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Cosas vistas en Caracas (y muertas en París)

Fuentes: Le Grand Soir

Traducido para Rebelión por Caty R.

Domingo, 8 de noviembre de 2009. Aeropuerto Simón Bolívar, Caracas, Venezuela. Cielo nublado. La estación de las lluvias no ha terminado. Son las 16:00 h. (en Francia las 21:30). Temperatura, 35º. Había 6º hace seis horas, cuando salí de Toulouse.

Thierry Deronne, representante de la entidad que me ha invitado (Vive TV), ha venido a recibirme. Los que han leído mi libro La face cacheé de Reporters sans frontières. De la CIA aux faucons du Pentagone, (La cara oculta de Reporteros Sin Fronteras. De la CIA a los halcones del Pentágono), Ed. Aden, no olvidan que él hizo el prólogo.

Thierry ha previsto llevarme para que asista a una votación de un Consejo Comunal en un barrio pobre. Nos adentramos en Caracas en un 4×4 (sí, ya se…). En las orillas de la autovía, y a veces en la propia carretera, un pequeño atasco, los vendedores de buñuelos.

Atravesamos Caracas, una ciudad de la que diría solamente, para no molestar a nadie, que no es tan bella como La Habana y Toulouse.

Llegamos al destino: una calle empinada, bordeada de chabolas hechas de cualquier manera. Los pequeños terrenos libres se han convertido en vertederos. En lo alto de la calle, una cervecería improvisada en una especie de garaje poco aparente y de techo bajo. La cerveza está fresca y no es cara: 2,5 bolívares (redondeando, un euro vale tres bolívares). Hay una orquesta en la calle bajo un toldo de plástico. También hay un televisor de pantalla plana cuyo sonido está amplificado por unos altavoces. Transmite un reportaje de Vive TV sobre el barrio, filmado por la mañana o la víspera. Debajo, unas mesas para el recuento de los votos. Después, la calle sube hacia los «ranchos», los suburbios que adornan las colinas de Caracas.

Es una locura. La votación es una fiesta y todo el barrio está ahí. Muchos jóvenes, muchas mujeres. Las bellas se mezclan con las que, a juzgar por sus volúmenes, no han caído en las garras de la terrible anorexia y lo demuestran con sus vestidos ajustados.

340 votantes han elegido, no a consejeros que se han presentado como candidatos empujados por la ambición, sino presentados por sus vecinos. A los consejeros se les denomina «voceros» (literalmente portavoces), para demostrar claramente que la elección en realidad es de los votantes, no de los líderes.

Las papeletas de voto son dos hojas A4 en las que figuran los nombres y fotos en color de los candidatos. Los votantes los eligen y al mismo tiempo les atribuyen las comisiones. Son 18: urbanismo, educación, sanidad, deporte, alimentación, vivienda, transporte, agua, energía, comunicación, madres del barrio, finanzas, asuntos sociales, cultura, legalidad, igualdad, seguridad, etcétera (me falta una).

El recuento va rápido bajo la atenta vigilancia de la multitud puntillosa. Asistimos a una violenta protesta por un error de una papeleta en el recuento.

Ha caído la noche. Las mesas están iluminadas por bombillas de bajo consumo.

Thierry Deronne, que es muy conocido aquí, me presenta y me acogen calurosamente en ese barrio en el que no me atrevería a poner los pies solo, sobre todo por la noche. Bebemos (y ofrecemos) cervezas. Los vendedores no quieren que Thierry y su amigo «el escritor francés» paguen. Pagamos, de todas formas. En Francia, al primer camarero que me dice «deje, es por mi cuenta», le obedezco. Grégoire, un estudiante de Toulouse en prácticas en Vive TV pregunta a la gente y toma notas. Aprende que los elegidos pueden ser revocados por los electores si no hacen el trabajo para el que los eligieron.

Se acercó una electora de mediana edad alarmada al ver a dos turistas (Grégoire y yo) en peligro de caer en la trampa de la propaganda «chavista». Y para salvarnos, nos recitó la letanía de la propaganda de las cadenas de televisión de la oposición. No se dejó nada en el tintero. Chávez regala el petróleo a Castro, Morales y los demás. A Grégoire, que habla de comercio internacional, le responde que sí, pero Venezuela primero. Como dijo Poujade: «La Corrèze avant le Zambèze».

¿La operación «Milagro» (decenas de miles de venezolanos operados de la vista por médicos cubanos que viven en los «ranchos» -barrios pobres en los que han instalado dispensarios-)? ¡Bah!, la gente enseguida se ciega, porque los médicos cubanos en dos años, ¡hale hop!, ya tienen su diploma. ¡Unos charlatanes! Sin embargo, ella no sabe explicar bien por qué la mortalidad infantil en Cuba es la más baja de toda América Latina y la longevidad la más larga. Un padre de familia acompañado de tres hijos le cuenta que ahora reciben cuidados. No teoriza, cuenta su experiencia. Su experiencia vital, de libertad, por lo tanto. La de sobrevivir a las enfermedades.

La vecina vocifera entre la multitud para persuadirnos de que Chávez ha matado la libertad de expresión. Que quiere hacer de este país otra Cuba donde las personas tienen miedo de hablar. Le respondo que en ese país, en el que ella no ha estado nunca y que por lo tanto conoce peor de lo que yo conozco Venezuela, tuve con un cubano la misma discusión que con ella. La misma vehemencia y el mismo volumen sonoro. Aquella fue, por otra parte, en la biblioteca de la casa de Víctor Hugo, en La Habana.

Lo mejor de su discurso, que yo ya había oído, palabra por palabra, en un debate en la televisión venezolana hace ya un par de años fue: «Ahora, Chávez también quiere decidir qué ponemos en el plato». La razón de esa indignación gastronómica es la siguiente: el gobierno distribuye comidas gratuitas a los pobres. Conté a esa víctima del lavado de cerebro de los medios de comunicación venezolanos que en Francia, un país rico, conocido por ser la patria de los derechos humanos, también se distribuye comida a los pobres y esa operación es objeto de un consenso nacional.

Thierry le enumera todo lo que no hicieron los predecesores del Chávez con el dinero del petróleo y que seguirán sin hacer si regresan al poder, porque los pobres como ella ven demasiado la televisión de los ricos.

A nuestro alrededor, las personas mantienen sus propias discusiones, en general menos controvertidas. La calle sabe que su país está haciendo una revolución de un nuevo tipo y que ella participa.

Pensé en las calles de París en mayo del 68. Nostalgia.

Entregué a Thierry tres ejemplares de mi último libro Victor Hugo à La Havane, que hará llegar al palacio presidencial de Miraflores por la mañana. Chávez es un admirador de Hugo (y de La Habana). Ha hecho que se edite masivamente Los Miserables para venderlo a un precio mínimo. ¡Yo que pensaba, por leer atentamente los medios de comunicación franceses (que leen los periódicos venezolanos), que el presidente de Venezuela era un «mono bolivariano» inculto, al contrario que el nuestro, cuyo libro de cabecera es La Princesa de Cléves!

¡Ah, sí, lo último! El voto y el recuento salen en una cadena de televisión: Vive TV, por supuesto.

Disponen de medios tecnológicos avanzados. El documental se envía directamente de la cámara a los estudios. Así, los venezolanos pueden ver casi en tiempo real el tipo de democracia participativa que se construye para y con el pueblo.

Pero no lo repetirán nuestros medios, para poder seguir explicando que Venezuela camina hacia la dictadura tras «un gorila en camisa roja»

Lunes 9, 14:30 h., con un equipo de Vive TV: cita ante «Fama de América», una fábrica de torrefacción y empaquetado de café que los trabajadores quieren nacionalizar bajo pretextos tan «fútiles» como la represión, desviación de existencias, rupturas voluntarias de abastecimiento con el fin de que la población se enoje y se rebele contra el «macaco» (así hablan los burgueses rubios de los «morenos» aquí. Un dirigente político incluso escribió: «Chávez debe morir como un perro». En otros tiempos, el industrial Ford sostenía que los trabajadores, los obreros de las fundiciones, eran semejantes a los animales).

La burguesía venezolana, más dura que los estadounidenses en su bloqueo contra Cuba, ha inventado el «bloqueo interior».

Tendré ocasión de volver a hablar de esas luchas si Internet, espacio de libertad, sigue acogiéndome. Venezuela ha dejado sorprendido a este francés que ve que en su país se privatizan los servicios básicos.

¿Puedo acabar esta nota con un grito partidista como: «¡Viva la Revolución Bolivariana!»? La desafiante opositora del barrio nos devuelve a la realidad señalando que «¡Pronto, Chávez nos dirá también qué debemos beber!».

Fuente: http://www.legrandsoir.info/Choses-vues-a-Caracas-et-tues-a-Paris.html