Tras la ruptura de relaciones con Colombia, a causa de la denuncia de ese país sobre la supuesta presencia de la guerrilla de las FARC en territorio venezolano, Chávez considera, con razón, que las pruebas demostradas son un show idéntico al realizado en la ONU por Estados Unidos para acusar a Iraq de poseer armas […]
Tras la ruptura de relaciones con Colombia, a causa de la denuncia de ese país sobre la supuesta presencia de la guerrilla de las FARC en territorio venezolano, Chávez considera, con razón, que las pruebas demostradas son un show idéntico al realizado en la ONU por Estados Unidos para acusar a Iraq de poseer armas de destrucción masiva. Es obvio que Washington está detrás de toda esta ofensiva contra Venezuela.
Chávez, cuya lucha antiimperialista cuenta con mi admiración y respeto, ha declarado, nuevamente, que «la guerrilla colombiana debería considerar seriamente el llamado que nosotros le hemos hecho. El mundo de hoy no es el mismo de los sesenta. Los movimientos armados en Colombia deberían reconsiderar su estrategia armada. No hay condiciones para que ellos en un plazo previsible puedan tomar el poder… En cambio se han convertido en la principal excusa del imperio para penetrar Colombia a fondo y agredir a los países vecinos».
Esa declaración no la comparto. Independientemente de que las FARC aplican la estrategia de la guerra prolongada desde hace muchos años, las condiciones que se dan hoy en el continente sudamericano son iguales que en la década de los 60 del siglo pasado; por tanto toda clase de lucha está legitimada. Las FARC no son ninguna excusa para invadir Venezuela, si no existieran se inventarían otra, porque Estados Unidos tiene la necesidad de derribar un Gobierno no afín, de un país que cuenta, además, con enormes recursos naturales.
Resulta chocante que los pobres, los desposeídos tengan que adaptarse (¿qué clase de adaptación?) a los tiempos actuales mientras el enemigo sigue utilizando (golpe militar en Honduras, invasiones de países del Tercer Mundo), las formas brutales de siempre. No estamos en los años 60 ¡claro que no! Estamos (y esto va dirigido también a la clase obrera del mundo occidental) a finales del siglo XIX. Hay que asumir esa realidad y actuar en consecuencia.
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