Las revueltas del hambre, que se han sucedido a lo largo del planeta en el transcurso de estos dos últimos años, han puesto de relieve la grave situación de crisis alimentaria mundial y, evidencian, junto con la crisis energética, ecológica, social y económica, la actual crisis sistémica del capitalismo global. Estos alzamientos populares han sido […]
Las revueltas del hambre, que se han sucedido a lo largo del planeta en el transcurso de estos dos últimos años, han puesto de relieve la grave situación de crisis alimentaria mundial y, evidencian, junto con la crisis energética, ecológica, social y económica, la actual crisis sistémica del capitalismo global.
Estos alzamientos populares han sido los más importantes que se han dado desde los años 80 e inicios de los 90, cuando el planeta se vio también sacudido por más de cincuenta revueltas en los países del Sur. Estas revueltas nos recuerdan también, aunque en contextos y dinámicas muy distintas, a los lejanos «motines de subsistencia» que tuvieron lugar en la Europa del siglo XVIII. Antes como ahora la gente exigía comida. Pero, paradójicamente, hoy se produce más comida que nunca en comparación con cualquier otro período histórico. Entonces, ¿cuál es el problema? La dificultad está en la imposibilidad, por parte de los pobres del Sur, de pagar los precios establecidos. Se trata, por lo tanto, de un problema de acceso a los alimentos.
Las conclusiones de la Reunión de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria para Todos celebrada estos días en Madrid, y en la que ha tenido un papel destacado representantes de instituciones internacionales, gobiernos y multinacionales, no señalan ningún cambio de tendencia en las políticas que se han venido aplicando uy que han conducido a la actual situación de crisis alimentaria mundial. Las propuestas a favor de una mayor liberalización comercial, la apuesta por una nueva «revolución verde», aumentar la producción a base de semillas modificadas genéticamente, entre otras, no harán sino agravar la situación de hambruna. Las causas de la actual crisis, no pueden ser en ningún caso la solución a la misma.
Cuando a principios del año 2007 en México estalló la crisis de la tortilla, debido al aumento del precio del maíz su componente básico, se empezaron a encender las primeras luces de alarma que apuntaban al estallido de una inminente crisis alimentaria. Pero no fue hasta los alzamientos en Haití, en abril del 2008, que la situación de crisis se mostró con total crudeza. La subida del precio del arroz, frijoles y fruta, en más de un 50%, hizo imposible su acceso a la mayor parte de la población. Esta dinámica se repitió en más de 37 países del Sur global, desde Haití hasta Marruecos, pasando por Mozambique, Níger, Bolivia, Malasia, entre muchos otros, donde la incapacidad para hacer frente al aumento del precio de los alimentos empujó a miles de personas a la calle.
Las revueltas del hambre actuales tienen sus antecedentes inmediatos en los alzamientos populares de los años 80 y 90 contra las políticas de ajuste económico impuestas por las instituciones internacionales. Antes como ahora, las políticas neoliberales fueron las responsables de esta situación. En los 80 y 90, el desmantelamiento de los servicios de apoyo al pequeño campesinado, la apertura de los mercados nacionales, la reconversión de tierras campesinas en monocultivos para la exportación… condujo a muchos países a una situación de crisis. Hoy, una vez más, estas políticas han desembocado en una total inseguridad alimentaria.
Desde principios de los 80, se han dado cambios profundos en la economía mundial en aras de una mayor liberalización económica con consecuencias en el modelo de producción industrial y agrícola. Unas políticas que han conducido, entre otros, a la pérdida de la agricultura familiar y campesina, al abandono sistemático de las tierras en favor de la agroindustria y al aumento de desplazados del campo a las ciudades miseria del Sur global.
Pero la crisis alimentaria también afecta en otro nivel a las poblaciones de Europa y América del Norte, sobretodo aquellos sectores sociales desfavorecidos, y más en un contexto de crisis económica: pérdida de poder adquisitivo de las familias, disminución de los salarios, desempleo masivo, dificultades para hacer frente a los gastos en vivienda, desaparición de la agricultura familiar, etc. En Estados Unidos, por poner un ejemplo, 35 millones de personas pasan hambre según fuentes del Departamento de Agricultura de este país.
Cuando organismos internacionales señalan al libre comercio como la panacea que solucionará todos los males, es importante recordar que justamente han sido las políticas neoliberales las que han conducido a la situación actual. Aunque la crisis económica haya reducido la especulación con los alimentos, las causas estructurales de la crisis están lejos de haberse resuelto.
Una salida real a la misma pasa por potenciar la soberanía alimentaria, devolver la producción de alimentos y el control de los recursos naturales (agua, tierra y semillas) a los campesinos, relocalizar la agricultura, controlar el comercio internacional y poner fin a la volatilidad de los precios alimentarios en los mercados nacionales. Con el hambre no se juega. Sólo así el acceso a la alimentación podrá ser un derecho para todos y todas.
*Esther Vivas es miembro de la campaña No te comas el mundo y de la revista Viento Sur.