El sambenito del islam fanático e intolerante ha logrado imponerse a machamartillo en nuestras sociedades occidentales actuales y lamentablemente son pocos los que aciertan a darse cuenta de la soterrada operación en marcha desde los centros de poder imperiales para nutrir esa imagen a través de la promoción de las sectas musulmanas más oscurantistas y retrógradas. Tampoco llega a verse muchas veces que lo que hay en el fondo de esta zafia tergiversación no es otra cosa que la demonización de aquellos a los que se desea expoliar de las riquezas oleaginosas de su subsuelo.
Contra el cúmulo de falsedades de un relato demasiado interesado, no hay mejor medicina que una buena dosis de erudición histórica y esto es lo que nos proporciona Reza Shah-Kazemi (1960), estudioso del islam especialista en misticismo comparado, con La trayectoria de la tolerancia, recién publicado por Olañeta (trad. de Josep María Prats). Este libro repasa las peculiaridades del cristianismo y el islam en lo que al respeto a otras religiones se refiere, y llega a través de ello a unas conclusiones que no dejarán de sorprender a los que son víctimas de las insidias propaladas desde los poderes mediáticos e ideológicos.
La tolerancia en islam y cristianismo
Shah-Kazemi comienza presentando la visión de un islam fanático y violento que domina en Occidente tras los atentados del 11S, y la contrasta con opiniones de expertos en esta religión. Según el reconocido orientalista Bernard Lewis, por ejemplo, hasta el siglo XVII el trato dado por los gobiernos y poblaciones musulmanas a los que profesaban otras religiones era en general más tolerante y respetuoso de lo que era común en Europa, lo que le lleva a concluir: “En tierras del islam, la persecución era la excepción; en la cristiandad, tristemente, era a menudo la norma.”
En su enormemente influyente Carta sobre la tolerancia, de 1689, que convirtió este concepto en un derecho individual y una obligación jurídica, John Locke se declara impresionado por la superioridad en este asunto del “bárbaro” imperio otomano sobre los “civilizados” reinos cristianos. Le resultaba incomprensible que calvinistas o armenios fueran libres para practicar su fe bajo la égida del sultán, mientras que sus “hermanos cristianos” católicos los perseguían a sangre y fuego. En el siglo siguiente Voltaire escribió: “Ningún estado cristiano permite una mezquita, pero el otomano está lleno de iglesias.” De esta forma, la noción de tolerancia que se desarrolla en Occidente con la Ilustración tiene mucho de aprendizaje de algo que ya existía en Oriente. Es sorprendente que hoy se ha impuesto la visión contraria.
Para Shah-Kazemi este trasvase de tolerancia de Oriente a Occidente es sólo la punta del iceberg de una extraordinaria difusión cultural entre civilizaciones de la que otro buen ejemplo es el retorno a Europa, en el Renacimiento, del pensamiento y la ciencia griegas a través de sabios musulmanes que las enriquecieron notablemente. Se discute también la más que probable influencia islámica en rasgos esenciales del humanismo del siglo XV, señalada por estudiosos desde Jakob Burckhardt hasta George Makdisi, o en el método de indagación escolástica occidental. Desgraciadamente todo esto queda oscurecido hoy por oleadas de prejuicios.
Otro “préstamo” destacable de la civilización islámica a Occidente es el concepto de “caballería”, por el que la guerra se convierte en un ejercicio para ganar honor más que para destruir a los enemigos. Esta idea, sin embargo, no prendió demasiado en Europa, y el debate en Valladolid entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda en 1550 muestra cómo la repulsa del primero por las matanzas de la conquista de América no es compartida por el segundo, que ve en ellas el dominio de la fuerza sobre la debilidad en una relación de los españoles con los indios que era comparable a la de la gente civilizada con las bestias salvajes. Para Shah-Kazemi, la dignidad inalienable del ser humano es, por el contrario, un precepto sólidamente establecido en el islam desde sus orígenes, aunque luego haya sido cuestionado por algunas sectas.
La obra concluye poniendo de manifiesto el penoso contraste entre la tradición generalizada de tolerancia en la que se ha insistido a lo largo del texto y la realidad de muchos estados y grupos musulmanes contemporáneos. No obstante, la invocación a que en este sentido el islam debería “aprender de Occidente” resulta patética cuando se tiene en cuenta el imperialismo colonial de éste, genocida en muchos casos (el último en Gaza ahora mismo). La propuesta debería ser más bien que el islam “beba de sus propias fuentes” y recupere una tradición arraigada en él, pero lamentablemente en declive.
La demonización falaz e interesada del islam que padecemos sólo podrá ser combatida con argumentos, y es por esto que La trayectoria de la tolerancia de Reza Shah-Kazemi ofrece una lectura muy recomendable. En 2004 este estudioso contribuyó también con un artículo, titulado “Recordando el espíritu de la Yihad”, al volumen colectivo: El islam, el fundamentalismo y la traición al islam tradicional, publicado en castellano por Olañeta en 2007. Una versión inglesa revisada y ampliada de este libro (2009), que permite indagar en profundidad las tergiversaciones que las sectas wahabitas realizan de los conceptos tradicionales del islam, está disponible en este enlace.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.
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