamente lo que se dice de los populismos. Es la frase más repetida, que ofrecen soluciones simples a problemas complejos.
R. Que alguien como Rajoy diga que la economía debe gestionarse «como dios manda» y luego acuse a los populismos de ser simplistas tiene algo de sarcasmo y de insulto a la inteligencia. En el pensamiento neoliberal de la última época, hay un simplificación extraordinaria pero muy exitosa. Cuando pienso en qué hay que hacer para crear empleo, se me vienen a la cabeza muchas variables, pero luego tienes un tío a tu lado que dice que con bajar salarios e impuestos está todo hecho y, aunque los datos digan lo contrario, pierdes, porque con esa simplificación se convence más rápidamente a la gente.
Pero esto es una patología de nuestro tiempo, no solo de la economía. Es, como decía Baudrillard, el asesinato perfecto: se ha asesinado a la verdad, porque no hay manera de que la sociedad dilucide colectivamente qué es verdad y qué mentira, y en el fondo parece dar igual. Ahora ponen en jaque a alguien tan rechazable como Trump porque critica el libre comercio, como si este hubiera existido en algún momento. EEUU y la UE son potencias proteccionistas y lo han sido siempre. En estos tiempos, la verdad sufre.
P. En el libro afirma que, en un sistema como el nuestro, debería reinar la competencia, pero que la mayoría de los sectores están dominados por oligopolios. Se defiende el libre comercio, pero se actúa de una manera muy distinta en la práctica. ¿Por qué se hace?
R. Porque la realidad es invendible. El capitalismo tiene virtudes, es capaz de generar innovación y una dinámica de producción impresionantes, pero es lo que es, una máquina de producir desigualdades y de generar crisis, y eso es invendible. Ni siquiera cuando se ha demostrado teóricamente la bondad de los mercados se dice la verdad. Como afirma Mas-Colell, para que exista un equilibrio general perfecto, debe existir un sistema de asignación de recursos que requiere de un dictador benévolo. Si dijeran eso en sus clases, nadie creería en ellos. Si dicen la verdad sobre lo que hay, se encontrarán con una economía de mercado imperfecta, y un mercado imperfecto es sumamente peligroso e ineficiente.
P. Recoge en el libro una cita según la cual las tesis dominantes en la economía solo las discuten los ignorantes o los perversos. ¿Qué pasa entonces con los críticos?
R. Eso demuestra el mundo en el que estamos: Galbraith decía que los disparates de los ricos a menudo se convierten en sabios proverbios. Esta situación es difícil de asimilar, porque los economistas que salen en la tele y los que tienen más reconocimiento son también los que más se equivocan: los de la OCDE y el FMI no han dado ni una, salvando casos excepcionales; el gobernador del Banco de España, al cual sus inspectores denunciaron por su actitud pasiva ante la crisis y por ocultar el riesgo del sistema español, es ahora el director del Banco Internacional de Pagos, que es la máxima autoridad de las máximas autoridades. A eso se le llama poder, y este no deja sitio a los heterodoxos y a quienes destacan sus vergüenzas. Eso ha pasado siempre. Pero también hay premios Nobel que son críticos: estas posiciones no son exclusivas de unos cuantos perroflautas, sino que las defienden economistas de un gran prestigio. Otra cosa es el estrellato mediático, pero hoy cualquier persona que quiera conocer la realidad desde un punto de vista más plural puede encontrarse con muchos economistas que plantean otras cosas.
P. No solo estamos en un mal momento para el empleo en España, sino que se dice que los tiempos que vienen van a ser muy difíciles para el trabajo, porque desaparecerán muchos puestos fruto de la automatización y la robotización de las tareas.
R. Ahí hay mucho de verdad. Buena parte de nuestras actividades han entrado en la etapa de la robotización y en la sustitución del trabajo humano por máquinas. Pero todo depende del tipo de civilización a la que aspiremos, porque tenemos multitud de necesidades humanas insatisfechas por el lado de los cuidados, donde hay un componente de trabajo humano insustituible. Ahora bien, si vamos hacia un tipo de producción de bienes automatizados, con demanda cada vez más escasa porque no hay ingresos, acabaremos en una sociedad de personal sobrante. Si pensamos que el trabajo no es una mercancía, como señala la Declaración de Filadelfia, que han suscrito los países más importantes del mundo salvo EEUU, entonces nos daremos cuanta de que hay muchos servicios personales, en educación, formación, sanidad, atención o cultura, donde se necesitan muchas horas de trabajo, que tienen que ser retribuidas con el excedente que se cree en otras.
P. ¿Cuáles son las posibilidades de recuperación de España en un entorno como el del euro?
R. La situación de Europa es muy problemática. Es probable que el 4 de diciembre Renzi gane el referéndum en Italia y se consolide, pero si no… Los tres grandes partidos de oposición son antieuropeos y antieuro por distintas razones, y en el nuevo escenario electoral habría muchos problemas. Ocurre en Austria e incluso en Francia, donde si Fillon gana, las tensiones se van a acelerar aún más. Europa tiene una tensión interna que no sabemos por dónde va a salir. El diseño del euro fuerza a que los países de la periferia, y cada vez la periferia es más amplia, tengan que incurrir en déficit permanente para que Alemania tenga superávit, y eso no parece lo más sostenible en un grupo de socios. Que Alemania se convierta en una potencia rentista no es viable, máxime cuando no sabemos de dónde van a salir esas rentas cuando la periferia está ahogada por la extracción continua que hace Alemania de ellas. Estos juegos de suma cero son peligrosos. En Europa estamos más cerca que lejos de una tensión definitiva que puede venir de cualquier sitio, incluso de Cataluña.
P. Sin embargo, tampoco parece que existan demasiadas alternativas.
R. Es un momento positivo, en el sentido de que las cosas se estén planteando crudamente. Es cierto que la ciudadanía está tomando conciencia, experimentando con otros modelos y creando nuevas experiencias, pero hay tanta ventaja por parte de los movimientos antisistema por el lado de lo peor, como la xenofobia y el fundamentalismo, que la situación se ha vuelto muy preocupante. Y soy pesimista con la izquierda y los movimientos progresistas en general, porque no terminan de aprender a dialogar con la sociedad ni tampoco a construir un discurso y un proyecto que se vean como factibles, y porque se mueven en la retórica y la improvisación. Además, su manera de dialogar con la gente y la sociedad es tan agria y tan poco humana que no puede ser atractiva.
P. Es curioso, en el caso español, la escasa importancia que se ha dado a lo económico desde la izquierda emergente. Cuando Ciudadanos comienza su campaña, lo primero que hace es situar como segundo cabeza visible a un economista, Luis Garicano. Era de esperar que Podemos hubiera hecho lo mismo, pero no lo hizo, y ha insistido mucho más en cuestiones simbólicas y políticas que económicas.
R. Sí, es sorprendente al máximo que los partidos de izquierda no lleven una propuesta económica potente, pero no solo Podemos, también el PSOE e IU. Viví aquello en primer plano, y fue frustrante, no porque creyera que fuera a asumirse lo que propusimos, sino porque es imprescindible que se haga una propuesta económica que la sociedad vea como muy solvente, que no sea una ocurrencia de alguien, sino que esté elaborada y que tenga peso. Y eso no se ha hecho. Pero, insisto, tampoco en el resto de partidos de izquierda.