Enmedio de una polémica sobre la pertinencia de estimular el desarrollo económico a través del gasto público o recrudecer la disciplina fiscal y el recorte a los presupuestos, se inició ayer en Toronto, Canadá, la cumbre del Grupo de los 20 (G-20), que reúne a los países más industrializados del orbe más Rusia (el G-8); […]
Enmedio de una polémica sobre la pertinencia de estimular el desarrollo económico a través del gasto público o recrudecer la disciplina fiscal y el recorte a los presupuestos, se inició ayer en Toronto, Canadá, la cumbre del Grupo de los 20 (G-20), que reúne a los países más industrializados del orbe más Rusia (el G-8); a 11 economías emergentes, México incluido, y a la Unión Europea como bloque. La víspera, en una reunión realizada en Huntsville, al norte de Toronto, los representantes del G-8 reconocieron que la recuperación a escala planetaria es todavía frágil y que la crisis económica reciente -la mayor en generaciones- ha puesto en peligro los Objetivos del Milenio, entre los cuales se encuentra reducir a la mitad de la pobreza y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal y disminuir en dos tercios la mortalidad infantil para el año 2015.
No era necesario aguardar a la cumbre que se realiza en aquella ciudad canadiense para arribar a la conclusión enunciada por los miembros del G-8. Con independencia de los descalabros en la economía planetaria que se manifestaron desde finales del año antepasado, la imposibilidad de alcanzar las metas fijadas en materia de combate a la pobreza era evidente desde hace una década, cuando fueron formuladas en una reunión de los países miembros de la ONU en Nueva York. El factor explicativo de dicha inviabilidad radica en la aplicación del modelo económico neoliberal aún vigente: las directrices económicas emanadas del denominado consenso de Washington generan, de manera inevitable, desigualdades que se traducen en la concentración desmedida de la riqueza en unas cuantas manos y en el empobrecimiento de los sectores mayoritarios de la población, o bien en el agravamiento de su pobreza.
Si en periodos de relativa normalidad económica la lógica neoliberal de dejar hacer y dejar pasar redunda en el beneficio de los capitales más poderosos, esa tendencia se agrava con el advenimiento de cada crisis cíclica: a pesar de que los quebrantos financieros, bursátiles y cambiarios desembocan, por lo regular, en intervenciones estatales de gran calado, éstas no han evitado la depauperación generalizada de las mayorías; por el contrario, tras los quebrantos del capitalismo mundial tienden a socializarse las pérdidas, y las recesiones acaban por convertirse, en suma, en mecanismos de concentración de la riqueza; un dato revelador al respecto es el que se desprende de un reporte publicado por Merrill Lynch y Capgemini, según el cual, a pesar de la crisis mundial reciente, se incrementó en 17 por ciento el número de millonarios en el mundo.
Ante la evidente inoperancia del neoliberalismo a escala planetaria, sería deseable que los dirigentes mundiales cobraran conciencia de que, con una política económica centrada no en las necesidades del capital, sino de las personas, es posible reducir e incluso erradicar la pobreza. Sin embargo, como puede apreciarse en la simple enunciación de los puntos de polémica en la reunión que se desarrolla en Toronto, no parece haber, en el momento presente, voluntad política suficiente para atender las raíces de la problemática. De esa forma, este cónclave del G-20 corre el riesgo de convertirse en un nuevo y costoso ejercicio de simulación planetaria ante una realidad lacerante y sumamente peligrosa.
http://www.jornada.unam.mx/2010/06/27/index.php?section=opinion&article=002a1edi