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Comprendiendo el neoliberalismo

Fuentes: La Hiedra

Una buena comprensión sobre la naturaleza del neoliberalismo es esencial para entender las políticas gubernamentales frente a la actual crisis económica. Este artículo del destacado pensador marxista Chris Harman (1942-2009)* analiza la realidad del neoliberalismo y discute varias concepciones existentes en la izquierda acerca del declive del papel económico del estado, la supuesta separación entre […]

Una buena comprensión sobre la naturaleza del neoliberalismo es esencial para entender las políticas gubernamentales frente a la actual crisis económica. Este artículo del destacado pensador marxista Chris Harman (1942-2009)* analiza la realidad del neoliberalismo y discute varias concepciones existentes en la izquierda acerca del declive del papel económico del estado, la supuesta separación entre producción y finanzas, y también del concepto, acuñado por David Harvey, de «acumulación por desposesión». Implícita en el análisis de Harman está la idea de que, si bien las «políticas neoliberales» conllevan ventajas para la burguesía, igualmente no son suficientes para asegurar una alta tasa de beneficios y superar las contradicciones del capitalismo.

Es importante diferenciar entre las reivindicaciones de cualquier ideología y lo que quienes la detentan hacen en la práctica. Pocas veces coinciden ambas. Aun así, tanto en la izquierda como en la derecha, mucha gente continúa haciendo afirmaciones sobre el neoliberalismo que no casan con la experiencia empírica de las últimas tres décadas.

En primer lugar, está la creencia extendida de que el neoliberalismo supone un retroceso del estado. Esto se contradice al mirar la tasa de gasto estatal en los países capitalistas avanzados (ver figuras 1 y 2).

Las corporaciones multinacionales continúan enraizadas en los estados2. La mayoría de ellas tienen la mitad de sus recursos, mercados y fuerzas de trabajo concentradas en un único estado de origen, hacia el que miran para proteger sus intereses. La intervención estatal se ha usado para dirigir ataques a las y los trabajadores, como en las leyes anti-sindicales o el uso de la policía contra las huelgas. Pero también ha sido usada repetidamente para proteger al capital de los efectos de la crisis. El gobierno de Estados Unidos ayudó a rescatar Chrysler cuando estuvo cerca de quebrar en 1979 y se encargó de las negociaciones en los 80 para evitar que los bancos de EEUU se hundieran por las deudas impagables de los países de América Latina. Más recientemente, a través del banco central de la Reserva Federal, ha intentado limitar el daño causado al sistema financiero por la crisis de las hipotecas subprime. De hecho, desde los 70, los estados han intervenido en más crisis que en los años 60 ó 50, por la sencilla razón de que éstas han sido más severas.

Es cierto que la incapacidad para detener las crisis usando las viejas técnicas «keynesianas» han llevado a intentar dejar el control al mercado con la creencia de que la «destrucción creativa» permitirá a los capitales «eficientes» beneficiarse del debilitamiento o la eliminación de los «ineficientes». Esto era lo que el «shock Volcker» el incremento de tipos de interés en Estados Unidos a finales de los 70- pretendía lograr. Pero, en cada ocasión, los supervivientes de estos intentos volvieron a depender del estado.

Estados Unidos puede ser el país avanzado donde la ideología neoliberal está más enraizada. Pero durante la mayoría del periodo neoliberal ha financiado gasto del estado con el método «keynesiano» de pedir préstamos, más de lo que lo hizo en la era keynesiana. Para la clase gobernante de Estados Unidos, el neoliberalismo -entendido como permitir al mercado deshacerse de capitales establecidos- es algo que se impone a naciones capitalistas débiles para beneficio del capital estadounidense, no algo que se deba permitir sin restricciones en los Estados Unidos mismos.

La misma lógica se ha seguido en Europa occidental, Japón, China y, tras la ola de destrucción no demasiado creativa de Yeltsin, en Rusia. Por contra, los intentos más concienzudos de implementar prácticas neoliberales se han dado en los países pobres del Sur Global. Aquí, las clases gobernantes locales, que habían afianzado su poder durante los años «desarrollistas» de postguerra, abrazan medidas genuinamente neoliberales promovidas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con la esperanza de convertirse en socios de los capitales que operan en otros países.3 Pero incluso en estos casos surgen tensiones, llevando a la reafirmación del papel del estado. Ciertos países latinoamericanos han dado un giro «neodesarrollista», mezclando prácticas «keynesianas» y «neoliberales», como consecuencia de devastadoras crisis económicas, sociales y políticas.4

Por esta razón, «neoliberal» no es una descripción ajustada de las operaciones del capital hoy en día. No hay una regresión del sistema al capitalismo de libre mercado de hace más de un siglo. En su lugar hay un sistema que intenta resolver sus problemas reestructurando a escala internacional las unidades que emergieron en el curso del siglo XX -unidades que desde el marxismo se han llamado «capitalismos de monopolio», «capitalismos de monopolio estatal» o «capitalismos de estado». Los estados siguen jugando un papel central como facilitadores o reguladores, aun cuando la globalización lo hace más difícil que en las primeras décadas de postguerra.

Sobre la relación entre finanzas y neoliberalismo, la afirmación de que existen dos secciones separadas del capital -de finanzas o industrial- es rebatible. Muchas instituciones financieras no sólo prestan dinero, sino que lo toman prestado, al estar involucradas en «intermediación» entre prestamistas y prestatarios. Lo que importa para ellas no es el nivel absoluto de los tipos de interés, sino los huecos que se abren entre los diferentes tipos, particularmente entre tipos a largo y a corto plazo. Y a la industria le concierne tanto la concesión como la adquisición de préstamos, pues entre inversiones acumulan superávits que prestan a cambio de interés.

Un importante fenómeno durante el pasado cuarto de siglo ha sido el lento deterioro de la proporción de los superávits dirigidos a nuevas inversiones, debido a que las tasas de beneficio no se han restaurado del todo a su nivel de inicios de los 70. Los ahorros del capital son mayores que la inversión productiva5, y los capitalistas industriales han iniciado aventuras financieras con la intención de usar sus superávits de manera más rentable. Si una mayor sección del capital está enfocada en las finanzas es porque el capital industrial ha intentado restaurar sus tasas de beneficio a través de la «financiarización». Se trata de un callejón sin salida, puesto que sólo el trabajo productivo puede generar nuevo valor duradero. No es que Wall Street haya conquistado Main Street, como asegura Harvey, sino que ambos se enfrentan a problemas que no existían en las décadas inmediatas de post-guerra.

Acumulación por desposesión

La argumentación de David Harvey sobre el neoliberalismo se centra en características que, según dice, conducen a un nuevo modelo de acumulación capitalista, acumulación por «desposesión». Ésta es, dice, «la forma dominante de acumulación relativa a la reproducción expandida»6 y toma un amplio abanico de formas:

• «La privatización de la tierra y el movimiento forzoso de las poblaciones campesinas»; «la conversión de derechos de propiedad (…) comunes, colectivos, estatales, etc. (…) en derechos de propiedad exclusivos».
• «La comodificación de la fuerza de trabajo y la supresión de formas alternativas de producción y consumo.»
• «La monetarización del intercambio y la tasación, particularmente de la tierra.»
• La reducción de «poblaciones completas a servidumbre por deudas».
• «La desposesión de bienes por crédito y manipulación de stock.»
• «Las patentes y licencias de material genético, plasma de semillas y todo tipo de productos.»
• La «compra» de bienes devaluados durante la crisis «a precios de saldo», con las crisis «orquestadas, dirigidas y controladas para racionalizar el sistema», para «permitir que la acumulación por desposesión ocurra sin iniciar una crisis general».
• «La reducción de los marcos regulatorios diseñados para proteger el trabajo.»7

La lista de Harvey incluye una variedad de las características desagradables del capitalismo contemporáneo. Pero sólo describirlas como «desposesión» no permite explicar el estado actual del sistema. Cuando Pierre-Joseph Proudhon usó la frase «la propiedad es robo» en el siglo XIX, inventó un grito de guerra anticapitalista capaz de expresar la indignación de la población; lo mismo que la frase de Harvey «acumulación por desposesión». Pero hacer eslóganes contra el robo no es lo mismo que realizar un análisis serio, como Marx criticó a Proudhon en 1847.

El problema con el análisis de Harvey es aún más serio al incluir características que han acompañado siempre a la acumulación capitalista, como la «desposesión» de algunos capitales por otros durante el curso del ciclo de recesión-boom-recesión, o como los ataques a salarios y condiciones laborales. También incluye métodos que unos capitalistas usan para expandir sus beneficios a expensas de otros, como «la desposesión de bienes por crédito y manipulación de stock», que no pueden permitir a la clase capitalista crecer globalmente. Como Marx dice:

La clase de los capitalistas tomada en su conjunto no puede enriquecerse como clase, no puede incrementar su capital total, o producir un valor de superávit, porque lo que un capitalista gana lo pierde otro. La clase en su conjunto no puede defraudarse a sí misma.8

Lo que se aplica a la desposesión de algunos capitalistas por otros se aplica también a ciertas formas de desposesión de sectores no-capitalistas a la población. Por ejemplo, el fenómeno de los países empobrecidos de expulsión de gente pobre de las ciudades interiores para hacer fortunas para las empresas constructoras supone una mayor opresión de la población más empobrecida. Pero no crea por sí mismo un valor de superávit para la clase capitalista globalmente. Las rentas por los pisos de lujo o edificios de oficinas son pagadas con un superávit ya existente en los bolsillos de familias ricas o de corporaciones.9

Acumulación «primitiva»

Harvey argumenta que la desposesión supone que la «acumulación primitiva», que Marx teorizó para los inicios del capitalismo, continúa siendo una característica central del sistema, más importante incluso que la acumulación por explotación de la fuerza de trabajo. Pero para Marx la acumulación primitiva no era sólo la creación de fortunas por el robo de los primeros capitalistas. Era, concretamente, el robo de la tierra al campesinado, que se veía forzado a buscar trabajo asalariado. Su especificidad no se halla en cómo las clases explotadoras incrementaron su riqueza por la fuerza (algo que ha sucedido en todo tipo de sociedades de clases), sino en cómo permitió el desarrollo de un modo específicamente capitalista de expansión de la riqueza, al crear una clase de trabajadores «libres» sin otra elección que vender su fuerza de trabajo.

Esta forma de acumulación «primitiva» continúa a día de hoy. Los viejos terratenientes de Egipto, los capitalistas agrarios de Brasil, los jefes locales del Partido Comunista en China y los recientemente establecidos granjeros capitalistas en India constantemente intentan quedarse con la tierra del campesinado local. Pero Harvey se equivoca al argumentar que esto sólo caracteriza las décadas recientes. Como Terry Byres ha apuntado, la acumulación primitiva ocurrió en los imperios coloniales durante las décadas de post-guerra, aunque fue «mucho menos exitosa en su separación de los productores de sus medios de producción de lo que lo fue la acumulación primitiva en Europa occidental (…) dejando un gran estrato de campesinos pobres en posesión de la tierra».10

Aunque las décadas recientes han visto las formas más crudas de acumulación primitiva, «no es obvio que la transformación capitalista fuera un éxito» excepto en el caso de Asia oriental.11

Ninguna explicación de la acumulación primitiva debería dejar fuera la más importante del siglo XX: la expropiación de millones de familias campesinas en la Unión Soviética tras la «colectivización» agrícola de Stalin desde 1929. Harvey se refiere a ella, pero no la incluye en su relato del capitalismo pre-neoliberal, puesto que ve a los regímenes de tipo estalinista como intentos «de implementar programas de modernización en esos países que no han pasado por la iniciación al desarrollo capitalista».

Para Harvey, la idea de Marx de la «acumulación primitiva» es menos importante que otra idea de Rosa Luxemburgo. Esta autora explicaba que una escasez de la demanda de productos capitalistas causaba que el sistema sólo pudiera expandirse canibalizando al mundo pre-capitalista a su alrededor. Harvey escribe, «La idea de que algún tipo de ‘exterior’ es necesario para estabilizar al capitalismo (…) es relevante.» Para él, el problema del capitalismo es la «sobreacumulación», que resuelve fagocitando «formaciones sociales no-capitalistas o algún sector del capitalismo que no esté aún proletarizado».12

¿Pero qué hay «fuera del capitalismo» para permitir la «acumulación por desposesión» en la cantidad necesaria? La respuesta de Harvey es que el estado constituye este «exterior». Ya sean el estado, los «países no-capitalistas», los estados desarrollistas de gran parte del Tercer Mundo, o el sector estatal en los países capitalistas avanzados; para él todos son «no-capitalistas». Por tanto, al cambiar sus bienes a manos privadas, proporciona nuevos recursos a la acumulación capitalista. Al usar este argumento, Harvey utiliza el «sentido común» de gran parte de la izquierda internacional, pero es un sentido común erróneo.

Ya en la década de 1870, Engels comprendió que la nacionalización no crea por sí misma algo externo al capitalismo:

El estado moderno, no importa su forma, es esencialmente una máquina capitalista (…), el ideal personificado del capital nacional total. Cuanto más toma las fuerzas productivas, más se convierte en el capitalista nacional y más ciudadanos explota. Los trabajadores continúan siendo trabajadores asalariados, proletarios. La relación capitalista no se ha eliminado. Se le ha dado otra cara.13

En el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, los análisis marxistas serios tuvieron que considerar la intervención del estado, no sólo como soporte del capitalismo privado, sino como acumulador de capital por sí mismo. Por ejemplo, el marxista alemán Joachim Hirsch explicó:

Así como el desarrollo de las fuerzas productivas progresa, el mantenimiento del proceso de acumulación exige (…) formas y capitales individuales de un orden de magnitud que el capital, hasta ese punto, no es capaz de proporcionar en su proceso de reproducción, y que sólo puede obtener con la intervención del aparato estatal.14

Al leer a Harvey, se podría creer que la existencia de un fuerte sector estatal ralentizó la acumulación durante las décadas de post-guerra. Pero en esa época hubo una mayor tasa de acumulación que en la actualidad, tanto es así que se bautizó como «la era dorada del capitalismo». Como apunta Ben Fine, «El boom (…) fue sostenido por el opuesto de los factores que Harvey considera instrumentales en la acumulación actual, como la extensión de las industrias nacionalizadas y el rol económico del estado en general.»15

El verdadero sentido de la privatización

Hay una tendencia privatizadora de las industrias estatales a lo largo de gran parte del capitalismo del pasado cuarto de siglo, así como hubo una tendencia en la dirección opuesta durante gran parte del siglo XX. ¿Cómo se puede explicar esto? Hay diversos factores involucrados.

Los primeros pasos hacia la privatización de las industrias estatales en los 80 fueron una respuesta pragmática a «la crisis fiscal del estado»; la presión en las finanzas estatales, cuando la recesión afectó las recaudaciones de impuestos y el desempleo obligó a pagar subsidios y seguridades sociales. La venta de propiedades estatales atrajo mucho dinero y proporcionó un alivio a corto plazo para los problemas del gobierno.

Además existía la creencia de que los monopolios estatales, aliviados de la competición, no presionaban a sus trabajadores lo suficiente. La lógica de esta visión fue que la ruptura de los monopolios estatales y su apertura al mercado forzaría a sus gerentes a ser más duros con sus trabajadores, e intimidaría a los trabajadores para aceptar peores condiciones. Ciertamente, el proceso de privatización animó a los gerentes a introducir métodos para elevar la productividad. Y una vez privatizadas, era sencillo para las compañías «subcontratar» otras actividades, de tal modo que se mezclaron grupos débiles de trabajadores con otros potencialmente más poderosos. Ben Fine argumentaba que la «privatización ha sido una forma importante en la que las relaciones entre el capital y el trabajo han sido reorganizadas» y está conectada con el llamado «mercado de la flexibilidad laboral».16

Pero esta motivación para la privatización puede chocar con su uso como solución a corto plazo de los problemas financieros del estado. Para que el estado pudiera hacer dinero con la privatización, los privatizadores deberían tener un prospecto de los beneficios del monopolio. Desmembrar empresas para agitar a sus gerentes y asustar a sus trabajadores eliminaba dicho monopolio. En la práctica, muchas firmas fueron vendidas intactas, y dejadas en la posición de poder cargar precios de monopolio a otras secciones del capital17. El estado tenía que asignar «reguladores» que hicieran por decreto lo que el mercado se suponía que debía hacer.

Al mismo tiempo, la privatización no es la única que puede crear la ilusión de automatismo del mercado. Desmembrar instituciones operadas por el estado en unidades competitivas (como los «trusts» del Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña) puede lograr el mismo objetivo; del mismo modo que el «testeo de mercado» dentro de algunas entidades. O como la desregulación dirigida a generar competición entre compañías nacionales, a menudo de propiedad estatal. Esto es lo que la Unión Europea intenta hacer con un amplio rango de industrias como las de electricidad y los servicios postales. El resultado final de la privatización en un país como Gran Bretaña es que amplias secciones de servicios «privatizados», como la electricidad, el agua y los trenes, puedan ser dirigidos por compañías extranjeras de propiedad estatal.

Estos últimos ejemplos desmienten el relato de Harvey de la privatización cruzando una línea mágica entre la producción «no-capitalista» y la «capitalista». Concuerdan con su descripción de un neoliberalismo preocupado por el «poder de clase», aunque describirlo como una «restauración» -por no hablar de una creación- de poder de clase es exagerar ampliamente las debilidades de la clase capitalista en el periodo pre-neoliberal. Hay también un debate considerable sobre la efectividad real de la privatización. Los analistas keynesianos han elaborado estudios que sugieren ganancias de «efectividad» por privatización inexistentes o muy escasas, en comparación con cambios como el de las nuevas tecnologías, introducidas con la misma efectividad o mayor en un contexto nacionalizado.

El poder de clase está involucrado en la privatización de otro modo. Un poderoso mito ideológico que sostiene el poder capitalista en las democracias burguesas es que el estado representa el total de la población. Para sostener este mito, la clase dirigente tiene que conceder un margen de influencia sobre el estado a la población a través de las elecciones. Esto no era un problema cuando la rentabilidad general permitía conceder reformas reales. La posesión estatal de las industrias ayudó a sostener el mito de un estado neutral en relación a las fuerzas de clase. Pero, cuando el capitalismo entró en un largo periodo de crisis hace tres décadas, surgió el peligro de que la población esperara que la industria estatal les protegiera del impacto de estas crisis. Separando la industria del estado y sometiéndola al mercado podría despolitizar los ataques sobre los y las trabajadoras que acompañaban la crisis, desplazando la culpa a las fuerzas «automáticas» y «naturales» del mercado.

Gavriil Popov, el economista de libre mercado que fue alcalde de Moscú durante los tumultuosos años de 1989 a 1992, dijo: «Si no desnacionalizamos y privatizamos la propiedad pronto, seremos atacados por oleadas de trabajadores que lucharán por su propio interés».18

Este ejemplo ruso desafía la idea de Harvey de que los estados «no-capitalistas» se transformaron en capitalistas para beneficio del sistema mundial global entre 1989 y 1991. Lejos de ser esta la «creación» de una nueva clase, gran parte de los mismos seguían controlando la industria y el estado. Enfrentados a una gran crisis social, buscaron encontrar una salida reestructurando la economía bajo su control y protegiéndose a sí mismos, con formas de privatización que generaban una ilusión de propiedad por parte de la población (por ejemplo, con la privatización a través de la distribución de bonos que favorecían a industriales y burócratas comunistas, que podían comprarlos baratos). Algunos de los viejos gobernantes ganaron y otros perdieron. Pero difícilmente puede argumentarse que el resultado fuera un gran impulso a la acumulación, ni en la antigua Unión Soviética ni en el resto del mundo; las tasas de acumulación a nivel global cayeron en los 90 a niveles aún inferiores que en los 80.19

Las casi «regaladas» privatizaciones de Inglaterra en los 80, cuando las empresas y las existencias fueron vendidas por debajo de su valor real, tuvieron la ventaja ideológica adicional de ganarse el apoyo de parte de la clase media y de algunos trabajadores. Sin embargo, esta fuerza no fue tan poderosa como afirmaron quienes hablaban a mediados de los 80 de «populismo autoritario». Por ejemplo, un estudio de los 80 afirmó que los y las trabajadoras que compraron viviendas de protección oficial no votaron con más probabilidad a los Torys que quienes no lo hicieron.20 Harvey exagera cuando escribe que bajo Thatcher «los valores de la clase media se extendieron ampliamente, hasta incluir a quienes antes tenían una firme identidad de clase obrera». 21

Hay otros dos factores involucrados en la tendencia privatizadora. Muchos análisis sostienen que la privatización hace más sencillas las reestructuraciones por fusión o las adquisiciones fuera de las fronteras nacionales. Como Ben Fine ha argumentado, reestructurar internacionalmente «ha supuesto un problema para las industrias estatales, que están limitadas a la propiedad doméstica» 22. Para los capitalistas involucrados en estas actividades existe la sospecha de que un socio de propiedad estatal obtendrá reducciones impositivas y subsidios de sus gobiernos que distorsionará sus hojas de balances. Y que si las compañías fusionadas se enfrentan a dificultades económicas, el gobierno será presionado políticamente para cargar el muerto al socio extranjero.

Este elemento en la lógica de la privatización es particularmente atractivo para quienes pueden sacar beneficio de ello. Las privatizaciones impuestas en los países empobrecidos por el FMI y el Banco Mundial a cambio del aplazamiento de pagos de la deuda han supuesto un considerable beneficio para el capital norteamericano y europeo. Harvey hace bien este apunte. Sin embargo, se equivoca al sugerir que esta forma de «acumulación por desposesión» sea central a la generación de beneficio.

Una indicación de dónde se obtienen los mayores beneficios para el capital la dan los flujos globales de inversión extranjera directa. Dos tercios de ella van a países avanzados, y el mayor pedazo del resto tiene un único destino: China. El que los países no-occidentales con superávits financieros (China, los estados petroleros del Golfo, etc.) los usen para adquirir firmas occidentales sugiere que saben dónde está aún el mayor lucro.

Finalmente, la privatización es muy beneficiosa para algunos capitalistas. No puede generar más valor por sí misma; sólo lo puede conseguir el aumento de la explotación de los trabajadores o de los campesinos. Por lo contrario, sólo supone el desvío de superávit de un capitalista a otro. Pero sí beneficia a capitalistas particulares. Sus intereses materiales están muy conectados con la propagación de la ideología neoliberal, y se disponen a atraer, sobornar e intimidar a políticos para llevar más lejos la privatización.

Notas:

1 Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, datos básicos sobre gasto y fiscalidad de los gobiernos, Febrero 2004.
2 Harman, Chris, 2007: «Snapshots of Capitalism Today and Tomorrow» en International Socialism. N. 113. Invierno 2007. http://www.isj.org.uk/?id=292
3 Para leer más sobre esto, ver Harman, 2003: «Analysing Imperialism», International Socialism. N. 99, verano 2003. http://pubs.socialistreviewindex.org.uk/isj99/harman.htm
4 Katz, Claudio, 2007: «El Giro de la Economía Argentina (Parte I)», www.aporrea.org/internacionales/a30832.html
5 Hay un examen detallado de estas tendencias en Marco Terrones y Roberto Cardarelli, 2005, «Global Imbalances: A Saving and Investment Perspective», en World Economic Outlook 2005, International Monetary Fund, www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2005/02/pdf/chapter2.pdf
6 Harvey, David, 2003: The New Imperialism. Oxford University. p.153.
7 Estos métodos están explicados en Harvey, 2003: Op. cit. pp. 145-147.
8 Marx, Karl, 1987: The 1861-63 notebooks, in Karl Marx and Frederick Engels Collected Works, volúmenes 28-30. Lawrence and Wishart, www.marxists.org/archive/marx/works/1861/economic/
9 Este argumento se realiza en Fine, Ben, 2006: «Debating the ‘New’ Imperialism», Historical Materialism, volumen 14, número 4.
10 Byres, Terry, 2005: «Neoliberalism and Primitive Accumulation in less Developed Countries», en Saad Filho, Alfredo y Johnston, Deborah, 2005: Neoliberalism. A Critical Reader. Pluto. p. 84.
11 Ibid. p. 87.
12 Harvey, David, 2003: op. Cit., p. 141.
13 Engels, Frederick, 1897: Socialism: Scientific and Utopian, (Allen y Unwin), www.marxists.org/archive/marx/works/1880/soc-utop/, pp. 71-72.
14 Hirsch, Joachim, 1987, «The State Apparatus and Social Reproduction», en Holloway, John y Piccioto, Sol, 1987: State and Capital: A Marxist Debate. Edward Arnold. pp. 81-82.
15 Fine, Ben, 2006: op. Cit. p. 145.
16 Fine, Ben, 1999: «Privatisation: Theory and Lessons for the United Kingdom and South Africa», en Andriana Vlachou (ed.), 1999: Contemporary Economic Theory: Radical Critiques of Neoliberalism. Macmillan. p. 42.
17 Ver las amargas quejas de Michael O’Leary, el ultra-Thatcherista jefe de Ryanair, contra los cargos por monopolio de la British Airport Authority, por el uso de los principales aeropuertos de Londres.
18 Citado en Socialist Review, diciembre de 1990.
19 Ver las cifras en Terrones, Marco y Cardarelli, Roberto, 2005: «Global Imbalances: A Saving and Investment Perspective», en World Economic Outlook 2005, International Monetary Fund, www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2005/02/pdf/chapter2.pdf.
20 Heath, Anthony, Roger Jowell y John Curtice, 1985: How Britain Votes. Pergamon Press.
21 Harvey, David, 2005, A Brief History of Neoliberalism (Oxford University), pp 61-62.
22. Fine, Ben, 2006, «Debating the ‘New’ Imperialism», Historical Materialism, vol.14, nº 4, p.42.

* Este texto es un extracto del siguiente artículo: Harman, C., 2007: «Theorising neoliberalism». International Socialism. n. 117, diciembre 2007. Disponible en: http://www.isj.org.uk/?id=399

Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra: http://lahiedra.info/comprendiendo-el-neoliberalismo/