Las premisas Le pregunto a un viejo obrero por allá en la ciudad de México: «¿y por qué ustedes no apoyan a López Obrador y más bien se han mezclado con la «Otra Campaña» promovida por los zapatistas». El viejo responde: «porque yo estoy con la gente que pelea por lo suyo y no la […]
Las premisas
Le pregunto a un viejo obrero por allá en la ciudad de México: «¿y por qué ustedes no apoyan a López Obrador y más bien se han mezclado con la «Otra Campaña» promovida por los zapatistas». El viejo responde: «porque yo estoy con la gente que pelea por lo suyo y no la que está esperando promesas de nadie». No es por nada pero pareciera que en esta frase sencilla del viejo se sintetiza toda una filosofía política que choca abiertamente con nuestras tradiciones políticas desde que llegaron «los cristianos» a nuestro continente y desde que los burgueses le prometieron al mundo libre bajo su dirección. Estamos sin duda atravesando un momento que lleva el signo del protagonismo directo de los que nada esperan de los cielos y se aprestan a recorrer su propio camino. Un proceso difícil lleno de dudas e incógnitas pero que ha puesto a los movimientos populares en la necesidad de reinventarse por completo después de más de un siglo de esperanzas frustradas en democracias sociales, estados socialistas y partidos del proletariado.
«Juntarse con los que pelean por lo suyo» es también construir un criterio de la universalidad de la política muy distinto a lo que conocimos los que crecimos en medio de programas preelaborados y organizaciones que antes de dirigir ya se creían dirigentes, siendo antes de serlo «representativas» del sujeto social llamado a salvar el mundo. Esa nueva junta de los que nada tienen, de los proletarios del siglo XXI, necesita construir una agenda común que se hace a partir de otro tipo de ciencia -o certeza para ser más claros- muy distinta a ese fabuloso corolario de leyes históricas inexorables que vaya a saber con qué derecho le pusieron el nombre de «materialismo histórico» y además «dialéctico». Es una ciencia que no se somete a la coherencia en sí de una determinada lógica de explicación total del mundo. Tiene como base el saber, primero, en qué medida la lucha de un uno cualquiera es la lucha de todos, y segundo, en qué medida esa misma lucha, o la junta de esas luchas, es capaz de romper con la norma del dominio de unos hombres sobre otros, es decir, es capaz de interrumpir la historia y empezar a construir otra bajo el signo de la emancipación de tod@s; la soñada emancipación del trabajo. Estamos entonces frente a un nuevo razonamiento donde a la hora de pensar y hacer política se aprende sustancialmente de la verdad colectiva que emerge de la experiencia concreta y del acontecimiento emancipador que ella estuvo en la facultad de producir. El poder por tanto no está en la eficacia que pueda tener un determinado plan de acciones en función «de la toma del poder» y de allí emprender la transición al paraíso socialista o como se llame, el poder está en la fuerza que nos damos a nosotros mismos en el desarrollo de una política, en una historia, en una situación. Ejerciéndola, inventándola, recreándola, sabremos entonces en qué medida esa política quiebra o no los órdenes de dominio que por desgracia constatada una y otra vez tenderán a reestablecerse en una línea que pareciera no tener fin. Al hacerla producimos una subjetividad colectiva y activa que empieza a conocer y hacer valer su propia verdad, los principios de su propia política. Y es en este complejo proceso donde una política se decide y va tomando cuerpo; se decide desde el hecho mismo y desde los que «se juntan en él -y lo piensan- al luchar por lo suyo». Es aquí, en palabras del viejo, que se abre una nueva etapa radicalmente distinta de la historia revolucionaria.
Por supuesto, esto no tiene nada de sencillo, por el contrario, convierte todo proceso militante en un laberinto de caminos no condicionados más que por la situación específica en que ellos han de recorrerse y la consistencia del sujeto que la fabrica. Camino en donde nos preguntamos: ¿cuál es la verdad que estamos reivindicando?, ¿en base a una situación concreta cuál camino se toma?, ¿qué certeza hay en él?; ninguna que esté preescrita. Esa ciencia se construye en el andar y la lucha misma, y la decide aquél que pone el pecho y afina la cabeza en esa lucha, no hay nadie que pueda re-presentarlo, ni hable por él, como bien nos recuerda el viejo obrero mexicano.
La situación
Situándonos en estas premisas, ¿qué podemos decir acerca de lo que viene pasando ahorita cuando este proceso hecho en tierra venezolana se ha complicado en grados mayúsculos hasta el punto de peligrar la hegemonía electoral del chavismo y con ello la atadura en el poder de estado de sus dirigentes?. Sin duda que aquí estamos encerrados en medio de una disyuntiva que no tiene ninguna síntesis a la vista y de allí, a nuestro parecer, su crisis. ¿Cuál disyuntiva?. La disyuntiva entre un gobierno y un líder (hijos de «los que luchan por lo suyo» y que supieron romper, poniendo su pecho, su verdad, y su pensar, la hegemonía del llamado «puntofijismo») que al menos desde el 2004 después del referéndum presidencial y con mucho más énfasis desde el año pasado, busca a como de lugar el control burocrático de todo cuanto podamos llamar proceso revolucionario. Y un movimiento de masas -hijo también de esta acumulación de luchas y acontecimientos políticos- organizado en múltiples espacios construidos desde arriba y desde abajo (por instrucciones del estado o por autogobierno de los propios procesos) que busca liberarse de este control sin saber cómo y sin tener muchas veces el temple, la moral y la claridad militante para hacerlo. En otras palabras un movimiento con una verdad libertaria rebotando permanentemente en él pero la más de las veces ausente de sujeto y de política.
Busquemos razones que no explican del todo pero al menos aclaran algo. Estamos en un país petrolero donde «el billete» (dinero puro y simple corriendo en las autopistas de la compra y venta) -y a más de cien dólares el barril ni se diga- no sólo compra conciencia y apacigua rebeliones burguesas y populares, también produce toda clase de fantasías sociales y políticas. Ella por el lado del gobierno, a pesar del manto «radicalmente democrático» que preside al alma política de su formación, de una manera casi mecánica tiende a suponer que él es el todo de una realidad, «el pintor que dibuja nuestro destino». El es la dirección y el pueblo, una totalidad que se cree capaz de absorber por completo la dinámica de un proceso transformador «a punta de billete». Algo se piensa, una «máxima socialista más», por ejemplo la «Misión 13 de Abril» recientemente promulgada, y antes de ser realidad ya «existe», ya se hizo, porque hay «billete» dispuesto para eso; desaparece la voluntad trabajadora, colectiva, organizada y militante para hacer posible lo que se desea transformar y se impone el «quantum» dinerario como sujeto fantasioso de transformación. Por supuesto, esta fantasía viene reforzada por la presencia de un liderazgo único y personal -Hugo Chávez- que por su personalidad militar y su inmensa concentración de poder sobre el proceso conjunto refuerza sobre sí mismo esta tendencia de una manera cada vez más insistente…la «brizna en medio de un huracán», como él mismo se situaba en un inicio, se ha transformado poco a poco en un «huracán personal sobre el cual debemos girar millones de débiles y pasivos ventarrones». Conclusión material de esta fantasía: como era de esperarse, vivimos una revolución que, siguiendo la norma del «socialismo del siglo XX», no deja de reforzar el aparato burocrático -suménle ahora el partidario para regresar aún más al «XX»-, con la particularidad gracias también «al billete», de ser un aparato terriblemente ineficiente y corrupto (productor mágico de su propia burguesía). El fetiche de la abstracción dineraria girando y volviendo a concentrarse en pocas manos, en la realidad hace que se vuelvan trizas las fantasías anheladas por los más sinceros, perdiéndose millonadas de millonadas en proyectos que muchas veces no logran ni un primer respiro. Se forma -a exacto retrato de los recordados socialismos pasados- una dirigencia arrogante, rica y ultraprivilegiada, que ya empieza a hacerse represiva y amenazante a la vida: allí están los años 70 y 80 de la URSS.
Pero la fantasía no es sólo de los de arriba, también se reproduce por abajo en una suerte de fantasía refleja. «El billete que corre si lo atajo me haré rico, el problema es cómo pegarme cerca; póngase donde hay». Esta fantasía impregna a toda la sociedad, y en el caso particular de los movimientos populares, esto se manifiesta en el mejor de los casos, en pensar cualquier proyecto, unos muy interesantes, y allí está el estado para financiar los sueños. Grandes o pequeños, la inmensa mayoría de quienes han «negociado» estos recursos, o se quedan esperando en la tierra del «nunca jamás» o implosionan como verdaderos actores políticos ligados al deseo subversivo, constreñidos por el chantaje del patrón que paga. O peor aún y más corrientemente, se asume que «en el estado hay billete, póngase amigo la franelita roja, diga y haga lo que esté a gusto del burócrata inmediato, del jefe, del dirigente, de la autoridad, que la felicidad del «tener» estará cada vez mas cerca, o al menos del «no tener que pelar bola». Esta no es una situación restringida a unos pocos «oficialistas» u «oportunistas» que merodean dentro o alrededor del estado, es una situación que se ha generalizado provocando un efecto obvio: el desarme político de una inmensa franja del movimiento popular sometido a vigilia y administración de la institución y la neutralización de la acción y la palabra de una colectividad aún mayor que siente la presión de los intereses consagrados, guardando un silencio incomprendido y a regañadientes. Y a la final, un peligro de verdad, la merma de participación directa y política de centenares, quizás millones, de compatriotas: vean la corta historia del PSUV.
Volvamos a decir: esto del «billete» no lo explica todo, habrán razones más profundas propias a la naturaleza del estado burgués y la sociedad capitalista que lo explicarán mejor, sin embargo, hay un proceso que está en crisis y éste es un ángulo, a nuestro parecer, central para entender algo. Pero lo cierto también es que la misma crisis no es otra cosa que la crisis de esta aventura fantasiosa del estado y líder que todo lo ve, piensa y dirige, y de un movimiento popular incapaz de romper las ataduras poniéndose como el ojo chiquito de un proceso, a estas alturas del mundo, absolutamente inviable a los fines revolucionarios. La derrota del 2D la puso de manifiesto, provocando dos cosas fundamentales. Primero, la evidencia de que ya es muy tarde para que el estado «rectifique, redireccione, reimpulse» (3R) sin que esto pase por un revolcón superior que no está en ninguna capacidad de generar desde sí mismo. Devolver o prestarse a construir a partir de la autoridad el común que reúne el trabajo vivo, es decir, el pensar y hacer de un proceso transformador, ya no es posible, no sólo por las circunstancias propias al estado rentista y capitalista, sino por intereses consagrados que lo evitarán a cómo de lugar. Por otro lado, también se evidencia que no hay superpartido o supernada que pretenda ser representativo del furor revolucionario en vida sin que a la final no termine siendo una reproducción de la misma paja que tantos pueblos conocieron en un siglo de luchas maravillosas. Y por otro, que -bendito sea el pueblo- hay todavía fuerzas y desgarraduras capaces de decir «YA ESTA BUENO». Con la fuerza de crear un clima de lucha, de reivindicación generalizada a nivel popular, donde ni la acusación paranoica y por lo alto de terroristas y de la CIA, ni la represión bestial de la Guardia Nacional, es capaz de doblegar. Digamos rápidamente: marcha del 27 de Febrero, toma del 23 de Enero, tomas territoriales, triunfo de los trabajadores de Sidor (la más importante sin duda), y centenares de pequeñas brechas de debate y participación autónoma en todo el país, al fin abren la historia y crean las condiciones políticas para construir «Otra Política» .
La construcción
Todo pasa, desde aquí sí, por una revisión completa de lo que ha sido la meteórica formación de un proceso transformador dentro del campo popular. Toca, más allá de las tácticas y tendencias, situar el punto concreto desde el cual podemos armar las bases de una nueva política que se deslastre definitivamente de amarres desarmantes y entienda que, tanto los problemas geopolíticos y los efectos de la «anomalía» del gobierno de Chávez frente al orden mundial, como los propósitos de transformación real, tienen que ser vistos desde «otra mirada» absolutamente distinta y hasta contraria al cuerpo institucional de estado. Hoy en día no estamos para seguir un tratado de leyes históricas que tanto gustan a gobiernos y burguesías, ni de tácticas complejas que nos den una u otra cuota de poder. Aprendemos de las luchas, nos ubicamos en la situación, tratamos de producir política, es decir sujeto emancipador, y son ellas quienes nos hablan de algo que hoy no se puede lograr: llegar a un importante consenso de que es el cuerpo social militante y autónomo quien dicta la pauta y dirige el proceso. Para no caer en un anarquismo puro y duro -por ahora quién sabe- no es que no aspiremos en el fondo a que pueda existir una relación entre gobierno (que haya gobierno sí) y pueblo de este orden, pero o es demasiado temprano o ya es inútil insistir («no queremos ser gobernados, queremos gobernar», dice la consigna histórica). Tenemos por tanto que construir una esfera de trabajo que piense, diga y haga por fuera de la lógica política de estado, en la lógica «de los comunes» como dicen muchos amigos. Y enfrentarse desde esta posición al enemigo real y mayor: el capital, el imperio, con las armas de una política que nosotros mismos construyamos, sin necesidad de convertir por ultrismo izquierdista al «gobierno anómalo» en un enemigo; al menos con su «anomalía» nos solidarizamos y lo hacemos también por querencia a la extraordinaria historia que nos ha tocado vivir como pueblo en estos años. Ahora, si él es quien se define enemigo nuestro, y actúa en consecuencia como así parece, pues no quedará otra salida que defenderse, ya veremos.
No estamos todavía en capacidad de presentar toda una visión política en este camino. Al «ser» de esta política todavía le falta crecer, hacerse, ponerse en juego. Lo que sí es evidente es que esta otra política, por estos rincones del mundo, se fabrica en primer lugar no «localistamente» sino territorialmente. En un mundo como el nuestro donde la burguesía ha sido tan parásita y dependiente y el estado tan miserable y burócrata, a los efectos dejaron un problema para ellos mismos terrible: no están en capacidad de controlar eficaz y totalmente el espacio social y geográfico. Por ello se cuelan con tanta facilidad cualquier cantidad de formas de acumulación paralela o «ilegal» (narcotráfico, tráfico de blancas, etc) y de poderes sin control (jefes regionales, tribus políticas, paramilitarismo, etc), el «estado de derecho» es una farsa completa. A la final actúan en conjunto ante el enemigo «alzado», fenómeno que ya se extiende por toda nuestramérica. Pero el mismo tiempo es una situación por donde se abren brechas comunitarias, culturales, comunicativas, autogobernantes, defensivas, y en nuestro caso productivas, que permanentemente tienden a subvertir todo orden. No es por casualidad que la «rebelión nuestramericana» desde el siglo XIX para acá, la mayor de las veces ha pasado por formas muy variadas de lucha territorial, desde los caudillos revolucionarios agrarios, la lucha guerrillera, hasta las resistencias obreras, populares, indígenas y culturales. Hasta en la sociedad hoy urbanizada y semiurbanizada se repite este fenómeno.
El desarrollo de soberanías colectivas fruto del control y la liberación territorial posible, pareciera entonces que se convierte en una premisa fundamental de cualquier «otra política». No el presupuesto de estado, el territorio como unidad primaria de apropiación del espacio y el tiempo bajo control de la explotación capitalista, deriva él mismo en una estrategia que puede dotarnos de una lógica de acumulación de fuerzas muy por encima de cualquier enredadera tacticista al interno del espacio abstracto y burocrático del estado y sus partidos. Si hay todavía una cantidad masiva de participación militante (el fruto más precioso de este proceso), la unidad de la acumulación de fuerzas ya no se da sobre el centro de los grupos militantes como tal, los llamados colectivos del movimiento popular, campesino, obrero, ni en sus espacios unitarios contingentes o en sus síntesis movimientales en cada una de sus expresiones corporativas. Ellos cobran sentido en la medida en que construyen entre sí un «nosotros político» que ejerce el control territorial y promoviendo a su interno fenómenos de liberación concretos que nadie está en la capacidad de preestablecer ni dirigir desde afuera. El corredor territorial delimitado por la propias luchas y no por la geografía, los tejidos militantes insertos en él, los sujetos comunicantes y transversales a estos territorios, las cartas de lucha que desde adentro se produzcan, nos conducen a la fabricación al menos de una metodología y una guiatura libertaria que permita homologar el campo de la estrategia entre muchos y muy distintos. Hasta los territorios virtuales (los famosos «espectros radio-eléctricos», por ejemplo) o los corredores del trabajo nómada por necesidad del hoy tendremos que contar entre ellos.
¿Cuántos corredores territoriales estamos en la capacidad de contar y articular dentro del espacio regional, nacional y supranacional?. Allí puede haber una pregunta concreta que nos dice de la fuerza de nuestra propia política que no pretende arropar ninguna «totalidad» del movimiento popular, mucho menos ser representativa de clases y pueblos. Pretende forjar avances concretos, contables y precisos de lo que pueda ser la formación de una vanguardia colectiva cuyo poder derive de sí misma. Es tan concreto como antes tuvimos que contar los frentes guerrilleros construidos y con capacidad de resistir y darle la pelea al enemigo, sólo que la guerra de hoy ya sabemos que es muy distinta y mucho más «total».
La sistematización de este planteamiento no es una especulación política o un juego teoricista, deriva de un aprendizaje real y discutido por mucho tiempo entre una cantidad de espacios de muy variada militancia que han sentido esta necesidad sin tener «una política» para ello. Se contribuye entonces a su construcción sistemática, aunque todavía falta mucho que descubrir, pensar, decir. Sin embargo, la misma crisis de este proceso ha puesto en movimiento esta experiencia en la metrópolis como el campo con lindos resultados. De todas maneras no hablemos mucho para no echarle paja a nadie, que de todas formas será desde los hechos y desde la palabra propia de quienes los promueven que empiece a saberse de todo esto; hechos que además ya están empezando a hacerse evidentes. Trabajo hay hasta el cansancio supremo, vamos a ver si el tiempo y la voluntad, la creatividad, de quienes «luchan por lo suyo» nos da la chance.