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Contra el mito del laissez-faire, renta básica y dejar hacer

Fuentes: Sin permiso

¿Está usted a favor de la Inmaculada Concepción de María? ¿De permitir que la Cenicienta vuelva a casa más allá de las doce? ¿Del uso, en el campo de batalla, de las llamas de los dragones de Daenerys Targaryen? ¿O está rematadamente en contra de todo ello? Y, finalmente, ¿verdad que todas estas preguntas parecen más bien absurdas? Pues sí, claro que son absurdas, porque para estar “a favor” o “en contra” de algo, se han de aducir razones, y el mundo de la mitología, de la leyenda y de la fe nos obliga, como decían Kierkegaard y San Agustín, a situarnos en otro punto, uno bien distinto: el de la creencia, el de la ilusión, el de la locura.

Lo mismo ocurre con el famoso laissez-faire, que, curiosamente, despierta grandes adhesiones y encendidas animadversiones. Que quede claro a derecha e izquierda, respectivamente: no se puede estar “a favor” o “en contra” del laissez-faire, sencillamente, porque el laissez-faire no existe ni ha existido nunca. La creencia en que una vida económica justa y eficiente emana de la ciega actividad de agentes no interferidos por instancias externas -este es el núcleo de la doctrina laissez-fairista– es pura mitología. Pura profesión de fe. Porque la vida económica y social es siempre el resultado de largos y sinuosos procesos de sedimentación de capas y capas de normas y regulaciones de muchos tipos que los humanos van introduciendo -aquellos que pueden o a quienes les dejan, claro-. Por ejemplo, no podemos escoger entre “instituciones” -el Estado, sin ir más lejos- y “mercado”, por la sencilla razón de que todos los mercados son, sin excepción, el resultado de decisiones políticas, formales o informales, sobre qué naturaleza y qué funcionamiento queremos dar a los procesos de intercambio de bienes y servicios -es decir, a los mercados- que nos rodean.

La gran cuestión, por lo tanto, no es si queremos una vida económica regulada o desregulada, sino quién la regula y a favor de quién lo hace. ¿Que si podemos poner ejemplos? Solo hace falta mirar a nuestro alrededor. Esto que llamamos “neoliberalismo” no hubiera existido ni existiría todavía sin un proceso masivo, a golpe de edicto estatal, de re-regulación del sector financiero -la especulación rentista del capital financiero debe mucho a ciertos poderes estatales y supraestatales que la han hecho posible de manera consciente e intencional-, de re-regulación de sectores estratégicos de la economía -recordemos las aznarianas “liberalizaciones”, que no fueron otra cosa que procesos de privatización en favor de ciertas oligarquías económicas- y de re-regulación de las relaciones de trabajo -si no lo han hecho ya, vean, por favor, Yo, Daniel Blake, de Ken Loach, y entenderán el peso de la intervención estatal en los procesos contemporáneos de precarización y disciplinamiento de la fuerza de trabajo-.

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