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Argentina

Cortar el nudo gordiano de la deuda

Fuentes: Clarín

Apoyándose en el mito griego, el autor sostiene que la deuda es el nudo gordiano que impide que la Argentina ingrese en un camino de saneamiento económico con posibilidades de crecimiento y bienestar para todos los argentinos. Y dice que el canje de la deuda significa desenvainar la espada, pero todavía falta un golpe preciso, como el de Alejandro.

Cuenta la leyenda que, cuatro siglos antes de que Alejandro Magno naciera, el pastor Gordias fue coronado rey cuando trasladaba un carro de bueyes, gracias a la señal de un oráculo. En la ceremonia de coronación se descubrió que un nudo impedía quitar el yugo que uncía a los bueyes. El oráculo predijo que quien lo desatara sería amo y señor del Asia. Pasó el tiempo y el nudo siguió imbatible. Hasta que Alejandro fue al templo de Zeus y vanamente intentó desatarlo. Hasta que sacó su espada. Y de un golpe cortó esa traba: el camino a la conquista del Asia quedaba despejado.

La deuda es el problema estratégico central de la viabilidad del Estado como entidad autónoma y de la Argentina como Nación soberana. En estos días se lleva adelante el canje de los títulos en default, una operación de cuidada ingeniería política y financiera. No es magia, se pagará lo que se pueda pagar.

Citando al ministro Lavagna, el proceso traerá alivio pero no resolverá el problema del endeudamiento, que rigidiza la estructura nacional, es de profundas raíces y refleja, por eso mismo, las fluctuaciones del comportamiento de nuestra clase dirigente.

El 1 de mayo de 1876, en su mensaje al Congreso, decía el presidente Nicolás Avellaneda: «Los tenedores de los bonos argentinos deben reposar tranquilos… Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros».

Más de 125 años después, en el mismo Congreso, en un marco festivo acaso inapropiado, el presidente Adolfo Rodríguez Saá declaró a la Argentina en default por primera vez en su historia. Al poco tiempo, por los efectos de una fuerte devaluación -considerada «inevitable» por los propios organismos internacionales- millones de argentinos, más de la mitad del país, sufrieron hambre y sed. La metáfora de Avellaneda se había vuelto ominosa verdad.

Las actitudes de las élites políticas ante la deuda tuvieron sentido pendular como los que reflejan ambos ejemplos. Sin embargo, el quiebre verdadero sobrevino de la mano del derrumbe institucional y de la implosión del sistema democrático. Así fue que el país vio crecer sus compromisos en forma exponencial a mediados de los 70, con la feroz dictadura que anudó la sociedad entre las fuerzas armadas y los popes del proyecto neoliberal. Los Videla y los Martínez de Hoz.

A principios de los 90, con el plan Brady, los bancos se deshicieron de incobrables pagarés devolviéndolos a cambio de empresas públicas privatizadas o diluyendo su problema en mano de millones de pequeños o medianos ahorristas.

Irresponsabilidad compartida

En el caso argentino, además, a cobijo de la convertibilidad, bajo mando de sus dos timoneles técnicos, Domingo Cavallo y Roque Fernández, se lanzó un irresponsable festival de bonos que reemplazó a la emisión de dinero. Resultado: hubo «otra emisión» más perniciosa y alocada: más de 150 tipos de bonos para financiar el crónico déficit, paralelo a la fuga de divisas.

Debajo de los tecnicismos de la macroeconomía, el país crujía: el modelo financiero, concentrador, excluyente, desindustrializador, empezó a sembrar las semillas del desempleo, la pobreza y su explosión final, la exclusión social y marginalidad sin retorno.

El estallido argentino debe analizarse a la luz de la teoría de la corresponsabilidad. Existió en la fiesta irresponsable de los 90, alentada por avales temerarios del FMI a las erráticas políticas nacionales. Y también la hubo en el desenlace de la crisis. Un ejemplo: días antes del derrumbe final de 2001, bancos poderosos aún seguían colocando títulos en manos incautas.

Según el Banco Mundial y la CEPAL, América latina ya pagó en las últimas dos décadas aproximadamente 1,5 billones de dólares. O sea: casi 5 veces su deuda original. Y aún debe alrededor de 3 veces más. Esta colosal transferencia de recursos rediseñó el mundo a partir del último cuarto del siglo XX.

Hoy, otra voluntad política y otro proyecto de país gobiernan la Argentina, bajo el mando del presidente Kirchner. El canje de deuda en marcha es un proceso complejo, que tendrá avances y retrocesos. No es para menos: se trata de la reestructuración de deuda más grande de la historia. Los grandes inversores parecen entender que, finalmente, no será un mal negocio. Sólo en Italia se observa alguna resistencia en pequeños bonistas, que quieren cobrar sin quita como les prometieron los bancos.

Cuando el canje concluya, quedará en pie la deuda con perfil más político. Es la que se tiene con los organismos internacionales de crédito, como el FMI, impulsores y avales del endeudamiento de los ’90. El FMI tiene en Brasil, Turquía y Argentina sus mayores deudores: más de la mitad de sus créditos.

El presidente Kirchner tiene una convicción: la base sustentable de la Argentina que viene requiere desprenderse de las externalidades condicionantes en materia fiscal y en otras, como tarifas, banca pública y leyes internas. Ese es el nudo gordiano que hay que cortar para poder diseñar un proyecto autónomo que incluya el saneamiento de la economía, pero también el desarrollo social armónico y genuino.

Hoy la espada para cortar ese nudo paralizante ya se desenvainó con un canje que se vislumbra exitoso. Tarde o temprano hará falta el golpe preciso, como el de Alejandro. Y otro mundo se divisará en este siglo para Argentina y los argentinos.