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Construyamos juntos el futuro irrevocable…

Fuentes: Rebelión

Nadie ha sacado todavía la cuenta de cuántos libros han tenido que quemarse para que sus lectores se salvaran de la historia de la infamia, ni tampoco cuántos han sucumbido con ellos, desde los tiempos de la conquista cuando los bárbaros españoles borraron cientos de documentos que describían civilizaciones que hoy en día se estudian […]

Nadie ha sacado todavía la cuenta de cuántos libros han tenido que quemarse para que sus lectores se salvaran de la historia de la infamia, ni tampoco cuántos han sucumbido con ellos, desde los tiempos de la conquista cuando los bárbaros españoles borraron cientos de documentos que describían civilizaciones que hoy en día se estudian como «precolombinas», ni tampoco los que la sagradísima inquisición mandó a la hoguera por considerar que incitaban a la brujería, la lujuria o la sabiduría. Tampoco se han hecho cálculos de los miles de libros desaparecidos durante la segunda guerra mundial y menos aún los que se convertían en cenizas en las hornillas de las cocinas de casa cuando los militares argentinos, chilenos, uruguayos, paraguayos, venezolanos y su larga lista de etcéteras, se acercaban en sus caprichosas rondas de rastrillo. Ni menos aún los incinerados durante la salvaje ocupación en Bagdad. Era (y es, está visto) el tiempo de la conciencia sin voz ni voto, era la imposición del silencio como una amnesia obligatoria.

Esta tierra anduvo años andando los derroteros de los vencidos. Un camino que la historia repitió en casi todos los países de la América Nuestra. Venezuela tampoco se escapó del hechizo de los tamborileos y los cascos militares. Pero al fin terminó trazando un mañana diferente. Los pueblos más tarde o más temprano terminan por encontrar los gritos que les fueron arrebatados por lo poderosos de siempre, y hablan y dicen y se niegan por fin a olvidar. El pueblo venezolano encontró su voz en 1992 y la ratificó en 1998 y la profundizó en el 2006. Así también Argentina cuando enarboló las banderas del «que se vayan todos» pero se quedó Kirchner para retirar el cuadro de Videla de la Casa Rosada y llegó Evo con un canto de tierra profunda y Tabaré y Correa y volvió finalmente Ortega con su Sandino a cuestas.

Y aunque los pueblos hayan aprendido desde hace poco a elegir, aún están mudos. Son los votos sin voz, que es casi como una consciencia a medias, una democracia falluta, que se salta las corruptelas y las burocracias o se hunde.

Al final, o el sistema se renueva y se revoluciona o los espacios formales de poder serán tomados por asalto. Una toma popular y llena de bríos que nadie sabe qué consecuencias tendrá. Pero que seguramente se llevará por el medio tanto a los incendiarios como a los encendidos.

En este año que acaba de inaugurarse la tarea es ardua. Se trata de que las bases sociales dejen de ser percibidas como la potencialidad para llegar a la conquista del poder formal y se trata también de que el pueblo se mire el ombligo y descubra que desde sus entrañas la voz resuena y debe salir accionando las cuerdas vocales en desuso durante centurias.

Ese es filo de la navaja del partido único, que sea un espacio real de discusión y de encuentro, y no un cambio de nombre para esa amorfa masa roja por fuera que ha constituido, a qué negarlo, el partido mayoritario que en Venezuela le ha dado todos los triunfos electorales al Presidente Chávez.

El PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) tiene por delante el reto de devolverle la voz a los millones de venezolanos que apuestan por la transformación revolucionaria, que sus liderazgos nazcan realmente de las bases y no que sean impuestos por las cúpulas que, desde arriba han entendido a las mayorías como catapultas para alcanzar cargos de decisión.

Si los miembros del Comando Miranda son los nuevos dirigentes del PSUV quedamos en las mismas, al final en la mayoría de los comandos de campaña del Presidente Chávez, eran los cuadros medios del MVR los que tenían la responsabilidad de relegitimar la presidencia del compañero presidente. Pero no fue el comando Miranda el que le dio los votos a Chávez, fue más bien su propio liderazgo que no ha perdido brillo en estos ocho años de gobierno. Y eso lo reconocemos todos y cada uno de los que apoyamos la revolución bolivariana.

Pero, lo que no estamos en capacidad de acompañar es la imposición de dirigentes. El partido único es la posibilidad de construir una democracia auténtica, sin engaños, donde la voz popular sea el estandarte de todas las conquistas sociales que vienen.