Necesitamos confianza. Los que mandan no nos la merecen y no nos hacen sentir confiados. No se puede confiar en quien nos aplica o nos pide que nos apliquemos lo que no quieren para ellos. Ellos envían la gente al paro con cuatro duros, pero ellos ni van al paro ni mucho menos atraviesan el […]
Necesitamos confianza. Los que mandan no nos la merecen y no nos hacen sentir confiados. No se puede confiar en quien nos aplica o nos pide que nos apliquemos lo que no quieren para ellos. Ellos envían la gente al paro con cuatro duros, pero ellos ni van al paro ni mucho menos atraviesan el «desierto» de la oposición, en todo caso van a parar al oasis. Desde la altura de la vanidad de haber conseguido instalarse en el poder o en sus pesebres, imponen recortes que no les afectan pero que son vitales para la mayoría. Hacen leyes y normas que deben cumplirse, aunque no sean convenientes para la mayoría, pero que no les estorban a ellos. Ordenan competir sin red de protección, ellos que viven protegidos.
Es lastimoso ver a los políticos satisfechos de sus regulaciones y de su permisividad, que nos han llevado a un agujero del que tardaremos años en salir, los que puedan salir, que más de uno se quedará en el camino por un cáncer no diagnosticado, por un infarto no tratado, pero ellos no dejarán de viajar, de hacer importantísimas reuniones que arreglan el mundo ni de impartir conferencias diciendo cosas de gran profundidad intelectual (como ha hecho el gobernador del Banco de Francia en Tokio el 3 de octubre, donde dijo que considerábamos la deuda pública de los grandes países como un activo sin riesgo y que esto ya no es así. ¡Gran descubrimiento! ¡Lástima no se hubiera dado cuenta unos años antes!).
No da confianza tampoco el destino europeísta. Que Grecia alterara las cuentas, pase; que los húngaros lo hicieran, pase; que el Eurostat señale a Portugal que no están del todos claras sus cuentas, pase; pero ¿nos entra el gusanillo de la duda por lo que pudiera aparecer en Italia? Ver que Dexia, el banco franco-belga-luxemburgués, líder mundial de la financiación de las colectividades territoriales, lleva el camino del desmantelamiento con un coste de altura europea (además de varios miles de millones de euros de aportaciones públicas directas, ha recibido 150 mil millones de euros de garantías públicas, de los cuales 90 mil millones de Bélgica y 55 mil millones de Francia) no es como para confiar ni en los políticos ni en el sistema político, por más que ellos, a los políticos, les convenga.
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