En la construcción de la ciencia económica contemporánea la investigación de Marx ha jugado un papel fundamental. Y aunque hace un par de décadas se consideró obsoleta y anticuada, hoy en día ha vuelto a revalorizarse ante la profunda crisis del capitalismo neoliberal que están padeciendo los países más ricos del planeta. Lo que Marx […]
En la construcción de la ciencia económica contemporánea la investigación de Marx ha jugado un papel fundamental. Y aunque hace un par de décadas se consideró obsoleta y anticuada, hoy en día ha vuelto a revalorizarse ante la profunda crisis del capitalismo neoliberal que están padeciendo los países más ricos del planeta. Lo que Marx explicó hace siglo y medio puede ser importante para salir de la crisis, y seguramente mucha gente estará interesada en conocer un poco mejor sus ideas. En este texto voy a intentar explicar sucintamente el planteamiento fundamental de la economía marxista a partir de El capital, reconociendo que no se trata más que de un esquema general, que no pretende ser exhaustivo.
La distinción entre sustancia y magnitud
En primer lugar, Marx empieza El capital explicando la doble forma del valor económico, valor de uso y valor de cambio. Se trata de una cuestión de método: toda ciencia comienza su estudio estableciendo las magnitudes que son objeto de su investigación, a través de una distinción entre los aspectos cuantitativos y cualitativos en su campo de estudio. En la ciencia económica el valor de uso, expresa los aspectos cualitativos de las cosas en cuanto que sirven para satisfacer necesidades humanas; el valor de cambio, representa el valor cuantitativo de las mercancías producidas por el trabajo humano en cuanto que son objeto de intercambio en el mercado. El precio de las mercancías es su valor de cambio, la magnitud del valor, y sirve como medida en la ciencia económica.
Muchos filósofos de la naturaleza, en sus reflexiones sobre la actividad científica, han afirmado que las cualidades de las cosas no tienen en realidad en sí mismas, sino que solo existen para el ser humano que las percibe: las cualidades naturales son la forma que tiene el ser humano de percibir el universo en el que vive; pero el mundo natural es esencialmente un conjunto de relaciones cuantitativas. En las disciplinas científicas, pues, las cualidades se dejan de lado para hacer ciencia, fundada en la medida y la cantidad. Pero cuando se trata de una ciencia social, el método requiere hacerse más complejo, porque las cualidades forman parte de nuestra naturaleza humana y de lo que queremos llegar a ser como personas. No resulta tan fácil eliminar los aspectos cualitativos en el conocimiento científico de la sociedad, ni es recomendable si es que queremos conservar la humanidad.
Marx está convencido del valor de la ciencia para el desarrollo cultural de la especie humana en su historia, y por tanto plantea esa distinción básica de la investigación científica. De ese modo, El capital comienza exponiendo los fundamentos de la ciencia económica al distinguir en su campo de estudio dos formas del valor económico: la utilidad de las cosas, como su aspecto cualitativo, y el precio, como su aspecto cuantitativo. Marx lo denomina la ‘sustancia del valor’ o ‘valor de uso’, y la ‘magnitud del valor’ o ‘valor de cambio’ (El capital, Vol. I, capítulo 1, punto 1). El precio del mercado es la magnitud del valor económico, es decir, la medida del valor, gracias a la cual se puede establecer una ciencia de carácter cuantitativo. Pero lo que interesa al ser humano concreto que tiene que vivir en el mundo, es la utilidad de los productos que compra para satisfacer sus necesidades; el planteamiento crítico de la economía marxista consiste en indagar hasta qué punto la medida del valor expresada por el precio en el libre mercado capitalista, es adecuada para las necesidades humanas -entre las que se deben incluir además la emancipación de todos los seres humanos-.
El problema de la medida del valor
La intuición de Marx es que la medida del valor económico a partir de los precios mercantiles es básicamente inadecuada para construir una economía humana satisfactoria. Esa idea es fácil de adquirir sobre la base de la observación de la vida social moderna: las crisis capitalistas, la miseria de los trabajadores y los pueblos, la injusta distribución de la riqueza social, la represión política para sostener el orden establecido, la falsificación de la conciencia de los ciudadanos, su esquilmar la riqueza terrestre y los problemas ecológicos, etc. La investigación marxiana trata de averiguar cómo se forman los precios en el mercado, para descubrir por qué no constituyen una medida adecuada del valor económico, con la convicción de que esa investigación pueda proporcionar también alguna idea acerca de cómo podría sustituirse por una medición alternativa. A lo largo de su trabajo, Marx irá desgranando diversos aspectos de esa inadecuación desde distintos ángulos de aproximación.
El intercambio de las mercancías es necesario para toda sociedad desarrollada, cuya estructura económica se organiza mediante la división del trabajo. El incremento de la productividad que produce la especialización de los trabajadores, tiene como contrapartida la necesidad de intercambiar los productos de su trabajo, que se transforman así en mercancías. Se trata de redistribuir la producción económica, para satisfacer las necesidades de todos de modo equitativo. ¿Cómo se realiza ese intercambio?, ¿cómo se debería realizar? Al intercambiar las mercancías que han producido, los productores intentan hacerlo de forma equitativa, y Marx supone que ese intercambio justo se hace sobre la base de la cantidad de trabajo incorporada en su producción, el gasto de energía física que el trabajador ha empleado para producir la mercancía. La medida del valor debe fundarse por tanto en el trabajo empleado en la producción -lo que se denomina como ‘teoría del valor-trabajo’-.
Se debe discutir el papel epistemológico de esa propuesta teórica. Tal como se ha formulado aquí tiene la forma de un ideal normativo, en cuanto que no es una práctica social observable en el presente. Marx la formula como una descripción de lo que los seres humanos debieron hacer en el pasado, o de cómo les gustaría comportarse para ser justos -lo que no deja de ser una aplicación de la teoría del contrato como ideal político normativo-. Pero una ciencia social descriptiva puede prescindir perfectamente de tal hipótesis. Como es sabido, la economía neoclásica, en la que se funda el desarrollo moderno de la producción capitalista, asume que el origen del valor es la propia utilidad de la mercancía, que se traduce en demanda del producto dentro del mercado, sin que el valor del trabajo pueda tener significado para determinar esa operación. De ese modo, la economía se traduce en una mera técnica de organización de la producción basada en la eficacia, sin tomar en cuenta la posibilidad de hacer una asignación justa de los valores. Una ciencia social de este tipo se limita a extrapolar las tendencias presentes, suponiendo que el futuro será igual que el pasado.
De ahí que se proclamara hace algunos años la ideología del final de las ideologías, esto es, la afirmación de que la única racionalidad posible es la eficacia en la producción económica. La refutación de esa tesis, tan de moda en las últimas décadas, es la crisis de superproducción del capitalismo neoliberal, que, como también es sabido, repite un fenómeno ya bien conocido desde hace siglos. Para entender ese fenómeno se hace necesario repasar la teoría de El Capital, que predice esos fenómenos cíclicos de la economía de mercado. Para lo cual es imprescindible reconocer que la racionalidad humana no consiste en la eficacia económica entendida pragmáticamente al modo liberal burgués. Por el contrario, la propuesta del valor-trabajo es una hipótesis, que Marx supone implícita en los comportamientos intencionales de los sujetos humanos, en tanto que personalidades morales de carácter racional que buscan la justicia en sus relaciones sociales. La base para tal supuesto es que la cooperación en el trabajo es beneficiosa para todos, y que es la forma específica de la naturaleza humana.
Sobre la base de esos presupuestos se obtiene el concepto de valor económico fundado en el trabajo. Los intercambios de mercancías toman como pauta para la valoración de los bienes, la cantidad de energía que los trabajadores gastan en la producción de cada mercancía: ‘la forma general del valor… presenta a los productos del trabajo como simple gelatina de trabajo humano indiferenciado…, es la expresión social del mundo de las mercancías’ (El capital, Tomo 1, Sección Primera, Mercancía y dinero, capítulo I, 82, cito por la 9ª edición de la traducción de Pedro Scaron publicada en Siglo XXI). Un tipo de productos se intercambian por una cantidad equivalente de otro tipo, cuando el trabajo empleado en su producción es el mismo.
La primera distorsión: el fetichismo de la mercancía
En esta parte de su investigación, Marx analiza las deficiencias de la forma general del valor para las necesidades del intercambio, y concluye que se hace necesario un equivalente general que puede intercambiarse por cualquier mercancía; ese equivalente es el dinero: la moneda se transforma en la unidad de cuenta económica o medida del valor. Y en esa transformación aparece el primer inconveniente: cuando el dinero, como equivalente general de todas las mercancías, sustituye al intercambio de bienes entre los productores, la cantidad de trabajo aplicada en la producción desaparece como medida del valor, ocultado por la apariencia de un valor autónomo de las mercancías expresado por su precio. La utilidad se muestra como una realidad creada ex nihilo, de la nada, por así decirlo. Ese fenómeno es designado por Marx como ‘fetichismo de la mercancía’, en el Capítulo Primero, punto 4.
Es aquí donde Marx muestra la conciencia epistemológica del método científico, como crítica de la apariencia sensible para encontrar la constitución material del mundo natural: ‘la impresión luminosa de una cosa en el nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de ese nervio, sino como forma objetiva de una cosa situada fuera del ojo’ (op.cit. 88). Las cualidades de las cosas, por ejemplo los colores que vemos, existen en nuestras impresiones, percibidas sensorialmente; pero para nosotros es como si el color existiera realmente en las cosas -y hasta cierto punto, desde la subjetividad, es así-. La percepción del color es una relación entre el sistema nervioso humano y la luz que impresiona la retina; y ésta es una onda corpuscular definible por sus características matemáticas según la física más avanzada.
El proceso de construcción de una ciencia social -nos dice Marx aquí- es análogo: por detrás de las cualidades de las cosas están las relaciones matemáticas expresadas por los precios en una economía mercantil. Sin embargo, por tratarse de relaciones sociales, la naturaleza de lo estudiado debe tratarse con más cuidado: los aspectos cualitativos, como es su sentido de la justicia, no pueden ser suprimidos sin eliminar al mismo tiempo la racionalidad humana. Ésta, además, no se limita a la eficacia productiva -como piensan los economistas liberales-, sino que debe tomar en cuenta la finalidad para la que se hacen las cosas -la satisfacción humana de carácter cualitativo-, finalidad que es el motor de la acción productiva humana.
Eso no significa que el sentido de la justicia no pueda ser cuantificado, como de hecho hace Marx con su teoría del valor-trabajo; significa sólo que debe ser tomado en cuenta. Por otra parte, la finalidad humana del trabajo debe constituirse como un elemento fundamental del análisis económico. Esa existencia puramente subjetiva de los colores es comparable a la utilidad de los objetos -la sustancia del valor-, que el ser humano usa o produce como medios de satisfacción de sus necesidades. La relatividad de las necesidades humanas deriva de su carácter eminentemente subjetivo, si bien existen medios para darles un aspecto objetivo cuantificable, como hace la economía del bienestar en términos de utilidades.
En cambio, la forma del valor -como valor de cambio de la utilidad convertida en mercancía- representa el aspecto cuantitativo del valor. Sin embargo, el análisis de Marx descubre que en la sociedad mercantil se invierte la categorización científica: es el mecanismo de medición cuantitativa lo que toma rasgos de realidad fantasmagórica, de una falsa apariencia de realidad sustancial. Lo que llama ‘fetichismo de la mercancía’ es que en la perspectiva capitalista del mercado, los hombres son tratados como cosas y las cosas como hombres. En el modo de producción mercantil se establecen ‘relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas’ (op.cit. 89).
Algo anda mal en la economía humana para que eso suceda, y es precisamente el mecanismo utilizado para cuantificar el valor de las mercancías: la formación de precios en el mercado. Y la clave de todo el asunto es que para ese mecanismo mercantil, el trabajo se convierte en una mercancía más y desaparece de la conciencia como creador del valor económico. A partir de ahí la fuente del valor económico se presenta como el dinero convertido en capital. Esa falsa conciencia impide organizar la producción de forma científica, como la creencia religiosa en el creacionismo impide concebir la teoría de la evolución de las especies y la superstición del horóscopo impide concebir el universo físico descubierto por la astronomía contemporánea.
La segunda distorsión capitalista del valor económico: el interés del capital
Debe quedar claro lo que ese ‘desaparecer’ del trabajo significa: es un desaparecer en la conciencia. A pesar de que el trabajo sigue siendo la fuente del valor económico, la importancia de la moneda como instrumento para fijar el valor resulta tan decisiva, que la persona que lo emplea queda anulada por él; el individuo capitalista es un mero portador de valor de cambio. La función del dinero es esencial para la economía de una sociedad, fundada en la división del trabajo y el intercambio generalizado de mercancías a gran escala; el movimiento de la moneda en el mercado crea una circulación de dinero, que refleja la circulación de mercancías en la redistribución del producto social, como en un espejo formado por los libros contables. Baste pensar en el papel multiplicador del dinero que tienen los bancos, para comprender el enorme poder que acumula el que maneja el instrumento de intercambio. El capital financiero domina la vida social capitalista.
En toda sociedad hay funciones privilegiadas, en dependencia de su importancia para el orden social. En el Estado Antiguo surgido a partir de las culturas campesinas del neolítico, esa función capital consistía en la acumulación del excedente, para solventar necesidades futuras e imprevistos ocasionales. Creo que así se debe interpretar la leyenda de José, el hijo de Jacob, cuando en Egipto adivina el sueño del faraón de las vacas gordas y las vacas flacas, tal como nos lo cuenta la Biblia. La importancia de la custodia de los excedentes, conservados para cubrir futuras eventualidades, explica la realeza en aquellos antiguos estados. En este sentido, la escuela funcionalista americana de Talcott Parsons ha hecho interesantes observaciones.
Ese papel central concede al dinero una potencia que le permite dominar la vida social y subordinar a los trabajadores a su imperio. Entonces el dinero se transforma en capital, dinero que crea riqueza por el préstamo crediticio con interés, o a través de la inversión productiva en la actividad económica (El capital, Sección Segunda, La transformación del dinero en Capital). Es el capital el que crea riqueza, y no el trabajo. Marx lo expresa con una fórmula: D’ = D + ΔD. Determinado como fuente de la riqueza por el mecanismo del mercado, el capital es capaz incluso de comprar fuerza de trabajo; transforma a la propia fuerza de trabajo que crea el valor, en una mercancía que puede comprarse y venderse en el mercado de trabajo a cambio de un salario. El valor no es creado ya por el trabajador, sino por el empresario que compra la fuerza de trabajo y la emplea para su propio beneficio. Y el valor pertenece a quien lo crea, como señalaba John Locke al fundar el liberalismo.
Ese crecimiento del capital, representado por el interés y el beneficio, viene a ser la expresión de la reproducción ampliada de la producción capitalista, su crecimiento compulsivo constante. En el momento en que deja de crecer sobrevienen crisis con sus consecuencias desastrosas: paro obrero, hambrunas y miseria generalizada, guerras civiles e internacionales, sistemas políticos totalitarios, etc. Es además un crecimiento deforme y desequilibrado, que da origen a la sobreproducción de mercancías, al sobredimensionamiento de la capacidad productiva, a la inversión en sectores monstruosos como el armamento de destrucción masiva, etc. El desarrollo del capital es un mecanismo de alienación, pues conduce a que el ser humano pierda el control sobre los procesos temporales, en los que están envueltas tanto la vida personal de los individuos, como la historia colectiva de la sociedad. Las crisis de sobreproducción capitalista, que conducen a conflictos y guerras espantosas, son un claro ejemplo de esa falta de control sobre los procesos históricos. La incapacidad para resolver los problemas ambientales, creando una relación armoniosa y equilibrada con los ecosistemas naturales, son otro ejemplo claro de los inconvenientes del modo de producción capitalista, que puede acabar con la especie humana e incluso con la vida en el planeta Tierra.
Si desde el punto de vista moral, resulta insatisfactorio tratar a los seres humanos como meros portadores de fuerza de trabajo que se compra y se vende en el mercado, desde el punto de vista económico resulta ineficiente a largo plazo. La racionalidad exigible para un sistema económico compatible con el medio ambiente terrestre no se basa en la eficacia capitalista -que consiste en incrementar constantemente el producto nacional bruto-, sino en la eficiencia -cuyo objetivo es alcanzar las satisfacción de las necesidades al menor costo posible, ahorrando lo medios-.
Con esta observación, desarrollamos el marxismo en sentido ecologista, como clave más acuciante de los problemas actuales de la humanidad. Pero volvamos al planteamiento de Marx: la eficacia capitalista solo funciona a corto plazo; ni siquiera es eficaz a largo plazo, porque genera crisis de sobreproducción que conllevan una ingente destrucción de fuerzas productivas en las crisis y guerras que suceden sin final. La injusticia del sistema, que trata a los trabajadores como objetos de compra-venta, genera un desequilibrio en la evolución social que acaba redundando en la destrucción periódica de la riqueza creada. Como en la torre de Babel, los hombres construyen una escalera al cielo que acaban abandonando, no por una maldición divina, sino por la confusión y la ignorancia. Veamos por qué.
La tercera distorsión: la creciente explotación del trabajo y la tierra
En el capítulo IV de la Sección Tercera del Primer Tomo de El Capital, Marx explica que la explotación de los trabajadores nace de haber considerado la fuerza de trabajo como una mercancía. A continuación, en el capítulo V, determina en qué consiste esa explotación, a través de la noción de trabajo excedente que da origen a la plusvalía o plusvalor. Si el plusvalor surge, es únicamente en virtud de un excedente ‘cuantitativo’ de trabajo, en virtud de haberse prolongado la duración del mismo proceso laboral (op.cit. 239). En el modo de producción capitalista ese plusvalor da origen al beneficio del capital, cuando los valores de uso producidos por el trabajador son vendidos en el mercado.
El plusvalor se representa monetariamente mediante el interés del capital prestado o el beneficio del capital invertido. Pero hay una diferencia entre el grado de explotación de los trabajadores y la tasa de ganancia de los empresarios que los emplean. Detengámonos en esos conceptos explicados en el capítulo VII de esa Sección Tercera del Primer Tomo; nos van a mostrar una tercera distorsión que el mecanismo del precio mercantil introduce en la valoración de la producción económica. Nos dice Marx: ‘La tasa de plusvalor es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital’ (op.cit. 262). Esta tasa de plusvalor es el cociente entre el plusvalor, el excedente de trabajo que el obrero se ve obligado a hacer para su empleador, y el trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, representado por las mercancías que necesita comprar ese mismo obrero para subsistir. Marx construye una ecuación para visualizar esa relación: p/v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, y v = capital variable o capital invertido en la remuneración de los trabajadores).
En este punto de El capital, Marx distingue la tasa de plusvalor y ‘la valorización del valor del Capital adelantado…, como excedente del valor del producto sobre la suma de valor de sus elementos productivos’; indicando que es un error muy frecuente entre los economistas confundir la tasa de plusvalor antes definida con esa valorización del capital. Ésta consiste en los beneficios del capitalista, que se queda con el plusvalor producido por los trabajadores, y se corresponde con el hecho de que el dinero adelantado para poner en marcha la producción genera un rédito que son los intereses del capital.
Si saltamos ahora hasta el Tercer Tomo, Sección Primera (La transformación del plusvalor en ganancia y la tasa de plusvalor en tasa de ganancia), Capítulo II, Marx y Engels definen la valorización del capital como tasa de ganancia, que viene dada por la fórmula p/c+v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, c = capital constante o capital invertido en los factores productivos, y v = capital variable o capital invertido en las remuneraciones de los trabajadores). El plusvalor se hace ganancia capitalista transformándose en dinero al vender los productos en el mercado. La tasa de plusvalor (p/v) se debe hacer tasa de ganancia (p/c+v) en el mismo proceso de venta. Pero mientras la tasa de plusvalor es una relación entre las horas trabajadas para satisfacer las necesidades del obrero y las horas que el obrero tiene que hacer para su patrón, la tasa de ganancia es una relación entre el capital total invertido, C = c+v, y las ganancias del capitalista, el plusvalor convertido en forma monetaria por la venta mercantil de plusvalor.
Si el capitalismo fuera un modo de producción estable, que pudiera sostenerse mediante su reproducción simple, quizás ese problema no sería demasiado grave. Mas no es así. El capitalismo necesita la reproducción ampliada, incrementando siempre las inversiones y las ganancias totales conseguidas mediante el plusvalor arrancado al trabajador. Como consecuencia del desarrollo del modo de producción, el capital constante aumenta permanentemente. Y por tanto, al incrementarse el capital constante, en la fórmula C = c+v, disminuye la proporción del capital variable; con lo cual la tasa de plusvalor (p/v) necesita multiplicarse creciendo exponencialmente, mientras que la tasa de ganancia (p/v+c) lo hace de forma mucho más modesta o incluso puede disminuir.
Ese fenómeno se denomina Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, en la Sección Tercera del Tomo III de El capital: ‘una tasa creciente de plusvalor tiene tendencia a expresarse en una tasa declinante de ganancia’ (op.cit. 309). Marx y Engels exponen en el Capítulo XIV de la misma Sección Tercera cómo el capitalista se esfuerza en contrarrestar esa realidad: elevación del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos del capital constante (materias primas, energía, tecnología, infraestructuras, etc.), sobrepoblación relativa (el llamado ‘ejército de reserva’, los parados que actúan como fuerza de trabajo barata a disposición del capitalista), el comercio exterior y el aumento del capital accionariado. Los rendimientos decrecientes del capital deben reponerse aumentando la explotación del trabajo e incrementando exponencialmente la productividad del trabajo, desvalorizando la riqueza terrestre y globalizando la producción económica. Como el capitalista solo invertirá si se garantizan los beneficios, y buscando además que estos crezcan lo máximo posible, la explotación de los trabajadores y de la tierra tiene que incrementarse permanentemente en el sistema.
A continuación en el Capítulo XV de ese mismo Tomo III, los autores exponen las contradicciones del desarrollo capitalista, que han de determinar antes o después su decadencia definitiva y su sustitución por un nuevo modo de producción. La acumulación acelera el descenso de la tasa de ganancia, en tanto con ella está dada la concentración de los trabajos a gran escala y, por consiguiente, una más alta composición del capital (el aumento del capital constante en la fórmula C = c+v). Por otra parte, la baja de la tasa de ganancia acelera, a su vez, la concentración de capital y su centralización mediante la expropiación de los capitalistas menores…
Como señala el Manifiesto Comunista, toda la sociedad tiende a dividirse en las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista, eliminando los estratos intermedios. Y como señaló Aristóteles una sociedad estable es aquella que tiene una clase media fuerte y numerosa. La dinámica capitalista conduce inexorablemente a la confrontación de clases y la revolución social. El capitalismo solo dispone de un medio para evitar esa dinámica destructora de sí mismo: ser moderado mediante la intervención del Estado en una economía del bienestar, consiguiendo redistribuir la riqueza mediante los impuestos, la planificación y la producción de bienes públicos. Es necesario superar el liberalismo hacia el capitalismo de Estado, como etapa necesaria para la superación del modo de producción mismo.
La cuarta distorsión: el papel de la innovación tecnológica
El crecimiento decreciente del rendimiento capitalista, la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, impulsa a los capitalistas a buscar por todos los medios un aumento de sus ganancias. Uno de los medios más eficaces que tiene a su disposición consiste en buscar el apoyo de los científicos que le prestan sus conocimientos para mejorar los rendimientos industriales. El desarrollo tecnocientífico del capitalismo ha sido impresionante en los últimos siglos, pero lo más sorprendente es que detrás de ese desarrollo se encuentre el ansia de beneficios de los empresarios, alcanzado mediante la explotación de los trabajadores. El burgués moderno ha sido descrito por Goethe en el personaje de Fausto, que busca alcanzar la perfección mediante la acción productiva ayudado por el diablo Mefistófeles. El mal es inseparable de la producción, al menos en el orden social capitalista, lo que Schumpeter llamaba la destrucción creativa.
Gracias a la innovación tecnológica se obtiene un incremento multiplicado del plusvalor, necesario para remontar la tendencia a la disminución de las ganancias. El mecanismo que hace posible ese prodigio es denominado plusvalor relativo en El capital, Tomo I, Sección IV. El empresario introduce una nueva técnica, cuando sirve para incrementar la productividad del trabajo, de modo que un obrero puede producir una cantidad multiplicada de mercancías en el mismo tiempo. Como las condiciones laborales de éste son las mismas por término medio que el resto de los trabajadores, esa productividad incrementada multiplica a su vez la cantidad de plusvalor arrancado al trabajo por el capital. Ese aumento en la cantidad de plusvalor se transforma en ganancias extraordinarias, al convertir el valor de los bienes así producidos en dinero por la venta en el mercado. El capitalista puede competir en condiciones ventajosas hundiendo a las empresas rivales, que todavía no se han hecho con la innovación tecnológica, quedándose para sí con toda la plusvalía producida. Marx explica cómo en la India las mercancías inglesas hundieron la industria textil por la competencia. Para ello el gobierno inglés tuvo que abolir las leyes que prohibían la importación y limitaban el comercio, ocupando el territorio.
En ese paso de su exposición Marx expone la distinción entre el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo del siguiente modo: Denomino ‘plusvalor absoluto’ al producido mediante la ‘prolongación’ de la jornada de trabajo; por el contrario, el que surge de la ‘reducción’ del tiempo de trabajo necesario, y del consiguiente cambio en la ‘proporción de la magnitud’, que media entre ambas partes componentes de la jornada laboral, lo denomino ‘plusvalor relativo’ (Volumen 1, Sección Cuarta, Capítulo X, Concepto de plusvalor relativo, op.cit.,383). Lenin expone la diferencia entre plusvalía absoluta y relativa, casi con las misma palabras en su trabajo sobre El plusvalor, que resulta un resumen de la cuestión. Precisamente por su carácter resumido, puede llevar a confusión: hay quien entiende de modo simplificado la diferencia entre plusvalor absoluto y plusvalor relativo, como la diferencia entre alargar la jornada en términos cuantitativos añadiendo más horas de trabajo, plusvalor absoluto, y acortar el tiempo de trabajo necesario para reponer el gasto de fuerza de trabajo expresada en el salario, plusvalía relativa. Pero la cosa tiene más miga.
Para entender bien este párrafo hay que tomar la definición de plusvalor absoluto que Marx realiza en los capítulos anteriores, en la que éste se explica como una realidad constitutiva del modo de producción capitalista, sin la cual no podría funcionar, ni siquiera haber aparecido sobre la tierra. En cambio, el plusvalor relativo es definido como ‘cambio en la proporción de la magnitud’, estos es, como la multiplicación del plusvalor absoluto conseguida mediante la fabulosa productividad que permite la introducción de innovaciones técnicas. Eso significa que la plusvalía relativa es el factor de cambio en el modo de producción capitalista, haciendo posible las inversiones productivas, la recuperación de la tasa de ganancia y la reproducción ampliada del capital.
Pues el efecto de una innovación en la sociedad es mucho más profundo que un mero aumento de productividad; ese aumento modifica el orden social capitalista y la correlación de fuerzas políticas entre las clases sociales, hasta el punto de que pueda hablarse de la creación de una formación social diferente, provocada por los cambios estructurales que trae la innovación tecnológica. Véanse, por ejemplo, las importantes transformaciones de toda índole que ha traído la última revolución tecnológica de la informática: automatización de las fábricas sustituyendo los trabajos físicos que son realizados ahora por máquinas, sustitución de empleados cualificados y funcionarios en la administración de empresas privadas y públicas, revolución en las telecomunicaciones y en el acceso a la información, etc.
Sin embargo, lo que más interesa desde el punto de vista marxista son sus efectos sobre las luchas sociales -puesto que la lucha de clases es el motor de la historia-. Los efectos para la clase obrera son devastadores. Marx se dedica a analizarlos en el Capítulo XIII, Sección IV del Tomo I, a partir de la introducción de la máquina de vapor como fuerza motriz en la industria. En primer lugar, millones de trabajadores fueron lanzados al paro, sustituidos por las máquinas; de ese modo aumenta el número de obreros en busca de trabajo, es decir aumenta la oferta de fuerza de trabajo, que se desvaloriza así por las leyes del mercado. En segundo lugar, aparecieron trabajos que requerían menor fuerza física y menor habilidad, de modo que los profesionales fueron sustituidos por peones, y en algunos casos por mujeres y niños en trabajos que no requerían fuerza física. En tercer lugar, el abaratamiento de las mercancías abarató también la fuerza de trabajo que se sirve de ellas. En todos esos aspectos el precio de la fuerza de trabajo disminuye en beneficio de la valorización del capital. Como señala Marx: la maquinaria desvaloriza la fuerza de trabajo (capítulo XIII del Tomo I, op.cit. 481). Se trata de un resultado de la lucha de clases: la burguesía utiliza la ciencia para derrotar a los trabajadores en un ciclo que lleva de la innovación tecnológica al paro, y de éste al descenso de los salarios y la intensificación de la explotación: Se podría escribir una historia entera de los inventos que surgieron, desde 1830, como medios bélicos del capital contra los amotinamientos obreros (op.cit. 452).
Pero ni la ciencia, ni la técnica, llevan en su esencia el estigma de la explotación y la alienación de los trabajadores. Marx recuerda que la introducción del molino en el modo de producción antiguo, fue saludada por los poetas romanos como un avance que liberaría a las mujeres del pesado trabajo de moler el grano. Solo en el medio social del capitalismo los avances tecnológicos se convierten en elementos para la esclavización de los trabajadores -por los motivos expuestos-. Ello se hace posible porque el orden social burgués está dominado por los poseedores de capital, que pueden hacer las leyes a su medida. En cada coyuntura del proceso de desarrollo del capital, las leyes se ajustan a las necesidades de ese desarrollo. Se trata de una acción conjuntada de medios políticos y técnicos, que hacen posible obtener el sometimiento de los trabajadores.
Así, las consecuencias que la revolución informática ha traído para el siglo XXI son devastadoras desde el punto de vista del desarrollo histórico: la desaparición de la clase obrera industrial en los países desarrollados con la consiguiente derechización de las sociedades opulentas e imperialistas y la degradación moral que eso supone; paralelamente la descomposición del campo socialista y su transformación en un área pauperizada y sometida al imperialismo; además el neoliberalismo depredador e irracional que conduce a la humanidad al borde de un abismo de caos ecológico con peligro para la biosfera. Por citar algunos ejemplos que me vienen a la mente.
Otra observación importante de Marx acerca del uso de la tecnología por el capitalismo, es que una innovación tecnológica solo será introducida en el sistema cuando produzca un beneficio para el capitalista a través de la plusvalía relativa. No serán introducidas innovaciones que puedan interesar a la población o a los trabajadores, a menos que ayuden al capitalista a mantener su dominio de la sociedad. Por ejemplo, el desarrollo de una maquinaria bélica espeluznante por sus efectos sobre la población, no tiene más sentido que sostener el poder establecido sobre la base del terror y la crueldad. Como puede observarse, las distorsiones graves, que se producen en las aplicaciones tecnológicas de la ciencia por el capitalismo, cuya condición es la plusvalía relativa, conducen a la humanidad al abismo de la desaparición como especie inviable, y ponen en peligro la propia vida en la Tierra.
Los avances técnicos configuran la dinámica del capitalismo, según expone Ernest Mandel en su estudio sobre Las ondas largas del desarrollo capitalista. Las innovaciones aparecen por la necesidad del capitalismo de transformar la estructura productiva con el objetivo de combatir el rendimiento decreciente de sus inversiones de capital. Quizás la explicación de Mandel no se ajuste perfectamente a los hechos, pero la intuición subyacente es correcta y sus aportaciones importantes. En su libro El capitalismo tardío, Mandel estudia los efectos de la informatización sobre la industria capitalista. La onda larga de la revolución informática ha terminado, en el sentido de que el capital ya no es capaz de extraer ganancias extraordinarias a partir de esa tecnología, dado que está extendida por todo el sistema y no sirve para aumentar la competitividad empresarial. Esa realidad ha llevado a buscar rendimientos capitalistas de forma espuria, y a una crisis de superproducción en el área de la construcción de edificios, provocada por el ansia desesperada de beneficios.
Pero hoy ya es evidente que se está preparando un nuevo ciclo productivo, y una nueva formación social asociada a éste, a partir de la revolución agrícola basada en las tecnologías de manipulación genética. Las consecuencias de esa nueva secuencia de desarrollo capitalista son previsibles, en los nuevos desastres que están aguardando a la humanidad en este siglo que acaba de comenzar. Más que nunca se hace necesario comenzar la fase de transición al socialismo basada en el capitalismo de Estado, siguiendo la estela trazada por los comunistas chinos y la República Popular.
Conclusiones
Los rasgos estructurales del modo de producción capitalista, lo configuran como un modo de producción que no puede dejar de crecer y desarrollarse, pero ese crecimiento lo hace de un modo deforme y monstruoso, atravesando crisis pavorosas y provocando guerras constantes. El desarrollo del capitalismo, que Marx llama ‘la reproducción ampliada del capital’, es una necesidad del sistema de explotación y una consecuencia de la injusticia que constituye su mismo fundamento. Esa injusticia se constituye como desvalorización del trabajo humano vivo para valorizar el capital, trabajo humano muerto, y se traduce en la alienación histórica, el hecho de que la sociedad se constituya como una dinámica sin control posible por la razón humana. La opresión de los individuos se corresponde con la alienación social e histórica.
Es claro que la ciencia económica liberal es incapaz de aportar soluciones a la crisis que ella misma ha creado. Ésta muestra además que el capitalismo neoliberal ha acabado ya su función histórica de restablecer la hegemonía mundial de la OTAN. Podemos observar que la emergencia de la República Popular China ha trastocado el panorama internacional, no solo como potencia hegemónica en la producción de mercancías, sino también frenando el expansionismo militarista del imperialismo. Queda muy poco para que sustituya también la expansión industrial y tecnológica del neoliberalismo, por un desarrollo más apropiado a las necesidades humanas.
Los problemas que la economía neoliberal ha traído a la humanidad, ya estaban previstos en el análisis de Marx y Engels. Y demuestran que su crítica era acertada. Aquí hemos interpretado esa crítica desde un punto de vista epistemológico, como las insuficiencias provocadas por la medición capitalista del valor económico. Lo que la experiencia histórica nos aporta respecto de las tesis de El capital, es una nueva distorsión introducida por el precio mercantil en la medida del valor: su ignorancia respecto de las utilidades producidas por la naturaleza de forma gratuita y limitada, que son destruidas por la falsa eficacia capitalista, con la consecuente crisis ambiental y caos ambiental. La experiencia reciente no modifica la intuición fundamental de Marx y Engels, sino que la hacen más acuciante y radical.
Es evidente que se está preparando una nueva formación social capitalista, que intentará explotar las biotecnologías en beneficio del dominio de las grandes empresas de la agroindustria. Resulta tan peligroso manipular las fuentes de la vida, que esa nueva innovación tecnológica habrá de ser cuidadosamente planificada. Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos de este tema señalan que el actual uso de los OGM (organismos genéticamente modificados) está resultando desastroso para la vida y los ecosistemas. Dado que las empresas utilizan la innovación tecnológica para su propio beneficio, y no para mejorar la calidad de vida de las poblaciones, es de esperar que esto siga siendo así, a menos que la población se oponga a tales desarrollos.
La necesidad de cambiar ese modo de producción es evidente. También es claro el fracaso de haber intentado hacerlo de modo compulsivo, a través de una dictadura férrea y quemando etapas previas. Según muestran los hechos históricos recientes, el camino para superar el capitalismo pasa por la construcción de un capitalismo de Estado con una economía mixta, estatal y privada, como fase de transición hacia el socialismo.
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