Creo que se contarían con los dedos de la mano los especialistas que negaran una aseveración de Manuel Freytas aparecida en sitios digitales como IAR e Insurgente: «La relación crisis financiera-dólar débil-petróleo y su interacción con una escalada mundial del precio de los alimentos configuran las líneas matrices y las variables clave de una crisis […]
Creo que se contarían con los dedos de la mano los especialistas que negaran una aseveración de Manuel Freytas aparecida en sitios digitales como IAR e Insurgente: «La relación crisis financiera-dólar débil-petróleo y su interacción con una escalada mundial del precio de los alimentos configuran las líneas matrices y las variables clave de una crisis recesiva mundial en gestación que ya conforma, según los propios organismos del sistema, la mayor amenaza histórica para el capitalismo globalizado, que tiene como potencia imperial regente a los Estados Unidos».
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, por ejemplo, se ha avenido a destocarse -sí, a sacarse el sombrero- ante una de sus sempiternas dianas, objeto de acerbas críticas, como el Fondo Monetario Internacional, que «esta vez tiene la razón» al evaluar el estado de cosas como el peor desde 1929 y cifrar en 945 mil millones de dólares el costo potencial de la crisis para el sistema financiero mundial. Y aquí claro que no resulta determinante el monto exacto, sino la magnitud desatada, espeluznante, de los guarismos aparecidos en las computadoras del FMI.
Si realizamos un paneo impresionista, nervioso, en aras del tiempo del lector, veremos que la desalada caída del dólar se debe a factores como la crisis de las hipotecas de alto riesgo (subprime), la especulación bursátil con las acciones energéticas, la sobredemanda de combustibles y la posibilidad real de conflictos geopolíticos en áreas ricas en carburantes de Asia, África y el Oriente Medio.
A la más que visible debilidad de la divisa, poco a poco desplazada por el euro y otras en las transacciones comerciales, le es inherente la pérdida del poder adquisitivo. Y lo peor: sin duda la lógica de acumulación del capitalismo hará que los productores del crudo continúen buscando ganancias, con la onerosa alza de los precios. Onerosa, porque de no ponérsele coto acarreará un proceso inflacionario con recesión de la economía y el consumo a nivel planetario. O sea, la estanflación mundial… Vade retro, Satán.
De ese «menudo» coctel de dólar derrumbado e importes petroleros ubicados en la comba celeste -los cien el barril resultan una frontera dejada atrás- se observa ya con nitidez suprema una consecuencia nefasta: merced a la respetable incidencia de los combustibles en la producción, la comercialización y el transporte, en 2007 el precio global de los alimentos registró un aumento del 40 por ciento. (Claro, en ello influyó también el encarecimiento del maíz, uno de los que más subieron, como consecuencia de la fabricación de biocombustibles).
Pero no vengo aquí de aprendiz de profeta, siguiendo a expertos que vaticinan el estallido de una crisis generalizada para este año 2008 del Señor. Ahorita mismo, como quien dice. Vengo aquí, sobre todo, a preguntarme en voz alta cómo es posible que el FMI y el Banco Mundial consideren que la crisis hipotecaria -al parecer, el detonante, la madre de todas las crisis- no constituye una amenaza para América Latina. ¿Acaso no cuentan para el análisis elementos como el alza del precio de productos de importación tales los equipos de alta tecnología? ¿Y qué de las cada vez mayores erogaciones en la compra de alimentos? Erogaciones que, por cierto, ya han desatado una crisis de hambruna en 37 de las naciones más pobres del orbe.
Nada, que a despecho de las augustas entidades citadas habremos de coincidir con el vicepresidente cubano Carlos Lage, presto en el alerta: «No nos dejemos engañar (…) la realidad es que la incertidumbre de los mercados y la drástica reducción del financiamiento externo deberán afectar los flujos de capitales hacia la región (…) El debilitamiento del sector financiero en Estados Unidos tendrá necesariamente repercusiones negativas en la región, dada la fuerte presencia de la banca norteamericana y la dependencia económica y financiera de muchos países latinoamericanos del vecino del norte…»
-Bien, la solución entonces -terciaría un lector impaciente.
-Por ahora, la lucha por «un mundo multipolar post-dólar con instituciones financieras regionales y un sistema de comercio menos dependiente de un solo comprador», como estimaba Lage al formular las apreciaciones anteriores. El Banco del Sur y el del ALBA son importantes arietes en esta batalla.
-¿»Por ahora» dice usted?
-Por ahora, sí. Mientras la crisis general no barra con el sistema que la provoca, con saña masoquista y fatal.