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Pago al FMI de Argentina y Brasil

Con el beneficio de la duda

Fuentes: Argenpress

Pagar una deuda puede ser una cuestión de honor y cobrarla un acto de justicia y legalidad. Ninguna de esas circunstancias concurre respecto a la deuda externa latinoamericana.La noticia de que los presidentes Lula de Brasil y Kirchner de Argentina, anunciaron la cancelación de la totalidad de las deudas con el Fondo Monetario Internacional, ascendente […]

Pagar una deuda puede ser una cuestión de honor y cobrarla un acto de justicia y legalidad. Ninguna de esas circunstancias concurre respecto a la deuda externa latinoamericana.

La noticia de que los presidentes Lula de Brasil y Kirchner de Argentina, anunciaron la cancelación de la totalidad de las deudas con el Fondo Monetario Internacional, ascendente a 15.500 y 9.881 millones de dólares respectivamente, causó impactó en los mercados financieros, alegró a unos e hizo fruncir el seño a muchos.

Con tan espectacular e inesperada movida, ambos gobiernos, de un plumazo se liberarán de las presiones del FMI, recuperarán granos de la soberanía enajenada y entre ambos ahorrarán casi dos mil millones por conceptos de intereses. La mala noticia es que, de hecho, se desmarcaron de la lucha contra el pago de la deuda.

Las decisiones de Lula y Kirchner, según se afirma consensuadas al interior del MERCOSUR, pueden tener implicaciones diversas, entre ellas renovar las presiones sobre los países deudores para que también paguen.

Internamente también habrá reacciones diversas. De la izquierda nacionalista cabe esperar un apoyo emotivo basado en actitudes patrióticas, mientras los sectores ilustrados y de la intelectualidad, presumiblemente más críticos, problematizarán las decisiones, avaluaran ángulos no percibidos por otros, incorporando elementos técnicos, mientras los militantes antiimperialistas, abrirán fuego primero y preguntarán después.

La gran empresa privada y las clases medias y altas, farisaicamente, apoyarán a gobiernos que detestan, respaldando lo que llaman política de desendeudamiento, mientras que los líderes de los movimientos sociales, refractarios a toda concesión que parezca neoliberal y que consideran que los superávit acumulados pudieron tener un mejor destino, estarán entre los críticos.

No se necesita ser un prodigio en economía para evaluar el efecto que pudiera tener la inyección de tales masas de dinero en el sector público y en el apoyo a la recuperación de la empresa privada nacional, ni un estratega político para desconfiar del entusiasta respaldo de John Snow, Secretario del Tesoro Norteamericano y Rodrigo Rato, Gerente del FMI.

Recuerdo ahora algunos de los pormenores del debate en torno a la deuda externa de América Latina, a su crecimiento descomunal y a su definición de impagable, lo que no resulta ahora desmentido. Los montos cancelados por Brasil y Argentina no llegan al 10 de sus respectivas deudas.

En las reflexiones más maduras y militantes sobre el tema, siempre se abordaron las circunstancias políticas en que se fomentaron las deudas, en muchos casos, compromisos ilegítimos, agravados por las altas tasas de interés que se pactaron, que hacían de los servicios de la duda una carga tan o mas onerosas que el principal.

Los ex gobernantes latinoamericanos de la década de los setenta y ochenta, han relatado la insistencia con que los representantes de los organismos financieros internacionales, la banca y los gobiernos occidentales ofrecían sus préstamos para, a la vez que se deshacían de grandes excedentes de capital, realizar una inversión segura y garantizar cierto genero de dependencia política.

Aunque no son inocentes, es superficial e inexacto culpar únicamente a los gobernantes latinoamericanos de entonces por el endeudamiento. Cualquiera que haya gestionado un préstamo bancario conoce la minuciosidad con que los bancos se aseguran de la solvencia del cliente y del uso del dinero. Tomar préstamos sin un destino específico, por gobernantes ilegítimos, fue una ignominia, prestarlo, otra.

En realidad muchos esperaban que en algún momento, Brasil y Argentina anunciaran alguna movida importante respecto al FMI que presionaban más allá de lo admisible. Los más optimistas viendo crecer las reservas en poder de los bancos centrales, asumieron que se fijarían plazos razonablemente para la liquidación de las deudas, contando incluso con que estos países se darían baja del FMI.

No ocurrió así. Seguramente los líderes de Argentina y Brasil evaluaron los pro y los contra de la medida y decidieron asumir sus costos políticos. Tal vez detrás de las decisiones haya razones de mucho peso y una estrategia de alta escuela. Me excuso por no verla y, no obstante me alineo con los que otorgan el beneficio de la duda.