Buenas tardes. Gracias por la invitación, un honor. Once consideraciones sobre el último libro del profesor Andrés Martínez Lorca. A la manera del Tractatus.
1. Desde un concepto de la filosofía y el filosofar que creo compartir con el autor, es justo decir en primer lugar que Sobre la melancolía, por la diversidad cultural, contra la guerra, es un libro pensando y escrito para filósofos, para estudiantes de filosofía, pero también para la ciudadanía interesada en general. El matiz es importante porque no hay en el libro, ni en conjunto de la obra de Martínez Lorca, una concepción elitista de la cultura, lo cual, por descontado, no significa ausencia de rigor, de profundidad y de erudición.
1.1. Hablando de filosofía y del filosofar es justo destacar las dos citas iniciales, una de Marx y otra de Gramsci, con las que el profesor Martínez Lorca abre su libro. Toda una declaración de principios historiográficos y filosóficos.
1.1.1. Otra declaración de principios, del prólogo esta vez: “Expondré con brevedad cuál es mi concepción de la historia de la filosofía. El método historiográfico que he aplicado en mis trabajos concede el máximo relieve al elemento especulativo. Prioridad, pues, para el concepto. Pero sin llegar a considerarlo como autónomo, ni transmutarlo tampoco en terminología. Al margen de la historia real, sin raíces en el suelo de una tradición y de una cultura concreta, resultaría imposible que naciera filosofía alguna por especulativa que fuera”. [el énfasis es mío].
2. Cuando uno lee un diálogo de Platón (yo no puedo leerle en griego) uno nota inmediatamente que está, al mismo tiempo, ante un gran pensador y ante un gran escritor. Al leer a Martínez Lorca, uno siente y piensa lo mismo. Este es un libro de filosofía y un grandísimo libro de literatura filosófica que da gusto leer (lo que, en mi opinión, es muy importante). Empezando por el título, siguiendo por cualquiera de sus capítulos y, especialmente, por un prólogo que a mí me parece una verdadera joya filosófica.
Déjenme que les lea, como ilustración, las palabras con las que abre este apartado: “En el principio de este libro, como en el de la filosofía, están los griegos, ese pueblo mediterráneo que movido por la curiosidad se atrevió a preguntarse por todo, desde el origen del universo hasta la organización de la sociedad y la existencia de los dioses. Los fragmentos de los presocráticos, los primeros filósofos, me parecieron hace medio siglo, y me siguen pareciendo hoy, la mejor introducción al pensamiento filosófico. Como escribió con entusiasmo Hölderlin [recomendación: Peter Härtling, Hölderlin, Vilassar de Dalt: Piel de Zapa, 2021] , “nada hay en el extranjero que ame tanto/ como esta tierra donde duermen los hijos/ de los dioses, el país en duelo de los griegos/… donde Sócrates conquistaba los corazones/ y mi Platón forjaba paraísos”.
3. Creo justo destacar también los homenajes y reconocimientos de Martínez Lorca a la tradición filosófica republicana, injustamente, criminalmente condenada al exilio. Fue inmenso el vacío que dejó en nuestro país. Alguna vez he soñado, escribe Martínez Lorca, “qué habría sido de mi generación si hubiéramos tenido como maestros, entre otros, a José Gaos, Xavier Zubiri, Ortega y Gasset, María Zambrano, Américo Castro, Joaquín Xirau y José Moreno Villa, en lugar de haber sido adoctrinados por una negra nube de oscuros funcionarios, en su mayoría clericales de todo color crecidos académicamente en el ambiente inquisitorial de la represión política e ideológica de postguerra, pues como ha escrito el historiador Jaume Claret Miranda en su trabajo Cuando las cátedras eran trincheras “las vacantes se convirtieron en botín de guerra de la adictos [al Régimen franquista]”.
3.1. AML cita más tarde a Eugenio Ímaz, José Ferrater Mora, Juan David García Bacca y Adolfo Sánchez Vázquez, al que por cierto dedica dos capítulos.
3.2. Hablando de homenajes, déjenme resaltar también el recuerdo que Martínez Lorca dispensa a dos filósofos de una pieza, maestros míos, que sufrieron en sus propias carnes y en repetidas ocasiones la dureza y abyección del Régimen franquista, este sí un verdadero Régimen. Les hablo de Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey. Tampoco se olvida Martínez Lorca, por supuesto que no, de Javier Muguerza, José María Valverde, José Luis López Aranguren y Eloy Terrón.
4. Sobre el primer capítulo del libro, “Una indagación sobre la melancolía: de Aristóteles a Cicerón”, un capítulo muy melancólico él mismo, creo que hay una palabra que todo lector se ve obligado a decir: deslumbramiento. Desde la primera hasta la última línea. Destaco el apartado 1.5.: “La melancolía en la literatura española: de Calila e Dimna al Quijote”. Cierra con estas palabras: “Cervantes, cuya vida estuvo plagada de penalidades y sinsabores, supo teñir de melancolía toda su gran novela. Sobre el interminable camino que sirve de escenario a la inmortal pareja, Don Quijote vive soñando una humanidad más justa, proyectando nuevas aventuras, siempre enamorado sin llegar a conocer a su amada, extraño y como ausente en un mundo que no es el suyo. De ahí la ironía del autor y la tristeza profunda del personaje que va por el mundo de derrota en derrota. Sólo al final, de modo casi dramático, sale a la luz esa tristeza cuando Sancho reconoce que su señor se muere de melancolía. El héroe de la primera novela moderna es, pues, un prototipo de hombre melancólico, triste y pensativo”.
5. Del capítulo 2, “Pensar en tiempo de crisis: la filosofía helenística”, cabe decir que es una magnífica introducción a esa etapa tan central de la historia de la filosofía, en absoluto menor en mi opinión, y que las notas y reflexiones que Martínez Lorca dedica a temas gnoseológicos en su acercamiento al escepticismo antiguo son todas del máximo interés.
Lo mismo tendría que decir del hermoso capítulo dedicado a Lucrecio, el tercero: “Lucrecio: una crítica ilustrada a la religión popular”. Yo no he leído nunca una interpretación tan documentada e interesante del De rerum natura. Destaco su conclusión: “Pienso que un análisis minucioso del texto del poema nos lleva a reconocerle a Lucrecio, entre otras, las siguientes novedades: 1. Una crítica más radical a la religión popular como falsa religión fundada en el miedo. 2. Un desinterés mayor hacia el culto religioso dentro de la nueva religiosidad epicúrea. 3. Mayor énfasis en la búsqueda de una concepción no antropomórfica de la divinidad. 4. Un lenguaje filosófico cargado de acento personal. Así, por ejemplo, en el dramatismo que aflora en tantas páginas del poema. 5. Una visión pesimista del mundo. En definitiva, Lucrecio aporta a la teología epicúrea una nueva modulación, un desarrollo propio que, siguiendo el hilo conductor de las teorías al maestro, tiene en cuenta la realidad histórica y social del mundo romano”.
6. Los capítulos 4, “La Ciudad Ideal de Al-Farabi: utopía y realismo político”; 5, “Ibn Gabirol y el inicio de la Filosofía de Al-Andalus”; 6, “La noética de Averroes, hacia la autonomía científica de la Psicología”; 7, “Maimónides, el sabio andalusí que renovó el judaísmo”; 8, “El concepto de civitas en la teoría política de Tomás de Aquino”, son una verdadera lección para muchos estudiantes de filosofía de mi generación, estúpida y falsamente “izquierdistas-marxistas” en este nudo, que desconsideramos, a pesar de los comentarios y esfuerzos documentados de nuestros profesores, esos momentos y etapas de la historia de la filosofía. En nuestro hablar por hablar y desde pozos de desconocimiento, todos esos autores no eran propiamente filósofos sino teólogos dogmáticos a los que no valía la pena dedicar ni un minuto de nuestro tiempo. La ignorancia, lo sé y pido disculpas a pesar del tiempo transcurrido, es demasiado atrevida.
7. El capítulo 9 está dedicado a Gracián: “Baltasar Gracían y la crítica política: en la estela del maquiavelismo”. Diré aquí que descubrí al autor de El Criticón, lo poco que sé de él gracias, indirectamente, a Andrés Martínez Lorca. Por los comentarios de Paco Fernández Buey, amigo suyo, y por el ensayo de Miguel Jordá, De la rebeldía al erotismo, basado en una tesis doctoral dirigida por él. Tuve el honor de entrevistar a Jordá por indicación del profesor Martínez Lorca.
8. El capítulo 10, el dedicado a Kant, demuestra en mi opinión, la agudeza de Martínez Lorca, su interés por un tema filosófico central, que lo sigue siendo, y su conocimiento de uno de los grandes clásicos de la historia de la filosofía. ¡Y es un texto de 1981, de hace 40 años!
De los capítulos 11, “Antonio Gramsci: pensar y crear desde la cárcel”, y 12, “De la cultura integral a la diversidad cultural: reflexiones actuales a partir de Gramsci” (este último tiene su origen en una comunicación que nuestro amigo presentó al congreso internacional sobre Gramsci que organizó Francisco Fernández Buey y discípulos suyos en la UPF en 2009), de estos dos trabajos sólo cabe decir: gracias, gracias y gracias. Gracias por el profundo conocimiento de unos de los pensadores marxistas del siglo XX que más nos conmueven y más nos interesan. Un pozo inagotable de buena filosofía, de buen filosofar.
A la buena gente, decía Brecht, se la conoce en que resulta mejor cuando se la conoce. En eso que decía el poeta, y en su forma de acercarse y hablar de alguien muy digno de amor, como dijo Manuel Sacristán hablando de Gramsci.
9. Llegamos al que, no les oculto, es uno de mis capítulos preferidos: “Antonio Machado como intelectual: evolución literaria y opción filosófica”. Aquí AML muestra, iba a decir demuestra, como el autor de Campos de Castilla no es solo un descomunal poeta y un no menor prosista, sino también un pensador, un filósofo sólido, nada gaseoso ni líquido. En la línea de José María Valverde y de su lectura del Juan de Mairena. Una cita de esta obra imperecedera, todo un clásico, abre el capítulo: “Hay hombres, decía mi maestro, que van de la poética a la filosofía; otros que van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto como en todo”. Buena conclusión.
Lo escribió además Martínez Lorca en 1980, hace más de 40 años otra vez, cuando no era frecuente entre nosotros leer, pensar y analizar la potente cara filosófica de la obra machadiana.
Cabe destacar, además, su aproximación a Machado como intelectual, como intelectual concernido. Un lugar común en nuestro hoy; no lo era tanto en aquel entonces.
Una de sus consideraciones: “Excluir de los filósofos españoles del siglo XX a Antonio Machado es hoy una opinión tan inconsistente que debería hacer reflexionar a los que la mantienen a ultranza”. Resulta chocante, añadía, “el caso de un historiador de la filosofía que no sólo incluye en un amplio volumen a los principales pensadores y profesores de la especialidad sino a auténticas medianías, sin dignarse siquiera a citar una sola vez a don Antonio”. He dicho el pecado, pero no cito el nombre del pecador.
10. Voy finalizando. Telegráficamente diré que Martínez Lorca de nuevo hace gala del oficio de buen historiador aproximándonos en los capítulos 14 y 15 a la figura de un gran filósofo, que tuvimos el honor de entrevistar para “Integral Sacristán”, un gran filósofo poco considerado incluso, cada vez más ciertamente, en la misma tradición filosófica, la marxista, a la que perteneció e hizo grandes aportaciones. Les hablo de Adolfo Sánchez Vázquez. El primero de estos artículos lleva por título: “ASV: el legado fecundo de un filósofo marxista y el testimonio ejemplar de un republicano en el exilio.”
El capítulo XVI, “A la sombra de la guerra: paz y religiosidad en un mundo un crisis”, nos acerca a uno de los grandes temas de nuestra hora, un artículo que muestra, con toda claridad, el compromiso y la grandeza poliética de Martínez Lorca. Nada humano le es ajeno.
El XVII, “Crítica y renovación de tres pensadores árabes contemporáneos” demuestra, por si fuera necesario, que estamos ante uno de nuestros grandes arabistas, un maestro para los que ignoramos casi todo lo relativo al tema.
El XVIII, “Isidoro Requena, el maestro que enseñaba a pensar junto al Mediterráneo”, nos descubre un autor desconocido por nosotros. El homenaje que le dedica su antiguo alumno de secundaria es bellísimo. Lo describe así: “Nacido en el pueblo de Caniles, en las tierras altas del norte de Granada, su acento era suave sin la aspereza característica de sus paisanos. De mirada intensa a su interlocutor, hablaba en voz baja y con un timbre fino en su tono afectuoso no exento a veces de ironía”.
11. El capítulo 19, “Bertrand Russell, ‘en la era nuclear la raza humana no puede sobrevivir sin paz”, se inicia con una confesión que es fácil compartir: “Siempre he sentido admiración por Bertrand Russell, el aristócrata rebelde, el lógico innovador, el filósofo comprometido. Su curiosidad no tenía límites: desde la matemática a la ética, desde el método científico a la política, desde la estructura familiar a la pedagogía y desde la religión a la teoría de la relatividad.” Todo cabía en aquella gran cabeza. En las páginas del trabajo, señala el autor, “me he centrado en sus escritos políticos y en su intervención pública paralela, pues disociándolos no puede entenderse ni su obra ni su vida”. A diferencia de tantos hombres de ciencia que separan la teoría de la práctica escondiendo sus propias convicciones, “Russell unió pensamiento y pasión política, no ocultando sus contradicciones ideológicas, ni eludiendo el peligro de ser calificado “enemigo público””.
Tras hacer un repaso por su pacifismo en la I Guerra Mundial, por sus principales escritos de este período, por su lucha contra el nazismo y el fascismo y por las contradicciones de su pacifismo en la II Guerra Mundial, por su denuncia de la guerra nuclear, por la denuncia russelliana de los crímenes contra la guerra en Vietnam, por su reflexión sobre la guerra, tras comentar las aproximaciones a Russell de Manuel Sacristán y Alejandro Tomasini, concluye Martínez Lorca: “Luchando siempre contra los viejos prejuicios y los intereses creados de estados o individuos, no perdió nunca la esperanza en otro mundo, en un mundo más justo y más libre”, completando con estas palabras del filósofo británico que, en mi opinión, también cabe decir de él mismo, de Andrés Martínez Lorca: “La parte más importante de mi vida, desde la infancia, ha estado dedicada a dos propósitos diferentes, que durante largo tiempo permanecieron separados y que solo en estos últimos años se unieron formando un todo. Quería por una parte, averiguar si era posible el conocimiento de algo; y, de la otra, hacer hacer cuanto fuera posible para crear un mundo mejor.”
Un apunte matemático, más bien numerológico, para finalizar, un pequeño homenaje a Russell. Son 320 las páginas del libro. Si lo dividimos por 10 nos sale 32. Sumemos la portada y la contraportada y tenemos 34. 34 es suma de 6 y 28. Y 6 y 28 son los dos primeros perfectos (números, recordemos a los pitagóricos, cuya suma de divisores propios nos da el propio número). Sabemos pocos de estos números. Hasta la fecha, entre billones y billones y más billones de naturales, no hemos descubierto ni sesenta. Uno de los últimos necesita más de 47 millones de dígitos para expresarse decimalmente.
Construyamos un silogismo no autorizado por Aristóteles: 1. Operemos con el número de páginas de Sobre la melancolía, por la diversidad cultural, contra la guerra, y obtendremos 34. 34 es suma de los primeros perfectos. Luego, por tanto, Sobre la melancolía es un libro más que perfecto, doblemente perfecto. Gracias al autor por ello.
Cierro. Hay una sabia filosofía poética de fondo en el conjunto de estas páginas que nadie mejor que Brecht puede describir. Lo hizo así, en un poema, “Satisfacciones”, que dice lo esencial del filosofar y del ser y estar-en-el-mundo de nuestro admirado amigo y filósofo Andrés Martínez Lorca:
La primera mirada por la ventana al despertarse,
el viejo libro vuelto a encontrar,
rostros entusiasmados,
nieve, el cambio de las estaciones,
el periódico, el perro, la dialéctica,
ducharse, nadar, música antigua,
zapatos cómodos, comprender, música nueva,
escribir, plantar, viajar, cantar,
ser amable.
Gracias por su paciente escucha. Muchas gracias, querido Andrés, por tu magnífico libro… y por ti.