Para entrar en calor pueden empezar la lectura del libro por el apartado final, “La zozobra”. No creo que Taibo se oponga a la sugerencia.
Da gusto leer un ensayo en el que el autor no tiene ningún reparo en admitir que “son muy numerosos los libros y los artículos que se proponen revelar cuál es la causa principal, la explicación más certera, de la intervención militar rusa en Ucrania. Tengo por fuerza que acogerme a una confesión que incluí en el prólogo de esta obra -la que recordaba que mis conocimientos son muy limitados- para certificar que mis posibilidades en lo que hace a identificar esa explicación son, también, escasas. Lo más que puedo hacer es plantear cuatro o cinco tesis que -creo-rescatan dimensiones importantes de la discusión correspondiente aun cuando -anticipo- en modo alguno la cierran”. De hecho, el apartado final lo abre así: “Vivo inmerso, desde hace un tiempo, en una permanente zozobra. Si así se quiere, tiene su origen en dos hechos. El primero lo aporta mi dificultad para encontrar soluciones a problemas que con toda evidencia se me escapan. El segundo lo configuran mis conocimientos, muy limitados, en lo que hace a lo que ocurre en Ucrania. Suplo lo uno y lo otro con ideas que, aunque respetables, me sirven de poco o, en su cao, reclaman una aplicación que es cualquier cosa menos sencilla. Pienso en declaraciones como la que nos invita a rechazar las guerras, los ejércitos, las alianzas militares y los imperios, o en ese lema, ya invocado, que reza “no a la guerra entre pueblos, no a la paz entre las clases”. (p. 137)
La modestia, ciertamente, es una de las principales virtudes del intelectual que va en serio, que no va de farol.
Casi todas, por no decir todas, las aristas del conflicto tienen tratamiento en el nuevo libro (finalizado en agosto de 2022) de Taibo. Una de las tesis centrales del último libro del autor de La Rusia contemporánea y el mundo: “En la trastienda no es difícil barruntar lo que hay: un conflicto sucio, o varios, en el que el currículo de los agentes intervinientes está lleno de manchas. Pareciera como si hubiesen quedado definitivamente atrás conflictos que, como los de Palestina o el Sáhara Occidental, permiten identificar con facilidad agresores y víctimas. Lo que despunta en estas horas no es una colisión entre modelos económicos, sistemas políticos o cosmovisiones ideológicas, sino una sórdida y descarnada confrontación entre imperios”. La posición crítica Taibo queda reflejada en estas líneas: “Me siguen fascinando esos discursos unilaterales que entre nosotros lo inundan todo. Uno de ellos, abrumadoramente mayoritario, cierra filas con la Ucrania de Zelensky y no aprecia responsabilidad alguna del mundo occidental en la gestación de un sinfín de problemas y desencuentros. El otro, minoritario pero con presencia importante en las redes sociales, considera que la Rusia putiniana ha hecho lo que debía y, desde primas ideológicos a menudo dispares, alaba su decisión de plantar cara a lo que se entiende que son la ignominia y la hipocresía occidentales”. Y en estas: “No me gustaría que de lo que acabo de afirmar se extrajese la conclusión de que las provocaciones y la agresividad occidentales justifiquen una acción militar como la asumida por Rusia en Ucrania en febrero de 2022. Aunque convierten, eso sí, a las potencias occidentales en partícipes, en un grado u otro, del escenario que ha permitido esa acción militar y obligan a cuestionar crudamente la política correspondiente, no eximen a Rusia de su responsabilidad”. (p. 47)
Carlos Taibo ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Son numerosos sus libros sobre la historia contemporánea de Europa Central y Oriental. Entre ellos: Historia de la Unión Soviética (2000), La desintegración de Yugoslavia (2019) y los muy recientes Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío (2022) y Rusia frente a Ucrania. Imperios, pueblos, energía (2022). Pocas personas tan autorizadas como él (lee ruso además), para hablar con conocimiento de causa (y con modestia: “el segundo [hecho causante de su zozobra] lo configuran mis conocimientos, muy limitados, en lo que hace a lo que ocurre en Ucrania”) sobre lo que está sucediendo en la guerra. El libro que comentamos, se nutre de las anotaciones (“caóticas y referidas a materias dispares, en modo alguno respondían, sin embargo, a un proyecto tramado”) que el autor ha ido perfilando desde finales de 2022, es ejemplo de su buen hacer.
Está estructurado del modo siguiente: Justificación. I. Sobre la precariedad de los conocimientos. II. El escenario. III. Los antecedentes. IV. La guerra. V. La OTAN. VI. Las grandes potencias. VII. El colapso. VIII. La zozobra. El resumen del autor: “La obra que el lector, o la lectora, tiene en sus manos se mal ordena, en fin, en ocho capítulos. El primero aborda un puñado de cuestiones que remiten a lo que con alguna pedantería voy a llamar sociología del conocimiento. El segundo bucea en el escenario ucraniano y sus complejidades. En el tercero se sopesan algunos de los antecedentes inmediatos del conflicto en curso. El cuarto presta atención a la guerra tal y como se ha desarrollado hasta el verano de 2022. El quinto hinca el diente a la condición de esa filantrópica organización que es la Alianza atlántica, la OTAN. El sexto escarba en los alineamientos que propician algunos de los principales agentes internacionales del momento. El séptimo plantea algunas ideas -algunas intuiciones, por decirlo mejor- sobre la relación entre la guerra ucraniana y un colapso que ya está aquí. Y el octavo permite explicar por qué algunas personas se hallan inmersas -nos hallamos inmersas- en una irrefrenable zozobra”. El quinto, en mi opinión, es uno de los más potentes: “La mayor operación de censura desplegada por los medios de comunicación occidentales afecta a la OTAN, interesadamente presentada como una organización defensiva, filantrópica y humanitaria. Además de intentar explicar qué es la OTAN estos textos [68-81] subrayan la responsabilidad central de esta última en una impresentable operación de cerco sobre Rusia”.
En total, 100 reflexiones matizadas, al modo de las páginas de un diario, incluyendo esta última “La zozobra”, que presenta con estas palabras: “Recojo aquí, levemente remozado, un texto que escribí en marzo de 2022. Aunque en sustancia pretende explicar mi zozobra ante el desarrollo de los hechos, lo recupero ahora porque resume bien algunas de las tesis recogidas en esta obra. Subraya, al tiempo, que todas las soluciones que se contemplan por ahí adelante generan dudas y se hacen valer en un escenario de sufrimiento ingente de muchos seres humanos”. Ejemplo de los matices: “Nada de lo anterior invita a negar que entre Ucrania y Rusia, o al menos entre los grupos humanos dirigentes de esos dos países, hay diferencias sensibles en lo que respecta a la evaluación del pasado y, en singular, a la que afecta a lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. Una manera de tomarle el pulso a lo que ha acabado por asentarse en países como Ucrania o la vecina Polonia la aportan unas declaraciones del a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de este último país, Grzegorz Schetyna, quien afirmó en su momento que Auschwitz fue liberado por ucranianos, circunstancias que justificaría que Putin no fuese invitado a una ceremonia de condecoración de esa liberación”. (p. 51)
Las consideraciones centrales del autor respecto algunas de las aristas esenciales del conflicto pueden ser recogidas del modo siguiente, siendo consciente, y apuntando al lector/a, que me dejo muchas cosas en el tintero:
1. “De por medio, en suma, y retórica aparte, era difícil apreciar del lado occidental alguna voluntad de rebajar las tensiones. No está de más recordar que en diciembre de 2021 Putin exhortó al Gobierno norteamericano a renunciar a nuevas ampliaciones de la OTAN en la Europa central y oriental. Sin éxito alguno. Y que, antes, había repetido una y otra vez que lo suyo era retomar las negociaciones de control de armamentos, las más de las veces rotas de resultas de conflictivas decisiones estadounidenses. De nuevo sin éxito”. (p. 17)
2. “Por rescatar un debate que ha hecho correr mucha tinta en los últimos meses, y en paralelo, Rusia no es, a mi entender, una sociedad totalitaria -nunca me ha gustado este interesado adjetivo-, aun cuando no sé si tiene sentido atribuirle la condición de democracia de baja intensidad de la que me he servido durante años. Identificar, en cualquier caso, a Rusia con Putin es un error que está llamado a tener consecuencias mayúsculas”. (p. 41).
3. “Es evidente […] que la extrema derecha está presente en muchos de los estamentos de poder en Ucrania, y en singular en las fuerzas armadas y en cuerpos afines como la Guardia Nacional. Pero deducir de lo anterior que Ucrania es, como un todo, un país nazificado es distorsionar visiblemente la realidad. Al respecto me veo en la obligación de recordar que el eco electoral de las fuerzas de extrema derecha es en Ucrania sensiblemente menor que el que se registra en España”. (p. 50)
4. “Quiero recordar que Zelenski, un outsider de la política al uso, ganó de manera rotunda las elecciones presidenciales ucranianas de 2019. Enfrentado al presidente anterior, Poroshenko, se hizo nada menos que con un 73% de los votos. En aquel momento eran dos los mensajes que parecía emitir el nuevo mandatario. Si el primero lo convertía en un enemigo frontal de los oligarcas locales, el segundo anunciaba una actitud predispuesta a la negociación con Rusia”. (p. 57)
5. “Si Rusia aceptarse para Ucrania un modelo como el que hasta antes de ayer ha sido el finlandés, entiendo que nos hallaríamos ante un cimiento interesante de resolución del contencioso en curso. Tanto más si esa fórmula se viese acompañada de medidas de confianza y de desarme que afectasen a Ucrania, a las repúblicas del Báltico, a Polonia, a Eslovaquia, a Hungría, a Rumanía, a Bulgaria y, claro, a la propia Rusia”. (pp.72-73)
6. “Pero no quiero dejar en el olvido las previsibles secuelas de una crisis como la ucraniana. Hay cuatro que se antojan evidentes. La primera, un generoso regalo del presidente ruso de estas horas, asume la forma de un rápido y formidable fortalecimiento de una organización, la OTAN, que, frente a lo que reza la propaganda oficial, anuncia […[ un horizonte inquietante de militarización, crecimiento del gasto en defensa, negocio armamentístico, autoritarismo, intervencionismo, injerencias y represión de las disidencias. Todo ello huele, inevitablemente, a ecofascismo y, con él, a los espasmos del imperialismo más rancio y tradicional”. (p. 134)
Sin ausencia, desde luego, de pasajes conflictivos. Un ejemplo: Taibo admite que es cierto que en febrero de 2014 “el parlamento de Kjiv aprobó una ley que confería al ucraniano la condición de única lengua oficial, en franco desdén de los derechos de los rusohablantes residentes en el país”. Sin defender ese tipo de medidas, que tienen víctimas que no merecen serlo, “creo que conviene situarlas en el contexto de la construcción, llena de precariedades y contradicciones, de un Estado-nación. Los abusos desafortunados a que pueden dar lugar no deben traducirse en el olvido de una historia pasada que, muy larga, se ha caracterizado, en el caso ucraniano, por la represión de la lengua local”. Añade: “Quienes han padecido y padecen circunstancias similares en Cataluña, Galicia y el País Vasco creo que entenderán perfectamente a qué me refiero”. ¿Quiénes padecen circunstancias similares en Cataluña (o en Galicia o el País Vasco)? ¿La ciudadanía catalanohablante, por ejemplo?
Por lo demás, Taibo es de los pocos comentaristas que se ha manifestado con claridad sobre el cierre de Russia Today y Sputnik: “Si que me atrevo, en fin, a juzgar la llamativa y conflictiva decisión de la UE en el sentido de prohibir las emisiones de dos medios de comunicación rusos: Russia Today, por un lado, y Sputnik, por el otro. Sabido es que esa polémica decisión se justificó sobre la base de la idea de que tales medios eran instrumentos de propaganda al servicio del Kremlin. No creo que nadie en su sano juicio pueda poner en duda que, en efecto, lo eran. Será, sin embargo, que entre nosotros no hay medios de comunicación entregados a la propaganda al servicio de unos u otros. Me da que, si optásemos por aplicar un criterio como el desplegado por Bruselas, habría que cerrar la mayoría de nuestros medios”.
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