I.- Obligados como estamos a ocuparnos de lo urgente, no podemos darnos el lujo de dejar de volver sobre los asuntos estratégicos, y que son los que dotan de sentido a nuestras prácticas militantes. Si hoy el momento es apremiante, y si nos invade la incertidumbre, lo que corresponde en pensar también a largo plazo. […]
I.-
Obligados como estamos a ocuparnos de lo urgente, no podemos darnos el lujo de dejar de volver sobre los asuntos estratégicos, y que son los que dotan de sentido a nuestras prácticas militantes. Si hoy el momento es apremiante, y si nos invade la incertidumbre, lo que corresponde en pensar también a largo plazo. De nuevo: con sentido estratégico.
Lo estratégico, en sentido amplio, es el cambio revolucionario. La Venezuela revolucionaria y bolivariana ha avanzado como nunca antes en su historia en la lucha contra inequidades e injusticias, y en el camino ha intentado aportar al esfuerzo de construcción de nuevos referentes políticos continentales y globales, porque se trata de enfrentar a un enemigo global que está poniendo en serio riesgo la supervivencia de la especie humana: el capitalismo.
Es cierto que queda mucho por hacer. En nuestra sociedad persisten inequidades e injusticias. Explotación. Entre nosotros, el capitalismo sigue vivo y coleando. No obstante, durante los últimos catorce años nos hemos dado el gusto de propinarles a sus representantes en nuestros patio (cipayos de toda ralea) unas cuantas palizas y otras tantas blanqueadas. La han pasado realmente mal y vienen por la revancha.
Esta descomunal y hermosa empresa que es el cambio revolucionario supone no sólo el arduo trabajo de prefigurar la sociedad otra, sino inventar las herramientas teóricas y prácticas que nos permitan ir construyéndola. Pero aún la ecuación no está completa: el acto de invención de estas herramientas debe prefigurar la sociedad otra, en el sentido de que es sencillamente imposible crear lo nuevo con herramientas caducas o inapropiadas.
Es simple: no es posible construir una sociedad más justa con instrumentos o herramientas prácticas injustas, tanto como resulta imposible hacerlo echando mano de ideas que no se corresponden en lo absoluto con nuestra realidad. Hacer esto último (y quienes hemos sido formados en la izquierda lo hacemos con mucha frecuencia) es como pretender martillar con un destornillador.
El detalle está en que ambas acciones, prefiguración e invención, tienen que ser acometidas por nosotros, simples mortales plagados de vicios y defectos (y no por seres de otro mundo), lo que implica que debemos ser capaces de reinventarnos a nosotros mismos: tener la fuerza, el coraje, la voluntad para desaprender una manera de pensar y actuar que nos relega a la condición de dominados, incluso cuando nos creemos lo suficientemente aptos para dominar o «dirigir», y procedemos como pequeños déspotas o tiranuelos, sojuzgando a quienes consideramos más débiles o más ignorantes.
Por lo antes dicho, militar en la causa revolucionaria, bolivariana, no consiste simplemente en declararse partidario de una idea, sino en ser partícipe de un esfuerzo colectivo de reinvención de nosotros mismos en tanto seres humanos, lo que pasa por revisar en profundidad y sin contemplaciones las formas tradicionales de militancia, más cercanas a prácticas despóticas que a prácticas emancipatorias. Pasa por dejar atrás lo que hemos sido desde hace mucho tiempo. En mi modesto juicio, el tiempo del chavismo es también el tiempo de esta oportunidad histórica.
Es también el tiempo de experimentar e inventar en materia de formas de organización, de no conformarnos con lo menos malo (el partido realmente existente), porque de esto, de nuestra capacidad y voluntad para experimentar en este terreno, puede depender la viabilidad de lo estratégico.
Lo contrario sería resignarnos, renunciar a la posibilidad de cambio revolucionario y dedicarnos a administrar lo existente.
II.-
De allí la importancia de las reflexiones que hacía el comandante Chávez el lunes 28 de marzo de 2011, en reunión con la dirección ampliada del PSUV, a partir de su lectura del segundo volumen de Política de liberación (arquitectónica), de Enrique Dussel.
«¿Qué es la política y para qué la política?», comenzó por interrogarse Chávez. «¿Para buscar cargos? ¿Para enriquecernos? ¿Para hacer grupitos y estar enfrentados internamente allá en un municipio por la alcaldía o en el estado por la gobernación o por los negocios de mis amigos y mis familiares y las empresas que yo conozco? No, para eso no es la política».
¿Cómo desplegarnos por lo que Dussel define como «campo político» sin brújula, sin acimut? Advertía Chávez: «Si no tuviéramos ese acimut bien inscrito, bien firme, nos vamos a perder en el complicadísimo campo de batalla, en el campo político, nos traga la vieja política, nos traga la corrupción de la política».
¿Cuál es el acimut principal de la política revolucionaria? Chávez precisaba: el «poder obediencial». Entonces desarrolló:
«Estamos aquí para obedecer… para que el pueblo nos mande, nos interpele, nos regañe, nos oriente, nos critique… Si nosotros nos convertimos en simples representantes del pueblo y… nos asumimos como el poder para mandar mandando… si eso llegara a ocurrir, entonces estaríamos en presencia de la verdadera y profunda corrupción política… Cuando eso ocurre, cuando nosotros, la potestas, el poder constituido, los voceros o delegados o representantes, llámese Presidente… diputado… gobernador… alcalde, se asume a sí mismo como el fin último de la política, como que ‘estoy aquí para mandar’ y me olvido del poder constituyente originario y me olvido de que yo estoy aquí es para obedecer a ese poder, me debo a él, al supremo poder popular, a los intereses populares, entonces estamos en presencia (repito, lo dice Dussel y yo lo creo profundamente) de la más grande de las corrupciones, y todas las demás provienen de esa. De ahí viene el enriquecimiento ilícito, los negocios: porque me olvido del pueblo y ahora vienen los amigotes, los negociantes, familiares, etc., y estoy es para ‘yo’: dinero, dinero para pensar en el futuro, los hijos, el futuro, en ‘qué voy a hacer yo después de que me vaya de aquí, hay que asegurar el futuro’. Siempre hay excusas para el corrupto».
Más claro imposible. De este análisis se desprendía la necesidad de un instrumento político desplegado por los «campos materiales» o «sub-esferas»: «El partido desplegado tiene que ir por esas sub-esferas», planteaba Chávez.
Pero volvamos a la pregunta: ¿cómo realizar el despliegue? He allí la pregunta que nos interpela en tanto militantes. Las respuestas tendrían que estar dirigidas al propósito de reinventarnos. Chávez ha expuesto claramente lo que no podemos seguir siendo, y cualquier pretensión de que eso (tiranuelos, corruptos y «representantes») siga pasando como «militante revolucionario» equivale a un fraude.
Mandar obedeciendo, ponernos siempre en el lugar de los que sufren, identificar la forma como se ejerce la dominación en cada campo, caminar al lado de las «víctimas» (eso que para Dussel es una «ética de liberación»). He allí algunas pistas para seguir andando.
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