Una de las imágenes más conocidas de Korda es de un campesino subido sobre una farola en la Plaza de la Revolución durante un aniversario del asalto al Cuartel Moncada. Del studium y punctum en el discurso estético de Barthes, quizás e ste último en la imagen («el accidente que nos hiere» según el crítico […]
Una de las imágenes más conocidas de Korda es de un campesino subido sobre una farola en la Plaza de la Revolución durante un aniversario del asalto al Cuartel Moncada. Del studium y punctum en el discurso estético de Barthes, quizás e ste último en la imagen («el accidente que nos hiere» según el crítico francés) es el hecho que allí, cinco metros por encima de la multitud, el llamado Quijote de la farola está fumando. La foto es sorprendente y nos convida a hacernos muchas preguntas. ¿Cómo se subió allá? ¿Fue combatiente, quizá en la caballería de Camilo Cienfuegos? ¿Participó más adelante en la campaña nacional de alfabetización? ¿Seguirá con vida hoy, entre los muchos nonagenarios de la isla?
Pero quizás para nosotros hoy, en pleno siglo XXI y con las bonitas revoluciones que brotaron a su inicio, la imagen nos llama a pensar en otra cosa: la trayectoria de un tipo latinoamericano. Superficialmente se puede decir que esta figura algo nostálgica -con su perfil hambriento y con su idiosincrasia campesina (fumando pese a la transcendencia del momento)- ha pasado a la historia. Pero hay otro significado más genérico que no podemos olvidar cuando meditamos sobre este tema de ontología social. Esta figura pertenece a todo un sector, a «los hijos de nadie», a los «dueños de nada» a quienes Eduardo Galeano bautizó en un poema epónimo: los nadies.
Entonces la interpelación que la fotografía nos hace hoy día es: ¿Dónde están los nadies ahora en nuestro flamante tercer milenio? ¿Existen todavía los que, según el poeta, «no tienen nombres sino números… no figuran en la historia universal… no hablan idiomas, sino dialectos»? Aterrizando aún más en nuestro momento y pensando en la reciente confrontación entre la oposición fascista y gobierno Chavista en Venezuela, nos preguntamos: ¿Dónde están los nadies en esta bronca que tanto nos preocupa? Seguramente muchos (de lado y lado) creen que desde hace años desaparecieron por los programas de alimentación, educación e identificación; que hoy los nadies se esfumaron por completo de un mundo en el que los hechos más decisivos son los que se trasmiten instantáneamente en 140 caracteres de Twitter.
La verdad es que los nadies siguen existiendo en Venezuela. Si bien no se suben a nuestras farolas como antes, ni bajan de los cerros en masa (como hicieron durante nuestras grandes movilizaciones hace sólo un lustro), ellos se mantienen entre nosotros aunque reducidos en números. Uno los encuentra calladitos o echando el cuento sobre sus muchos problemas, escondidos en ranchitos con piso de tierra, normalmente bastante alejados de los centros metropolitanos ya más pulidos. Pero el nadie , por muy escondido que esté, nunca es nada. Por el contrario su figura (hoy generalmente con cara de mujer, niño o viejo) si bien no es inmediatamente decisiva en la salida a la actual confrontación, sí es definitoria para el futuro de la Revolución.
Todo el mundo sabe que en una confrontación política, y más cuando la política desemboca en violencia, hay que mantener la claridad e insistir en la asimetría de las posiciones. En Venezuela, pese a la casi imperceptible diferencia entre las dos gorras (la del 4F y su doppelgänger tricolor) , es de suma importancia mantener claro quien está del lado del imperialismo y quien de la patria, quien está a favor del socialismo y quien del salvajismo económico y social, quien está promoviendo la coherencia y quien defiende la irracionalidad. Pero esta gama de criterios se podría reducir a un criterio clave, una suerte de piedra de toque: ¿Quién está con los nadies ?
No cabe duda de que los nadies de Venezuela, en la medida en que reflexionan sobre el enfrentamiento entre gobierno y fascismo, entre chavistas y guarimberos, están ahora con los primeros. Sin embargo, hay una docena de índices, unos sutiles, otros más evidentes, que apuntan al quiebre en la incorporación de los de abajo. Una breve lista incluirá la decisión de la Alcaldía Libertador de centrar sus esfuerzos en el centro urbano de Caracas en lugar de mejorar el cuidado de los barrios, la reducción de la presencia cubana en la Misión Barrio Adentro, la liberalización de facto de la economía (entrada de Sicad II, subida pactada de la cesta básica), y la actitud oficiosa con la que se recibió a Mendoza y a la farándula en la Conferencia de Paz.
Dejando de lado bombos y platillos, la historia emancipatoria no se hace ni única ni principalmente con la gente grande. Hace muchos años un joven investigador alemán, bastante antes de haber desarrollado una teoría científica sobre el papel del proletariado, decidió «echar su suerte» con unos nadie -tejedores en Silesia. Esta opción por los pobres del joven Marx la prefiguró Bolívar cuando rectificó su rumbo incorporando a los nadies llaneros y negros en la lucha por la independencia. Esto no era mera filantropía: la decisión hizo de su proyecto algo imparable. Lo mismo ocurrió en la revolución cubana que, para volver a nuestra foto, se hizo indetenible cuando se incorporaron los campesinos pobres, los mambises de entonces, a la heroica marcha desde el oriente de la isla.
Pese a su innegable importancia, los nadies no entran en la historia hegemónica, ni escrita ni mediática. Recientemente se transmitieron innumerables documentales celebrando al Comandante Chávez, mientras que pasó casi desapercibido el maravilloso documental Retratos de Lucha sobre la organización popular (olvidando así que el propio Chávez apostó por el poder popular por encima de lo personal). Este descuido puede ser fatal para la Revolución y, nuevamente, no es un asunto meramente moralista, ej. el muy trillado discurso de «incluir a los excluidos». No, va mucho más allá de esto, porque el capitalismo mismo es un proceso que ningunea al ser humano: la lógica del capital hace, tarde o temprano, de todos nosotros nadies , mientras que nos empuja a todos a la nada .
Creo que es por eso que, pese a la distancia y al exoticismo que todos llevamos en la mirada, es tan fácil identificarse con aquel flaco guajiro, fumando pero interesado por lo que va a pasar.
* Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
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