No nos interesa aquí la vertiente política de Jacques Généreux, conocida sobradamente en Francia como miembro del Consejo nacional del Partido socialista, dirigente de la corriente Nuevo Mundo (cuyo referente reconocido era Henri Emmanuelli) y candidato socialista a las elecciones europeas de junio de 2004 (amigo personal del que fue Vicepresidente del Parlamento europeo, Josep […]
No nos interesa aquí la vertiente política de Jacques Généreux, conocida sobradamente en Francia como miembro del Consejo nacional del Partido socialista, dirigente de la corriente Nuevo Mundo (cuyo referente reconocido era Henri Emmanuelli) y candidato socialista a las elecciones europeas de junio de 2004 (amigo personal del que fue Vicepresidente del Parlamento europeo, Josep Borrell) y pasando después al Partido de Izquierda, siendo su secretario nacional de economía, desde su creación en 2008 hasta 2013, y, siguiendo su trayectoria de izquierda, convirtiéndose en coordinador del programa del movimiento de La France insoumise, fundado por Jean-Luc Mélenchon para las presidenciales de 2017. Centramos nuestra atención en el profesor de economía de Sciences Po. (que es como se conoce coloquialmente el Instituto de Estudios Políticos de París) y, en todo caso, recordando su labor divulgativa en la revista Alternativas económicas.
No creo yo que podamos considerar meramente divulgativo su libro «Introduction à la politique économique» (publicado en nueva edición totalmente revisada en la colección Points, de las Éditions du Seuil en marzo de 2018, tras haberse publicado anteriormente en esa misma casa editorial en 1993, 1997 y 1999), sino más bien un compendio básico de política económica que vale bien como curso de iniciación a esta disciplina, incluso como manual de una asignatura de esta materia impartida en grados de otras facultades que no sean de economía general.
En el capítulo 1, en el que nos da una visión de conjunto del libro y de la materia que trata, podremos ver que, aunque pretendidamente crítico, lo es para con la corriente neoclásica (a la que «expulsa» de la política económica, pues con sus políticas de oferta, de naturaleza microeconómica, queda al margen, pero el lector encontrará provecho en leer sus argumentos en las páginas 12 a 15, echando en falta el distingo de la Escuela Austríaca), la dominante en las facultades y escuelas, que ya hace años se sometieron al dictado anglosajón, pero su crítica se sitúa dentro de otra de las corrientes de pensamiento económico dominante, la keynesiana (distinta de la neo keynesiana, a la que considera próxima a la neoclásica, como puede leerse en su nota al pie de la página 11), que, por más que sus autores suelan adoptar un aire de víctimas incomprendidas por el poder, se mueven dentro de las lindes admitidas por este. No estamos ante un texto de crítica radical, sino de crítica circunscrita a la polémica entre dos escuelas dominantes, la una con mayor peso que la otra en las esferas del poder (no sólo económico, también universitario, en los medios de comunicación de masas, etc.). Dejando esto sentado, el libro merece atención por la claridad y orden con que expone los elementos de la política económica macroeconómica habitual, facilitando al lector las definiciones necesarias para la comprensión y unos esquemas muy prácticos, amén de las advertencias pertinentes para que el lector sepa el alcance al que se circunscribe la argumentación.
Es el extenso capítulo 2 (págs. 19 a 60), destinado a tratar los objetivos de la política económica, el que nos permite una mayor discusión, incluida la metodológica. Las conclusiones del autor no son difíciles de aceptar: la elección de objetivos en la sociedad es una elección política (la muletilla de que en la política económica, el sustantivo es la política y el adjetivo es lo económico, es su reflejo que nos es conocido), con consecuencias diferentes para cada ciudadano, que tiene sus preferencias diferentes uno de otro (según su condición de asalariado, empresario, jubilado, etc.; según viva en la ciudad o en el campo, etc.; según el sector de actividad que le incumba: agricultura, industria, servicios, expuesto a la competencia internacional o no, etc.). Es en el ámbito de la política en el que se deciden los objetivos y estrategias, lo que justifica que analice someramente la democracia ideal, la función de bienestar social y la concepción instrumental de Tinbergen y Musgrave, dentro de lo que considera la teoría tradicional de la política económica, separadamente de la corriente de análisis económico de la vida política, empezando por la crítica de Joseph Schumpeter, la escuela de la elección pública (la Public Choice), para la que, en el mercado político, los electores son muy dependientes de la información y de la desinformación que puedan facilitar los medios de comunicación de masas, los partidos y los líderes políticos, pues sólo una minoría de ciudadanos llegan a hacer el esfuerzo necesario para forjarse un juicio relativamente independiente (v. pág. 57). No espere el lector encontrar aquí que el autor se adentre en un campo de análisis más general que este, pues ni la historia, ni la antropología, ni la sociología, ni la geopolítica, ni el derecho están presentes.
La discusión previa de los objetivos macroeconómicos clásicos asienta una conclusión: «La política macroeconómica desde Keynes, no hay duda que tiene un solo verdadero «objetivo»: el pleno empleo, que pasa eventualmente, pero no únicamente, por el retorno del crecimiento cuando la economía entra en recesión.» (p. 34), sin que falte el análisis uno por uno de los objetivos tradicionalmente contemplados en la disciplina académica: estabilidad, crecimiento, pleno empleo, balances de los pagos y tipo de cambio e inflación, todos ellos bien planteados y remarcando algún aspecto que suele quedar habitualmente en segundo plano y, sin embargo, son muy relevantes en el análisis de los intereses de los actores económicos.
Tras los objetivos, el autor se adentra en los instrumentos, empezando por los monetarios en el capítulo 3, «Los instrumentos monetarios. Masa monetaria, tipo de interés y tipo de cambio». Hallamos una descripción clara de los instrumentos de la política de crédito: autoridades monetarias, regulación espontánea de la creación monetaria, señalando el papel determinante de la demanda de crédito y de la restricción de la liquidez bancaria, indicando tres clases de intervención por las autoridades monetarias: la gestión de tipos de interés a corto plazo en el mercado interbancario, la regulación de los depósitos de los bancos en el banco central (manejo de las reservas libres y obligatorias, aprovechando para describir el multiplicador del crédito, del que señala su lógica neoclásica y al que contrapone el «divisor del crédito», considerando que es el que opera verdaderamente en la realidad), y políticas «no convencionales», entre las que sitúa el control del crédito de los años 70 y 80 como consecuencia de la aceleración de la inflación, que dejó de estar de moda en los países industriales desde los años 90, la flexibilización excepcional de las reglas ordinarias y la quantitative easing, con compras masivas de títulos en posesión de los bancos, particularmente títulos de deuda pública, sin olvidarse de mencionar la metafórica «moneda helicóptero» a modo de maná que recibiría el público, tanto familias como empresas. A la política de tipo de cambio dedica veinticinco páginas (de la 80 a la 105, en la que concluye el capítulo 3). Presenta, en una primera sección, los factores determinantes del tipo de cambio (la competitividad de los productos, las diferencias de tipos de interés y las diferencias de inflación), recordando al lector que estamos ante razonamientos ceteris paribus, trata también la especulación y las anticipaciones que se autorealizan. En la segunda sección, trata las políticas de tipo de cambio, incluyendo el control de cambios y la imposición sobre transacciones financieras. Finalmente, dedica el punto 3 de este capítulo al teorema de incompatibilidad de Mundell-Flemming y a una brevísima historia del Sistema Monetario Europeo, planteando la elección que les queda a los gobiernos en el contexto de dominio alemán: salir del SME y renunciar a estabilizar el tipo de cambio o bien alinear su política con la estrategia alemana de rigor monetario dando la prioridad a la lucha contra la inflación. La política alemana se impuso al negociar los acuerdos de Maastricht.
El capítulo 4 presenta los instrumentos presupuestarios, incluyendo, en anexo, el cálculo del multiplicador. Comienza por señalar la diferencia de base con la política monetaria: la política presupuestaria afecta directamente a la renta de los agentes económicos y al PIB. Además, los presupuestos públicos están sometidos a todo un proceso de elaboración y aprobación política, cosa que no sucede con la política monetaria. Además, hay la restricción financiera: obtener los ingresos para financiar los gastos y controlar los déficits para mantener la deuda en una zona soportable. Trata, en una primera sección, de la acción directa e indirecta (ésta a través de la renta disponible) sobre producción y empleo de ingresos y gastos, con un pequeño apartado dedicado a las «exoneraciones fiscales», consideradas como gasto fiscal. En otro apartado de esta sección, nos recuerda que el mecanismo del multiplicador (de las inversiones, de las transferencias y de los impuestos) se sustenta en algunas hipótesis keynesianas fundamentales sobre el consumo de las familias y la situación de la economía (la propensión marginal a consumir y el subempleo de los factores productivos), cómo opera el multiplicador (con un esquema mostrando un ejemplo), para concluir en el teorema de Havelmo. En el tercer apartado nos advierte que la política discrecional pública es la que va más allá de lo que de suyo hacen los estabilizadores automáticos. En el cuarto apartado de la primera sección, trata el saldo coyuntural y el estructural, dejando claro que el cálculo de los saldos estructurales se apoya en las tasas de crecimiento potenciales, que considera» poco fiables, particularmente porque el potencial productivo de un país, varía permanentemente.» (p. 118) En la segunda sección, encontraremos primero las restricciones políticas a ingresos y gastos públicos por el proceso legislativo, por la presión del mercado político y por la normativa europea; y, en el apartado segundo, las restricciones financieras, empezando por las que se derivan de obligaciones ya contraídas, la financiación de los déficits, el riesgo inflacionista y el mantenimiento de una deuda sostenible, pues cada año hay que atender el servicio de la deuda, para lo cual hay que obtener un excedente primario, que expresa muy claramente mediante los esquemas 4a y 4b (p. 127), para finalmente defender la «deuda pública productiva», al modo del apalancamiento empresarial para generar mayores beneficios, si bien, en el caso público, para generar mayores ingresos; por ejemplo, cuando se destina a financiar un plan temporal de relanzamiento de la actividad en una fuerte recesión, o cuando financia inversiones que contribuyan al desarrollo de la actividad a medio plazo, generando ingresos fiscales y reducción de los gastos sociales vinculados al paro (p. 129).
El capítulo 5 está dedicado a los canales de transmisión y condiciones de eficacia de la política presupuestaria, apoyándose básicamente en esquemas causa-efecto a partir de una acción inicial de aumento o disminución sobre una variable del sector público, con advertencia previa de que el razonamiento es ceteris paribus y que los efectos predecibles lo son a modo de «una posibilidad pertinente en determinadas circunstancias» (p. 138), que no tiene por qué realizarse siempre. Concluye el capítulo con el debate teórico sobre la política presupuestaria, empezando por la crítica de Milton Friedman a la función de consumo keynesiana mediante su teoría de la renta permanente, a la que sigue el efecto crowding out de «expulsión» de la financiación del sector privado Finalmente, responde a las objeciones neoclásicas, señalando que el multiplicador keynesiano funciona, que la hipótesis de las anticipaciones racionales es falsa y concluye que la crítica neoclásica reposa en una tautología.
El capítulo 6, con tratamiento similar al anterior, pero con poco más de la mitad de páginas, versa sobre los canales de transmisión y condiciones de eficacia de la política monetaria, utilizando esquemas del mismo tipo e igualmente distinguiendo en contexto de tipos de cambio fijo o flexible. Acaba el capítulo con una breve evaluación de la política monetaria, tratando la insensibilidad del consumo a los tipos de interés, la elasticidad asimétrica de la inversión y el dominio de eficacia de la política monetaria.
Aplica similar esquema al capítulo 7, que trata de los canales de trasmisión y condiciones de eficacia de la política de cambio, con una primera sección dedicada a los efectos de una devaluación, y una segunda dedicada a la estrategia del tipo de cambio fuerte, señalando los límites de tal estrategia en la sección tercera, de una sola página.
El capítulo 8, el último del libro, lo destina a analizar la combinación de los instrumentos de política económica y al dilema específico de la zona euro, en que presenta una síntesis de los resultados establecidos en los tres capítulos precedentes, con una primera sección sobre la eficacia comparada de los instrumentos, con una tabla de doble entrada para situar el grado de eficacia de las políticas monetaria, presupuestaria y de cambio en relación con su aplicación en contexto de cambio fijo o flexible y cruzado con las entradas de capitales si son fuertes o débiles, lo que permite una apreciación rápida. La sección segunda, trata la necesaria coordinación de las políticas, recordándonos la regla de Tinbergen y la de Mundell, dando lugar esta última a una tabla de doble entrada, situando en columnas el paro sin inflación y la inflación sin paro, y en filas el excedente exterior y el déficit exterior, indicando en cada celda lo pertinente: rigor o expansión presupuestarios, combinando con rigor o expansión monetarias. Tras recordar los dilemas insolubles por las solas políticas coyunturales, pone el ejemplo de la «estanflación» como posible consecuencia de un choque de oferta coyuntural «difícil» de superar con el instrumental de las políticas mencionadas, sin que nos abra decididamente la puerta a considerar las políticas de oferta, que parecería lo razonable, mencionando la política de rentas para paliar la espiral de inflación y salarios. La sección 3, la última del capítulo y del libro, la destina al «dilema específico de la zona euro», empezando por la evolución a partir del tratado de Maastricht, con una breve indicación de sus dos fases (1992-1993, la que abarca 1994-1997 ampliada hasta 1999 y la tercera, de 1992 a 2002), recordándonos los criterios de convergencia exigidos y los orígenes del Banco Central Europeo. En el apartado segundo de esta sección, analiza lo que denomina él las tres lógicas de la integración monetaria: la del «engranaje», de base política, que por medio de la moneda única daría en los Estados Unidos de Europa, y dos visiones económicas, la que se podría calificar de keynesiana y la segunda a la que suele aludirse como neoliberal; de ellas nos dirá que la derecha logró conservar el poder frente al falso optimismo socialdemócrata, que se creyó ganador, pues, en realidad, ganó la derecha por la conversión de los socialistas al neoliberalismo a mediados de los 90. Brillante sinceridad que llama a las cosas por su nombre. Ganó la neoliberal y, por tanto, las políticas microeconómicas neoclásicas de desregulación de los mercados (p. 231). En el apartado tercero, señala la incredulidad sobre el euro entre la mayor parte de economistas del mundo, puesto que el análisis económico muestra claramente que no puede ser una «zona monetaria óptima», repasando las condiciones: las estructuras económicas y sociales de los miembros han de ser relativamente convergentes; hay sincronía en los ciclos de actividad; trabajo y capital perfectamente movibles y adaptables; y existencia de un poder central (federal) dotado de un presupuesto estabilizador considerable. En el apartado cuarto, Genéreux razona la parálisis de la zona euro frente a las crisis como consecuencia de la pérdida relevante de soberanía económica de los estados miembros, al tiempo que la zona euro no dispone de los mecanismos necesarios, salvo la política monetaria del BCE. Concluye con la devaluación interna y el círculo vicioso de la desinflación competitiva y un epilogo que no tiene desperdicio, ante el peligro de una nueva catástrofe financiera, que no es sólo culpa también de los Estados, que no ponen coto a la excesiva libertad de las finanzas, sino también de las reglas de la Unión económica y monetaria europea de la Unión Europea, «asociado a la contaminación de las elites tanto de izquierda como de derecha por el mito de la libre competencia y de los mercados autorregulados» (p. 240)
Éditions du Seuil (colección Points), París. 2018. (versión totalmente revisada con ediciones anteriores de 1993, 1997 y 1999)
Fernando G. Jaén Coll es profesor titular de Economía y Empresa de la Universidad de Vic-UCC
Fuente: Noticias Política Económica n. 23 Marzo 2019
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