Las consecuencias de la crisis alimentaria mundial, con revueltas y protestas en todo el mundo, también se dejan oír en los países del Norte. El pasado 30 de mayo, unos siete mil pescadores se concentraban delante de la sede del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino en Madrid en protesta por la […]
Las consecuencias de la crisis alimentaria mundial, con revueltas y protestas en todo el mundo, también se dejan oír en los países del Norte. El pasado 30 de mayo, unos siete mil pescadores se concentraban delante de la sede del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino en Madrid en protesta por la crisis que vive el sector debido al aumento de los precios de los carburantes y por la falta de ayudas (el petróleo ha subido más de un 320% en cinco años y el precio del pescado se mantiene igual que hace 20). Los transportistas también se han sumado a las protestas, bloqueando las autopistas y las carreteras, debido a la subida del precio del gasóleo, que ya les supone un 50% de sus costes.
A principios de mayo, miles de ganaderos se manifestaban en Madrid para exigir al Gobierno una nueva ley de márgenes comerciales que limitara la diferencia entre el precio pagado en origen y el precio de venda al público, que llega hoy hasta un 400% de media. La gran distribución: supermercados, grandes superficies, cadenas de descuento… son quienes más se benefician a costa del productor y del consumidor.
En los últimos años, los precios de los productos que forman parte de nuestra dieta alimentaria no han parado de crecer. En el transcurso del 2007, el precio de la leche aumentó cerca de un 26%, las cebollas un 20%, el aceite de girasol un 34%, la carne de pollo uno 16% … y ésta ha sido la tendencia de la mayoría de los alimentos, según datos facilitados por el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio a finales del 2007, mientras que el Índice de Precios al Consumo (IPC) tan sólo reflejaba una subida del 4,1% aquel mismo año.
Por contra, y según indicaba la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el periodo 1995-2005, el Estado español había sido el único país de la Unión Europea con un descenso salarial de media, evidenciando una creciente pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores y trabajadoras. Una situación que contrastaba con las ganancias de las empresas españolas, en este mismo periodo, con un aumento del 73%, más del doble que la media de la Unión Europea.
Es obvio que los efectos de la crisis alimentaria en ambos extremos del planeta son difícilmente comparables. En el Norte, tan sólo destinamos entre uno 10 y un 20% de la renta a la compra de alimentos, mientras que en el Sur esta cifra se eleva al 50-60% y puede llegar incluso hasta el 80%. Pero esto no quita la importancia de señalar también el impacto de esta subida de los precios entre las poblaciones de aquí, mientras que los beneficios de las multinacionales siguen aumentando y los gobiernos defienden una mayor liberalización económica.
Causas estructurales
Si bien podemos indicar una serie de razones coyunturales que han producido esta subida espectacular de los precios de los alimentos, como pueden ser el aumento de las importaciones de cereales por parte de países hasta hace poco autosuficientes, la pérdida de cosechas debido a fenómenos meteorológicos, el aumento del consumo de carne en países como América Latina y Asia y sobre todo la subida del precio del petróleo, el aumento de la producción de agrocombustibles y las crecientes inversiones especulativas en materias primas, no podemos olvidar las causas estructurales de esta crisis. Las políticas neoliberales aplicadas indiscriminadamente en el transcurso de los últimos treinta años a escala planetaria son las responsables de la situación actual.
Instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, con los Estados Unidos y la Unión Europea al frente, han sido sus máximos promotores. La aplicación sistemática en los países del Sur de políticas de ajuste estructural, el cobro de la deuda externa y la privatización de los servicios y bienes públicos han sido una constante en este periodo, junto con la liberalización comercial fruto de las negociaciones en la OMC y los tratados de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea.
Agricultura y alimentación monocolor
Estas políticas neoliberales han tenido una dimensión global y han generalizado un modelo de agricultura y de alimentación, tanto en el Sur como en el Norte, al servicio de los intereses del capital. La función primordial de los alimentos, alimentar a las personas, ha quedado supeditado a los objetivos económicos de unas pocas empresas multinacionales que monopolizan la cadena de producción de los alimentos, desde las semillas hasta la gran superficie, y han sido éstas las máximas beneficiarias de la situación de crisis.
Mirando las cifras: a finales del 2007, cuando empezaba la crisis mundial de alimentos, corporaciones como Monsanto y Cargill, que controlan el mercado de los cereales, aumentaron sus beneficios en un 45 y un 60% respectivamente; las principales empresas de fertilizantes químicos como Mosaic Corporation, perteneciente a Cargill, dobló sus beneficios en tan sólo un año. Y así podríamos poner ejemplos de otras multinacionales que monopolizan cada uno de los tramos de la cadena alimentaria desde las procesadoras hasta las grandes cadenas de distribución, todas ellas con ganancias crecientes año tras año.
En el campo, la situación también es difícil. En Cataluña, tan sólo un 1,2% de la población activa se dedica a la agricultura y la mayor parte de ésta la conforman personas mayores. En el Estado español, esta cifra sube a un escuálido 5,6%. La renta agraria de los campesinos disminuye anualmente y hoy se sitúa en tan sólo un 58% de la renta general. Por contra, las grandes explotaciones son las que reciben la mayor parte de las subvenciones a la agricultura. Como dato: el año 2005, seis familias de la oligarquía andaluza recibieron casi unos 12 millones de euros en ayudas al sector.
La globalización capitalista ha puesto fin a la agricultura familiar, vital para el cuidado del territorio y la alimentación de las comunidades; ha aniquilado el comercio de proximidad, dañando gravemente las economías locales; ha deslocalizado la producción de alimentos, generando una creciente inseguridad alimentaria con una dieta que se basa en una comida que recorre miles de kilómetros antes de llegar a nuestra mesa; y ha promovido una agricultura y una ganadería industrial, intensiva, basada en el uso de pesticidas y productos químicos. Éste es el modelo de agricultura y de alimentación global existente, las personas y el medio ambiente hemos quedado en un segundo plano.